El Milagro en Río Seco

Otro breve relato en la serie «Las Memorias del Chero Juan».

Por Yasser

Debido al avance del conocimiento humano cada vez son más pocas las personas que creen en la posibilidad de la ocurrencia de milagros, o que explican fenómenos naturales como sucesos de acción divina. Aunque la superstición y la mitología son tan prominentes en muchas regiones del mundo actual como lo fueron en su tiempo en la antigua Grecia o Roma (o, para no ir tan lejos, en nuestra América aborigen), en la actualidad el ser humano diligentemente busca una causa natural para explicarse algún fenómeno en particular. Ahora las personas averiguan, analizan el hecho desde varios ángulos, hacen comparaciones, y, si después de todo no encuentran una explicación satisfactoria, no concluyen inmediatamente de que se trata de algo milagroso, sino de un suceso por el momento de causa desconocida. Esto lo traigo a colación por algo que me ocurrió durante la guerra interna en El Salvador.

A principios de enero de 1990, estando como encargado político de una pequeña unidad guerrillera, maniobrando en los caseríos y cantones de la zona de Río Seco, después de la gran ofensiva denominada Al Tope y Punto, nos vimos rodeados por gran cantidad de tropas enemigas. Los soldados de la Fuerza Armada venían en persecución de las fuerzas rebeldes que habían ocupado gran parte de la ciudad de San Miguel durante nueve días. Al atardecer se posicionaron en las colinas aledañas y empezaron a patrullar en diferentes direcciones. Nosotros éramos ocho elementos (incluyendo «radista») que conformábamos una de dos escuadras dejadas en aquella zona, en la retaguardia de la retirada. Nos habíamos ubicado en un sitio de mediana altura en comparación con las elevaciones circundantes; había bastantes árboles que nos proveían cobertura, aunque el lugar resultaba altamente peligroso porque parecía un lunar en medio de aquellos parajes deforestados. Enfrente de nosotros, a un poco más de una cuadra de distancia, estaba una casa donde había un pozo que nos había estado proveyendo de agua. El propietario de la vivienda era un campesino que vivía solo y había expresado simpatía por nuestra causa; pero muchas veces ocurría que al presentarse el enemigo intimidante por su reconocida crueldad hacia la población civil, esa «simpatía» se esfumaba como el genio en la lámpara maravillosa que se encontró Aladino.

Después de la caída en combate de Rubén Crespín, el dibujante del taller central de Prensa y Propaganda, ocurrida unos días antes, yo tenía la certeza que mi cadáver quedaría en aquella zona, por lo que el miedo a la muerte me había abandonado por completo. Pero un temblor helado me recorrió el cuerpo cuando observé un grupo de soldados aproximándose a la casa, por una callejuela polvosa que descendía de un cerro aledaño. Se me ocurrió que el habitante de la choza nos delataría, o que aquella patrulla había sido asignada para posicionarse en el lugar que nosotros ocupábamos. Pude ver que mientras algunos soldados ingresaban a la vivienda, otros se dirigieron al pozo a llenar sus caramañolas de agua sin dejar de mirar hacia la arboleda que nos cubría. Sus estúpidas carcajadas y griterío indiscernible podíamos escuchar desde nuestro escondite, donde nos habíamos posicionado con los cañones de nuestros fusiles apuntando en su dirección. No obstante, después de un largo rato de desgastadora tensión y agotante ansiedad, la unidad enemiga se reagrupó y se marchó por el mismo camino que había venido. Todos dejamos escapar un suspiro de relajamiento, porque ya estaba oscureciendo y era muy improbable otro movimiento similar durante la noche. Muy probablemente, los soldados que ingresaron a la casa, habían despojado de sus precarios alimentos al pobre jornalero, pues eso es lo que acostumbraban hacer con toda la gente campesina, una de las varias cosas que me indignaban y por las que yo me había hecho guerrillero.

Cuando estás en guerra no es la posibilidad de la muerte lo que te produce miedo, sino otras cosas, como por ejemplo, quedar mal herido y tener que padecer interminables dolores abandonado, o ser capturado y tener que enfrentar la insanidad mental de los torturadores. Quizás por eso, a pesar de la fatídica perspectiva, que no auguraba nada bueno para el siguiente día, o tal vez por el acumulado cansancio de varios días y noches de movimiento continuo, me dormí como un palo seco y no soñé con nada; y no desperté, sino hasta que me arrancó del profundo letargo la voz del encargado militar de la escuadra, que me dijo: “Ha llegado la orden por radio que debemos retirarnos ya hacia el Cacahuatique, de donde usted será trasladado hacia Morazán porque lo necesitan allá.” No hubo tiempo para pensar en cómo se suponía que íbamos a salir de aquel cerco militar que nos rodeaba; o que para qué me necesitaban en el norte de Morazán, a no ser que para reactivar la Radio Venceremos a nivel local, ya que su entero personal, exceptuándome a mí mismo, había sido enviado a la segura y tranquila comodidad de Nicaragua mucho antes de la ofensiva, y ya no regresarían sino hasta después de la firma de los Acuerdos de Paz para presentarse ante las masas como héroes alucinógenos. A decir verdad, a mí también me habían despachado hacia Managua junto con Ana Lidia, pero estando ya en la ciudad de Guatemala, me emborraché un par de horas antes de abordar el avión, porque para mí era inconcebible irme a refugiar mientras mis hermanos combatientes (a quienes yo había contribuido a motivar para la ofensiva) iban a morir en el frente de batalla. Yo quería estar allí con ellos. Y estuve y no me arrepiento.

Era la medianoche y aunque no había luz de luna el cielo estrellado proporcionaba suficiente claridad como para discernir el camino. El encargado militar de nuestra unidad guerrillera era un conocedor del terreno, no solamente de aquella zona, sino de todo el frente Nororiental. Él mismo tomó la vanguardia de nuestra pequeña columna y nos condujo hasta alcanzar una vereda paralela a la calle que la patrulla enemiga había usado más temprano. Muy cuidadosamente trepamos la ladera hasta alcanzar la cima donde pausamos unos minutos, mientras un par de compas se adelantaron para explorar trincheras. Cruzamos la cresta de aquel pequeño cerro evadiendo los cuerpos de algunos soldados que yacían en el suelo envueltos en sus capotes, durmiendo plácidamente, algunos roncando, otros pedorreando en su sueño. Un olor a cigarrillo podía percibirse en el fresco aire de la noche, y de reojo me pareció haber visto a no muy corta distancia, mientras avanzaba en cuclillas, el brillo de una brasa encendida, como una pequeña luciérnaga roja. Esperaba escuchar disparos en cualquier momento, y mi dedo índice iba listo en el gatillo de mi fusil M-16; si íbamos a morir, moriríamos en combate. Pero nada ocurrió y alcanzamos la ladera del otro lado del cerro.

El descenso fue mucho más rápido que la subida, porque la pendiente era más inclinada y resbaladiza debido a piedrecillas sueltas por aquí y por allá. Llegamos a una vaguada cubierta de matorrales en donde nos detuvimos unos instantes para agarrar aire y soltar la tensa presión que nos agobiaba. Algunos se sentaron en piedras, otros a ras de suelo, y algunos otros se quedaron de pie. Alguien dijo:

¡Increíble! ¡No nos detectaron!

¡Y el posta estaba fumando! agregó otro.

Yo pienso que el posta se ahuevó; tal vez pensó que éramos muchos opinó alguien más.

Dormido no estaba, porque los sonámbulos no fuman aseveró el jefe de escuadra.

¡Fue un milagro! ¡Dios nos ayudó! concluyó el radista.

Yo me quedé en silencio considerando lo expresado por el radio operador que había apagado su aparato durante la riesgosa y osada travesía. Me hizo recordar varios pasajes del antiguo testamento de la biblia en los que se adjudica a Dios sucesos de carácter puramente militar. Hechos que antiguamente eran considerados “milagros”. Por mi parte nunca había sido religioso y jamás en mi vida lo sería, aunque en mi niñez, influenciado por adultos impositivos, tuve la tendencia a creer dudosamente en la existencia de Dios, lo cual durante la guerra desapareció completamente. Mi explicación de aquel extraordinario suceso fue que el centinela de los soldados no nos detectó; estaba de espaldas al punto por donde nosotros pasamos y no tan cerca; de lo contrario, seguramente hubiera alertado a sus compañeros, ya que era su costumbre armar gran escándalo a la más mínima provocación. ¿Quién no recuerda las exageradas balaceras y mortereos con que reaccionaban los batallones de la Fuerza Armada ante un solo disparo hecho por alguno de nuestros compañeros en el tiempo de las pequeñas unidades guerrilleras? Lo hacían por varias razones: indisciplina, miedo, y para deshacerse del enorme cargamento de sus mochilas repletas de munición. Si el posta nos hubiese visto, eso habría pasado con seguridad.

Luego de unos cuantos minutos reiniciamos la marcha hacia el gran cerro Cacahuatique, en la cordillera del mismo nombre, en donde se encontraba Fidel “Zarco”, el jefe de toda aquella zona, y quien varias horas después, nos instruiría sobre nuestro retorno al siempre bello y querido Norte del departamento de Morazán.

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NOTA: Durante la guerra en El Salvador (1980-1992), al interior de la guerrilla se le llamaba radista a la compañera o compañero radio operador, que prácticamente era parte indispensable de toda unidad estructurada.

3 pensamientos en “El Milagro en Río Seco

  1. Anónimo dice:

    Solo alguien que ha estado en el lugar donde sucedieron los hechos tiene la capacidad de escribir algo como esto, Hace 26 años sucedió lo que narra esa historia que me ha hecho recordar esos tiempos que parecen irreales y muy lejanos ahora.Esta es una capsulita de memoria real y pura, narrada desde la óptica de un protagonista sin compromisos políticos partidarista. Narra en forma elegante una realidad descarnada que poco a poco va siendo sepultada en el olvido ya sea por la carencia de recursos de los protagonistas o por lo aplastante de la difusión de la memoria oficial.Gracias Yasser por este relato que bastante nos remueve las neuronas de la memoria a los que aun la tenemos lucida y comprometida solo con esa memoria que formaría parte de la identidad de esa generación en extinción.

  2. Anónimo dice:

    Interesante. Gracias Fidel y Yasser por compartir esas memoria que como dice Fidel muchos no podemos compartir por falta de recursos, tenia mucho tiempo de no checar este blog porque dejaron de publicar por mucho tiempo. Hoy me e dado gusto viendo todo lo que me habia perdido.

  3. Anónimo dice:

    Gracias a uds. los lectores que conocen de las gotas de memoria que aun existe en los cerebros de protagonistas. Estimula saber que disfrutan conocer de esas experiencias que de alguna forma son parte de nuestra identidad como pueblo por salir adelante de las adversidades que se le presentan.

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