Amo la Lluvia

Por Baneste

Amo la lluvia. Lo puedo decir porque me encanta cuando está lloviendo, a diferencia de otros que la detestan porque “interfiere” en sus actividades. Y ahora ha llovido prolongadamente durante dos días consecutivos.

La gente, afuera, con sus paraguas, capotes y chaquetas impermeables, me parece a mí un componente hermoso de mi contemplación nostálgica. La calle a la vista de mi ventana siempre es transitada. Cada quien, hacia un rumbo o hacia el otro, desde mi perspectiva, expresa un silencio (aún yendo conversando en parejas) que me comunica el esfuerzo y la búsqueda por la realización de sus sueños.

Y la lluvia para mí es nostalgia. Me trae recuerdos, me evoca memorias de días pasados que definitivamente jamás volverán. Recuerdo los caminos fangosos de aquél paísito, dibujo del hambre del conquistador menesteroso. Aquel que traía la Espada y la Cruz. Los charcos enormes de aguas negruzcas donde podrían vivir centenares de ranas. Las crecidas corrientes que muy bien simulaban ríos violentos, arrastrando en sus aguas manchadas desperdicios del mundo que la naturaleza dispersa por distintos lugares.

Sucesos políticos, episodios de entretenimiento, noticias horribles de países destruidos ocupan la mente, mientras las gotas leves de la lluvia caen, así como lo han hecho a través de los siglos; y el tiempo no incólume, porque es movimiento, lo soporta todo en el más despavorido silencio.

Amo la lluvia, porque yo nací en agosto, un mes muy lluvioso en aquel pequeño terruño que con sus personas se esfuerza en el tiempo. Aquel terruñito que fue destruido por sus propios gusanos. Aquel de volcanes, riachuelos y lagos de azul invencible. Aquel donde el indio pasea su hambre y sed de justicia.

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