Apuntes de una entrevista realizada por C.J.
Polychroniou a Michael Albert, fundador de Z Magazine, en la que se
abordan interrogantes claves sobre el capitalismo, el socialismo y la economía
participativa, publicada en Truthout.
Por Baneste
El modelo de economía participativa
ha sido propuesto desde hace algún tiempo como una alternativa viable al
capitalismo y al sistema de planificación
centralizada; no obstante, resulta ser un concepto mal entendido y continúa
enfrentando oposición tanto de capitalistas como de anticapitalistas. La
pregunta surge entonces de ¿qué es exactamente
«economía participativa» y cómo cabe dentro de la visión socialista de una
sociedad sin clases?
Cualquier discusión de sistemas económicos
esencialmente gira en torno a dos polos aparentemente opuestos: capitalismo y
socialismo. No obstante, en la realidad, la mayoría de las economías existentes en la actualidad
en el mundo moderno han sido “economías mixtas”.
El capitalismo es un sistema económico en el
cual personas propietarias de los sitios
de trabajo y de los recursos emplean trabajadores asalariados para generar
producción, y abrumadoramente utilizan la distribución de mercado para mediar
en cómo dicha producción es dispersada. También de manera típica e
inevitablemente (si tiene las primeras dos características), tendrá asimismo
una división corporativa del trabajo, en la cual el 80% de la fuerza laboral
abrumadoramente desempeña tareas rutinarias, subyugadas y de no empoderamiento;
mientras que el otro 20% monopoliza las actividades que dan poder. El rédito
será una función de propiedad y poder de negociación.
Hay, por lo tanto, tres clases principales en
el capitalismo: una clase trabajadora realizando labores de no empoderamiento,
con bajos ingresos y casi nula influencia; una clase capitalista que emplea
trabajadores, vende lo que éstos producen e intenta cosechar ganancias, y la
cual, debido a dichas ganancias, disfruta de tremenda riqueza y poder
dominante; y una clase coordinadora situada entre las otras dos, desarrollando
el trabajo de empoderamiento, y, debido a ello, poseyendo el poder de acumular
elevado ingreso e influencia sustancial.
El socialismo es más difícil de identificar.
Para algunos es una economía en la que aquellos que producen deciden el
producto, de modo que es sin clases, o si se prefiere, tiene solo una clase, la
clase trabajadora, en la que todos y todas tienen el mismo estatus económico.
Para otros, el socialismo es una sociedad con un estado que significativamente
influencia los resultados económicos a favor del público, aún y cuando los
propietarios todavía cosechan ganancias. Todavía para otros, el socialismo es
una economía de propiedad pública o estatal, además de planeación centralizada
o mercados para la distribución.
Esto último es lo que el socialismo ha sido
en la práctica, además de haber tenido una división corporativa del trabajo que
asciende inexorablemente debido a sus formas de distribución, añadido a ello un
estado autoritario. Sin embargo, este tipo de economía podría llamarse “coordinacionismo”,
por la clara y obvia razón de que sus instituciones eliminan la propiedad
capitalista, pero eleva al 20% de la clase coordinadora a un estatus de
autoridad. Afuera con los antiguos jefes: el propietario, la clase capitalista;
adentro con los nuevos jefes: administradores, doctores, abogados, y así, la
clase coordinadora.
El “socialismo
existente en realidad” falló porque a la larga era un sistema político
autoritario, la economía era dirigida desde arriba, y la libertad social y
cultural era dictada desde el aparataje partidario. ¿Sería este sistema
salvable o su caída era inevitable y necesaria?
El “socialismo
existente en realidad” no tenía una buena economía que fue hecha
inaceptable por un estado represivo o autoritario. El “socialismo existente en realidad”, o “el socialismo del siglo XX”, o el socialismo como es delineado en casi toda erudita y seria presentación, que va más allá de solamente
adjetivos positivos, incluye, ya sea mercados o planificación
centralizada, una división corporativa
del trabajo, remuneración por lo producido o poder negociador, y algunas otras
características económicas menos críticas. Así, en un país real, debe, por
supuesto, tener un sistema político asociado, ordenamientos afines,
instituciones culturales, etc. Estos últimos tienen que ser al menos
compatibles con las características económicas o la sociedad estará en
agitación, y un ordenamiento político vigorosamente consistente con el modelo
de planificación centralizada, es un gobierno autoritario.
Por otro lado, la economía participativa
propone solamente unas pocas instituciones claves para una nueva forma de
conducir la economía. Comienza con concilios de trabajadores-consumidores como
los entes de toma de decisiones, y realza la idea de que cada participante en
la vida económica debería tener voz sobre productos en proporción de cómo le
afectan, lo que se llama auto gestión. Propone luego una forma nueva de definir
los empleos para generar una nueva división del trabajo, denominada “complejos de empleo balanceados”. Esta
combina tareas en los empleos de modo que cada persona trabajando en la
economía realiza una mezcla de tareas en sus ocupaciones diarias, de manera que
la situación del “efecto de empoderamiento” de cada trabajador o trabajadora es
igual a la situación de cualquier otro, lo cual elimina la base de la división
clase coordinadora-clase trabajadora.
Seguidamente, el modelo de economía
participativa propone una nueva base equitativa para ganar el ingreso. En vez
de que los ingresos sean determinados por la posesión de propiedad, poder de
negociación o aún por el valor del producto, debería derivarse únicamente de
cuán tan duro trabajamos, por cuánto tiempo laboramos y la onerosidad de las
condiciones en que trabajamos en producción socialmente útil. Y, finalmente, la
economía participativa utiliza una planificación participativa en vez de
planificación de mercados o planificación centralizada. La planificación de
mercados y la planificación centralizada son horrendamente destructivas de la
equidad, la sostenibilidad ecológica, sociabilidad y la capacidad e incluso la
inclinación de las personas de ejercer control sobre sus propias vidas. En
contraste, el modelo de planificación participativa es un proceso de
negociación colectivo de ingresos y resultados a la luz de sus costos y
beneficios personales, sociales y ecológicos. El proceso no tiene centro, ni
cúpula, ni fondo, y comunica auto conducción a todos y todas las participantes.
Literalmente aumenta en vez de destruir la solidaridad, la diversidad, la
equidad y el auto control colectivo.
NOTA: estos apuntos solamente
abarcan un fragmento de la entrevista.