Por Baneste
En las pasadas
elecciones primarias de 2016 en Estados Unidos, se presentaron dos candidatos
con la etiqueta de independiente o sin afiliación partidaria, logrando
arrastrar un gran contingente de votantes desencantados con las figuras
políticas tradicionales. Los candidatos en mención fueron el senador por el
estado de Vermont, Bernie Sanders, y el millonario propietario de negocios y
personaje de la farándula, Donald Trump. Ambos explotaron al máximo la
proyección de su imagen de no afiliados al sistema partidario, aunque sus
candidaturas fueron respaldadas por las dos instituciones políticas que dominan
el espectro electoral estadounidense, el Partido Demócrata, y el Partido
Republicano.
En el caso del
señor Bernie Sanders, él se declaró independiente y se identificó de tendencia
socialista desde los albores de su carrera política en el estado de Vermont, y
aunque como senador ha votado mayormente con los demócratas, ha logrado
mantener una imagen de progresista en el contexto norteamericano que le ayudó enormemente en las elecciones
primarias en las que –de no haber sido por supuestos manejos turbios al interior del
partido– hubiera derrotado a la candidata preferida de la clase política, la
guerrerista señora Hillary Clinton. En cuanto al señor Donald Trump, éste
explotó astutamente su proyección de foráneo con respecto al establecimiento
político, al no conocerse públicamente sus vínculos con las facciones más
conservadoras y reaccionarias del poder político y económico estadounidense.
Míster Trump ganó las elecciones, y una vez sentado en la silla presidencial,
no tardó en demostrar que no solamente pertenece al establecimiento político
que él tanto atacó hipócritamente como candidato para engañar a sus fanáticos
seguidores, sino que es, además, uno de sus más recalcitrantes elementos.
La clara ventaja
de presentarse como independiente o no afiliado partidario, es que le permite
al político que así lo hace, atacar a sus colegas más desprestigiados por su
filiación partidaria y criticar las falencias del sistema de gobierno con
absoluta libertad, sin tener que enfrentar ataques del mismo carácter. Pero se
ha demostrado históricamente que esta ventaja solamente es capitalizable en una
candidatura para un cargo político con la filiación a un partido fuerte en la
contienda electoral, porque el supuesto independiente lo que realmente logra es
acaparar el voto de militantes desencantados, en mayor o menor grado, con la
forma de hacer política de sus representantes partidarios. Pero también
históricamente ha quedado en evidencia que el independiente una vez logrado el
puesto para el cual se postuló, muchas veces se ha quitado las vestiduras y ha dejado al descubierto su verdadera filiación política, con frecuencia siendo su
desempeño peor que el de cualquier político tradicional (como en el caso del
señor Donald Trump), y que la supuesta independencia era solamente una vieja
artimaña para engañar a las personas ingenuas que desconocen todas las
triquiñuelas de las que es capaz un personaje ambicioso de poder.
Resulta curioso
observar que la gente pobre, que tiene que trabajar para sobrevivir, alimente
la expectativa de que un rico millonario que se lanza a la política para
favorecer sus negocios y los de sus hermanos de clase, va a representar y
defender sus intereses, cuando dichos intereses están en contradicción. Míster
Trump ha demostrado en un corto lapso de tiempo que sus intereses son, como es
natural, el aumento de las ganancias de sus numerosas empresas, la promoción de
sus establecimientos dispersos en diferentes lugares, la proyección de sus
campos de golf, la solidificación de una base política neofascista radicalizada
y mal informada, y el beneficio a los grandes millonarios a quienes proyecta
reducir significativamente el pago de impuestos, presentando dicho proyecto de
tal manera que el ciudadano promedio, el que no se informa más allá de los
panfletos de su partido, que las mencionadas reducciones lo benefician a él.
Cuando venga a darse cuenta de que todo ha sido una vieja artimaña, ya será muy
tarde, y para las próximas elecciones los nefastos elementos de la clase
política habrán dilucidado una forma diferente de embaucar al electorado
nuevamente.
En Europa, la
postulación de candidatos de corte independiente o sin reconocida filiación
partidaria ha estado presente desde hace largo tiempo. En Inglaterra muchos
políticos eran elegidos como independientes a la Cámara de los Comunes desde antes
del siglo veinte, aunque su número se ha reducido notablemente a partir de 1945. En
Francia, en 1920, Alexandre Millerand fue electo presidente de la república al
haberse postulado sin filiación partidaria; y el actual presidente Emmanuel
Macron, anteriormente fungió como ministro bajo la etiqueta de independiente.
En El Salvador,
donde se copian todas la marufias políticas que han dado resultado en otros
países, presentándolas a veces como algo original, valiéndose de la falta de
información de la gente, ahora se está promoviendo al actual alcalde de la
ciudad de San Salvador, el señor Nayib Bukele, como posible candidato
independiente no sólo para las elecciones de alcaldes del próximo año, sino
también para los comicios presidenciales del 2019. Este señor ha sido electo al
cargo de alcalde de dos ciudades en distintas ocasiones bajo la bandera del
partido FMLN; pero en un movimiento sin duda orquestado con mucha anterioridad,
provocó su separación política con el partido que lo impulsó en su carrera de manera abrupta, buscando generar el mayor impacto mediático posible, a través de atacar verbalmente a
una concejal de la alcaldía que él dirige, y posteriormente divulgando de la
manera más banal un chisme en el que acusó de abuso sexual en una menor de edad
a un alto dirigente efemelenista. Sus seguidores pretenden presentarlo como un
jovenzuelo rebelde, desafecto al establecimiento político y la mejor opción
para el electorado que se muestra desencantado con los partidos políticos
tradicionales, particularmente los mayoritarios, ARENA y FMLN. Pero el señor
Nayib Bukele es un empresario millonario cuyos intereses nada tienen que ver con
los de la gente pobre y trabajadora de El Salvador; y sus mayores propulsores son
expatriados que poco o nada se identifican con las carencias de los
salvadoreños porque tienen muchos años de residir fuera del país y sus propios intereses pueden ser tan mezquinos como los de su proclamado redentor.
No sería
sorprendente que Nayib Bukele, al igual que el auto proclamado pastor Chamagua
y su radio cadena Mi Gente, sea un proyecto a largo plazo de sectores políticos
conservadores e injerencistas de Estados Unidos, con vista a un escenario futuro en
donde deben contar con opciones al poder en tanto la derecha tradicional y sus
organismos políticos se han desgastado enormemente. Esto ha sido puesto en
práctica, con matices, y con éxito, en otros países, a veces involucrando
agitación social y hasta violencia. Es decir que no se trata de nuevas ideas,
son ideas muy viejas, o más bien dicho, artimañas antiguas que ya han sido
ensayadas en otros lares.