Mujeres Contra del Poder Corporativo Dicen “No a la Privatización del Agua”

En el contexto de la celebración del Día Mundial del Agua, un grupo de mujeres en contra del poder corporativo desarrollaron un foro en el Centro Salvadoreño de Tecnología Apropiada, en el que exhortaron a las autoridades del Estado salvadoreño a no permitir la privatización del recurso hídrico.

 

“No queremos la
privatización del agua. Esto vendría a violar los derechos humanos de la
población salvadoreña. No es posible que la gran empresa se adueñe de los
recursos que nos pertenecen a todos. Instamos al Estado a que eleve la Ley de Agua en la Carta Magna como un derecho humano”, expresó la Directora Ejecutiva
del CESTA, Silvia Quiroa.

Ella enfatizó que
es importante reflejar la lucha que la mujer realiza en las diferente
sociedades el mundo por defender las injusticias del sistema patriarcal. Quiroa
señaló, además, que es tiempo de reflejar un modelo de opresión donde la visión
de la mujer ya no esté desarrollando papeles secundarios, como lo ha sido a
través de la historia.

CESTA argumentó que a nivel centroamericano existen mujeres que se han
opuesto ante el poder corporativo, mujeres que incluso han sido asesinadas por
sicarios, por el hecho de defender los recursos de la madre naturaleza; un caso
de éstos fue el de Berta Cáceres, quien fue asesinada en Honduras el 3 de marzo
de 2016.

Marta Muñoz otra participante
de dicho foro indicó que hay estudios regionales donde se revelan varias
opiniones de mujeres que se oponen ante las malas prácticas de la empresa  privada que violan principalmente los
derechos de la naturaleza y de las mujeres.

“Para el caso de
El Salvador es urgente que se tenga una declaratoria en la Constitución de la
República; una Ley General de Agua
que reconozca que el vital líquido es un bien que nos llegue a todos. No es
posible que empresa privada como la Coca
Cola
sigan extrayendo cantidades del recurso hídrico y deje a las
comunidades de Nejapa sin agua; por lo tanto es necesario que los tomadores
resuelvan este tipo de situaciones que en un futuro vendrán a afectarnos a
todos”, afirmó Muñoz.

Ante esto, el
grupo de mujeres que están en contra de las malas prácticas que ejecutan las
instituciones de la empresa privada estarán expectantes a las decisiones que
tome la actual y nueva Asamblea
Legislativa
en cuanto a la discusión de la Ley General de Agua, la cual se encuentra entrampada desde más de
una década.

Fuente de la información:
voces.org.sv

Día Mundial sin Carne

Normal
0

false
false
false

EN-US
ZH-TW
X-NONE

/* Style Definitions */
table.MsoNormalTable
{mso-style-name:»Table Normal»;
mso-tstyle-rowband-size:0;
mso-tstyle-colband-size:0;
mso-style-noshow:yes;
mso-style-priority:99;
mso-style-parent:»»;
mso-padding-alt:0in 5.4pt 0in 5.4pt;
mso-para-margin-top:0in;
mso-para-margin-right:0in;
mso-para-margin-bottom:8.0pt;
mso-para-margin-left:0in;
line-height:107%;
mso-pagination:widow-orphan;
font-size:11.0pt;
font-family:»Calibri»,sans-serif;
mso-ascii-font-family:Calibri;
mso-ascii-theme-font:minor-latin;
mso-hansi-font-family:Calibri;
mso-hansi-theme-font:minor-latin;}

Desde 1985 se conmemora todos los 20 de marzo el Día Mundial sin Carne con la finalidad de solidarizarse con la vida animal y evitar enfermedades degenerativas y el cáncer.

 

En el 2015 la Organización Mundial de la Salud (OMS)
advirtió que el consumo de carnes rojas y procesadas representan un alto riesgo
de producir cáncer.

Revolución para Chico Pancho

Por Héctor Lara

Cuando Chico Pancho entró por primera vez a la población de Perquín, no pudo menos que rememorar los pueblos fantasmas de las viejas películas de vaqueros: las callejas empedradas, sucias y desiertas; las casas blancas, pintadas con cal, con las puertas y ventanas abiertas de par en par, como esperando que alguien entrara a poner un poco de ruido para espantar la tremenda soledad que llenaba todas las habitaciones.

Por los alrededores del templo católico, cuya fachada parecía una gran coladera hecha a balazos, deambulaban todavía algunos perros famélicos, aullando sin descanso la hiriente pena de sus amos, quienes debieron marcharse para no morir allí donde nacieron sin tener resuelto aún el problema del cielo y del infierno. Eran perros tan flacos que ya no tenían energías ni tan siquiera para sacudirse las multitudes de pulgas que, campantes, recorrían la extensión de sus cueros ya casi sin pelos.

Chico Pancho no era el primero ni el último de aquella sección de alumnos de la escuela militar guerrillera. Iba en el medio de la columna, junto al personal de instructores, área de servicios y cuerpo de mando. Para él era maravilloso descubrir que en su país hubiesen lugares como aquel, con muchos árboles de pino y roble, con clima tan fresco y elevadas montañas, donde el viento zumbaba una incesante música que tornaba más solemne la vasta soledad extendida en las distancias inalcanzables. En su pensamiento romántico era por aquel entonces imposible imaginar que algunos meses después los preciosos árboles estarían convertidos en pequeños monumentos de carbón en honor de la guerra que convirtió en pasto de las llamas los hermosos paisajes.

Como todo buen muchacho procedente de la ciudad, comenzaba a descubrir para qué sirven las piernas. “Porque allá -pensaba- a falta de vehículo propio hay buses, taxis y microbuses, o algún próspero amigo que te da un aventón al trabajo o a la escuela. Un par de zapatos dura un año y se dejan por aburrimiento, no por inutilidad. En la urbe es difícil sorprender al sol saliendo al amanecer de sus escondrijos universales.”

—Aquí es Perquín —reveló un veterano guerrillero.

—Y hemos llegado el propio 8 de diciembre, día de la concepción- dijo otro.

—Y estamos cansados y con mucha hambre —expresó otro más.

Chico Pancho casi no hablaba. Ahogaba sus emociones en el estómago, por lo que, varios años después murió pobre y abandonado de una úlcera en el duodeno. Pero era cierto que habían muchas cosas que le molestaban, como por ejemplo algunas frusilerías normales en una tropa de campesinos rebeldes, la mayoría incultos. Pero él nunca se quejaba, no protestaba, no aplaudía, no celebraba. Quizás por eso, en días anteriores se le había acercado el director de la escuela militar guerrillera, para decirle: “Vos sos un muchacho bien portado. El Colectivo de Conducción de nuestra Escuela Revolucionaria quiere que trabajés en apoyo del equipo de instructores.” “Está bien,” contestó él. Y desde entonces dibujaba organigramas y carteles, durante el día y la noche, mientras la situación militar lo permitía, como material didáctico para las clases teóricas de la técnica de combate.

Llegar a Perquín era, entonces, satisfactorio para Chico Pancho. El sólo hecho de cambiar de lugar anulaba el dolor de las llagas en sus piés y diluía el malestar de sus hombros molidos por el pesor de su fusil FAL, el arnés, la mochila y el saco de yute con cuarenta libras de frijol que iba cargando desde allá, desde Torola, varias horas atrás de camino. A la par del cansancio, sentía satisfacción y orgullo de saberse partícipe en la gran tarea de hacer la revolución, aunque después, con el tiempo, fueron decayendo sus ánimos iniciales al enterarse de que las labores pesadas y el anonimato estaban reservadas para todos, menos para los jefes que siempre eran los mismos.

Por aquellos días, cuando en la atmósfera matutina de Perquín únicamente resonaba el eco del cantar al trote de los pelotones “nos preparamos para vencer; nos preparamos para vencer; nos preparamos para vencer…vencereeéemos!,” nadie imaginaba que aquel montañés puebluzco volvería alguna vez a ser habitado por sus moradores originales.

—Yo pienso que con el tiempo muchas poblaciones de nuestro país van a parecerse a ésta, y que al final sólo quedaremos los dos ejércitos para hartarnos mierda- dijo en cierta ocasión el jefe de instructores a Chico Pancho.

Sin embargo, el milagro ocurrió algún tiempo después, cuando el ejército gubernamental, orientado por los asesores norteamericanos, llevó a algunas familias (supestamente base social suya) para repoblar Perquín, y disputarlo también en el campo político a la guerrilla, puesto que ya se perfilaba como un bastión símbolo del movimiento rebelde. En ese año fue que Chico Pancho resultó seleccionado para desempeñarse como activista político en una zona de expansión, al sur del río Torola, privilegio al que renunció luego que su primer reunión con una directiva comunal resultara un fracaso, según el juicio del circunspecto Albertón, quien a la sazón era su jefe.

—Vos no sos marxista– sentenció Albertón. —Vos sos humanista. Y explicó: “El ejemplo que planteaste a los campesinos para graficar la demagogia del gobierno de Duarte, es una mierda.”

—Marxista, humanista o mierdista, es lo que entienden los campesinos salvadoreños —replicó Chico Pancho en un intento por comenzar a defenderse. Encolerizado el miembro del Comité Central por la respuesta del muchacho, abrió hasta donde pudo los ojos de azteca atragantado, les imprimió un brillo azúfreo, y con un tono entre lúgubre y sarcástico soltó la pregunta:-¿Sabés lo que le pasa a los que contestan de esa forma a un miembro del Partido?

Nueve años más tarde, a punto de morir en un predio baldío en San Salvador, entre la chatarra de vehículos y el estiércol de míseros borrachos, vagabundos desheredados y ladrones rateros; entre los postreros sopores de la última agonía provocada por el incontenible desangramiento bucal y anal, al final del recuento emotivo de sus doce años como guerrillero, Chico Pancho hubo de ver otra vez a Albertón, de pie, impecable, frente a él, en aquel sucio lugar donde yacía abandonado.

—El partido es como una bondadosa madre que nunca nos olvida– dijo el miembro del Comité Central mesándose la espesa barba ya con canas.

—El conoce nuestras cualidades y nuestras debilidades —continuó—. Chico Pancho escuchaba la voz regia del Comandante como en un amplio salón acústico, como en una visión de Ezequiel el profeta, o como en un desdoblamiento astral reservado exclusivamente para los “iniciados”.

—Ahora que la guerra terminó, todos los que como vos se sacrificaron durante los años más difíciles de la lucha, deben ser reconocidos y premiados.

El ex-guerrillero suspiró aliviado. Por un instante consideró que Albertón iba a “ajusticiarlo”,es decir, a matarlo; a cumplir la sentencia de varios años atrás.

—También a vos te incluímos en las listas de desmovilizados. Tenés derecho a una estufa de tres quemadores, un cántaro, dos machetes y un juego de comedor.

Lo último que Chico Pancho vio en la agonía fue una sonrisa, que luego se convirtió en risa, y posteriormente en carcajada, pero no en la cara de Albertón, sino en muchas caras de muchísimos Albertones…

Septiembre, 1992.

La Marca del Diablo

Una creencia muy rara que costó la vida a centenares de miles de personas, la mayoría de ellas, mujeres.

Durante la era de las cacerías de brujas, el cuerpo de una sospechosa de practicar la brujería era a menudo escudriñado en busca de un lunar, una verruga, una cicatriz o un defecto cutáneo llamado Marca del Diablo. Muchos cristianos creían que tal marca era colocada en el cuerpo de una bruja por Satanás después de que ella se comprometiera a él. Si los examinadores de una bruja sospechosa encontraban una posible marca del demonio en ella, esto se consideraba como fuerte evidencia de su culpabilidad. Por lo general, el siguiente paso era torturarla hasta que confesaba, y luego la ataban a una estaca de madera y la quemaban hasta morir.

Había varias teorías sobre cómo el Diablo creaba su marca. Algunas personas creían que aparecía cuando lamía la piel de una mujer con su lengua. Otros decían que él rastrillaba su garra a través de su carne, o la quemaba con un hierro caliente, o creaba un tipo especial de tatuaje. Estas teorías diferentes sugieren que las marcas no tenían una apariencia consistente, pero podían tomar varias aspectos, formas y colores. En consecuencia, los examinadores confiaban generalmente en su propio juicio al intentar identificar marcas posibles. Para asegurarse de que la búsqueda era minuciosa, la persona sospechosa era despojada de su ropa, y todo el pelo de su cuerpo se afeitaba.

Una forma de probar una posible marca era pincharle con una aguja. Se creía que una verdadera marca de demonio era insensible al dolor, así que si una sospechosa no sentía la penetración de la aguja, esto probaría que era una bruja. Pero incluso si la inserción de la aguja la hacía gritar en agonía, los examinadores podían acusarla de fingir el dolor y condenarla de todos modos. Así, no importaba lo que hiciera durante la prueba, no podía probar su inocencia.

La Marca del Diablo también se llama Sello del Diablo o Marca de la Bruja. En algunas áreas también se llamaba Tit de bruja, porque un lunar o verruga puede parecerse a un pezón pequeño, y un reducido porcentaje de personas incluso tienen un pequeño tercer pezón en sus cuerpos. Algunos examinadores incluso pensaban que la marca podría ser invisible, y si no se encontraba nada en la búsqueda inicial, empezarían a insertar la aguja en diferentes lugares en el cuerpo de la sospechosa para tratar de encontrar un área insensible.

La era de la cacería de brujas a gran escala comenzó en el siglo XV y continuó por más de 200 años. Comenzó en las áreas católicas de Europa, pero pronto se extendió a las áreas protestantes también. La mayoría de las víctimas eran mujeres de edad, pero algunas mujeres más jóvenes, así como algunos hombres, también fueron asesinadas. Su castigo fue dictado por la Biblia, porque Éxodo 22:18 dice: «No tolerarás que una bruja viva» (versión King James). Cuando terminaron las persecuciones organizadas, decenas de miles de personas habían sido torturadas para forzarlas a confesar y luego quemarlas vivas.

(Traducido por Baneste del libro Weird Beliefs, del autor Barry Wilson).