Comisión de la Verdad Investigará Protestas Violentas en Nicaragua

Las muertes de estudiantes, policías y civiles son los principales casos a investigar.

La junta directiva de la Asamblea Nacional de Nicaragua creará una Comisión de la Verdad para investigar las protestas violentas que dejaron al menos 38 muertos.

El anuncio fue hecho por el presidente del parlamento, Gustavo Porras, quien explicó que el objetivo de la Comisión será analizar y esclarecer la verdad sobre las protestas antigubernamentales y estará conformada por un grupo de juristas, intelectuales, religiosos y organizaciones.

Paralelo a esto, el Ministerio Público anunció la apertura de una investigación para determinar quiénes fueron los responsables de los hechos violentos que también dejaron pérdidas millonarias en el patrimonio nacional.

Los principales hechos a investigar son los episodios de violencia en los que murieron estudiantes, policías y civiles y los daños a las propiedades públicas y privadas.

El 18 de abril inició una serie de protestas violentas en Nicaragua contra las reformas del Seguro Social, sin embargo, este fue derogado y las protestas continuaron. Analistas coinciden en que se trata de un guión de la derecha que se aplicó también en Venezuela en 2014 y 2017.


A Propósito del Surgimiento de la Cinematografía

Muy interesante exposición por parte de Vicente Blasco Ibáñez, excelente novelista español, en referencia a las críticas en oposición al recién surgido arte cinematográfico a principios del siglo veinte. Su similitud a las críticas y temores que se expresan en toda época cuando surgen nuevas expresiones artísticas y/o tecnológicas es reveladora.

Vicente Blasco Ibáñez
Vicente Blasco
Ibáñez, refiriéndose a la reticencia con que algunos literatos habían recibido
la cinematografía, expresa: Como todo progreso, ha encontrado numerosos
enemigos, que fingen despreciarlo; especialmente entre los escritores faltos de
las condiciones necesarias para servir a este arte, aunque lo deseasen. La
llamada República de las Letras es un estado conservador y misógino, que se
subleva instintivamente ante toda novedad y la repele con sarcasmos que cree
aristocráticos.
Cuando se
inventó la imprenta, una gran parte de los literatos de entonces también la
consideraron como algo populachero y ordinario, que nunca podría gustar a los
espíritus escogidos. Fue preciso el transcurso de algunas decenas de años para
que todos se convenciesen de que el libro impreso, aunque menos hermoso que el
códice escrito a mano y con letras capitulares artísticamente iluminadas,
servía mejor a la difusión de las ideas y al mejoramiento intelectual de la
humanidad.  
Dentro de
un siglo las gentes se asombrarán tal vez al enterarse de que hubo escritores
que presenciaron el nacimiento de la cinematografía y no hicieron caso de ella,
apreciándola como una diversión pueril y frívola, buena únicamente para el
vulgo ignorante.
Conozco
todas las objeciones contra el cinematógrafo y su creciente difusión. Son las
mismas que todavía a estas horas formulan algunas devotas, en el fondo de las
provincias, contra la novela y contra el teatro, creyéndolos la perdición de la
humanidad y la causa de todas las inmoralidades existentes.
Si la cinematografía
no hubiese de dar en el curso de su desarrollo otras cosas que el sainete
grotesco é inverosímil que hace reir con payasadas de clown, ó las historias de
ladrones y detectives, yo abominaría de ella, como lo hacen muchos. Pero el
nuevo arte está todavía en los primeros vagidos de su infancia; no tiene más
allá de veinticinco años de existencia—que equivalen a veinticinco minutos en
la historia de un invento útil—, y nadie sabe hasta dónde pueden llegar el
desarrollo de su juventud y el esplendor de su madurez.
También la
novela dio en distintos períodos de su vida una floración de libros que
tuvieron por héroes a bandidos «simpáticos» o tenebrosos y a policías
«providenciales», y a nadie se le ocurre decretar por ello la supresión de
dicho género literario. Al lado de la novela psicológica y de observación
directa existirá siempre la novela de folletín. Y lo mismo puede decirse del
teatro. Juntos con el drama y la comedia, atraerán siempre a una gran parte del
público el melodrama espeluznante ó la farsa grotesca.
La
cinematografía no iba a librarse de esta división impuesta por los dos gustos
diversos y antitéticos que se reparten la gran masa del público. Como ocurre en
la infancia de todo arte, el primer producto del cinematógrafo ha sido el melodrama
terrorífico y la farsa que hace reír hasta desquijararse, géneros que con más
rapidez atraen a las multitudes. Pero ahora, después de dos docenas de años de
existencia, los que nos preocupamos del desarrollo cinematográfico vamos viendo
cómo se afina el gusto del público en las naciones más instruidas y cómo al
lado de las historias para reír y las tragedias detectivescas surgen las
primeras manifestaciones de la verdadera novela cinematográfica, con caracteres
extraídos de la realidad, observaciones psicológicas y una fábula que mantiene
despierto al mismo tiempo el interés del espectador.
Yo creo
próximo el nacimiento de muchas novelas cinematográficas que serán al mismo
tiempo grandes obras literarias. Pero estas novelas resultan de más difícil producción
que una novela en forma de libro, ya que en ellas no es posible lo que en la
jerigonza literaria llamamos el «relleno».
* * * * *
La
cinematografía no es el teatro mudo, como creen muchos; es una novela expresada
por medio de imágenes y frases cortas.
El teatro
tiene convencionalismos de lugar y de tiempo, impuestos por los breves límites
de un escenario, y de los cuales no puede librarse. En cambio, la acción de la
novela no reconoce limites; es infinita, como la del cinematógrafo, y puede
componerse de tres o cuatro historias diversas, que se desarrollan a la vez, y
al final vienen a confundirse en una sola; puede tener por escenario los
lugares más diversos de nuestro planeta.
Una obra
teatral llegará, cuando más, hasta siete actos y cambiará sus decoraciones
quince o veinte veces: pero le es imposible ir más allá. Una novela, lo mismo
que una historia cinematográfica, puede disponer de tantos escenarios como
capítulos, tener por fondo los más diversos paisajes y por actores verdaderas
muchedumbres.
Repito que
el «séptimo arte» es novela y no teatro, y tal vez por esto todas las obras
teatrales célebres que fueron trasladadas al cinematógrafo pasaron
inadvertidas, mientras las novelas famosas, al ser filmadas, obtuvieron grandes
éxitos, agrandándose el interés de su fábula con la plasticidad de los
personajes que el lector sólo había podido imaginarse vagamente a través de las
líneas impresas. 
La
multiplicidad de los idiomas con que expresan los hombres su pensamiento
representa para el artista literario un obstáculo que no conocen el pintor, el
escultor, ni el músico. Es cierto que los traductores se encargan de salvar
este obstáculo; pero por grande que sea su pericia y la conciencia con que
realicen su trabajo, ¡resulta siempre tan diversa la novela traducida de la
novela original, y se pierden tantas cosas en el traslado de una a otra!…
En cambio,
la expresión cinematográfica puedo proporcionar a la novela la universalidad de
un cuadro, de una estatua ó de una sinfonía. Los rótulos del film y la necesidad
de traducirlos representan poca cosa en esta clase de obras. Lo importante es
la imagen vivida, la acción interpretada por seres humanos, valiéndose del
gesto, que ignora el estrecho molde de las sílabas.  
Gracias a
este nuevo medio de expresión, el novelista que por su nacimiento pertenece a
un país determinado puede tener por patria intelectual la tierra entera y
ponerse en comunicación con los hombres de todos los colores y todas las
lenguas, hasta con los que viven en los límites de un salvajismo recién
abandonado. Por medio del «séptimo arte», un autor puede en la misma noche
contar su historia imaginada a los públicos de Nueva York, Londres y París, a
las muchedumbres cosmopolitas de los grandes puertos del Pacífico a los árabes
que llegan a caballo al aduar del desierto donde funciona el modesto aparato
del cinematografista errante, a los marineros que invernan en una isla del
Océano Glacial y entretienen sus noches interminables con el relato mudo de las
novelas luminosas.
La
cinematografía depende del desarrollo industrial de un país y de su riqueza.  
El libro
también necesita sujetarse a la influencia de estos dos factores; pero un
editor de novelas impresas puede establecerse en cualquier parte donde existan
imprentas y almacenes de papel, y le bastan unos cuantos miles de pesetas para
publicar sus primeros volúmenes.  
Las casas
editoriales de cinematografía necesitan capitales de millones y crear por su
propia cuenta inmensos talleres. Además, les es indispensable tener a sus
espaldas la grandeza de una de esas naciones que son primeras potencias
industriales, para encontrar con facilidad energías eléctricas gigantescas,
fábricas capaces de producir nuevas maquinarias: en una palabra, para disponer
de poderosos aliados y servidores.
Por este
motivo, el más enorme de los pueblos americanos es y será siempre el primer
productor cinematográfico de la tierra. Francia, que inventó la cinematografía,
figura actualmente como una simple importadora de films facturados desde Nueva
York.
(Extractos
tomados de El Paraíso de las Mujeres,
de Vicente Blasco Ibáñez, 1922).

Se Murió Susie

Por Baneste

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La única vez que
tuve un perro fue a la edad de diez años. En realidad, el perrito pertenecía
también a mi hermano, quien era un año menor que yo, ya que fue un regalo que
nuestro padre nos hizo a ambos. Se trataba de un cachorrito que aún necesitaba
de mucho cuidado, aunque ya se podía jugar con él y llevarlo en caminatas
alrededor de la casa y por el solar que se extendía hasta un cafetal colindante.
Nos habían recomendado alimentarlo con leche y nosotros a nuestra corta edad,
hacíamos lo posible por criarlo de la mejor manera. Estábamos contentos; nos
sentíamos felices, como si nos hubiesen regalado todos los mejores juguetes del
mundo. Y es que muchos niños (y creo que algunas niñas también) consideramos
que las mascotas son juguetitos.

Con mi hermano
jugábamos a cada instante con el pequeño can, excepto cuando estábamos en la
escuela. Afortunadamente para el cachorro –que aunque era muy juguetón, era aún
muy tierno para ser sobre exigido– en ese tiempo las clases se extendían de
ocho de la mañana a doce del mediodía, y de una a las cuatro de la tarde.
Estábamos tan encantados con nuestro animalito que habíamos dejado de concurrir
al predio baldío que estaba al final de la calle de nuestro vecindario, donde
se juntaba toda la chiquillería del barrio para jugar al ladrón librado, al trompo,
al Fútbol, al Yo-yo, capirucho, etc.;
juegos de aquella época cuando todavía no existían las computadoras, ni las tabletas
digitales, ni las consolas de vídeo juego, ni las poderosas mini computadoras
portátiles llamadas teléfonos celulares. Y por la noche, lo dejábamos tranquilo
en un rincón de nuestro dormitorio, donde le habíamos arreglado un nidito con
pedazos de trapos viejos.

Sin embargo un
día, al volver de la escuela a la hora del almuerzo, nos encontramos con
nuestro cachorro muerto. Después de la muerte de nuestra madre nunca nos
habíamos sentido tan tristes, pues quizás nunca habíamos querido tanto a otro
ser que nos abandonara para siempre. El mediodía era caluroso como todos los
del trópico, especialmente en la estación seca, pero antes de comer cavamos con
mi hermano una pequeña fosa en el patio de la casa y depositamos allí el
cadáver del perrito; lo cubrimos de tierra y —a la usanza de las sepulturas
cristianas de seres humanos— le colocamos una cruz que toscamente elaboramos
con dos palos rollizos. Y la memoria de ese pequeño perro ha persistido en mi
mente a través de largo tiempo junto a la de los seres más queridos que han
fallecido, incluyendo mi hermano. Y tal vez ese dolor, tanto dolor, a una edad
infantil, haya sido determinante en mi decisión de nunca jamás volver a tener
un perro.

Esa convicción se
ha ido fortaleciendo a través del paso de los años al llegar a comprender, por
medio de observar, el por qué los seres humanos tienen tanta fascinación con
los perros. En el país donde yo crecí había regiones rurales donde los perros
eran tan famélicos como sus amos, expresión inequívoca de una pobreza extrema;
pero había campesinos que tenían hasta cinco canes. Al llegar a vivir a Estados
Unidos descubrí que los perros son adoración casi sagrada, tanto en las áreas
rurales como urbanas, y tener uno es casi una obligación; y el no tenerlo, o no
demostrar afecto a uno que se encuentre guiado por su dueño, se considera
estrambótico. Es como no sonreír automáticamente; es como tirarse un pedo en
público, aunque sea involuntariamente, es en contra de las normas sociales. Y
es muy triste ver que personas que viven en cuartuchos pequeños, en donde
apenas cabe una cama y alguna mesa chica con una silla, tengan el valor de
tener un animal encerrado en tan reducido espacio solamente porque necesitan compañía.

Me consideré
dichoso cuando, al casarme, coincidentemente mi amada esposa tampoco deseaba
tener perros, aunque nunca abordamos las razones de cada cual. Pero al cabo de algún
tiempo, cuando nuestro hijo alcanzó los doce años de edad, y yo tenía ya un
buen rato de estar fuera del hogar por el divorcio, él exigió que le dieran una
mascota canina. Lo supe durante una visita que hice para estar con él. Aunque
se me pidió una opinión, solamente me limité a expresar que el tener un perro
implicaba una gran responsabilidad, y que consideraba una crueldad los
descuidos con respecto a estos animales. Su madre le concedió su deseo, y
después de una búsqueda un tanto cuidadosa, trajo a su casa una hermosa perra
blanca, de ojos vivaces, peluda, de nombre Susie. Esa perra fue feliz en
esa casa porque tiene un gran solar en su parte trasera, y mi exesposa –al darse
cuenta de que a nuestro hijo solamente le interesaba jugar con el animal– se
abrogó la responsabilidad de cuidarla con mucho esmero.

A esta linda perra
la conocí en la última de las visitas regulares que yo hacía cada mes, porque
recuerdo que pasó casi un año para volver a verla. Y a pesar de que no me veía muy
seguido, y a pesar también de que yo no era muy efusivo con ella, me dio
muestras de un afecto tan grande que me impactó mucho más que un montón de
personas.

Pero después de
siete años de disfrutar de su compañía, Susie se murió, causándonos mucha
tristeza. Su muerte se debió a que nunca pudo reponerse después de sufrir un
grosero ataque por parte de otro perro de la vecindad con el que solía jugar.
De nada sirvieron los mayores cuidados que se le proporcionaron y luego de
varios días de silencioso padecimiento, murió. Fue enterrada en una esquina del
solar de la casa, y sobre su tumba ahora crece una planta de flores bonitas que
permitirán rememorarla. Por mi parte, yo quise escribir esto, para expresar mi
sentimiento de pesar que fue revivido al evocarme este suceso aquel pequeño perrito
que quedó sepultado en el solar de la vivienda donde yo pasé mi infancia.