Sobre la novela «Jaraguá»

NAPOLEÓN RODRÍGUEZ RUIZ (Santa Ana, El Salvador, 24 de junio de 1910 – San Salvador, 3 de septiembre de 1987).
 
Jaraguá. (Novela de las costas de El Salvador).
San Salvador, Editorial Universitaria, 1950, 366 págs.

El desarrollo de la novela en Hispanoamérica ha sido un proceso lento pero muy firme. No hubo vuelos rápidos como en el campo de la poesía, sino un progreso en que cada generación ha tenido una base firme en la labor de la generación anterior. Unos países han avanzado y producido más que otros en la novelística americana. Eso es debido a muchas causas: políticas, históricas y sociales. Este desarrollo nos trae ahora al hecho de que los países más pequeños, llegados a una situación más sólida, han empezado a crear una novelística superior a la de antes, y en algunos casos, como en el Ecuador, superior a la producción de los autores de países más grandes. En los últimos años las repúblicas de Centroamérica nos han dado novelistas de la categoría de Joaquín Gutiérrez, Miguel Ángel Asturias y el autor de este libro.

Jaraguá no es un cuadro de costumbres, es una verdadera novela; es la historia de un hombre, su vida y sus emociones. Este Jaraguå es el nieto ilegitimo de un hacendado salvadoreño. Su madre no le revela su origen, y crece libre de odios y de remordimientos. Aunque no es una novela que tiene por interés primario las costumbres y la vida de El Salvador, hay descripciones muy vivas del país y del modo de vivir de su gente. Jaraguá es un muchacho nacido de la tragedia, pero en su propia vida no hay nada trágico. Todo lo trágico le ha pasado a su madre. Ignorante de quiénes son sus antepasados, con la excepción de su madre, el hijo crece en una atmósfera de bienestar mental y moral. El libro se termina con una nota feliz cuando Jaraguå recibe la herencia que le corresponde, y sólo entonces se da cuenta el muchacho de lo que ha sufrido su madre por él. Dice que no quiere riquezas para sí, sino para su madre, que llegan demasiado tarde para él. Aunque el libro no tiene el sentido de la naturaleza abrumadora de América, las escenas marítimas muestran que en El Salvador también la vida ganada en lucha contra la naturaleza es difícil. Está escrito el libro en un lenguaje llano y preciso, y los diálogos tienen el sabor de la tierra. ―Gregory Rabassa, Columbia University.

Fuente:


Revista Hispánica Moderna, Año 19, No. 1/4 (enero. – diciembre., 1953), pp. 102-103
Publicada por: University of Pennsylvania Press
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/30206745
Acceso: 27-11-2020 20:50 UTC

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Jaraguá

Hace unos días, y recomendado por Bill, administrador de otro Foro frecuentado por salvadoreños, compré y leí la novela de Napoleón Rodríguez Ruiz, titulada »Jaraguá», posiblemente una novela que todos ustedes conocerán. Se trata de la vida de un campesino salvadoreño de la costa llamado Nicasio, pero más conocido con el sobrenombre o apodo de Jaraguá, del que se siente muy orgulloso.

Aunque desconozco la vida del campesino salvadoreño de esa zona de El Salvador, la denominada “costa” —y de todo El Salvador en general— quiero entender que el autor de la obra nos describe, con frases y palabras sencillas, las escenas cotidianas del campesino en una determinada época que, posiblemente, y por el paso del tiempo haya cambiado, o quizá no. No lo sé. Nos habla de sus amores y desamores, miserias y gozos, y nos describe las características de una tierra que me parece bravía y llena de hombres valientes.

Personajes como la Loncha, don Salva, Marcial, doña Silve, Nicasio (Jaraguá) son entrañables. Por esta novela entendí la costumbre de ustedes de abreviar los nombres. En alguna ocasión pensé que llamarme Garro, en vez de Garroferal, era un síntoma de burla o desprecio, pero gracias a la novela me di cuenta de que es una característica propia de ustedes, y como tal la acepto gustoso. Rodríguez Ruiz tiene la habilidad de hacer llegar al lector —y al lector lejano en la distancia como lo es un servidor— las peculiaridades de estas gentes sencillas, honestas, trabajadoras y abnegadas, en especial las mujeres, o por el contrario nos describe al rico hacendado de carácter recio y dominante. Pero, como es lógico, nos habla mayormente de Jaraguá, todo un personaje que de sencillo que es nos conmueve. Es Jaraguá, para mí —y ya lo he dicho en otro lugar— ese amigo al que todos quisiéramos tener, ese hombre que te mira a los ojos y a la cara de frente, que no se arruga, valiente pero nada dado a la altanería bravucona; es hombre sencillo, posiblemente como sencilla sea la tierra que le vio nacer.

Es una novela costumbrista, y, para mí, llena de una gracia singular al estar sus diálogos tan enriquecidos con la sencillez de un lenguaje peculiar del indio campesino salvadoreño. Al principio me costaba entender sus palabras, giros y modismos en el idioma, y tenía que ir constantemente al índice final donde el autor traslada al castellano las idiosincrasias del lenguaje campesino. Pero poco a poco no me hizo falta, me fui familiarizando.

Quiero manifestar, con este comentario, que aspectos tales como esta obra nos describe, anula por completo ciertas actitudes de una parte (espero que ínfima) de la actual juventud salvadoreña, las tristemente famosas maras, porque el autor de la novela —que aun desconociendo la fecha de su nacimiento supongo hará más de 50 años—, nos describe una sociedad sencilla y limpia, que si ha sido mancillada por una minoría tiempo después, no la degrada para nada. Quiero mantener la idea que de El Salvador nos transmite el autor, por considerar que es la auténticamente genuina. La otra, contaminada por contagios externos, no debe sobreponerse a una tan sencilla y noble como la de Jaraguá y sus contemporáneos.

© Garroferal

 

Resumen de la Obra «Ética» de Spinoza

Por Esteban Balmore Cruz

Tipo de obra: Filosoía 

Autor: Benedictus de Spinoza (1632-1677)
Primera publicación: 1677

El título  completo en latín de la obra maestra de Spinoza es Ethica ordine geometrico demonstrata (Una demostración geométrica de la ética) y es una novedad en la historia del pensamiento, pero esta obra es famosa no por el uso novedoso de método, sino a pesar de ello. La principal ventaja del método es que revela el pensamiento de Spinoza con la mayor claridad posible, y aunque las demostraciones pueden no satisfacer a los críticos que se preocupan solo por las definiciones y la forma lógica, tienen una fuerte fuerza persuasiva sobre quienes, ya comprometidos con el amor del bien y de Dios, necesitan claridad y estructura en sus pensamientos.

Spinoza comienza con definiciones, procede a axiomas (no comprobados pero obviamente aceptables) y luego a proposiciones y demostraciones. Obviamente, si se debe encontrar fallas en el argumento de este filósofo, cualquier lugar es vulnerable, ya que se puede discutir sobre las definiciones, dudar de la verdad de los axiomas o cuestionar la validez de las demostraciones. Pero para rechazar el libro sería necesario cuestionar la integridad y sabiduría del espíritu de Spinoza, y eso no solo sería difícil sino, impertinente de hacer.

Durante mucho tiempo se ha considerado un error en filosofía intentar deducir lo que los humanos deben hacer a partir de un estudio de lo que hacen, pero lo que intenta Spinoza es una deducción de lo que los humanos deben hacer a partir de un estudio de lo que debe ser, según sus definiciones y axiomas. La principal crítica de su método, entonces, no es que se equivoque, aunque la mayoría de los críticos encuentran errores en él, sino que trata de usar medios lógicos para derivar verdades éticas. La crítica depende, lógicamente, del supuesto de que las verdades éticas o son cuestiones de hecho, no de lógica, o bien que no son verdades en absoluto sino, por ejemplo, expresiones emotivas.

Spinoza comienza la Ética con definiciones de «causa», «finito», «sustancia», «atributo», «modo», «libre», «eternidad» y «Dios», definiéndose este último término como «Ser absolutamente infinto sustancia, es decir, sustancia constituida de atributos infinitos, cada uno de los cuales expresa esencia eterna e infinita «. Para entender esta definición debe relacionársela con las definiciones de los términos dentro de ella, tales como «sustancia», «finito» y «atributo», pero también hay que resistir la tentación de identificar el término, así definido, con cualquier término usado convencionalmente. El Dios de Spinoza es bastante diferente del Dios de cualquier otra persona, al menos en su concepción. El punto de la definición es que lo que este filósofo quiere decir con «Dios» es todo lo que es «concebido a través de sí mismo» (es sustancia), no tiene límite para sus características esenciales (tiene atributos infinitos) y mantiene su carácter eternamente. Como se podría sospechar, la definición de «Dios» es crucial.

Los axiomas contienen verdades lógicas y semánticas como: «I. Todo lo que es, está en sí mismo o en otro»; «II. Lo que no puede ser concebido por otro, debe ser concebido por sí mismo»; «VI. Una idea verdadera debe coincidir con aquella de la que es idea», y «VII. La esencia de aquello que puede concebirse como no existente no implica la existencia». Al principio, los axiomas pueden ser desconcertantes, pero no son tan extraordinarios como parecen. El último axioma, por ejemplo, el número VII, sólo significa que cualquier cosa que puede pensarse como no existente no tiene por qué existir por su naturaleza.

Las proposiciones comienzan como implícitas directamente en las definiciones: «I. La sustancia es por su naturaleza anterior a sus modificaciones» se desprende de las definiciones de «sustancia» y «modo», y «II. Dos sustancias que tienen atributos diferentes no tienen nada en común entre sí», es otra consecuencia de la definición de “sustancia». A medida que aumentan las proposiciones, las demostraciones se hacen más largas, haciendo referencia no sólo a las definiciones sino también a las proposiciones anteriores y sus corolarios. Para aquellos interesados en la filosofía técnica, las demostraciones son intrigantes incluso cuando no son convincentes, pero para otros son innecesarias; lo importante es llegar a la idea central de Spinoza.

La Proposición XI es importante para preparar el camino para el argumento principal de este filósofo: «XL Dios o sustancia que consta de atributos infinitos, cada uno de los cuales expresa esencia eterna e infinita, necesariamente existe». Aunque se puede sentir tentado a aprovechar esta proposición como un instrumento a usar contra los ateos, es necesario recordar que el término «Dios» es un término técnico para Spinoza y tiene poco, si es que tiene algo, que ver con el objeto del culto religioso. .La Proposición XIV pronto sigue con la sorprendente afirmación de que «además de Dios, ninguna sustancia puede ser ni puede ser concebida». Un corolario de esta proposición es la idea de que Dios es uno; es decir, todo lo que existe, toda la naturaleza, es Dios. Las cosas individuales no existen por su naturaleza, sino sólo por la acción de Dios; y Dios no es sólo la causa de su existencia sino también de su naturaleza. (XXIV, XXV). Se podría esperar, en consecuencia, que una gran parte del universo sea contingente; es decir, depende de algo distinto de sí mismo y no tiene por qué ser como es. Pero Spinoza sostiene en la Proposición XXIX que «en la naturaleza no hay nada contingente, pero todas las cosas están determinadas por la necesidad de la naturaleza divina de existir y actuar de cierta manera». En consecuencia, la voluntad del hombre no es libre sino necesaria. (XXXII). Esta fue una de las ideas que hicieron impopular a Spinoza tanto entre judíos como entre cristianos.

Habiendo utilizado la Parte Uno de la Ética para desarrollar la concepción de Dios, Spinoza continúa en la Parte Dos, después de presentar más definiciones y axiomas, a explicar la naturaleza y el origen de la mente. Aquí nuevamente concluye que «en la mente no hay absoluto ni libre albedrío …» (XLVIII.). En esta sección también desarrolla la idea de que Dios es un ser pensante y extendido. En la Parte Tres, «Sobre el origen y la naturaleza de las emociones», Spinoza sostiene que las emociones son ideas confusas. «Nuestra mente actúa a veces y a veces sufre», sostiene en la Proposición I de esta Parte; «en la medida en que tiene ideas adecuadas, necesariamente actúa; y en la medida en que tiene ideas inadecuadas, necesariamente sufre». Quizás sea bueno notar que define «emoción» como cualquier modificación del cuerpo «por la cual el poder de actuar del mismo aumenta, disminuye, ayuda o dificulta, junto con las ideas de estas modificaciones». En este momento, en su libro, este filósofo ha creado la idea de que Dios, como sustancia pensante y extendida, es tal que toda la naturaleza es pensante y extendida (ya que todo lo que es debe ser parte de Dios). Otra forma de decirlo es que todo lo que existe lo hace tanto como cuerpo como idea. Por tanto, el ser humano existe tanto como cuerpo como idea. Si, entonces, el ser humano, como idea, no comprende adecuadamente las modificaciones del cuerpo humano, la mente sufre.

En la Parte Cuatro, «De la esclavitud humana; o de la fuerza de las emociones», Spinoza define el bien como «aquello que ciertamente sabemos que nos es útil», y en una serie de proposiciones desarrolla la idea de que cada persona necesariamente desea lo que considera bueno, que en el afán de preservar su ser el humano adquiere virtud, y que el deseo de ser feliz y de vivir bien implica desear actuar, vivir, «es decir, existir realmente». En este intento de relacionar la libertad de la persona con su voluntad de actuar y en la identificación del bien con el afán por la existencia, Spinoza anticipó gran parte de la obra más significativa de los existencialistas del siglo XX.

En la Proposición XXVIII de la Parte Cuatro, escribe que «El mayor bien de la mente es el conocimiento de Dios, y la virtud más elevada de la mente es conocer a Dios». Esta afirmación ha sido preparada por proposiciones anteriores que relacionan el bien con lo que se desea, el deseo de actuar, la acción con el ser y el ser con Dios. Debido a la complejidad del argumento se le hace posible a este filósofo argumentar que buscar el ser, buscar el bien, usar la razón y buscar a Dios son lo mismo. Usar la razón implica llegar a tener ideas adecuadas, tener ideas adecuadas implica conocer la naturaleza de las cosas, conocer la naturaleza de las cosas implica conocer a Dios. Aunque pueda parecer que la filosofía de Spinoza, a pesar de todas sus referencias a Dios, es egoísta en el sentido de que esta fase crucial de su argumento depende de la afirmación de que cada humano busca preservar su propio ser, un examen completo de la Parte Cuatro mostrará que maneja trascender la base egoísta de la acción argumentando que para servir mejor al yo se usa la razón; pero usar la razón es buscar una idea adecuada de Dios y, en consecuencia, buscar lo que es bueno para todos. De hecho, Spinoza afirma específicamente que todo lo que hace que los hombres vivan en armonía unos con otros es beneficioso y bueno, y que todo lo que trae discordia es malo. La mayor felicidad o bienaventuranza del hombre, según él, es «la paz mental que brota del conocimiento intuitivo de Dios». Esta conclusión es ciertamente consistente con las ideas de este filósofo de que el bien del humano consiste en escapar de la esclavitud humana de las pasiones, que escapar de las pasiones es comprender las causas que afectan al yo, que comprender las causas implica acción, y que la acción conduce a Dios.

Cuando el hombre a través de la acción racional llega a determinarse a sí mismo, participa de la esencia de todo ser; llega a ser tan uno con Dios que posee un amor intelectual por Dios, que es la bendición y la virtud del hombre. Lo eterno es conocido solo por lo eterno; por tanto, al conocer a Dios, el hombre se hace eterno no de una manera finita o individual, sino como parte del ser de Dios.

Despojada de sus atavíos formales y de aquellos aspectos en los que la imaginación filosófica supera la credibilidad por ejemplo, la afirmación de que todo es pensamiento y extensión, la filosofía de la Ética de Spinoza le dice al lector que la felicidad consiste en comprender las causas de las cosas. Se podría argumentar que esta idea, tan familiar en filosofía, expresa más simplemente que cualquier otro concepto el tipo de fe que convierte a un hombre en filósofo; pero comprender las causas de las cosas es, como concluye Spinoza, «tan difícil como raro».

Alfonso Hernandez: Arte poética

 Arte poética

Por Alfonso Hernandez

En cualquier pedazo de papel escribimos el poema,
En él plasmamos vida, vísceras, sueños.
Una piedra puede ser el poema,
Un niño, una madre,
Un caído con sus agujeros inundados de pólvora,
Una tumba
O una calle con su caminante lanzando su
Corazón más allá del amor.

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Alfonso Hernández (1948-1988). Nació en la ciudad de San Vicente. Periodista, poeta, cuentista, novelista y comandante guerrillero, desde muy joven militó en organizaciones estudiantiles de oposición. Entre 1967 y 1970 fue miembro del grupo literario “La masacuata”. Comenzó estudios de Sociología en la Universidad de El Salvador, los que abandonó para dedicarse de lleno a la lucha revolucionaria, en la que utilizó el seudónimo de “Gonzalo”..
Fue miembro fundador de las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN, 1975), surgidas trás la cruenta división del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) por el ajusticiamiento del poeta Roque Dalton. Entre 1976 y 1979, Hernández realizó actividades organizativas del Frente de Acción Popular Unificada (FAPU) y de varios sindicatos obreros. Murió decapitado, el 10 de noviembre de 1988, en las faldas del volcán de San Salvador, tras ser capturado, herido, después de un combate con elementos de la hoy disuelta Policía de Hacienda.En 1990, la capitalina Asociación Salvadoreña de Trabajadores del Arte y la Cultura (ASTAC) creó un certamen literario anual que llevó su nombre, el cual tuvo cuatro ediciones y logró editar tres publicaciones de los trabajos premiados.
Sombrero Azul, sello editorial de ASTAC, publicó dos antologías con textos poéticos, narrativos y testimoniales de Alfonso Hernández. Esas obras fueron tituladas Esta es la hora (selección de Alfonso Quijada Urías y Carlos Alfonso Velis, con prólogo del primero, San Salvador y México D. F., Plural, 1989) y Diálogo de las germinaciones y otros cuentos (San Salvador, 1994, con una breve introducción, titulada Humor, tragedia y heroísmo en la vida y obra literaria de un poeta guerrillero, escrito por Carlos Alfonso Velis).
Otros libros suyos -algunos publicados en reproducciones artesanales de muy mala calidad y escaso tiraje- son: Poemas (1974), Cartas a Irene (1975), Del hombre al corazón del mundo (1976), País, memoria de muerte (1978, cuyo manuscrito se encuentra en los archivos latinoamericanos de la Universidad de Texas en Austin), León de piedra. Testimonios de la lucha de clases en El Salvador (collage, 1981), La cruzada de los niños (San José, Costa Rica, 1981), Vamos a la vuelta del Toro Toronjil (novela) y Poesía en armas. Hasta el momento y fuera de los sentidos prólogos escritos por Quijada Urías y Alfonso Velis, los trabajos más serios sobre su obra son el artículo Alfonso Hernández, narrador sin tiempo (publicado por el narrador y docente salvadoreño Rafael Francisco Góchez en el Suplemento Cultural Tres Mil, Diario Latino, año 6, no. 257, sábado 8 de abril de 1995, páginas 12-14) y el ensayo Alfonso Hernández: de la poesía como “miasma” (redactado por el doctor Rafael Lara Martínez e incluido en las páginas 205-221 de su libro La tormenta entre las manos. Ensayos sobre literatura salvadoreña, San Salvador, DPI-CONCULTURA, 2000).

Biografía de Rutilio Grande

Rutilio Grande García (1928 – 1977). Sacerdote jesuita, promotor de la Teología de la Liberación, y amigo de Monseñor Oscar Arnulfo Romero. El Padre Grande fue párroco de Aguilares, zona en la que ayudó a establecer Comunidades Eclesiales de Base y a ayudar en la organización del campesinado. Murió en 1977, acribillado en una emboscada tendida por desconocidos cuando se dirigía a El Paisnal para dar misa. 

Grande nació en El Paisnal, El Salvador, donde en su juventud fue reclutado al sacerdocio por el Arzobispo Luis Chávez y González. Estudió en el seminario de San José de la Montaña, en donde comenzó en 1967 su amistad con Romero, otro estudiante del seminario. Mantuvieron esta amistad a través de los años, y en junio de 1970 Grande sirvió como maestro de ceremonias en la instalación de Romero como obispo auxiliar de San Salvador.[1] También pasó un tiempo de estudios en Bilbao, donde se alojó en casa de la familia Gerrikagoitia. Ellos le recuerdan todavía con cariño, y como «un hombre discreto, que hablaba muy bajito, y guapísimo».

El 24 de septiembre de 1972, el padre Grande se convirtió en párroco de Aguilares, la misma parroquia en que él había pasado su niñez y juventud. Allí fue uno de los jesuitas responsables de establecer las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) y de entrenar a los líderes, llamados Delegados de la Palabra.[2] Este movimiento de organización campesina encontró oposición entre los terratenientes, que lo veían como una amenaza a su poder, y también entre sacerdotes conservadores quienes temían que la iglesia católica llegara a ser controlada por fuerzas políticas izquierdistas.

Grande también desafíó al gobierno por su respuesta a acciones que le parecieron destinadas para perseguir a los sacerdotes salvadoreños hasta silenciarlos. El sacerdote colombiano Mario Bernal Londoño, que servía en El Salvador, había sido secuestrado el 28 de enero de 1977 frente al templo de Apopa, cerca de San Salvador —supuestamente por guerrillas— junto con un miembro de la parroquia, quien salió salvo.[3] Posteriormente el padre Bernal fue expulsado del país por el gobierno. El 13 de febrero de 1977, Grande predicó un sermón que llegó a ser llamado «sermón de Apopa», denunciando la expulsión del padre Bernal por el gobierno (denuncia que la Organización de Estados Americanos, OEA, indicó puede haber provocado el asesinato del padre Grande):

«Queridos hermanos y amigos, me doy perfecta cuenta que muy pronto la Biblia y el Evangelio no podrán cruzar las fronteras. Sólo nos llegarán las cubiertas, ya que todas las páginas son subversivas, contra el pecado, se entiende. De manera que si Jesús cruza la frontera cerca de Chalatenango, no lo dejarán entrar. Le acusarían al Hombre-Dios… de agitador, de forastero judío, que confunde al pueblo con ideas exóticas y foráneas; ideas contra la democracia; esto es, contra las minoría. Ideas contra Dios, porque es un clan de Caínes. Hermanos, no hay duda que lo volverían a crucificar. Y lo han proclamado».[4]

El 12 de marzo, 1977, el padre Grande —acompañado por Manuel Solórzano, de 72 años, y Nelson Rutilio Lemus, de 16— conducía por unos campos de caña de azúcar cerca del pueblo de El Paisnal en la parroquia de Aguilares para la misa vespertina, cuándo los tres quedaron emboscados y murieron ametrallados.[5]

Al saber de los asesinatos, Monseñor Romero fue al templo donde reposaban los tres cuerpos y celebró la misa. Después, Romero pasó varias horas escuchando a los campesinos locales, conociendo sus historias personales de sufrimiento, y horas también en oración. En la mañana del día siguiente, después de reunirse con los sacerdotes y consejeros, monseñor anunció que no asistiría ya a ninguna ocasión gubernamental ni a ninguna junta con el presidente — siendo ambas actividades tradicionales del puesto — hasta que la muerte se investigara. (Ya que nunca se condujo ninguna investigación nacional, resultó que Romero no asistió a ninguna ceremonia de estado, en absoluto, durante sus tres años como arzobispo.)[6]

El domingo siguiente, para protestar por los asesinatos de Grande y sus compañeros, el recién instalado Monseñor Romero canceló las misas en toda la arquidiócesis, para sustituirlas por una sola misa en la catedral de San Salvador. Oficiales de la iglesia criticaron la decisión, pero más de 150 sacerdotes concelebraron la misa y más de 100.000 personas acudieron a la catedral para escuchar el discurso de Romero, quien pidió el fin de la violencia.[7]

La Comunidad Rutilio Grande se fundó el 15 de marzo, 1991, por un grupo de ex-refugiados salvadoreños recién regresados de 11 años de exilio en Nicaragua. Entre los proyectos diversos del grupo es «Radio Rutilio,» una radioemisora que destaca jóvenes locales como presentadores de noticias y anuncios comunitarios.[8] La comunidad colabora también con una congregación luterana estadounidense para brindar educación de secundaria a los niños locales.[9] Además la comunidad mantiene en un programa de «ciudades hermanas» con la ciudad de Davis, California, desde 1996.

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[1] Miguel Cavada Diez, «Rutilio Grande visto por Oscar Romero», Carta a las Iglesias, Año XXII, No. 491-492, 1-28 de febrero, 2002

[2] Penny Lernoux, The Cry of the People, New York: Penguin Books, 1982. (en inglés)

[3] Incident Listing in MIPT Terrorism Knowledge Base (en inglés)

[4] Reportaje en la Situación de los Derechos Humanos en El Salvador, Capítulo II: El Derecho de la Vida, Organización de Estados Americanos, Comisión Interamericana de Derechos Humanos, 17 de noviembre, 1978

[5] «A Century of Jesuit Martyrs», Company Online!: A Magazine of the U.S. Jesuits (en inglés)

[6] «Óscar Romero», por Haydee Rodriguez, CatholicIreland.net, originalmente para la publicación AMDG de los jesuitas irlandeses (en inglés, sin fecha)

[7] «After 25 years ‘St. Romero of the World’ still inspires», por Paul Jeffrey, National Catholic Reporter, 15 de abril, 2005 (en inglés)

[8] Greater Milwaukee Synod, Sister Community: Rutilio Grande (en inglés, acesado 25 de agosto de 2006)

[9] Greater Milwaukee Synod, El Salvador Committee Newsletter, 2006

Libertango de Horacio Ferrer

Horacio Ferrer

Libertango
Por Horacio Ferrer

Mi libertad me ama y todo el ser le entrego.
Mi libertad destranca la cárcel de mis huesos.
Mi libertad se ofende si soy feliz con miedo.
Mi libertad desnuda me hace el amor perfecto.

Mi libertad me insiste con lo que no me atrevo.
Mi libertad me quiere con lo que llevo puesto.
Mi libertad me absuelve si alguna vez la pierdo
por cosas de la vida que a comprender no acierto.

Mi libertad no cuenta los años que yo tengo,
pastora inclaudicable de mis eternos sueños.
Mi libertad me deja y soy un pobre espectro,
mi libertad me llama y en trajes de alas vuelvo.

Mi libertad comprende que yo me sienta preso
de los errores míos sin arrepentimiento.
Mi libertad quisieran el astro sin asueto
y el átomo cautivo, ser libre !qué misterio!

Ser libre. Ya en su vientre mi madre me decía
“ser libre no se compra ni es dádiva o favor”.
Yo vivo del hermoso secreto de esta orgía:
si polvo fui y al polvo iré, soy polvo de alegría
y en leche de alma preño mi libertad en flor.

De niño la adoré, deseándola crecí,
mi libertad, mujer de tiempo y luz,
la quiero hasta el dolor y hasta la soledad.

Mi libertad me sueña con mis amados muertos,
mi libertad adora a los que en vida quiero.
Mi libertad me dice, de cuando en vez, por dentro,
que somos tan felices como deseamos serlo.

Mi libertad conoce al que mató y al cuervo
que ahoga y atormenta la libertad del bueno.
Mi libertad se infarta de hipócritas y necios,
mi libertad trasnocha con santos y bohemios.

Mi libertad es tango de par en par abierto
y es blues y es cueca y choro, danzón y romancero.
Mi libertad es tango, juglar de pueblo en pueblo,
y es murga y sinfonía y es coro en blanco y negro.

Mi libertad es tango que baila en diez mil puertos
y es rock, malambo y salmo y es ópera y flamenco.
Mi libertango es libre, poeta y callejero,
tan viejo como el mundo, tan simple como un credo.

De niño la adoré, deseándola crecí,
mi libertad, mujer de tiempo y luz,
la quiero hasta el dolor y hasta la soledad.

Las Ventajas del Pensamiento Flexible

Al conocerse el resultado proyectado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, difundido por la mayoría de medios de comunicación, dando como triunfador al candidato del Partido Demócrata, Joe Biden, se puede decir que alrededor de la mitad del país participó en una celebración jubilosa por un nuevo comienzo, la sanación y la unidad de la nación. La otra mitad expresó su decepción, temor y enfado por el resultado. Si se retrocede el reloj hasta hace cuatro años, puede verse claramente que se han invertido los papeles. En 2016, millones de estadounidenses estaban entusiasmados con el futuro del país, mientras que otros lamentaban, estaban temerosos y expresaban descontento. Esta publicación no trata sobre política; sin embargo, este encabezado proporciona un excelente ejemplo de lo fácil que es dedicarse al pensamiento de todo o nada

Es tentador pensar que hay un resultado que resolverá todos nuestros problemas y que todo mejorará, ya sea la elección de un nuevo líder, encontrar ese empleo perfecto o conocer a nuestra media naranja. Creer que nuestra vida cambiará para bien o para mal dependiendo de ciertos resultados puede brindarnos sentimientos de alivio, felicidad y esperanza; no obstante, estas emociones son de corta duración si no se obtienen los efectos deseados o si no proporcionan los que originalmente pensamos que ocurrirían. Entonces, a menudo sentimos desesperación, desesperanza, impotencia y resentimiento hacia otros que han obtenido el resultado que deseaban. Involucrarnos en el pensamiento de todo o nada a menudo nos impide considerar alternativas, equilibrar la razón y la emoción, o imaginar un futuro con cualquier otra posibilidad; por lo tanto, no estamos preparados cuando las cosas no salen como queremos o las circunstancias cambian.

El pensamiento flexible, por el contrario, nos permite tener esperanza en los resultados que deseamos, pero también nos prepara para crear múltiples soluciones, consecuencias o pensamientos alternativos. Por ejemplo, se podría decir «si no consigo este empleo, mi carrera nunca avanzará». Si bien este pensamiento brinda esperanza en una oportunidad en particular, la esperanza solo perdurará si el trabajo funciona. En cambio, enmarcarlo como «este empleo sería una gran oportunidad para avanzar en mi carrera», sin decidir que es el único trabajo que mejorará la carrera de uno, es una idea más flexible. Todavía hay esperanza incluso si no se nos ofrece dicho empleo.

Puede ser difícil pensar con flexibilidad, especialmente cuando la cultura hace una gran labor promoviendo el pensamiento del todo o nada, definiendo lo que es bueno, malo, atractivo, digno o valioso, por lo que debemos entrenarnos para pensar de manera flexible. La psicóloga Carla Shuma hace las siguientes sugerencias que pueden ser consideradas para flexibilizar el pensamiento: 

– Evitar el uso de palabras que indiquen solo una buena opción o resultado. Los ejemplos incluyen palabras como nunca, siempre, no lo haré o no puedo. Ciertamente, hay casos en los que estas palabras pueden aplicarse a las circunstancias. Sin embargo, es importante reconocer que su uso regular en nuestro proceso de pensamiento disminuye el potencial de pensamiento flexible.

– Tener cuidado al dar un gran valor a las cosas, personas y situaciones, mientras se niega el valor potencial de las demás. Colocar ciertos elementos, individuos o resultados en un pedestal mientras se descarta o minimiza el valor de las alternativas presenta el riesgo de tener muy pocas opciones aceptables. La sensación de que no tenemos otras opciones cuando algo no funciona puede conducir a la desesperanza y la depresión. Creer que la vida funcionará independientemente de que ciertas opciones se conviertan en realidad nos permite seguir sintiéndonos esperanzados.

– Tener presente que la mayoría de las circunstancias son temporales. La mayoría de las circunstancias en las que nos encontramos durante nuestra vida son pasajeras. Dar demasiada importancia a eventos específicos y considerar los resultados como permanentes puede hacernos sentir atrapados; puede disminuir nuestra capacidad de resistencia porque creemos que lo mejor de la vida ha quedado atrás o nos sentimos impotentes para encontrar formas de mejorar nuestra situación. En cambio, debemos reconocer nuestros sentimientos, mientras nos recordamos que las situaciones cambiarán y podemos trabajar para cambiarlas.

Reconocer patrones de pensamiento negativos, como la forma de pensar en el todo o nada, es un proceso de reflexión importante. Cuanto antes nos demos cuenta de los patrones de pensamiento que nos impiden pensar con flexibilidad, resolver problemas y encontrar luces plateadas en nuestros días nublados, es menos probable que nos quedemos atrapados en esos patrones indefinidamente. Entonces podemos ver un mundo de opciones y posibilidades en el que podemos participar activamente, en vez de ser un participante pasivo de nuestro sufrimiento. Y esto lo podemos lograr sin importar quién ganó o perdió las elecciones presidenciales, o si  quien considerábamos nuestra mejor amiga nos volvió la espalda cuando más la necesitábamos.

Los Ensayos de Montaigne

Tipo de obra: Ensayos 

Autor: Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592)
Primera publicación: Libros I-II, 1580; I-II, revisión, 1582; I-II-III, 1588; I-II-III, revisión, 1595

Los Ensayos totalizan ciento siete y distribuidos en tres libros. Son de longitud muy diversa y se refieren a los más variados temas, con frecuencia de la más antojadiza índole. Básicamente, los estudiosos de Michel de Montaigne concuerdan en que su evolución siguió un proceso en el que comenzó sus ensayos como un humanista estoico, los continuó como escéptico y los concluyó como un ser humano preocupado por sus semejantes. Con seguridad estas tres fases de su pensamiento son evidentes en sus escritos, porque se puede encontrar en estos volúmenes ensayos en los que el autor considera cómo una persona debe enfrentar el dolor y la muerte, como por ejemplo, en «Porque filosofar es aprender a morir»; otros en los que el ataque escéptico al dogmatismo en la filosofía y la religión es más evidente, como en la famosa «Apología de Raimond Sebond»; y algunos otros en los que el escritor hace un esfuerzo constructivo para animar a los seres humanos a conocerse a sí mismos y actuar con naturalidad por el bien general, como en «La educación de los niños».

Según su biografía, Montaigne se retiró a su mansión cuando tenía treinta y ocho años. La vida pública no le había satisfecho y era lo bastante rico para vivir al margen de la vida activa de su tiempo y entregarse a la contemplación y la redacción de sus libros. Pasó algún tiempo viajando unos años más tarde, y fue nombrado alcalde de Burdeos; pero la mayor parte de su esfuerzo lo dedicó a escribir y revisar sus ensayos, al intento de ensayar, de probar las ideas que se le ocurrían.

Un ensayo importante en el primer volumen es «Que el gusto por el bien y el mal depende en buena parte de la opinión que tenemos de ellos». Este comienza con una paráfrasis de una cita de Epicteto en el sentido de que a los hombres les molestan más las opiniones que las cosas. La creencia de que todo juicio humano es, después de todo, más una función del ser humano que de las cosas juzgadas sugirió a Montaigne que mediante un cambio de actitud los seres humanos podrían alterar los valores de las cosas. Incluso la muerte puede ser valorada, siempre que el hombre que está a punto de morir tenga la disposición adecuada. La pobreza y el dolor también pueden ser buenos siempre que una persona de temperamento valiente desarrolle el gusto por estos. Montaigne concluye que «las cosas no son tan dolorosas y difíciles en sí mismas, pero nuestra debilidad o cobardía las hace. Para juzgar cosas grandes y elevadas se requiere un alma adecuada …».

Esta relatividad estoica se refrenda además en el ensayo «Filosofar es aprender a morir». La preocupación de Montaigne por el problema de afrontar el dolor y la muerte fue causada por el fallecimiento de su mejor amigo, Etienne de la Boétie, que murió en 1563 a la edad de treinta y tres años, y luego por el deceso de su padre, su hermano y varios de sus hijos. Además, el autor estaba profundamente preocupado por las masacres del día de San Bartolomé. Como humanista, estaba bien educado en la literatura y la filosofía de los antiguos, y de ellos se apoyó en la filosofía estoica que le sugirió la valiente muerte de su amigo La Boétie. El título del ensayo es una paráfrasis del comentario de Cicerón «que estudiar filosofía no es más que prepararse para morir». Por alguna razón, tal vez porque no se ajustaba a su temperamento filosófico en ese momento, quizás porque lo había olvidado, Montaigne no aludió a una expresión similar atribuida por Platón a Sócrates; el punto es que el filósofo está interesado en lo eterno, lo inmutable, y que la vida es una preocupación por lo temporal y lo variable. Para Montaigne, sin embargo, la observación significa que el alma en la contemplación se aleja del cuerpo, por así decirlo, o que la filosofía se preocupa de enseñarnos cómo enfrentar la muerte; es la última interpretación la que le interesa.

Al afirmar que todos apuntamos al placer, incluso en la virtud, Montaigne argumentó que la idea de la muerte es naturalmente inquietante. Se refiere a la muerte de su hermano, el Capitán St. Martin, quien murió cuando tenía veintitrés años al ser golpeado detrás de la oreja por una pelota de tenis. Otros casos refuerzan su afirmación de que la muerte a menudo llega inesperadamente a los jóvenes; por eso el problema es urgente. Con estos ejemplos ante nosotros, escribe, ¿cómo podemos «evitar imaginar que la muerte nos tiene, a cada momento, por el cuello?» La solución es enfrentar la muerte y luchar contra ella familiarizándonos tanto con la idea de la misma que ya no tengamos miedo. «La utilidad de vivir», escribe, «no consiste en la duración de los días, sino en el uso del tiempo …» La muerte es natural y lo importante es no desperdiciar la vida con la aprehensión de ella.

En el ensayo «De juzgar la muerte de otro», el autor sostiene que un hombre revela su verdadero carácter cuando muestra cómo se enfrenta a una muerte que sabe que se avecina. Una muerte «estudiada y digerida» puede traer una especie de deleite a un hombre del espíritu apropiado. Montaigne cita a Sócrates y Catón como ejemplos de hombres que supieron morir.

El ensayo más famoso de Montaigne es su «Apología de Raimond Sebond», generalmente considerado como el más completo y eficaz de sus ensayos escépticos. Sin embargo, de lo que este pensador es escéptico no es de la religión, como han afirmado muchos críticos, sino de las pretensiones de la razón y de los filósofos y teólogos dogmáticos. Cuando Montaigne pregunta «¿Qué sais-je?» la expresión se convierte en el lema de su escepticismo: «¿Qué sé yo?», no porque crea que el hombre debería abandonar el uso del intelecto y la imaginación, sino porque cree que es prudente reconocer los límites de estos poderes. El ensayo está aparentemente en defensa del libro titulado Theologia naturtdis: sive Liber creaturarum magistri Raimondi de Sebonde, la obra de un filósofo y teólogo de Toulouse, que escribió el libro alrededor de 1430.

Montaigne considera dos objeciones principales al libro: la primera, que Sebond se equivoca en el esfuerzo por apoyar la creencia cristiana sobre razones humanas; el segundo, que los argumentos de Sebond en apoyo de la fe cristiana son tan débiles que pueden ser fácilmente confundidos. Al comentar la primera objeción, está de acuerdo en que la verdad de Dios solo puede conocerse a través de la fe y la ayuda de Dios, pero sostiene que Sebond debe ser elogiado por su noble esfuerzo de usar la razón al servicio de Dios. Si uno considera los argumentos de Sebond como una ayuda para la fe, pueden verse como guías útiles.

La respuesta de Montaigne a la segunda objeción ocupa la mayor parte del ensayo, y dado que el trabajo tiene, en algunas ediciones, más de doscientas páginas, podemos sentirnos justificados para concluir solo por la extensión de la intensidad de su convicción. Montaigne usa la mayor parte de su ensayo para argumentar en contra de aquellos filósofos que suponen que solo con la razón el hombre puede encontrar la verdad y la felicidad. Los racionalistas que atacan a Sebond no dañan tanto al teólogo como muestran su propia fe falsa en el valor de la razón. Montaigne considera «un hombre solo, sin ayuda extranjera, armado sólo con sus propias armas y sin los ajuares de la gracia y la sabiduría divinas …». y se propone mostrar que tal hombre no solo es miserable y ridículo, sino que se equivoca gravemente en su presunción. Los filósofos que intentan razonar sin ayuda divina no obtienen nada de sus esfuerzos, excepto el conocimiento de su propia debilidad. Sin embargo, ese conocimiento tiene algún valor; Entonces la ignorancia no es ignorancia absoluta. Tampoco es una solución para el filósofo adoptar la actitud estoica y tratar de elevarse por encima de la humanidad, como sugiere Séneca; la única forma de levantarse es abandonando los medios humanos y sufriendo, hacerse elevar por la fe cristiana.

En el ensayo «De la educación de los niños», Montaigne escribe que el único objetivo que tenía al escribir los ensayos era descubrirse a sí mismo. Al dar sus opiniones sobre la educación de los niños, muestra cómo el estudio de sí mismo lo tomó de la idea de la filosofía como un estudio de lo que es «sombrío y formidable» a la idea de la filosofía como un camino hacia la salud y la alegría de la mente y el cuerpo. Afirma que «el signo más manifiesto de la sabiduría es una alegría continua», y que «el La altura y el valor de la verdadera virtud consiste en la facilidad, utilidad y placer de su ejercicio. . . .» La filosofía es «aquello que nos instruye a vivir». El objetivo de la educación es llevar al niño a que no ame nada más que el bien, y el camino hacia este objetivo es una educación que aproveche los apetitos de los jóvenes. Y aunque su amor por los libros llevó al autor a vivir de tal manera que fue acusado de pereza y «falta de temple», justifica su educación señalando que esto es lo peor que los hombres pueden decir de él.

No todos los ensayos de Montaigne reflejan las principales etapas de su transformación de estoico y escéptico a un hombre de buena voluntad. Al igual que Bacon, encontró satisfacción al desarrollar sus ideas sobre las experiencias básicas de la vida. Así escribió sobre la tristeza, la constancia, el miedo, la amistad (con especial referencia a La Boétie), la moderación, la soledad, el sueño, los nombres, los libros. Estos ensayos son animados, imaginativos e informados con el conocimiento de un pensador bien entrenado en los clásicos. Sin embargo, es cuando escribe sobre el dolor y la muerte, refiriéndose a su propia lucha prolongada con los cálculos renales y el fallecimiento de sus seres queridos, y cuando escribe sobre su necesidad de fe y sobre la necesidad del hombre de autoconocimiento, que más conmueve. En tales ensayos, el gran estilista, el pensador educado y el ser humano que lucha son uno. Fue en el ensayo de sí mismo que Montaigne se convirtió en un gran ensayista.

El Cuento de Los Tres Consejos

Un Cuento del folklore latinoamericano, con leves variantes en diferentes países.

(Contado por la Señora Clorinda B. de Somerville, en 1915).

Han de saber que vivía en un pueblo un matrimonio muy bien avenido y que habría sido completamente feliz si la fortuna le hubiese prestado alguna ayuda; pero parece que se complacía en volverle las espaldas. Era inútil cuanto había hecho el marido, hombre bueno a carta cabal, para encontrar trabajo, porque nadie se lo proporcionaba. La mujer, que era una perla, cosía y bordaba a la perfección; pero, por desgracia, tampoco nadie la ayudaba. Tenían un hijo de unos doce años, bueno como ellos, estudioso e inteligente, que era su único consuelo; y sin embargo, su vista hacía sufrir al padre, porque pensaba en el triste porvenir que le aguardaba.

Un día, Juan—así se llamaba nuestro hombre—tomó una determinación desesperada.

—Rosa,—dijo a su mujer—esta situación no puede continuar; si aquí no encuentro en qué ganar la vida, iré a buscarla fuera del pueblo; y como necesito llevar algún dinero para mis primeros gastos, venderemos los muebles que no te sean indispensables, y del producto tomaré yo una parte y te quedarás tú con la otra para subvenir a tus necesidades y a la de nuestro hijo, mientras encuentras costuras y yo vuelvo. Dios ha de permitir que nada les falte en mi ausencia y que ésta sea corta.

La venta de los muebles produjo mil pesos. El tomó seiscientos, y con las lágrimas en los ojos se despidió de su mujer y su hijo.

Al pasar por la casa de un compadre, excelente persona, pero un poco alocado—se dijo:

—Voy a despedirme de mi compadre y a recomendarle que cuide de su ahijado mientras yo regreso,—y entró.

—A despedirme de Ud. vengo, compadrito.

—¿A dónde va, compadre?

—A donde Dios quiera, pues. Voy a tentar suerte, a ver si encuentro trabajo en otra parte, ya que aquí no se gana ni para cigarros.

—Yo lo acompaño, compadre. ¿Cuánto lleva Ud. para el camino?

—Trescientos pesos.

—¡Lo que son las casualidades! yo también tengo aquí otros trescientos; me los echo al bolsillo y vamos andando.

De mucho consuelo sirvió a Juan la compañía de su compadre, que era hombre alegre y decidor. Sus chistes le hacían reir y distraerse de la pena que le ocasionaba la separación de su familia, y conversando y conversando, marchaban sin sentir el camino.

Después de andar una semana, llegaron a la plaza de una ciudad, y en una de sus esquinas vieron una muchedumbre de gente reunida. La natural curiosidad hizo que se acercaran y vieron en medio del grupo a un anciano que pregonaba:

—Tres consejos, señores, por sólo trescientos pesos; tres consejos que procurarán la fortuna y la felicidad a quién los conozca! Tres consejos, a cien pesos cada uno! ¿Nadie se interesa por ellos?

Juan sintió como si una voz interior le ordenara comprarlos, y sin poder contenerse se acercó al anciano y le dijo:

—Yo los compro; aquí están los trescientos pesos.

El anciano recibió el dinero y acercando sus labios al oído de Juan, murmuró:

—Estos son los tres consejos, que te harán feliz si los sigues en todo momento: No dejes lo viejo por lo mozo; No preguntes lo que no te importe; y No te dejes llevar de la primera nueva.

Al apartarse Juan del anciano, todos lo miraban lastimosamente.

—Está loco,—decían.—¡Pobrecito!

Su compadre le preguntó:

—Pero, compadre, por Dios, ¿qué ha hecho? ¿Que ha perdido el juicio? ¿Que no ve que ese viejo es un miserable charlatán, que lo ha robado?

Juan callaba y se decía:—Bien puede que así sea, pero también puede ser que todos se equivoquen;—y se proponía seguir los consejos que había recibido, cada vez que se le presentara la ocasión.

Almorzaron y salieron de la ciudad, porque en ella había también escasez de trabajo; y poco después se encontraron con que el camino que seguían se dividía en dos, uno antiguo y otro recién construido. Preguntaron cuál de los dos era mejor y le contestaron que el viejo era muy largo e incómodo y por eso nadie transitaba por él, y que todo el mundo prefería el nuevo por ser nuevo, más cómodo y más corto.

Juan, que se acordó del primer consejo que le había vendido el anciano, dijo a su compañero:

—Vámonos por el camino antiguo; acuérdese, compadre, del refrán que dice: No dejes lo viejo por lo mozo ni lo cierto por lo dudoso.

—No, compadre, dijo el otro, mejor es que sigamos por el nuevo para llegar más pronto.

—Yo, compadre, me voy por el viejo.

—Y yo por el nuevo, y verá cuál de los dos entra primero a la ciudad. Lo esperaré en la plaza.

En verdad, el camino que tomó Juan, que había sido completamente abandonado hacía más de un año, era muy incómodo; estaba cubierto de matas de cardo y de toda clase de malezas, de charcos y de montones de piedras y de tierra, que dificultaban el paso; y sólo después de cuatro horas de penoso marchar logró salir de él y llegar a otra ciudad.

Cuando Juan entró a la plaza, se asombró grandemente de no encontrar a su compadre, el cual, según sus cálculos, debía haber llegado más de una hora antes que él. No sabiendo qué pensar ni qué hacer, se sentó en un escaño a esperar los acontecimientos. De pronto, el ruido que producían varias personas que se acercaban lo sacó de su meditación y, poniéndose de pie se dirigió al grupo. ¡Cuál no sería el asombro del pobre Juan al ver que traían muerto a su compadre, que había sido acribillado a puñaladas en el camino nuevo para robarle la cartera! Juan lloró sinceramente a su amigo y no se separó de su cadáver hasta dejarlo sepultado.

Juan se encontraba sin recursos, pero en fin estaba vivo; y del cementerio salió pensando que el primer consejo bien valía los cien pesos que le había costado; pero esto no lo salvaba de la triste situación en que se veía. Por suerte, al día siguiente, encontró ocupación, y aunque el trabajo era rudo y no muy bien remunerado, se propuso no salir de la ciudad. Como era económico y llevaba una vida tranquila y arreglada, logró reunir en los nueve años que vivió en ella algún dinero, y pensó entonces en volver a su pueblo a reunirse con su mujer y su hijo, de quienes en todo ese tiempo no había tenido noticias, a fin de establecerse y trabajar por su cuenta al lado de ellos.

Se despidió de su jefe y de sus compañeros de trabajo, que sintieron su ida muy de veras, pues todos lo apreciaban por sus buenas prendas, y partió contento y lleno de ilusiones en el porvenir. Pero tal vez el ensimismamiento en que iba lo hizo equivocar el camino y tomó otro diferente del que pensaba seguir y de repente se encontró en medio de un espeso bosque.

Era de noche y desesperaba ya de encontrar salida, cuando divisó una luz. Guiándose por ella, llegó a un gran palacio, y dirigiéndose a un hombre que estaba allí cerca, le preguntó quién era el dueño.—Nadie lo conoce; pero se sabe que el que entra a su casa nunca más sale de ella.

Juan dijo:—Yo entraré. Entre morir comido de las fieras si duermo a la intemperie y correr la aventura de salvar estando adentro, prefiero lo último—y llamó a la puerta.

Salió a abrir un criado muy bien vestido.

—¿Qué se le ofrece?—preguntó.

—Deseo que se me dé alojamiento por esta noche—respondió Juan.

—Aquí no se niega el alojamiento a nadie; pase a la sala mientras aviso al señor conde.

Poco después entró un caballero de aspecto simpático y le dió la bienvenida. Conversaron un rato y al cabo de un momento el dueño de casa lo invitó a cenar y pasaron al comedor, una hermosa sala, por cierto, regiamente amueblada, como todo el palacio. Pero, una cosa llamó particularmente la atención de Juan y fué que en un extremo de la bien presentada mesa había una calavera colocada entre dos velas encendidas. Cuando tal vió, un estremecimiento nervioso recorrió todo su cuerpo, porque se acordó de lo que le había dicho el hombre que estaba cerca del palacio:—«El que entra a esta casa nunca más sale de ella».—Pero también vino inmediatamente a su memoria el segundo consejo del anciano:—No preguntes lo que no te importe;—y continuó la conversación, fingiendo toda indiferencia.

Se sirvió la cena, y aunque la vista de la calavera le había quitado el apetito, no lo quiso manifestar, y comió con la mayor tranquilidad.

Al fin de la comida, dos sirvientes condujeron al medio del comedor a una hermosa dama cargada de cadenas, y a una seña del conde comenzaron a azotarla sin piedad, hasta que, una vez que le corrió la sangre por la espalda, dejaron de martirizarla y se la llevaron.

Juan miraba hacer y callaba.

El conde estaba sorprendido de ver que su huésped no le dirigiese ninguna pregunta sobre lo que veía, a pesar de que él se valía de todos los medios posibles para que se las hiciese; pero el recuerdo del segundo consejo sellaba los labios de Juan.

Terminada la cena, el conde invitó a Juan a visitar las demás habitaciones del palacio, y después de recorrerlas, nuestro hombre se limitó a alabar el buen gusto con que estaban adornadas y la riqueza de los muebles, por todo lo cual felicitó al propietario. Este le dijo:—No acepto sus felicitaciones hasta que concluyamos, y aún nos queda por ver lo mejor:—Y abriendo una puerta de bronce, se presentó a los ojos de Juan el espectáculo más horrible. No menos de cien esqueletos apoyados en las paredes rodeaban la enorme sala, y un sinnúmero de calaveras y de huesos sueltos cubrían todo el piso. Juan se extremeció por segunda vez, pero no habló ni media palabra.

—¿Qué le parece esto? le preguntó el conde.

—Que esta sala es posiblemente el cementerio de sus antepasados.

—No, señor mío. Todos los esqueletos y huesos que Ud. ve son de personas que fueron mis huéspedes, como Ud.; pero todas ellas me preguntaron qué significaba la calavera alumbrada por dos velas que tenía en la mesa del comedor; quién era la dama que azotaban mis criados y por qué la maltrataban; y yo, que había jurado matar a todo el que me dirigiera estas preguntas, en vez de contestárselas los hacía estrangular. La dama que mis sirvientes llevaron encadenada al comedor y azotaron tan cruelmente, es mi mujer, y recibe ese castigo por haber faltado a la fe que me debía; y la calavera que está en la mesa, es la de su cómplice, a quien maté con mis propias manos. Usted es un hombre extraordinario; es Ud. el único que, en diez años que pasaron estos acontecimientos, no me ha hecho ninguna pregunta; y como mi juramento agregaba que dejaría de heredero de todos mis bienes al primero que no me las hiciera, mañana entregaré a Ud. el testamento en que lo constituyo mi heredero universal.

Cuando Juan despertó al siguiente día, encontró el testamento ofrecido sobre el velador. Se levantó apresuradamente para agradecer al conde su generosa determinación, salió de su cuarto para preguntar si ya se había levantado y vió todo el palacio enlutado y a los criados vestidos de negro.

—¿Qué ocurre?—les preguntó.

—El señor ha amanecido muerto.

—Muy afligido puso a Juan esta noticia, y lloró de corazón la muerte de su benefactor.

Al otro día, después de sepultar los restos del fallecido, Juan convocó a la servidumbre y les leyó el testamento. Todos le reconocieron inmediatamente por su patrón.

Juan dijo al mayordomo:

—Yo voy a partir en busca de mi mujer y de mi hijo para establecernos aquí; pero mientras tanto querría que no se martirizara más a la esposa del antiguo amo de este palacio; creo que ha purgado bien su falta y que, si su marido no la perdonó, ya Dios la habrá perdonado. Atiéndasela en mi ausencia de modo que nada le falte y que descanse en sus últimos días.

—Señor, la señora condesa amaneció muerta esta mañana.

Dispuso Juan que se la sepultase dignamente, y montando en un hermoso caballo y con la cartera repleta de buenos billetes partió a buscar a su esposa y a su hijo.

A pesar de las tétricas aventuras que le habían pasado, iba contento por el camino, y pensaba:—¡Qué bien hice en comprarle los tres consejos al anciano! Bien vale el segundo los cien pesos que di por él!

Cuando llegó a su pueblo no le conocieron. Preguntó por su mujer y le dijeron que se había ido con un hijo que tenía, un año después de haber sido abandonada por su marido, pero no sabían a dónde. Entonces picó espuelas a su caballo y después de algunos días de marcha llegó a una gran ciudad, en la que, a fuerza de preguntar, le dieron noticias de ella. Le dijeron donde vivía y que, aunque a nadie molestaba, también nadie la visitaba, con excepción de un clérigo que todos los días iba a verla. Y esto se lo dijeron con cierto retintín nada tranquilizador.

Pero Juan se acordó a tiempo del tercer consejo, y aquietado, fué a la casa y llamó. La sirvienta le dijo que la señora no recibía a nadie, pero él insistió en verla diciéndole que era muy amigo de su marido y que le traía muy buenas noticias de él. Con este recado, la señora lo recibió inmediatamente. El, sin darse a conocer, estuvo conversando con Rosa un buen rato y le inventó una historia cualquiera de su marido. Contándosela estaba, cuando entró un joven clérigo. Rosa se lo presentó diciéndole que era su hijo, a quien había logrado educar a costa de grandes sacrificios, que por suerte estaban plenamente compensados, pues el joven era muy bueno con ella y era su único sostén. Y mientras decía esto lo acariciaba cariñosamente.

Juan entonces se dió a conocer y es de imaginarse cuán grande sería la alegría de los tres.

Pasadas las primeras espanciones, Juan refirió su verdadera historia, y después de descansar tres días partieron los tres a intaslarse en el palacio que el conde había dejado a Juan.

Nuestro héroe pensaba por el camino:

—¡Qué bien hice en seguir el tercer consejo del anciano! Si no es que lo recuerdo a tiempo, mato a mi mujer, y yo y mi hijo habríamos sido desgraciados para siempre! ¡Feliz consejo! Qué bien dados fueron los cien pesos que pagué por ti!

Juan y Rosa y su hijo vivieron muchos años en el palacio, siendo bendecidos de todos, pues la enorme fortuna que poseían les permitía practicar grandes obras de caridad.

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Patria Exacta

Por Oswaldo Escobar Velado

Esta es mi Patria
un montón de hombres, millones
de hombres, un panal de hombres
que no saben siquiera
de dónde viene el semen
de sus vidas
inmensamente amargas.

Esta es mi Patria.
un río de dolor que va en camisa
y un puño de ladrones
asaltando
en pleno día
la sangre de los pobres.

Cada Gerente de las Compañías
es un pirata a sueldo, cada
Ministro del Gobierno Democrático
un demagogo
que hace discursos y que el pueblo
apenas los entiende.

Ayer oí decir que uno de los técnicos
experto en cuestiones económicas,
que todo marcha bien; que las divisas
en oro de la patria
iluminan las noches
de Washington, que nuestro crédito
es maravilloso, que la balanza
comercial es favorable, que el precio
del café se mantendrá
como un águila ascendiendo y que somos
un pueblo feliz que vive y canta

Así marcha y camina la mentira entre nosotros.
Así las actitudes de los irresponsables.
Y así el mundo ficticio donde cantan
como canarios tísicos,
tres o cuatro poetas,
empleados del gobierno

Digan, griten, poetas del alpiste,
digan la verdad que nos asedia
Digan que somos un pueblo desnutrido…

Esta es la realidad.
Esta es mi Patria, 14 explotadores
y millones que mueren sin sangre en las entrañas.
Esta es la realidad.

¡Yo no la callo aunque me cueste el alma!

____________________

Oswaldo Escobar Velado nació en la ciudad de Santa Ana, el 11 de septiembre de 1919. Fue hijo de  Simón Escobar Vides y María Velado de Escobar fallecida en mayo de 1959, por cuya rama fue nieto y sobrino de los también escritores Calixto Velado y Francisco Herrera Velado.

Miembro del Casino Juvenil Salvadoreño, fue estudiante en el Externado de San José y colaborador literario activo de la radio privada YSP propiedad de Fernando Albayeros Sosa y de las revistas y periódicos La universidad, El Diario de Hoy, Vida universitaria, La tribuna, Opinión estudiantil de la que fue corredactor, en 1944, durante su octava época y Tribuna libre. En 1939 dio inicio a sus primeras labores editoriales, cuando en compañía de Inocente Alvarenga iniciaron los tirajes de la efímera revista Mikra.

Con otros escritores y autoras, integró el grupo SEIS, fundado en las instalaciones de El Diario de Hoy, en la mañana dominical del 11 de enero de 1942. En una de sus primeras actividades públicas como parte de ese grupo literario, Escobar Velado le cantó con su poesía a la Reina de la Loza, en San Juan Nonualco (mayo de 1942).

Tras salvarse de la muerte por inmersión en la playa Los Blancos, departamento de La Paz (20 de diciembre de 1942), durante el resto de la dictadura del general Maximiliano Hernández Martínez, desplegó una fuerte actividad intelectual y política en contra de los despotismos y los totalitarismos mundiales y centroamericanos, labor que pronto lo condujo al exilio, primero en Costa Rica donde completó sus estudios y se doctoró en Jurisprudencia y luego en Guatemala, país en que, en coautoría con Carlos Lobato, escribió y publicó Rebelión en la sangre (1945). Pese a esa actitud, en la década de los 50 incursionó en política y apoyó a varios generales como precandidatos presidenciales, lo que le generó algunas animadversiones y ataques en círculos sociales e intelectuales del país.

Abrió su bufete sobre la primera calle oriente, en San Salvador, a una cuadra de la fatídica “esquina de la muerte”, en las cercanías de la Biblioteca Nacional. En ese lugar, en el Café “Doreña” y en su sucursal al costado del Teatro Nacional, el Dr. Escobar Velado era visitado de forma asidua por jóvenes escritores, atraídos por su fama de poeta y su conversación amable y estimulante, la que muchas veces terminaba con la ingestión de un trago, que lo sumía en borracheras que duraban meses, hasta ser detenidas por su reclusión forzosa en una celda de la Guardia Nacional o en una cama de hospital.

Entre 1950 y 1960 realizó diversas publicaciones en Diario del pueblo, un semanario dirigido y editado en la ciudad de San Miguel por el doctor Juan Díaz Lazo.

En septiembre de 1951, su texto poético Biografía de la sangre rebelde mereció el tercer premio en los Juegos Florales de Quetzaltenango (Guatemala). Un año más tarde, su poemario Cristoamérica resultó triunfador en el Certamen Permanente Centroamericano “15 de septiembre”, organizado por diversas entidades culturales en la capital guatemalteca. Este último galardón le fue entregado en la embajada de Guatemala en San Salvador, en la noche del martes 28 de abril de 1953.

En agosto de 1957, el jurado literario compuesto por Luis Gallegos Valdés, Juan Felipe Toruño y Alberto Rivas Bonilla le otorgó el segundo lugar compartido con Orlando Fresedo en los Juegos Florales Agostinos de la ciudad de San Salvador, por su poema El maíz, el hombre y don Alberto, dedicado a la vida y obra de Alberto Masferrer. Un año más tarde y en ese mismo certamen literario capitalino, sus poemas Tekij y Jinete de América fueron galardonados con el primer y tercer premios de esa rama literaria, a la que se presentó escudado por los pseudónimos “Vladimiro” y “Nicolás Tapia”. En diciembre, su poema TV en frutas fue galardonado con el primer premio en los II Juegos Florales Dicembrinos de Nueva San Salvador.

En 1958, la radio YSKL dio a conocer el programa noticioso y crítico Mediodía, dirigido por Escobar Velado y el cual contaba con reporteros como los escritores Roque Dalton, José Roberto Cea, Tirso Canales, Dagoberto Orrego Candray, José Napoleón Rodríguez Ruiz y Jorge Campos. Cada sábado, este programa transmitía un suplemento cultural, titulado Toro de espuma: antología de la palabra. Por el nivel crítico de sus emisiones en general, este espacio informativo y cultural fue censurado pocos meses más tarde por el régimen de José María Lemus y sus conductores fueron salvados de ser capturados por la policía gracias a una amplia manifestación popular, convocada por los propios locutores durante la última transmisión del programa.

Entre 1958 y septiembre de 1959 fue fundador y director de doce números de la revista literaria capitalina Gallo gris, publicada en San Salvador. Entregada a la juventud literaria del país, esta nueva dirección logró editar cinco números más. Bajo el sello editorial Gallo Gris, el doctor Escobar Velado publicó varios libros, entre los cuales se encontraban sus poemarios Cristoamérica (1959) y Cubamérica (1960). En compañía de los poetas Tirso Canales, Julio Escamilla Saavedra y Agustín Martínez, el primer día de octubre de 1959 fundó una nueva empresa editorial y literaria: las Carpetas antológicas centroamericanas, publicadas en San Salvador por la editorial Serpentario S. A., dirigidas ambas por Escobar Velado. El primer número de esta colección poética, ilustrada por Héctor Rafael Ruiz, apareció al mes siguiente y constaba de varios poemas de Claudia Lars (Casa sobre tu pecho, Tres sonetos del arcángel I, II y V, La rosa, Este origen del mar y Dibujo de la fuga). Poco después apareció la segunda entrega de este nuevo sello editorial, la cual constaba de una muestra literaria del guatemalteco Miguel Ángel Asturias.

Secretario de prensa de la efímera Junta de Gobierno salvadoreña (octubre de 1960-enero de 1961), fungió como trabajador en los departamentos jurídicos del Ministerio de Defensa y de la Guardia Nacional. En este último cargo, se dio a la tarea de promover la formación de tríos y grupos musicales, uno de los cuales grabó un sencillo disco con la letra de su poema Machete estate en tu vaina. El 16 de febrero de 1963, esa incursión en el mundo discográfico se vio complementada de forma póstuma, gracias al lanzamiento de un disco con poemas grabados por él mismo, en los estudios de Radio Nacional de El Salvador, en una grabación realizada en octubre de 1960.

Falleció a las 19:15 horas del sábado 15 de julio de 1961, en el Asilo Salvador (ahora Hospital Psiquiátrico, San Salvador), víctima de un cáncer terminal en la garganta, por el que fue sometido a varias intervenciones quirúrgicas y tratamientos de quimioterapia, practicados desde febrero de ese mismo año en las localidades estadounidenses de Houston y Colorado Springs. Sus restos mortales fueron velados en la casa de su hermano, el Dr. Héctor Escobar Velado, situada en el número 515 de la 91 avenida norte, en la colonia Escalón de la ciudad capital. Su entierro tuvo lugar a las 16:00 horas del domingo 16, en el Cementerio General de San Salvador.
De él dice Matilde Elena López:

«Quisiera que mis palabras fuesen como corolas encendidas para el poeta de mi generación, el más representativo de aquellas luchas libertarias. La mejor parte de aquella generación que no claudicó, que no traicionó sus ideales Porque la otra parte, fue la generación frustrada, suicida en la bohemia o en la burocracia.

De aquella hermosa generación de escritores del 44, muchos cayeron vencidos, otros levantaron su canto y su palabra en alto, corno Oswaldo Escobar Velado, como los QUE NO HEMOS CAMBIADO. Los que como Oswaldo han muerto llenos de fe y engrandecidos por sus mejores sueños de justicia que se levantan desde su poesía como una estrella luminosa, la que nos guía hacia las luchas del pueblo, hacia su destino que está en las barricadas en las luchas universales. Los que no hemos claudicado y somos soldados de esa Revolución. (Oswaldo Escobar Velado y la Generación del 44, pag 16)».

Lo que Ocurre Cuando Alguien Muere

En los Estados Unidos mueren más de 2.8 millones de personas cada año, y a pesar de que las experiencias de vida de cada individuo son únicas, lo que le sucede a un cuerpo después de la muerte sigue una cadena de eventos ampliamente predecible; esto de acuerdo a lo planteado en un artículo firmado por el Director de Programa y profesor auxiliar en Ciencia Mortuoria de la Wayne State University, Mark Evely. En general, dice el catedrático asistente, depende de tres cosas: dónde muere, cómo fallece y lo que el difunto o su familia haya decidido sobre los arreglos funerarios y la disposición final.

La muerte puede ocurrir en cualquier lugar: en la casa; en un hospital; en un centro de enfermería o cuidados paliativos; o en el lugar de un accidente, homicidio o suicidio. Un médico forense debe investigar cada vez que una persona muere inesperadamente mientras no está bajo el cuidado de un médico. Con base en las circunstancias del deceso, determina si es necesaria una autopsia. Si es así, el cadáver se traslada a una morgue o una funeraria, donde un patólogo realiza un examen interno y externo detallado, así como pruebas de toxicología.

Una vez que el cadáver puede ser liberado, algunos estados permiten que las familias lo manejen, pero la mayoría de las personas contratan a un director de funerales. El cuerpo se coloca en una camilla, se cubre y se traslada desde el lugar de la muerte, a veces en un coche fúnebre, pero más comúnmente en la actualidad, una minivan lo lleva a la funeraria.

La ley estatal determina quién tiene la autoridad para hacer arreglos funerarios y tomar decisiones sobre los restos. En algunos estados, se puede elegir durante se está con vida cómo se desea que se trate el cuerpo al morir. En la mayoría de los casos, sin embargo, las decisiones recaen en la familia sobreviviente o en alguien que fue nombrado para esto antes del fallecimiento.

Asegura el profesor Mark Evely que en una encuesta de consumidores de 2020 realizada por la Asociación Nacional de Directores de Funerarias, el 39.4% de los encuestados informaron sentir que es muy importante tener el cuerpo o los restos cremados presentes en un funeral o servicio conmemorativo. Para prepararse para eso, la funeraria generalmente preguntará si el cadáver será embalsamado. Este proceso desinfecta el cuerpo, lo preserva temporalmente para su visualización y servicios, y restaura una apariencia natural y pacífica. El embalsamamiento generalmente se requiere para una vista pública y en ciertas otras circunstancias, incluso si la persona murió de una enfermedad contagiosa o si la cremación o el entierro se retrasará por más de unos pocos días. Cuando el director de la funeraria comienza el proceso de embalsamamiento, coloca el cuerpo en una mesa especial de porcelana o acero inoxidable que se parece mucho a lo que se encuentra en un quirófano. Lo lava con agua y jabón y lo coloca con las manos cruzadas sobre el abdomen, y le cierra los ojos y la boca.

A continuación, el director de la funeraria hace una pequeña incisión cerca de la clavícula, para acceder a la vena yugular y la arteria carótida; inserta unas pinzas en la vena yugular para permitir que la sangre drene, mientras que al mismo tiempo inyecta una solución de embalsamamiento en la mencionada arteria a través de un pequeño tubo conectado a la máquina de embalsamar. Por cada 50 a 75 libras de peso corporal, se necesitan alrededor de un galón de solución de embalsamamiento, compuesta principalmente de formaldehído o metanal. Luego, el director de la funeraria elimina el exceso de líquidos y gases de las cavidades abdominal y torácica utilizando un instrumento llamado trócar, el cual funciona de manera muy similar al tubo de succión que usa un dentista. A continuación, el director de la funeraria sutura las incisiones; peina el cabello y limpia las uñas y nuevamente lava el cuerpo y lo seca. Si el cadáver está demacrado o deshidratado, puede inyectar una solución a través de una aguja hipodérmica para rellenar los rasgos faciales. Si el trauma o la enfermedad ha alterado la apariencia del difunto, el embalsamador puede usar cera, adhesivo y yeso para recrear la forma natural.

Por último, el director de la funeraria viste al difunto y le aplica cosméticos. Si la ropa proporcionada no le queda bien, puede cortarla y meterla en algún lugar que no se vea. Algunas funerarias usan un aerógrafo para aplicar cosméticos; otros usan cosméticos mortuorios especializados o simplemente maquillaje regular que se puede encontrar en una tienda.

Si el difunto debe ser incinerado sin exposición pública, muchas funerarias requieren que un miembro de la familia lo identifique. Una vez que se completa el certificado de defunción y cualquier otra autorización necesaria, la funeraria lo transporta en un contenedor elegido a un crematorio. Esto podría ser en el mismo sitio o en el de un proveedor externo.

Añade el profesor Mark Evely que las cremaciones se realizan individualmente. Aún en el recipiente, se coloca al difunto en el crematorio, que produce un calor muy alto para reducir los restos a fragmentos de hueso. El operador retira cualquier objeto metálico, como implantes, empastes y partes del ataúd o recipiente de cremación, y luego pulveriza los fragmentos de hueso. A continuación coloca los restos procesados en el recipiente o urna seleccionada. Algunas familias optan por conservar los restos cremados, mientras que otras los entierran, los colocan en un nicho o los dispersan. Según estadísticas, el año 2015 fue el primero en que la tasa de cremación superó la de entierros en ataúdes en los Estados Unidos, y la industria espera que esa tendencia continúe.

Cuando se elige el entierro en sepultura, el ataúd generalmente se coloca en un contenedor de exterior de concreto antes de ser bajado a la tumba. Los ataúdes también se pueden sepultar en criptas sobre el suelo dentro de edificios llamados mausoleos. Por lo general, una tumba o cripta tiene una lápida de algún tipo que lleva el nombre y otros detalles sobre el difunto. Algunos cementerios tienen espacios dedicados a entierros «ecológicos» en los que un cuerpo sin embalsamar puede ser enterrado en un recipiente biodegradable. Otras formas de disposición final son menos comunes. Como alternativa a la cremación, el proceso químico de hidrólisis alcalina puede reducir los restos a fragmentos óseos. El compostaje implica colocar al difunto en un recipiente con materiales orgánicos como astillas de madera y paja para permitir que los microbios descompongan naturalmente el cadáver.

Observa el profesor Mark Evely que ha visto muchos cambios en el transcurso de su carrera en el servicio funerario, que abarca más de 20 años. Durante décadas, dice, los directores de funerarias fueron predominantemente hombres, pero ahora la matrícula de las escuelas mortuorias en Estados Unidos es aproximadamente un 65% de mujeres; la cremación se ha vuelto más popular; y más personas planifican con anticipación sus propios funerales. Por otra parte, muchos estadounidenses no tienen afiliación religiosa y, por lo tanto, optan por un servicio menos formal.

Concluye el autor del artículo citado que «decir adiós es importante para los que se quedan, y que ha visto a demasiadas familias renunciar a una ceremonia y luego lamentarla». Una despedida digna y significativa y la ocasión de compartir recuerdos y consolar a los demás honra la vida de la persona fallecida y facilita la curación emocional de familiares y amistades.