Signos del Zodíaco: Sagitario

Sagitario (22 de noviembre – 20 de diciembre).

1. Noveno signo del zodíaco: se sitúa antes del solsticio de invierno, cuando, terminada la labor de los campos, los hombres se consagran más bien a la caza. Símbolo del movimiento, de los instintos nómadas, de la independencia y de los reflejos vivos. Esta parte del cielo se sitúa generalmente bajo el dominio de Júpiter.

2. Estamos al término de la trinidad del fuego. Si en Aries la potencia ígnea era visceral, y si, en el voluntarioso Leo, estaba consagrada a la magnificencia del yo, aquí esta fuerza se convierte en la de las decantaciones espirituales, en la de las iluminaciones de la mente y en la de las subidas interiores, mediante las cuales el instinto y el ego se superan y transcienden hacia lo sobrehumano. Una figura de sublimación es la que representa a este signo: un centauro con los cuatro cascos plantados en el suelo, que se yergue ante el cielo, con un arco tensado en las manos y orientando su flecha en dirección a las estrellas. Cuadro de una criatura llena, que instala su vida en la mayor apertura al universo. Se le hace corresponder precisamente al signo Júpiter, principio de cohesión y de unificación, fundiendo en la unidad global de una amplia síntesis lo terreno y lo celeste, lo humano y lo divino, la materia y el espíritu, lo inconsciente y lo supraconsciente.

 

La secuencia propia de Sagitario se emparenta pues con una epopeya, con una sinfonía, con una catedral, con el itinerario de un impulso panteísta de integración en la vida universal. Y en la raíz del tipo sagitario se discierne un yo en expansión o en intensidad, que busca sus propios límites y aspira a superarlos y ello por el empuje de una especie de instinto de la envergadura o de la grandeza. De ahí una aspiración a cierta elevación o dimensión que él busca en el arrobamiento, el cual puede ser impulso de participación, de asimilación ideal a la vida colectiva, o al contrario, rebelión estimulante contra un poder a dominar, cuando no simple inflación del yo que se pierde en la embriaguez de grandeza.

3. En la tradición de los Upanishad, el sagitario, que es el hombre que tiende a identificarse con la saeta, se consagra a la exaltación del brahmán, cuyo conocimiento asegura la liberación del ciclo de los renacimientos. Es curioso observar que esta liberación del ciclo coincide efectivamente con el fin de la siega y de la vendimia, al comienzo del invierno, cuando toda vida parece aniquilarse. «Lo que es brillante y más sutil que lo sutil, aquello sobre lo que reposan los mundos y los habitantes de los mundos: he ahí al brahmán imperecedero. Es el aliento, es la palabra, el espíritu; es lo real, lo inmortal. Has de saber querido, que ése es el acertero. Habiendo tomado como arco la gran arma de los Upanishad, que disponga en ella la flecha afilada por el homenaje y que lo tense por medio de su mente, que ha alcanzado la entidad. Has de saber, querido, que ése es el acertero».

Según se enseña: la sílaba Om es el arco, el atman es la saeta y el brahmán la fama. (Hay que alcanzarla sin dejarse distraer, Hay que hacerse semejante a la flecha» (Mundaka Upanishad, 11, 2, 2-3-4; VEVD, 421).

La saeta, a la que se asimila el saetero, realiza la sin tesis dinámica del hombre que vuela hacia su transformación, por el conocimiento, de ser animal en ser espiritualizado.

Fuente:

Diccionario de los símbolos
Jean Chevalier & Alain Gheerbrant.
(Traducción: Manuel Silvar & Arturo Rodríguez).

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