«Tembladerales» de Cristóbal Humberto Ibarra

Una novela bastante peculiar en el medio narrativo de su época, no solo por la estructura y enfoque de la vida campestre desde la perspectiva del narrador que es el hijo socialmente sensible de un hacendado, sino también porque el protagonista principal del relato es un alemán antinazi que peleó en Ucrania contra el nazismo y ahora es un trabajador en una hacienda reminiscente del feudalismo en la costa de El Salvador, cuyos peones se verán involucrados colateralmente en los terribles sucesos del levantamiento campesino de 1932. Según la presentación de la tercera edición de la Dirección General de Publicaciones del Ministerio de Cultura y Comunicaciones (1985), «TEMBLADERALES es una novela que con singular maestría describe el vivir sufrido de nuestros campesinos, condición que ellos soportan con la hidalguía de quienes consideran el sufrimiento como ingrediente de su lucha por conquistar la felicidad, aun contra la injusticia, la barbarie refinada y la explotación. Todo dentro de un marco natural, en el cual la narrativa trágica juega con el paisaje, no como ornamento literario sino como testigo de cuanto en la tierra está ocurriendo».

La novela está compuesta de 13 relatos precedidos por una carta a un amigo a quien supuestamente van dirigidos atendiendo una petición, lo que la hace de muy fácil y rápida lectura. Los relatos son separados pero entrelazan la historia, siendo estos:

Guardianes y chapulines

El milagrero

Las paradas

Trampa y contratrampa

¡Enchichados…!

Dos salvaciones

Padres de la tierra

Horizontes del odio

¡Leyfugados!

¡Ojo por ojo…!

Requiescat y alzamiento

Acusadores acusados

Siempre la vida

La tercera edición incluye una completa reseña escrita por Luis Gallegos Valdés, de la cual se reproduce el argumento a continuación (manteniendo la ortografía de la época empleada pr el escritor).  

***

    Trátase de la historia de Garth, un anti-nazi que había luchado en Ucrania contra las tropas alemanas y que había prometido a su madre, terminada la contienda, no volver a matar a ningún ser humano. Garth es tractorista en la hacienda El Sauce, propiedad del viejo don Fabián, abuelo del narrador, al que ha encargado de una delicada misión: reclutar gente para espantar una mancha de chapulín, y esto con la ayuda de la Guardia Nacional. El nieto, muy joven, conoce en ese punto a Garth y le participa su hondo temor ante tal responsabilidad, la cual le hace sentir náuseas hepáticas. Garth lo tranquiliza con su palabra serena. Mas no sólo son Garth y la Teresita Lamas, que lo conquista con su ternura, a pesar de su pasado pecador, los únicos protagonistas. Los viejos —el tío Abel Matute y el abuelo don Fabián, dueño de El Sauce, recio y noblote, don Benemérito Roldán, servicial y práctico—, también aparecen y hablan con su modo peculiar. Apenas esbozadas, vemos a las mujeres de esos viejos agricultores, dicharacheros y activos, y por alusiones conocemos a sus hijos, nueras y nietos. Gracias a Garth, Teresita se salva de morir hundida en el tremedal, aunque muere su caballo Respingo. El agradecimiento se torna cariño y luego amor por el tractorista, que logra hacer de ella una mujer útil; efectivamente, Teresita llega a ser la maestra de El Sauce y los niños la quieren, lo mismo que todos en la hacienda, a la que llegó en busca de refugio material y de paz espiritual. En la Trifulca tenemos a un representante del mundo perruno, viviente e inolvidable, inteligentísima y valiente.

    Las notas sobre el paisaje concurren con su plasticidad a ambientarnos dentro de un cuadro campesino nada idílico por cierto. Surgen los trabajadores del campo, colonos y cosecheros, con sus mujeres y su prole. El patrón don Fabián había sabido hacer de su hacienda un lugar de verdadera armonía y comprensión entre él y sus trabajadores, no obstante el semifeudalismo existente todavía entonces en aquellos latifundios. Sus trabajadores no sólo lo respetaban sino que lo querían. El novelista señala, aquí y allá, rasgos que cualifican positivamente a aquellos campesinos, que se daban enteros a quien sabía decirles una palabra bondadosa y, más que todo, proporcionarles medicinas contra las fiebres palúdicas, casi endémicas en esas remotidades, y, una vez terminadas las cosechas, ofrecerles diversiones: bailes, tamales, guaro.

    El argumento de la novela anuda hábilmente los amores, bastante discretos, del tractorista y de la maestrita, con los acontecimientos trágicos de la época: el levantamiento, en enero de 1932, de las masas campesinas, dirigidas por el líder Agustín Farabundo Martí. En la zona central —Zacatecoluca y sobre todo en La Herradura— aquellos acontecimientos tuvieron cierta resonancia provocando gran inquietud entre los colonos y campesinos de El Sauce, muy unidos pacíficamente en torno al patrón merced a la persuasión de Garth y alejados de toda tendencia comunista y sí dentro de un espíritu cristiano y cooperativo.

    Al principio de la obra, la Guardia Nacional pierde a dos de sus elementos en la captura de los jugadores de chivo o tabas en casa de la rufiana Fraila Rosa. Los salineros, entre jugada y jugada, lanzábanse bromas. Cirilo Paiz, Leandro, Anito Valladares, Vito el más joven de ellos, Garth, Ejote Ulalio, Tino, estaban frente al cabo de la Guardia y sus dos hombres vestidos de civiles. Por fin la camorra, buscada por el cabo, dio resultado; se armó el barullo; la Fraila Rosa cayó herida por el cabo, al que se aferró frenética de una pierna, en medio de las llamas. Fue una samotana infernal; pero los salineros y Garth salieron salvos de la casa consumida por el fuego, seguidos de la Trifulca.

    Al final de la novela hay nuevos signos de tragedia al avanzar, sobre la comandancia local de la Guardia, armados y dispuestos a rescatar a Garth, todos los hombres de El Sauce, comandados por dos bravucones, hermanos del sacristán del pueblo, que había hecho las veces de cura párroco en el entierro de Justino Meza, Joaquín Penagos y Eulalio Henríquez, a quienes el cabo Tánchez aplicó la ley de fuga. Pero se presentan, de pronto, el gobernador acompañado del jefe de la Guardia en momentos en que el comandante del puesto —un resentido social según sus jefes— iba a disparar la ametralladora contra los campesinos de El Sauce, mientras que Garth le apunta con su pistola desde un rincón de la comandancia.

    El título de “Tembladerales” no es simbólico sino real. Efectivamente, Garth como ya se dijo salva a Teresita de perecer en ellos, si bien húndense en el tremedal tres hombres que, mandados por el cabo Tánchez, habían ido a apostarse cerca de allí para dispersar a tiros el entierro de tres campesinos “leyfugados”. Garth está a punto de matar al comandante del puesto de la Guardia en el momento culminante del penúltimo relato; la suerte le fue otra vez favorable como cuando pereció la Fraila Rosa en el incendio de su casa. Garth, por lo demás, se muestra amigo de la gente humilde, justiciero y nada ambicioso. La muerte de sus amigos campesinos y de la valiente Trifulca, perteneciente esa perra a Penagos, gravita sobre su memoria macabramente y será el amor sincero de Teresita Lamas su salvación.

    La narración es autobiográfica, pero sobre el narrador predomina la figura de Garth. Las descripciones son, por lo general, cortas y no exentas, a veces, de cierto preciosismo; la emoción de los atardeceres destácase en ellas; pero el novelista se impone al seguir el hilo de la acción y al observar las reacciones de los protagonistas y la peculiar idiosincrasia de las gentes del campo. Otro mérito más que hay que sumar a esta valiosa aportación a nuestra novelística.

San Salvador, 4 de marzo de 1980.

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Pensamiento expresado por el narrador de Tembladerales:

«A los dieciocho años uno se maravilla de todo. Mi nuevo ensueño de amo continuaba regocijándose y un almacenaje de cosas fantásticas se me iban encimando, hasta dilatarme en una plenitud que quería ser vuelo y transparencia y posesión de posesión de posesiones…» 

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