Resumen de la obra «Utopía»

Por Esteban Balmore Cruz


Género: Tratado humanístico
Autor: Thomas More (1478-1535)
Ubicación: Amberes, Bélgica; Inglaterra; Utopía; durante el reindo de Enrique VII
Primera publicación: 1516 (latín); 1532-1535 (español); 1551 (inglés)
Personajes principales:

Thomas More, autor de la obra, interlocutor de personajes ficticios.
Peter Giles, amigo de More, habitante de Amberes.
Raphael Hythloday, un viajero conocido de Peter Giles.


(En algunas traducciones al español de esta obra, estos personajes aparecen
 con los siguientes nombres: Tomás Moro, Pedro Egidio y Rafael Hitlodeo).


Resumen

 Algo que ha fascinado las mentes de los grandes pensadores en todas las edades es cómo hacer un mundo en el que todas las personas puedan vivir en mejores condiciones en todos los aspectos, tanto en lo material como en lo espiritual. Desde la época de Platón hasta el tiempo actual, un lapso de más de dos mil trecientos setenta años, filósofos y humanistas han estado pensando y escribiendo sobre cómo sería el mundo si se pudiera convertir en un paraíso terrenal. En esta dirección, una de las obras más reconocidas que se ha escrito es Utopía de Thomas More, cuya fama en la civilización occidental es tan extendida, que su título ha llegado a ser sinónimo de cualquier estado idealizado. Escrito originalmente en latín, el idioma internacional de la Europa medieval y renacentista, el libro fue ampliamente leído, y en 1551 fue traducido al inglés en Londres; aunque fue al español que se tradujo por primera vez por Vasco de Quiroga, entre 1532 y 1537.

 El libro está dividido en dos partes, con la segunda parte escrita curiosamente, primero, en 1515, y la mitad introductoria escrita en el año siguiente. La obra comienza con un marco narrativo en el que More relata cómo viajó a Amberes en una misión real y conoció a Peter Giles, un ciudadano digno, que en a su vez le presentó a Raphael Hythloday, cuyo nombre significa literalmente en griego «un hablador de tonterías», aunque demostró en su conversación ser más que un simple marinero, ya que a su interlocutor le pareció que era un hombre de sabiduría madura y de rara experiencia.

 Según su propia narrativa, Hythloday había sido compañero de Américo Vespucio cuando se suponía que ese insigne explorador había hecho sus viajes a América. Fue en uno de sus viajes con Vespucio que Hythloday, de acuerdo a su relato, descubrió la legendaria tierra de Utopía, en algún lugar de los océanos cerca del hemisferio occidental.

 En realidad, la primera parte de Utopía no se refiere a la isla legendaria, sino al relato de cómo Hythloday, durante el reinado del rey Enrique VII, visitó Inglaterra, conversó con el cardenal Morton y sugirió a ese hombre de la iglesia, quien era el canciller del rey, algunas reformas que podrían beneficiar a la nación. Entre las reformas que el ficticio Hythloday sugirió estaban la abolición de la pena de muerte por robo; la prevención de los juegos de azar; la reducción de la dependencia en la cría de ovejas para la obtención de lana; la terminación del uso de soldados mercenarios; el establecimiento de precios rebajados de todos los bienes de consumo, y la finalización del cercado de las tierras comunales en beneficio de los grandes propietarios y los ricos. Aunque el cardenal Morton parece escuchar atentamente las sugerencias de Hythloday, el autor introduce a un abogado que arguye que las reformas no podrían llevarse a cabo, ya que no serían consideradas deseables por cualquiera que conociera la historia y las costumbres de Inglaterra.

 De manera obvia, More señala algunos de los males sociales y económicos en la vida europea del siglo XVI en la primera parte de Utopía, y más que eso, sugiriere que solo un extranjero puede ver las fallas con mirada objetiva. La introducción de las objeciones del abogado, que son resumidas por el cardenal Morton, sugiere asimismo que el autor identificó en la sociedad del siglo XVI personas de que se oponían a la reforma y que buscaban razones para hacerlo. La primera parte de Utopía sirve el propósito de More de preparar al lector para la sección en la que se delinea su país ideal.

 En la segunda parte, Hythloday expone extensamente sobre la cultura de la tierra mítica de Utopia, la que había visitado durante sus viajes; la describe como un reino isleño que tiene la forma de una media luna y un perímetro de quinientas millas, separada de otros territorios por un canal artificial construido por su fundador, el fabuloso rey Utopus, que visualizó que el experimento utópico, para que tuviera éxito, debía estar aislado y protegido de las invasiones de vecinos bélicos y depredadores. La isla estaba dividida en cincuenta y cuatro distritos o condados, cada uno con su propia ciudad, sin que ninguna estuviera a más de un día de viaje de sus poblaciones vecinas. La ciudad capital, Amaurote, era la sede del Príncipe que es el gobernante nominal de la isla.

 El Gobierno de Utopía era relativamente simple y en gran medida estaba investido en hombres mayores, a la manera patriarcal. Cada unidad de treinta familias estaba gobernada por un hombre que elegían cada año. Cada diez grupos de familias elegían a un miembro del Consejo de la Isla. Este consejo a su vez elegía al Príncipe, que servía a lo largo de su vida, a menos que fuera depuesto por la tiranía. El consejo se reunía cada tres días para tratar asuntos de consecuencia para la gente, y no se tomaban decisiones el mismo día en que el problema se exponía para evitar que una prisa indebida causase errores.

 No es solo en el gobierno que Thomas More introduce sugerencias para la reforma en Utopía. En su estado ideal cada uno desempeñaba una función, cada persona tenía una ocupación u oficio, excepto los inusualmente talentosos que eran seleccionados para la capacitación y el servicio en la Academia de Aprendizaje. El día de trabajo era de seis horas, con el tiempo dividido por igual entre la mañana y la tarde. Cada persona pasaba un período de dos años trabajando en la agricultura en la comarca fuera de la ciudad en la que residía. Dado que todos trabajaban, había comida y todos los demás productos más que suficiente para los habitantes. Todos los bienes eran propiedad comunitaria, y cada persona protegía lo que se le daba en beneficio de la mancomunidad. Los gustos de la gente eran simples; nadie, teniendo suficiente para sí mismo, deseaba tener más que sus compañeros. Incluso el Príncipe de Utopía estaba designado solo por la insignia de una gavilla de granos, que era el símbolo de la abundancia. Cada persona iba vestida con ropa duradera hecha de cuero, lino o lana. Se daban joyas a los niños para jugar, para que todos asociaran tales fruslerías con la infantilidad. El oro y la plata eran menospreciados, y se utilizaban para hacer jarras de aposento, cadenas para esclavos y las insignias de los convictos.

 En el transcurso de la exposición, Thomas More interviene haciendo algunas objeciones a la idea comunitaria, pero este es el único punto en el que parece tener reservas; sin embargo, incluso en este asunto, las respuestas de Hythloday a sus objeciones lo satisfacen.

 La violencia, el derramamiento de sangre y el vicio, dice Hythloday, fueron eliminados en Utopía, y es por eso que, para que el derramamiento de sangre no contaminara a la gente, se requerían esclavos para matar al ganado. En vez del juego de dados y otros juegos de azar, las personas trabajaban en sus granjas a manera de recreación, en el mejoramiento de sus viviendas, asistían a conferencias humanistas, disfrutaban de la música y conversaban sobres temas beneficiosos entre sí. A los enfermos se les atendía en espaciosos hospitales erigidos en varios puntos de cada ciudad. En el caso de una enfermedad dolorosa e incurable, los sacerdotes consultaban con el paciente y lo alentaban a elegir la muerte administrada sin dolor por las autoridades. Aunque no era requerido para ninguno el hacerlo, todos comían en comedores donde los esclavos preparaban las comidas bajo la supervisión de las esposas del grupo familiar. A la hora de comer, jóvenes y viejos, comían juntos, excepto los niños menores de cinco años, y se estimulaba la conversación esclarecedora y amena.

 En Utopía el criminal era esclavizado, en vez de ser ejecutado, como lo era en Inglaterra en el siglo XVI. El adulterio se consideraba un delito y era castigado con esclavitud. Se alentaba el matrimonio por amor, pero también la prudencia en la selección de una pareja. Los hombres debían tener veintidós años y las mujeres dieciocho antes de que se les permitiera el matrimonio. El bienestar de la familia era un asunto estatal, ya que la familia era la unidad básica del estado utópico. La gente estaba ansiosa por lograr el enriquecimiento de la mancomunidad, de modo que los utópicos pudieran comprar a sus enemigos y que estos usaran el dinero para contratar soldados mercenarios; de este modo esperaban que los enemigos potenciales se aniquilaran unos a otros.

 Los utópicos eran descritos como un pueblo religioso que practicaban la tolerancia casi desconocida en la Inglaterra católica del periodo Tudor. Algunos en Utopia eran cristianos; otros adoraban a Dios de otras maneras; solamente el ateísmo y el sectarismo militante estaban prohibidos.

Algo sobre el autor de Utopía

 Thomas More (1478-1535) fue un erudito humanista, escritor y político que se negó a acatar el Acta de Supremacía, mediante la cual los súbditos ingleses estaban obligados a reconocer la autoridad de Enrique VIII sobre el sumo pontífice de la iglesia católica, por lo que fue encarcelado en la Torre de Londres, y posteriormente decapitado por traición, basándose la condena en La Ley de Traiciones o Acta de Traiciones (Treasons Act en inglés) del mismo año, que estableciía que quien rechazara maliciosamente el Acta de Supremacía, privase al rey de su dignidad, título o nombre, o afirmara que era hereje, cismático, infiel o usurpador de la corona, sería considerado reo de alta traición. Thomas More fue canonizado en 1535.

Resumen de la Obra «Pepita Jiménez»

Por Esteban Balmore Cruz

Tipo de obra: Novela
Autor: Juan Valera (1824-1905)
Género: Novela psicológica
Ubicación: Andalucía, España, alrededor de 1870
Primera publicación: 1874
Personajes:

Luis de Vargas, seminarista próximo a ordenarse sacerdote.
Pepita Jiménez, una viuda joven, rica y hermosa.
Don Pedro de Vargas, padre de Luis, pretendiente de Pepita.
Antoñona, ama de llaves y confidente de Pepita.
Conde de Genazabar, con quien Luis se enfrenta en duelo.
El padre vicario, amigo de Don Pedro Vargas y confesor de Pepita.
Currito, primo de Luis.
Doña Casilda, madre de Currito.
Dientes, el mulero
El escribano.
El boticario.

Comentario breve

 Aunque publicada hace ya ciento cincuenta años, Pepita Jiménez contiene elementos importantes para el estudio del desarrollo de la novelística en la lengua española. Considerada por algunos críticos como una anomalía, ya que no encaja en el romanticismo que la precede, ni en el modernismo que vendría después, contiene elementos de ambos, con alto contenido de realismo psicológico y una pequeña dosis de realismo social, puesto que bien retrata el medio en que se desenvuelven los protagonistas principales y la afectación que el aspecto religioso ejerce en ellos. El patrón psicológico del relato, desarrollado con un mínimo de acción externa, resulta muy apropiado para el estilo epistolar. Estructuralmente, Pepita Jiménez se divide en tres partes y una nota introductoria que explica el supuesto hallazgo de la historia. La primera parte se denomina «Cartas de mi Sobrino»; la segunda, «Paralipómenos»; y la tercera, «Epílogo. Cartas de mi hermano». El tema central de la obra es que el amor humano prevalece ante el amor divino cuando la vocación sacerdotal no obedece a un llamado intrínseco.

Resumen 

 Cuatro días después de regresar a su casa en Andalucía, el 22 de marzo, Luis de Vargas escribió la primera de sus cartas a su tío y profesor favorito en el seminario, en la que le informaba que su padre tenía la intención de engordarlo durante sus vacaciones, para tenerlo listo cuando llegara el momento en el otoño de su regreso para terminar su entrenamiento en el sacerdocio. De paso mencionaba que su progenitor estaba cortejando a una viuda joven y hermosa de nombre Pepita Jiménez, cuya edad de veinte años contrastaba con los cincuenta y cinco del pretendiente. Pepita había estado casada durante un corto tiempo con un prestamista de ochenta años llamado Gumersindo, quien le había heredado al morir lo que ahora poseía. Aunque Luis no estaba ansioso por ver a su padre casado nuevamente, le prometía a su tío que no emitiría ningún juicio sobre Pepita antes de conocerla personalmente.

 En la carta siguiente, enviada seis días después, confesaba a su tío estar ya cansado de la pequeña ciudad y ansioso por volver al seminario. Le comunicaba también que había conocido a Pepita, y que al haber observado que ella prestaba demasiada atención al cuerpo y no la suficiente al espíritu, no podía entender por qué el vicario del pueblo tenía una opinión tan elevada de ella. No obstante, esperaba que la joven produjera un efecto positivo en su inestable padre.

 En el siguiente correo, el joven seminarista continuaba criticando a Pepita por lo que suponía era coquetería hacia su padre, al tiempo que trataba de excusar la vanidad de ella por sus bonitas manos, comentando que Santa Teresa había exhibido la misma falencia. Concluía su carta disculpándose por no escapar de inmediato de aquel medio que parecía estar haciendo de él un materialista, pero su padre le había suplicado que se quedara un tiempo más.

 En una misiva fechada el 14 de abril, Luis expresaba su preocupación por lo que consideraba el poder diabólico de Pepita, el cual se manifestaba en la manera en que encantaba tanto a su padre como al vicario, y en el hecho mismo de que le había incitado, sin proferir palabra, a escribir más sobre ella que sobre otras personas de la ciudad.

 No fue sino hasta el 4 de mayo que Luis volvió a escribir a su tío, ya que su tiempo había estado muy ocupado por las visitas que realizaba y recibía, así como las salidas con su padre, quien recientemente había organizado un picnic para Pepita. En esa ocasión, Luis había montado una mula, cosa que en aquel ambiente se veía mal en un joven apuesto y enérgico. Mientras los otros cabalgaban sus briosos caballos, el seminarista se había quedado atrás para conversar con el vicario y la tía Casilda, las dos personas de mayor edad en el grupo; una experiencia más aburrida de lo que él había creído posible. No obstante, cuando dio un paseo y se encontró a solas con Pepita, experimentó una extraña emoción que no pudo entender. Ella le reprochó por ser demasiado serio para su edad y comentó que solo las personas muy mayores como el vicario viajaban en mula, lo cual provocó que esa noche Luis le dijera a su padre que quería aprender a montar un caballo.

 En cartas posteriores, el aspirante a sacerdote describía su vergüenza durante las reuniones vespertinas en la casa de Pepita, en las que se juntaban las personas más importantes del pueblo, y en las que siempre se sentía fuera de lugar. También relataba el disfrute que le proporcionaban las lecciones de montar a caballo y la emoción de pasar frente al balcón de la joven viuda el día que su padre expresó que ya podía cabalgar lo suficientemente bien como para exhibirse. Más adelante le confesó a su tío que estaba perturbado por los sentimientos que estaba experimentando en relación a Pepita, lo que le había llevado a decidir poner un alto a las visitas vespertinas, pensando al mismo tiempo que sería sabio volver al seminario lo más pronto posible.

 En la última carta enviada a su preceptor, Luis contaba que su perplejidad había aumentado cuando Antoñona, la ama de llaves y confidente de Pepita, había venido a regañarle por hacer infeliz a su patrona, y de cómo había ido a disculparse y a explicar las cosas, pero que al ver las lágrimas en los ojos de la hermosa viuda se había acongojado, y antes de haberse dado cuenta, la había besado. Seguro entonces de que debía marcharse lo antes posible, le había dicho a su padre que tenía la intención de partir el 25 de junio, inmediatamente después de la celebración de la víspera del día de San Juan, finalizando su misiva con garantías de que su tío lo vería dentro de una semana.

 Pasados cinco días desde la última carta de Luis, Pepita citó al padre Vicario a su casa, ya que quería confesar que no podría casarse con Don Pedro, porque se había enamorado del hijo de este, y estaba convencida de que Luis también la amaba, aunque sin saberlo, y que ella tenía la intención de evitar que el joven llevara a cabo sus planes de convertirse en sacerdote. El escandalizado vicario le ordenó que permaneciera comprometida con el padre y dejara que Luis se fuera como había planeado, lo cual Pepita prometió. Pero nadie podía imaginar que Antoñona no se sentía obligada a cumplir esa promesa, y la ama de llaves había decidido poner manos en el asunto.

 Mientras tanto, en la casa de los Vargas, Don Pedro estaba preocupado por su alicaído hijo al punto que finalmente instó al joven y alegre Currito, primo del seminarista, a que lo sonsacara a divertirse. Luis fue con su primo al casino, donde el Conde de Genazahar estaba entre los jugadores. Habiendo tomado prestado cinco mil pesetas de Gumersindo, había intentado, después de la muerte del anciano, cancelar la deuda casándose con Pepita; pero el decidido rechazo de ella le había hecho odiarla, por lo que trataba de desprestigiarla frente a los demás. Aquella noche en el casino, Luis escuchó algunos de sus venenosos comentarios sobre la joven viuda.

 Por su parte, Antoñona fue a ver a Luis nuevamente y lo acusó de comportarse de manera poco cortés hacia su patrona, algo que Luis rechazó arguyendo que él también estaba infeliz, pero que era su deber regresar al seminario y completar su ordenación como sacerdote. Debido a que Antoñona insistió en que primero debía arreglar las cosas con Pepita, prometió ir a su casa esa noche a las diez. Como era la víspera del día de San Juan, las calles estarían concurridas de feligreses y nadie se fijaría en él.

 Después de que Antoñona se había marchado, se arrepintió de su promesa, pero ya estaba hecho y, aunque un poco tarde, cumplió con su cita. La conversación con Pepita fue larga y difícil, con acusaciones de ambos lados. Al final, sollozando, Pepita corrió a su dormitorio, y Luis la siguió. Cuando más tarde él salió, estaba convencido de que no estaba entre los hombres de los cuales se hacen los sacerdotes. En el camino de regreso a casa, al ver al conde Genazahar en el casino, se detuvo, declarando que ya no usaba la túnica religiosa, por lo que anunció que había venido a vencer al conde en el juego de las cartas.

 Durante una prolongada racha de suerte ganó todo el dinero del conde, y cuando este expresó que deseaba continuar, Luis rechazó ofensivamente su promesa de pagar más tarde, recordándole que él no había podido cancelar su deuda con la viuda de Gumersindo. Enfurecido, el conde lo desafió a un duelo y escogió como arma el sable. La pelea fue corta, pero hubo derramamiento de sangre, aunque las heridas más graves las sufrió el conde. Currito y un amigo se llevaron a Luis a la cas de su preocupado padre.

 A solas con Don Pedro, Luis trató de confesarle que se había convertido en su rival por el afecto de Pepita. Don Pedro simplemente se rió, y de su bolsillo extrajo dos cartas que leyó; una de su hermano en el seminario decía que había llegado a la conclusión de que Luis no tenía el llamado al sacerdocio y que sería mejor permaneciera en casa. La otra contenía la respuesta de Don Pedro, en la que expresaba que habiéndose dado cuenta de que el afecto de Pepita se había trasladado a Luis, él como padre sería feliz viendo su felicidad, e invitaba a su hermano el decano a venir a casar a los jóvenes amantes.

 El decano rechazó la invitación, pero un mes después, cuando las heridas de Luis habían sanado, el vicario del pueblo ejecutó el matrimonio, y Don Pedro dio una espléndida recepción a la acudieron no solamente las personas más portentosas del pueblo, sino también gente de la pobrería, a la que Pepita había pertenecido antes de ser inducida por su madre a casarse con su anciano tío.

 El Conde de Genazabar, recuperándose después de cinco meses en la cama, pagó parte de su deuda y acordó pagar el resto más adelante. Después del nacimiento de su hijo, Luis y Pepita hicieron un viaje por varios, después del cual se dedicaron a la vida doméstica. Durante muchos años, ellos y sus granjas prosperaron y todo les fue bien.

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Advertencia sobre esta novela

 Recientemente algunas casas editoriales que publican en el idioma inglés, han iniciado una inaudita práctica que consiste en eliminar palabras, frases y hasta párrafos enteros que consideran ofensivos hacia algunas personas o grupos, modificando de este modo el contenido original de los libros escritos en siglos anteriores. Hasta el momento, no se ha observado que esta malévola práctica vaya a extenderse a las obras literarias del idioma español.


La novela Pepita Jiménez contiene una crítica recurrente al sector religioso, aunque de alguna manera suavizada por el aparente compromiso que con la religión ha asumido el protagonista principal. Pero algo que salta a la vista en esta novela es el párrafo que se reproduce a continuación, el cual denota un marcado racismo característico de la época, y sin el cual la obra no estaría completa. 

 «En vez de ir de misionero y de traerme de Australia o de Madagascar o de la India varios neófitos, con jetas de a palmo, negros como la tizna, o amarillos como el estezado y con ojos de mochuelo, ¿no será mejor que Luisito predique en casa, y me saque en abundancia una serie de catecumenillos rubios, sonrosados, con ojos como los de Pepita, y que parezcan querubines sin alas? Los catecúmenos que me trajese de por allá, sería menester que estuvieran a respetable distancia para que no me inficionasen, y éstos de por acá me olerían a rosas del paraíso, y vendrían a ponerse sobre mis rodillas, y jugarían conmigo, y me besarían, y me llamarían abuelito, y me darían palmaditas en la calva, que ya voy teniendo». (Don Pedro de Vargas, padre del personaje principal).

Proponen Impuesto para los «Mineros» de Bitcóin

 Los autodenominados «mineros» de Bitcóin se consideran amenazados ante la presentación de la administración de Joe Biden de una propuesta fiscal dirigida a sus operaciones.

 El Consejo de Asesores Económicos (CEA) de la Casa Blanca anunció recientemente planes para imponer una sanción que podría afectar gravemente las ganancias de las empresas mineras de cripto. Bajo esta propuesta, los «mineros» estarían sujetos a un impuesto equivalente al 30% de sus gastos de energía.

 La CEA argumenta que la industria actualmente disfruta de ventajas financieras injustas, ya que evade la responsabilidad de cubrir los costos totales asociados con la contaminación, las emisiones de carbono y los precios más altos de la energía. Sin embargo, el director ejecutivo de Marathon Digital, Fred Thiel, ha expresado su preocupación por las posibles repercusiones de implementar dicho impuesto. Thiel cuestiona la idea de que el gravamen daría lugar a un cambio hacia las fuentes de energía renovables.

 Señala el ejecutivo que la construcción de parques solares o eólicos ya enfrenta importantes retrasos, con listas de espera para la interconexión de hasta dos años. En consecuencia, Thiel afirma que la medida fiscal propuesta no lograría incentivar una mayor adopción de soluciones energéticas respetuosas con el medio ambiente. Hablando en la conferencia Bitcoin 2023 en Miami, Thiel expresó su preocupación por las consecuencias de la propuesta fiscal. Sugirió que, en lugar de lograr el propósito previsto, el impuesto impulsaría a los «mineros» de Bitcoin a trasladar sus operaciones fuera de los Estados Unidos.

 En un esfuerzo por generar ingresos, la administración del presidente Joe Biden presentó una propuesta de impuestos especiales dirigida a los «mineros» de Bitcoin, como se describe en un documento publicado por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos el 9 de marzo. El documento subraya las medidas propuestas por la administración y las prioridades de financiamiento para el próximo año. Sin embargo, es importante tener en cuenta que tales propuestas a menudo sufren modificaciones a medida que el Congreso finaliza los planes de gastos de la nación, lo que deja incierto el destino de este proyecto de impuestos en particular.

 Se proyecta que el impuesto especial propuesto, si se implementa, generará aproximadamente $3.5 mil millones en ingresos en el transcurso de la próxima década. Si bien la administración tiene como objetivo obtener fondos sustanciales a través de este impuesto, su destino final se determinará a través del proceso legislativo.

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Dato explicativo:

¿Por qué se escribe aquí la palabra minero entre comillas? Por esta sencilla razón: Denominar minero de bitcóin a un individuo que no hace más que supervisar una computadora que determina el registro de una transacción en criptomoneda debe considerarse una exageración figurativa del lenguaje. De lo contrario, del mismo modo se podrían denominar mineros a los individuos que operan las cajas registradoras en los bancos, almacenes y otros negocios.

Nathaniel Hawthorne en Pocas Palabras

 Nathaniel Hawthorne es un autor que puede enmarcarse dentro del Romanticismo estadounidense. Al igual que Edgar Allan Poe, gran parte de su obra se localiza en Nueva Inglaterra, y muchas de sus narraciones, de contenido generalmente alegórico, recrean intensamente el ambiente puritano que empapaba la sociedad norteamericana de su época. 


 La crítica más reciente se ha enfocado preferentemente en la voz narrativa de Hawthorne, considerándola dentro de una retórica autoconsciente, que no debe ser confundida con la verdadera voz del escritor, lo que contradice el viejo concepto de que él era un moralista incómodo cargado de complejos.

 Sus relatos sutiles y patéticos destacan por su estilo elegante y depurado. En ellos lo característico, según el escritor peruano Luis Loayza (1934-2018), «es tal vez el contraste entre la violencia exterior y la suavidad del tono, entre la voz delicada y las oscuras sugerencias de lo que dice». Por su parte, el autor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) observa que sus cuentos expresan «el tenue mundo crepuscular, o lunar, de las imaginaciones fantásticas».

 En su momento, los escritos de Hawthorne fueron bien recibidos y la crítica de su propio tiempo elogió su sentimentalismo y pureza moral, mientras que las evaluaciones más modernas se han centrado en la oscura complejidad psicológica.

 Los eventos corrientes de la vida de Nathaniel Hawthorne han estado ante el público durante mucho tiempo. Desde 1835 en adelante pueden rastrearse fácilmente en los diversos Cuadernos (Notebooks), que se han editado de su diario, y antes de eso, en las remembranzas de Horatio Bridge y Elizabeth Peabody. Esas recolecciones fueron sistematizados y publicadas originalmente por George P. Lathrop en 1872; pero Julian Hawthorne publicó una biografía más completa y autorizada doce años después, en la que, sin embargo, se abstuvo modestamente de expresar una opinión sobre el genio de su padre, o de intentar cualquier examen crítico de su obra.

 Nathaniel Hawthorne nació en Salem, Massachusetts, el 4 de julio de 1804, siendo hijo de un capitán de barco. Llevó allí una vida tímida y algo sombría; de pocos estímulos artísticos, pero no del todo desagradable, teniendo en cuenta su temperamento malhumorado e intensamente meditativo. Sus colores y sombras quedan maravillosamente reflejados en sus Cuentos dos veces contados y otros relatos, producto de su primera etapa literaria. Se ha observado que incluso sus días universitarios en Bowdoin no rompieron del todo su reserva adquirida y heredada; pero por debajo de todo, su facultad de adivinar hombres y mujeres se ejerció con una presciencia y una sutileza casi asombrosas.

 Se ha dicho también que La letra escarlata, la cual explica gran parte de este arte imaginativo único, como puede deducirse de su lectura y que fue su mayor logro individual debe, sin embargo, compararse con sus otros escritos, precedentes y posteriores, para captar su efecto último. En el año en que se publicó La letra escarlata, comenzó a escribir La casa de los siete tejados, una novela posterior sobre la comunidad puritana estadounidense como él mismo la había conocido, desposeída del arte y la alegría de vivir, «hambrienta de símbolos», como lo expresó Ralph Waldo Emerson.

 En marzo de 1853, el compañero de habitación de Hawthorne en la época universitaria, Franklin Pierce, fue investido nada más ni nada menos que presidente de los Estados Unidos. Hawthorne ya le había escrito una biografía de campaña y, por este favor, Pierce le ofreció el lucrativo puesto de cónsul en Liverpool, el cual aceptó gustoso. Durante el período de su servicio diplomático, mantuvo un extenso diario de sus impresiones.

 «La calle es un emblema de la propia Inglaterra. Las cosas nuevas se basan y se apoyan en cosas viejas y sólidas… y derivan una enorme fuerza de sus cimientos profundos e inmemoriales. Porque cada día parecía interminable, aunque nunca agotador. El día del verano inglés positivamente no tiene principio ni fin».


 En 1857, Hawthorne renunció a su cargo en el consulado de Liverpool y se trasladó con su familia a Italia. Muchas de las descripciones registradas en sus Cuadernos Italianos se repiten en su última novela, El fauno de mármol.

«Desde el Foro y la Vía Sacra, surgieron voces cantoras de grupos que paseaban a la luz de la luna. Qué hálito y habilidad tenían, erigieron un coro de ‘Hail Columbia’, que esos viejos ecos romanos deben haber encontrado extremadamente difícil de repetir correctamente. Ese renombrado montículo ahora se alzaba abruptamente sobre ellos. Sobre el mismo pedestal de la mampostería romana se levantarán sin duda otras estructuras, y se desvanecerán como cosas efímeras».


 El fauno de mármol es una de las novelas más ambiciosas y ambiguas de Hawthorne. En ella recrea, en un escenario netamente italiano, la Caída del Hombre. Este autor creía que la Caída era afortunada porque solo a través del pecado puede el hombre tomar conciencia de la moralidad.

 En 1860, Hawthorne regresó a Concord y se instaló como siempre en La Rectoría; pero su salud  estaba fallando y esperó lo que llamó «un nuevo espíritu de vigor».

 «No soy desanimado, ni fantasioso, ni extraño, pero miro lo que me parecen realidades a la cara, y estoy listo para tomar lo que venga».


 En abril de 1864, Hawthorne se fue de viaje a New Hampshire con su viejo amigo, el presidente Frankling Pierce. En Plymouth, una de las primeras escalas de su viaje, la muerte lo sorprendió repentinamente el 18 de mayo. Los tributos llegaron a Concord de todas partes del mundo y fue honrado como un genio, una de las primeras grandes figuras literarias producidas por la joven República norteamericana. Porque Hawthorne, junto con Edgar Allan Poe y Herman Melville, había creado una ficción propiamente estadounidense que Europa ya podía tomar en serio. La verdad que buscaba era la «verdad del corazón humano».

 «Solía pensar que podía imaginar todas las pasiones, todos los sentimientos y estados del corazón y la mente, pero qué poco sabía… De hecho, no somos más que sombras; no estamos dotados de vida real hasta que el corazón es tocado… Ese toque nos crea. Entonces empezamos a ser. Así somos seres de realidad, y herederos de la eternidad».

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 A continuación se presenta una lista de las obras de Nathaniel Hawthorne, aunque algunas de ellas no han sido traducidas al español: 

Fanshawe, publicada de forma anónima, 1826
Cuentos dos veces contados, primera serie, 1837; 2da Serie, 1842
La silla del abuelo, una historia para la juventud, 1845
Ancianos famosos (silla del abuelo), 1841
Árbol de la libertad: con las últimas palabras de la silla del abuelo, 1842
Historias biográficas para niños, 1842
Musgos de una vieja rectoría, 1846
La letra escarlata, 1850
La casa de los siete tejados, 1851
Historias verdaderas de la Historia y la Biografía (toda la historia de la silla del abuelo), 1851
El libro de las maravillas para chicas y chicos, 1851
La imagen de la nieve y otros cuentos, 1851
Novela de Blithedale, 1852
Vida de Franklin Pierce, 1852
Cuentos de Tanglewood (segunda serie del libro de las maravillas), 1853
A Rill from the Town-Pump, con comentarios, de Telba, 1857
El fauno de mármol; o, El romance de Monte Beni, 1860
Nuestro antiguo hogar, 1863
El romance de Dolliver (primera parte, 1864; en 3 partes, 1876
Pansie, un fragmento, el último esfuerzo literario de Hawthorne, 1864

Publicaciones póstumas


Cuadernos americanos, 1868;
Cuadernos ingleses, editados por Sophia Hawthorne, 1870
Cuadernos franceses e italianos, 1871
Septimius Felton; o El elixir de la vida, 1872
El secreto del doctor Grimshawe, 1882.
Tales of the White Hills, Legends of New England, Legends of the Province House, 1877, contienen cuentos que ya se habían impreso en forma de libro en Cuentos dos veces contados y Mosses.
Bosquejos y estudios, 1883

Reseña Histórica del Levantamiento de los Nonualcos

Reseña Histórica

 En el año de 1833, se produjo el levantamiento de Anastasio Aquino, Jefe de las tribus nonualcas de El Salvador. Fue el primer acto insurreccional de los jornaleros a quienes los señores les habían arrebatado sus tierras. A diferencia de los múltiples levantamientos que se produjeron durante el siglo pasado que eran sólo una forma de resistencia al despojo de los terratenientes,el levantamiento de Aquino es particularmente meritorio porque enlazó las reivindicaciones de las masas campesinas comuneras, de pequeños propietarios y de jornaleros semilibres, con la lucha por el poder. Aquino consideraba con una intuición extraordinaria que la liberación del pueblo explotado y oprimido no podía realizarse sin la derrota del Gobierno opresor.

 A raíz de los reclutamientos militares ordenados por el Gobierno de Mariano Prado en El Salvador, Anastasio Aquino ganó prestigio cuando puso en fuga a las cuadrillas que reclutaban campesinos para el Ejército empeñado en guerras civiles. Los pueblos de San Juan y Santiago Nonualco fueron los más afectados pues habían perdido muchos hombres de las tribus. Aquino les propuso: «Levantémonos en masa para vengarnos y no demos obediencia al Gobierno de San Salvador. Quitémosles las facultades de reclutar gente y el poder de exigir contribuciones como constantemente lo hacen, oprimiéndonos y mandándonos a morir lejos de nuestras familias. Peleemos hasta morir por nuestra causa y yo seré vuestro general».

 Los pueblos de Santiago y San Juan Nonualco, así como Analco y parte de la villa de Zacatecoluca, con todo y autoridades locales, respondieron al llamado de la rebelión, así como también de otros pueblos vecinos de la capital. En los últimos días del mes de enero de ese año, Aquino contaba con un ejército de tres mil hombres a quienes llamaba «mis valientes muchachos y compañeros de armas», en su mayoría indígenas. Aquino poseía una extraordinaria capacidad organizativa, un arrojo temerario y un valor a toda prueba. Decía que nunca había conocido el miedo, que no temía a nada ni a nadie. Todos estos factores aseguraron el triunfo del estratega formidable cuyas hazañas pueden compararse a las de Túpac Amaru. Después de Tutecotzimí, es el cacique más glorioso de las tribus pipiles.

 Al ver a su hermano Blas atado al trozo por orden del patrón y a la vista intolerable de los campesinos «amarrados como tihuacales» en los reclutamientos, Aquino se alzó con veinticinco hombres. Sorprendió a los soldados del regimiento militar de Zacatecoluca, los derrotó y se apoderó de muchas armas, con las cuales regresó a Santiago Nonualco, uniéndosele en el camino mucha gente. Así pudo derrotar a las tropas oficiales que venían de San Salvador con el objeto de someter a los nonualcos. Este fue el famoso combate de las Vueltas del Loco. Aquino calculó la hora en que la tropa enemiga pasaría por ese lugar y colocó a sus soldados de tal manera que pudieran actuar con ventaja sobre los contrarios. Al presentarse éstos, los enfrenta y pronuncia su arenga conocida:

«Las armas o la vida ¡Cien arriba y cien abajo!
¡Adelante, valientes santiagueños!«


 Los soldados atacaron, viéndose entonces la legión gobiernista sujeta a un fuego cruzado que amenazaba con matar a todos los soldados quienes se rindieron incondicionalmente.

 Para atrapar a Aquino, se reunieron en Consejo para ponerle una trampa. Así pudieron darle caza en Tacuazín. Pero el invicto jefe de los nonualcos ha pasado a la historia como modelo de guerrero y comandante de la insurrección.

Fuente:

La balada de Anastasio Aquino
Matilde Elena López
Dirección de Publicaciones del Ministerio de Educación
San Salvador, 1984.

Distintas Maneras de Apagar una Computadora en Windows

 Puede a veces presentarse la situación de que el menú de apagado que aparece cuando se pulsa la tecla Inicio no se active y resulte por lo tanto imposible por este medio apagar la computadora. Sin embargo, existen varias opciones para lograr este cometido, que muchas personas desconocen. Apagar la computadora (portátil o de escritorio) es algo necesario después de cada uso, pues esto garantiza la extensibilidad de su vida útil y, en el caso de las laptops, también favorece la preservación por más tiempo de la capacidad de recarga de la batería, caso contrario a mantenerlas encendidas o permanentemente conectadas a la fuente de electricidad que reduce rápidamente su tiempo de servicio y durabilidad.

1. Presionar el botón de encendido

 Si la computadora deja de responder por completo, generalmente se puede forzar el apagado manteniendo presionado el botón (físico) de encendido durante 5 a 10 segundos. Sin embargo, esto solo debe hacerse en caso de emergencia, ya que forzar un apagado conlleva un leve riesgo de pérdida de datos; es decir, que cualquier cosa en la que se haya estado trabajando que no haya sido almacenada en el sistema, desaparecerá.


2. Usar el botón de encendido en Inicio

 La forma tradicional de apagar un dispositivo con Windows 11 es haciendo clic en Inicio en la barra de tareas. Cuando se abra el menú Inicio, hacer clic en el ícono de encendido cerca de la parte inferior del recuadro (círculo con una línea vertical cerca de la parte superior). En el menú que surge a continuación, seleccionar «Apagar». El sistema comenzará el proceso de apagado estándar.


3. Hacer clic derecho en el botón Inicio

 También se puede terminar la sesión desde el «menú de usuario avanzado» que aparece al hacer clic con el botón derecho del ratón en el ícono de Inicio. Cuando surge el menú, seleccionar «Apagar o cerrar sesión», luego hacer clic en «Cerrar».


4. Presionar Alt-F4

 Si todas las ventanas están cerradas o minimizadas, se puede iniciar un apagado presionando Alt F4 en el teclado. Haciendo esto, aparecerá una ventana de «Cerrar Windows». Allí se debe seleccionar Apagar en el menú desplegable (generalmente seleccionado de forma predeterminada), luego hacer clic en «Aceptar» o pulsar la tecla Enter. Windows se cerrará como de costumbre.


5. Usa la línea de comandos (Command Prompt)

 También se puede apagar el equipo desde PowerShell o línea de comandos del sistema. Para hacerlo, se debe iniciar Windows Terminal (buscar terminal en Inicio) y escribir shutdown /s en el espacio en blanco, luego presionar Enter. A continuación aparecerá una ventana emergente de advertencia que indicará que Windows está a punto de cerrarse y, después de un minuto, la computadora u ordenador se apagará por completo.


6. Use la pantalla Ctrl+Alt+Delete o pantalla de Ingreso

 Si todas esas opciones no fueran suficientes, también puede apagar la máquina desde la pantalla Ctrl+Alt+Delete. Para ello, simplemente se debe presionar de manera simultánea las teclas Ctrl, Alt y Delete en el teclado, y cuando aparece el menú negro de pantalla completa, hacer clic en el ícono de encendido en la esquina inferior derecha de la pantalla seleccionando «Apagar» en la lista.