Resumen de la Obra «Pepita Jiménez»

Por Esteban Balmore Cruz

Tipo de obra: Novela
Autor: Juan Valera (1824-1905)
Género: Novela psicológica
Ubicación: Andalucía, España, alrededor de 1870
Primera publicación: 1874
Personajes:

Luis de Vargas, seminarista próximo a ordenarse sacerdote.
Pepita Jiménez, una viuda joven, rica y hermosa.
Don Pedro de Vargas, padre de Luis, pretendiente de Pepita.
Antoñona, ama de llaves y confidente de Pepita.
Conde de Genazabar, con quien Luis se enfrenta en duelo.
El padre vicario, amigo de Don Pedro Vargas y confesor de Pepita.
Currito, primo de Luis.
Doña Casilda, madre de Currito.
Dientes, el mulero
El escribano.
El boticario.

Comentario breve

 Aunque publicada hace ya ciento cincuenta años, Pepita Jiménez contiene elementos importantes para el estudio del desarrollo de la novelística en la lengua española. Considerada por algunos críticos como una anomalía, ya que no encaja en el romanticismo que la precede, ni en el modernismo que vendría después, contiene elementos de ambos, con alto contenido de realismo psicológico y una pequeña dosis de realismo social, puesto que bien retrata el medio en que se desenvuelven los protagonistas principales y la afectación que el aspecto religioso ejerce en ellos. El patrón psicológico del relato, desarrollado con un mínimo de acción externa, resulta muy apropiado para el estilo epistolar. Estructuralmente, Pepita Jiménez se divide en tres partes y una nota introductoria que explica el supuesto hallazgo de la historia. La primera parte se denomina «Cartas de mi Sobrino»; la segunda, «Paralipómenos»; y la tercera, «Epílogo. Cartas de mi hermano». El tema central de la obra es que el amor humano prevalece ante el amor divino cuando la vocación sacerdotal no obedece a un llamado intrínseco.

Resumen 

 Cuatro días después de regresar a su casa en Andalucía, el 22 de marzo, Luis de Vargas escribió la primera de sus cartas a su tío y profesor favorito en el seminario, en la que le informaba que su padre tenía la intención de engordarlo durante sus vacaciones, para tenerlo listo cuando llegara el momento en el otoño de su regreso para terminar su entrenamiento en el sacerdocio. De paso mencionaba que su progenitor estaba cortejando a una viuda joven y hermosa de nombre Pepita Jiménez, cuya edad de veinte años contrastaba con los cincuenta y cinco del pretendiente. Pepita había estado casada durante un corto tiempo con un prestamista de ochenta años llamado Gumersindo, quien le había heredado al morir lo que ahora poseía. Aunque Luis no estaba ansioso por ver a su padre casado nuevamente, le prometía a su tío que no emitiría ningún juicio sobre Pepita antes de conocerla personalmente.

 En la carta siguiente, enviada seis días después, confesaba a su tío estar ya cansado de la pequeña ciudad y ansioso por volver al seminario. Le comunicaba también que había conocido a Pepita, y que al haber observado que ella prestaba demasiada atención al cuerpo y no la suficiente al espíritu, no podía entender por qué el vicario del pueblo tenía una opinión tan elevada de ella. No obstante, esperaba que la joven produjera un efecto positivo en su inestable padre.

 En el siguiente correo, el joven seminarista continuaba criticando a Pepita por lo que suponía era coquetería hacia su padre, al tiempo que trataba de excusar la vanidad de ella por sus bonitas manos, comentando que Santa Teresa había exhibido la misma falencia. Concluía su carta disculpándose por no escapar de inmediato de aquel medio que parecía estar haciendo de él un materialista, pero su padre le había suplicado que se quedara un tiempo más.

 En una misiva fechada el 14 de abril, Luis expresaba su preocupación por lo que consideraba el poder diabólico de Pepita, el cual se manifestaba en la manera en que encantaba tanto a su padre como al vicario, y en el hecho mismo de que le había incitado, sin proferir palabra, a escribir más sobre ella que sobre otras personas de la ciudad.

 No fue sino hasta el 4 de mayo que Luis volvió a escribir a su tío, ya que su tiempo había estado muy ocupado por las visitas que realizaba y recibía, así como las salidas con su padre, quien recientemente había organizado un picnic para Pepita. En esa ocasión, Luis había montado una mula, cosa que en aquel ambiente se veía mal en un joven apuesto y enérgico. Mientras los otros cabalgaban sus briosos caballos, el seminarista se había quedado atrás para conversar con el vicario y la tía Casilda, las dos personas de mayor edad en el grupo; una experiencia más aburrida de lo que él había creído posible. No obstante, cuando dio un paseo y se encontró a solas con Pepita, experimentó una extraña emoción que no pudo entender. Ella le reprochó por ser demasiado serio para su edad y comentó que solo las personas muy mayores como el vicario viajaban en mula, lo cual provocó que esa noche Luis le dijera a su padre que quería aprender a montar un caballo.

 En cartas posteriores, el aspirante a sacerdote describía su vergüenza durante las reuniones vespertinas en la casa de Pepita, en las que se juntaban las personas más importantes del pueblo, y en las que siempre se sentía fuera de lugar. También relataba el disfrute que le proporcionaban las lecciones de montar a caballo y la emoción de pasar frente al balcón de la joven viuda el día que su padre expresó que ya podía cabalgar lo suficientemente bien como para exhibirse. Más adelante le confesó a su tío que estaba perturbado por los sentimientos que estaba experimentando en relación a Pepita, lo que le había llevado a decidir poner un alto a las visitas vespertinas, pensando al mismo tiempo que sería sabio volver al seminario lo más pronto posible.

 En la última carta enviada a su preceptor, Luis contaba que su perplejidad había aumentado cuando Antoñona, la ama de llaves y confidente de Pepita, había venido a regañarle por hacer infeliz a su patrona, y de cómo había ido a disculparse y a explicar las cosas, pero que al ver las lágrimas en los ojos de la hermosa viuda se había acongojado, y antes de haberse dado cuenta, la había besado. Seguro entonces de que debía marcharse lo antes posible, le había dicho a su padre que tenía la intención de partir el 25 de junio, inmediatamente después de la celebración de la víspera del día de San Juan, finalizando su misiva con garantías de que su tío lo vería dentro de una semana.

 Pasados cinco días desde la última carta de Luis, Pepita citó al padre Vicario a su casa, ya que quería confesar que no podría casarse con Don Pedro, porque se había enamorado del hijo de este, y estaba convencida de que Luis también la amaba, aunque sin saberlo, y que ella tenía la intención de evitar que el joven llevara a cabo sus planes de convertirse en sacerdote. El escandalizado vicario le ordenó que permaneciera comprometida con el padre y dejara que Luis se fuera como había planeado, lo cual Pepita prometió. Pero nadie podía imaginar que Antoñona no se sentía obligada a cumplir esa promesa, y la ama de llaves había decidido poner manos en el asunto.

 Mientras tanto, en la casa de los Vargas, Don Pedro estaba preocupado por su alicaído hijo al punto que finalmente instó al joven y alegre Currito, primo del seminarista, a que lo sonsacara a divertirse. Luis fue con su primo al casino, donde el Conde de Genazahar estaba entre los jugadores. Habiendo tomado prestado cinco mil pesetas de Gumersindo, había intentado, después de la muerte del anciano, cancelar la deuda casándose con Pepita; pero el decidido rechazo de ella le había hecho odiarla, por lo que trataba de desprestigiarla frente a los demás. Aquella noche en el casino, Luis escuchó algunos de sus venenosos comentarios sobre la joven viuda.

 Por su parte, Antoñona fue a ver a Luis nuevamente y lo acusó de comportarse de manera poco cortés hacia su patrona, algo que Luis rechazó arguyendo que él también estaba infeliz, pero que era su deber regresar al seminario y completar su ordenación como sacerdote. Debido a que Antoñona insistió en que primero debía arreglar las cosas con Pepita, prometió ir a su casa esa noche a las diez. Como era la víspera del día de San Juan, las calles estarían concurridas de feligreses y nadie se fijaría en él.

 Después de que Antoñona se había marchado, se arrepintió de su promesa, pero ya estaba hecho y, aunque un poco tarde, cumplió con su cita. La conversación con Pepita fue larga y difícil, con acusaciones de ambos lados. Al final, sollozando, Pepita corrió a su dormitorio, y Luis la siguió. Cuando más tarde él salió, estaba convencido de que no estaba entre los hombres de los cuales se hacen los sacerdotes. En el camino de regreso a casa, al ver al conde Genazahar en el casino, se detuvo, declarando que ya no usaba la túnica religiosa, por lo que anunció que había venido a vencer al conde en el juego de las cartas.

 Durante una prolongada racha de suerte ganó todo el dinero del conde, y cuando este expresó que deseaba continuar, Luis rechazó ofensivamente su promesa de pagar más tarde, recordándole que él no había podido cancelar su deuda con la viuda de Gumersindo. Enfurecido, el conde lo desafió a un duelo y escogió como arma el sable. La pelea fue corta, pero hubo derramamiento de sangre, aunque las heridas más graves las sufrió el conde. Currito y un amigo se llevaron a Luis a la cas de su preocupado padre.

 A solas con Don Pedro, Luis trató de confesarle que se había convertido en su rival por el afecto de Pepita. Don Pedro simplemente se rió, y de su bolsillo extrajo dos cartas que leyó; una de su hermano en el seminario decía que había llegado a la conclusión de que Luis no tenía el llamado al sacerdocio y que sería mejor permaneciera en casa. La otra contenía la respuesta de Don Pedro, en la que expresaba que habiéndose dado cuenta de que el afecto de Pepita se había trasladado a Luis, él como padre sería feliz viendo su felicidad, e invitaba a su hermano el decano a venir a casar a los jóvenes amantes.

 El decano rechazó la invitación, pero un mes después, cuando las heridas de Luis habían sanado, el vicario del pueblo ejecutó el matrimonio, y Don Pedro dio una espléndida recepción a la acudieron no solamente las personas más portentosas del pueblo, sino también gente de la pobrería, a la que Pepita había pertenecido antes de ser inducida por su madre a casarse con su anciano tío.

 El Conde de Genazabar, recuperándose después de cinco meses en la cama, pagó parte de su deuda y acordó pagar el resto más adelante. Después del nacimiento de su hijo, Luis y Pepita hicieron un viaje por varios, después del cual se dedicaron a la vida doméstica. Durante muchos años, ellos y sus granjas prosperaron y todo les fue bien.

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Advertencia sobre esta novela

 Recientemente algunas casas editoriales que publican en el idioma inglés, han iniciado una inaudita práctica que consiste en eliminar palabras, frases y hasta párrafos enteros que consideran ofensivos hacia algunas personas o grupos, modificando de este modo el contenido original de los libros escritos en siglos anteriores. Hasta el momento, no se ha observado que esta malévola práctica vaya a extenderse a las obras literarias del idioma español.


La novela Pepita Jiménez contiene una crítica recurrente al sector religioso, aunque de alguna manera suavizada por el aparente compromiso que con la religión ha asumido el protagonista principal. Pero algo que salta a la vista en esta novela es el párrafo que se reproduce a continuación, el cual denota un marcado racismo característico de la época, y sin el cual la obra no estaría completa. 

 «En vez de ir de misionero y de traerme de Australia o de Madagascar o de la India varios neófitos, con jetas de a palmo, negros como la tizna, o amarillos como el estezado y con ojos de mochuelo, ¿no será mejor que Luisito predique en casa, y me saque en abundancia una serie de catecumenillos rubios, sonrosados, con ojos como los de Pepita, y que parezcan querubines sin alas? Los catecúmenos que me trajese de por allá, sería menester que estuvieran a respetable distancia para que no me inficionasen, y éstos de por acá me olerían a rosas del paraíso, y vendrían a ponerse sobre mis rodillas, y jugarían conmigo, y me besarían, y me llamarían abuelito, y me darían palmaditas en la calva, que ya voy teniendo». (Don Pedro de Vargas, padre del personaje principal).

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