El Burro, Asno, Borrico, Jumento o Rucho

 Es muy interesante todo lo que simboliza el asno, de acuerdo a la elaboración de los autores del Diccionario de los símbolos, que se reproduce a continuación.

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Aunque el burro es para la mayoría de la gente el símbolo de la ignorancia, no se trata más que de un caso particular y secundario de una concepción más general que hace de él, casi universalmente, el emblema de la obscuridad, o incluso de las tendencias satánicas.

 En la India sirve de montura a divinidades exclusivamente funestas, y particularmente a Nairrita, guardián de la región de los muertos, y a Kālarātrī, aspecto siniestro, de Dēvi. El asura Dhenuka tiene la apariencia de un jumento.

 En Egipto el asno rojo es una de las entidades más peligrosas que encuentra el alma en su viaje postmortem; lo que la expresión malvado como un asno rojo popular en Francia tiende curiosamente a confirmar. Este animal podría por otra parte ser identificado a la bestia escarlata del Apocalipsis (Guénon).  En el esoterismo ismaelita el asno de Dajjāl es la propagación de la ignorancia y de la impostura, en definitiva del literalismo cerril que actúa de pantalla contra el advenimiento de la visión interior.

 Se objetará la presencia del asno (o la mula, cuyo simbolismo es aquí casi idéntico) ante el pesebre y su papel en la entrada de Cristo a Jerusalén. Pero Guénon ha hecho observar que en el primer caso se opone al buey, como las tendencias maléficas a las tendencias benéficas, y que figura en el segundo caso con las mismas fuerzas maléficas vencidas, superadas por el Redentor. Se podría, ciertamente, atribuir un papel totalmente diferente a la montura del Jesús triunfante. En China el borrico blanco es por otra parte algunas veces la montura de los Inmortales.

 En la escena de los Ramos, se trata de hecho de una jumenta, distinción que no deja de tener importancia. En el mito del falso profeta Balaam, el papel de la burra es netamente benéfico, y Devoucoux no duda en hacerla símbolo del conocimiento, de la ciencia tradicional, lo que marca una inversión completa del símbolo inicial. ¿Hay que ver por ello un simbolismo iniciático en los honores reservados al burro durante la fiesta de los locos medieval? Devoucoux así lo da a entender. Hay sin embargo, en toda esta fiesta, un aspecto de parodia, de vuelco provisional de los valores, que resulta ser esencial y nos conduce de nuevo a las nociones primeras. Se trata, apunta Guénon, de una canalización de las tendencias inferiores del hombre caído, con vistas a limitar sus efectos nefastos, en suma de lo que la terminología moderna llamaría un desahogo controlado: el acceso momentáneo del asno al coro de la iglesia es imagen de ello. Si se quiere hablar aquí de ciencia sagrada, será sin duda por inversión y broma. Por un luciferanismo de carnaval, el asno satánico substituye la burra del conocimiento.

 El borrico significa al elemento instintivo del hombre, una vida que se desarrolla enteramente en el plano terrestre y sensual. El espíritu cabalga la materia que debe estarle sometida, pero que escapa a veces a su dirección.

 Conocida es la novela de Apuleyo, El Asno de oro o las Metamorfosis, que relata los avatares de Lucio, desde la habitación perfumada de una cortesana sensual hasta la contemplación mística delante de la estatua de Isis. Una serie de metamorfosis ilustran la evolución espiritual de Lucio. Su transformación en burro es, dice Jean Beaujeu comentando esos pasajes, «la manifestación concreta, el efecto visible y el castigo de su abandono al placer de la carne». La segunda metamorfosis, «que le restituye su figura y su personalidad humanas, no es solamente una manifestación brillante del poder salvador de Isis, significa el pasaje de la desgracia, de las voluptuosidades mediocres, de la esclavitud entre las manos de la fortuna ciega, a la felicidad sobrenatural y al servicio de la divinidad todopoderosa y providencial; es una verdadera resurrección, la resurrección interior». Vuelto humano de nuevo, Lucio puede seguir la vía de la salvación, entrar en el camino de la pureza y acceder a las iniciaciones más sublimes. Efectivamente, sólo entra en la intimidad del conocimiento divino, por una serie de pruebas cada vez más exaltantes, después de haberse despojado del asno y haber revestido de nuevo el hombre.

 La expresión orejas de burro proviene de la leyenda según la cual Apolo cambia las orejas del rey Midas por orejas de burro, por haber preferido frente a la música del templo de Delfos los sonidos de la flauta de Pan. Esta preferencia indica, en lenguaje simbólico (las orejas de burro), la búsqueda de las seducciones sensibles más que la armonía del espíritu y la predominancia del alma.

 El arte del Renacimiento ha pintado diversos estados del alma con los rasgos del asno: el desaliento espiritual del monje, la depresión moral, la pereza, la delectación morosa, la estupidez, la incompetencia, la testarudez, una obediencia un poco tonta (TERS, 28-30). Los alquimistas ven en el borrico el demonio de tres cabezas, una representando el mercurio, la otra la sal, la tercera el azufre, los tres principios materiales de la naturaleza: el ser terco.

 En su descripción del Descenso a los Infiernos, Pausanias señala la presencia junto a carneros negros, víctimas de sacrificios, «de un hombre sentado; la inscripción lo llama Ocnos; es representado trenzando una cuerda de junco: una borrica, que está junto a él, va comiendo esta cuerda a medida que él la trenza. Se cuenta, que Ocnos era un hombre muy laborioso, que tenía una mujer muy pródiga, de suerte que ella había comido en seguida lo que él amasaba rabajando» (10, 28-31). La alusión es transparente, al menos para la mujer. Pero su enigmático marido no está desprovisto de interés, por cuanto completa el simbolismo del relato. «Su nombre significa: duda, indecisión. Su presencia en ese contexto invita a ver en él al símbolo de una debilidad, e incluso de un vicio: la duda que conduce a no tomar partido y no rematar jamás las empresas» (Jean Defradas). A esta luz, el simbolismo de la escena conyugal pasa a ser enteramente transparente.

 El asno aparece sin embargo como un animal sagrado, según ciertas tradiciones. Desempeña un papel importante en los cultos apolíneos: en Delfos, los burros se ofrecían en sacrificio. Un jumento llevaba el cofre que servía de cuna a Dionisio; también este animal le es atribuido. Siguiendo otra tradición, este sacrificio de borricos sería de origen nórdico: «Nadie sabría, ni por mar, ni sobre la tierra, encontrar la vía maravillosa que conduce a las fiestas de los hiperbóreos. Antaño Perseo, jefe de los pueblos, se sentó a su mesa y entró en sus moradas; los encontró sacrificando al Dios magníficas hecatombes de asnos; sus banquetes y homenajes no cesan de tributar a Apolo el gozo más vivo ¡y éste sonríe viendo erigirse la lubricidad de los brutos que inmolan!» (Píndaro, décima Pítica). En Aristófanes (Las ranas) el esclavo de Baca dice a su señor que le coloca un fardo sobre la espalda: «y yo soy el asno que lleva los misterios». Tal vez la escena no es más que un sarcasmo. Pero el jumento portador de misterio no es una imagen aislada; se interpreta como el símbolo del rey o del poder temporal.

 El asno silvestre, el onagro, simboliza a los ascetas del desierto, los solitarios. Razón es de ello, sin duda, que el casco del onagro designa una córnea que no puede ser atacada por ningún agua venenosa. La quijada de asno es reputada también por su extrema dureza: con una sola quijada de asno, Sansón pudo matar a mil enemigos.

 El borrico se vincula a Saturno, el segundo sol, que es la estrella de Israel. Ha habido también, en ciertas tradiciones, identificación entre Yahvéh y Saturno. Eso explicaría tal vez que, siendo Cristo el hijo del Dios de Israel, algunas caricaturas satíricas hayan representado crucifijos con cabeza de burro.

 La asna simboliza la humildad y el rucho la humillación. Ricardo de Saint-Victor dice que el hombre tiene necesidad de comprender el sentido dado a la jumenta, a fin de penetrar en la humildad, tornándose vil a sus propios ojos (De gen. Paschate, PL, 196, 1062-1064 y Sermons et opuscules spirituels, París 1951, 89).

 Si Cristo ha querido sentarse sobre semejantes monturas —dirá Ricardo de Saint-Victor— es para mostrar la necesidad de la humildad. De donde el texto: «Sobre quién pues reposa mi espíritu, dice el Profeta, sino sobre el humilde, sobre el pacífico, sobre aquel que tiembla con mis palabras» (Prov 16, 18). «Monta la borrica quien se ejercita en las prácticas de la humildad verdadera, interiormente, delante de Dios; pero montar el truchano de la burra es como mostrarse atento a los deberes de la humillación verdadera, exteriormente, delante del prójimo» (ibid., Opuscules et sermons, p. 95).

 La burra es aquí símbolo de paz, pobreza, humildad, paciencia y coraje; se presenta por lo general favorablemente en la Biblia: Samuel parte a la búsqueda de las asnas perdidas; Balaam es instruido por su borrica que le advierte de la presencia de un ángel de Yahvéh; José se lleva a María y Jesús a lomos de una jumenta hacia Egipto para huir de las persecuciones de Herodes; antes de su pasión, Cristo hace su entrada triunfal en Jerusalén sobre una burra.

 Fuente:

Dictionnaire des symboles
AA. VV., 1969


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