Prosa Poética de Alberto Masferrer

AVE, ROSA Y ESTRELLA
ESTE árbol escuchó la primera canción del pájaro que nació entre sus ramas. Llegarán otras aves, y con divinos cantos harán estremecer sus hojas; mas ¿cuál conmoverá su corazón como la nota del pájaro que nació entre sus ramas?
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Cuando se abrió la rosa, una abeja peregrinante recogió su primer efluvio. De flor en flor. la abeja ha recogido mieles y fragancias; mas ¿dónde halló jamás otras tan dulces como el primer efluvio, cuando se abrió la rosa?
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Una estrella vertió del hondo azul el primer rayo, como una perla tímida se asoma a la rendija de su rosada concha. Una nube pasaba, y el vellón de nieve fue encendido con el oro inviolable de aquel primer destello. Volando va la nube, y sus alas se incendian con rosas de la aurora, con besos del ocaso; mas ¿dónde halló jamás la primera llama de aquel destello?
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Ave, rosa y estrella fue tu alma y para mí sus cantos, su luz y su fragancia. Sea mi corazón urna cerrada, y en él vivan solos, improfanados, tu primera canción, tu prístino destello, tu purísimo efluvio, ave, rosa y estrella.
Fuente:
El rosal deshojado
San Salvador, 1973.

«Una vida en el cine» de Alberto Masferrer


    Una vida en el cine es la breve historia de un amor platónico que se engendra y transcurre en el curso de cuatro veladas en un cine de la ciudad de San Salvador en la segunda década del siglo XX, en donde los protagonistas, un finlandés y una salvadoreña, llegan a amarse tácitamente, de modo que el testimonio de su sentimiento sublime solo queda plasmado en el manuscrito que deja a la posteridad el amante nórdico, aunque, en su momento, ambos estuvieron conscientes de que se amaban. 

    El autor explica que un profesor de idiomas que conoció en París le hizo entrega de un manuscrito que le había confiado un amigo (ya muerto) con el encargo de que lo hiciera llegar a las manos de una mujer en San Salvador, de nombre Julia Stoffel. Después de varios años de búsqueda infructuosa, en los que todo lo que pudo deducir es que el nombre de la fémina era un seudónimo y que probablemente se había marchado hacia Estados Unidos, decidió publicar el escrito que le había sido confiado con la esperanza de que fuera leído por aquella a quien iba dirigido.

    Bajo el título de «Diario Íntimo de Michel Andrewsky», la narración se transfiere al autor del manuscrito que está estructurado en entradas de poca extensión, no a la manera de entradas en un diario, sino como remembranzas, numeradas a modo de capítulos, intercalando la narrativa con reflexiones de carácter sentimental. La obra tiene tres instancias narrativas: la del autor, que abre y cierra el relato, limitándose a proporcionar únicamente los datos necesarios para explicar el origen y el final de lo acontecido; la del escritor del diario, que deja constancia de sus motivos; y la de Julia, el personaje principal, que cuenta la historia de su vida, y cuyo relato constituye en sí el fondo de este pequeño y poco conocido libro de Alberto Masferrer.

Michel Andrewsky, un médico finlandés que trabaja en una mina en el oriente de El Salvador, entabla conversación con una atractiva mujer que ha llamado su atención desde que la vio varias veces antes en el cine donde ahora están viendo el filme «La Diosa», que está siendo exhibido por capítulos, uno en cada jornada, y del cual restan tres veladas.

Andrewsky se sienta al lado de la mujer que está en compañía de una niña, y luego de insistir amablemente en ofrecerse a ser su confidente, señalando haber observado que algo la aqueja, logra que ella le confíe las intimidades de su vida, de los motivos por los que los hombres apenas la saludan y las mujeres parecen ignorarla, aunque pertenecen a la misma clase social y han sido compañeras desde la primaria. El relato de Julia Stoffel se produce por jornadas, durante la exhibición de los capítulos de la película que están presenciando. De manera muy puntual y clara hace una narración que no solamente explica la forma en que fue formada y educada para desenvolverse en un medio social donde predominan las falsas apariencias y las acciones o decisiones de las personas están determinadas en gran medida por el «qué dirán» los demás, sino que también revela el suceso que la impulsó hacia su liberación.

Un pequeño libro de muy fácil y agradable lectura, sorprendente en el sentido de la temática que aborda, utilizando como pretexto un enamoramiento del tipo puramente romántico. Al leerlo, se deduce el motivo por el cual no ha sido incluido en el currículo del sistema educativo salvadoreño: Contiene una agria crítica al sistema patriarcal donde las mujeres no pasaban de ser vistas como muñecas de sala u objetos de propiedad para ser exhibidas por el macho dominador. Aunque la temática ha sido abordada desde los autores clásicos, y más ampliamente por novelistas europeos del siglo XIX, tal el caso de Eurípides con su tragedia Medea, y la escritora inglesa Jane Austen en varias de sus novelas, resulta muy interesante encontrarla abordada por un autor salvadoreño que le pone el matiz tropical a ese sistema que aún prevalece en muchas partes del mundo, pese a los avances que han habido en las luchas emancipadoras de las mujeres.


Personajes:

Michel Andrewsky, autor del manuscrito.
Julia Stoffel, la mujer de quien se enamora Andrewsky.
Jorge, esposo fallecido de Julia.
EIsa Koller, una sueca de ideas avanzadas.
La tía Benedicta, la señora a cargo de la educación de Julia.
Enrique Holland, depositario del manuscrito de Andrewsky

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«No somos lo que pudimos ser (usted lo decía la primera noche que hablamos); en la frente de cada uno debería escribirse la palabra fracaso, y el mejor epitafio para nuestro sepulcro sería casi siempre este: ‛Aquí yace otro que luchó y fue vencido’».
(Julia Stoffel).

Lo que Debe Saber un Obrero

En respuesta a una pregunta formulada por el Sr. don José Mejía, quien era un modesto obrero, Alberto Masferrer le contestó escribiendo un pequeño libro (o folleto) que después fue publicado bajo el título ¿Qué Debemos Saber? Cartas a un obrero. Aquí se reproduce la nota de respuesta a dicha pregunta que —aunque fue escrita hace muchas décadas— tiene validez en la actualidad, y lo más importante quizás sea el hecho que nos muestra la desarrollada sensibilidad social del maestro y pensador salvadoreño.

Sr. don José Mejía, me pregunta usted:

«¿Qué debe saber un obrero para ser instruido?»

Definiré ante todo algunas palabras, para que ambos estemos colocados en un mismo punto de vista.

Obrero es la persona que gana su vida ejerciendo un oficio manual, por ejemplo: un carpintero, una costurera, un herrero, un sastre, un zapatero.

Saber es poseer el conocimiento pleno de una cosa; de tal manera que puede ponerse en práctica en todo lo que tenga de practicable. En este sentido se dice que saber es poder, y también, que saber es hacer.

Instruido es el hombre que posee conocimientos científicos, extensos y sólidos.

¿Qué debe saber un obrero para ser instruido?

Convengamos desde luego, en que, por ser obrero, por ganarse la vida ejerciendo un oficio manual, no se destruye ni se adultera la naturaleza mental del hombre. Los poderes mentales de un obrero son, sustancialmente, los mismos que los de un artista o de un hombre de ciencia. Si la mayoría de los obreros aparecen como hombres de ruda inteligencia, es porque gastan en el trabajo manual la mayor parte de su tiempo y de sus fuerzas; porque no ejercitan o ejercitan muy poco sus fuerzas mentales. Si en vez de trabajar así como lo hacen, ejercitaran simultánea y proporcionadamente sus facultades físicas, intelectuales y estéticas, los más de entre ellos alcanzarían una mentalidad tan vigorosa como la de los más ilustrados intelectuales.

Digo, por lo menos, porque, en realidad, los hombres que han sido educados por ese sistema, y continúan viviendo según el mismo, son más inteligentes, más capaces de sentir la belleza que los que se especializan en una sola clase de trabajo.

Esta forma de educación y de vida es la que llaman los anarquistas educación integral, vida integral, y según ellos, así vivirán todos los hombres en una sociedad bien integrada: trabajando con las manos y con el cerebro.

Deteniéndose a meditar en lo que antecede, se advierte que hacen una labor inútil los que se interesan por los obreros, si ante todo no se esfuerzan en volverles a su condición normal de trabajadores intelectuales y manuales; lo cual no es posible si no se les deja tiempo suficiente para instruirse.

Convengamos, en segundo lugar, en que tampoco se destruye ni se adultera la naturaleza moral del hombre, por el hecho de ser obrero: en otros términos, en nada se rebaja un hombre porque gane su vida con el trabajo de sus manos.

Así es que el derecho de los obreros, como clase social, a intervenir en el manejo de la comunidad, no puede ser discutido. No forman una clase inferior; no son una masa, un gremio condenado siempre a tutela, a ser gobernado eternamente por los intelectuales.

Aunque en teoría nadie sostiene lo contrario, no es lo mismo en la práctica, pues no solamente la autoridad y los privilegiados de las otras clases sociales manifiestan a menudo con sus actos su menosprecio por los obreros, sino que éstos mismos demuestran en muchas ocasiones, que se sienten inferiores, acudiendo hasta para las cosas más triviales y fáciles, al consejo y a la resolución de un abogado, de un médico, de un periodista, de cualquier intelectual.

A fuerza de oírse llamar y de verse tratar como inferiores, han llegado a creerse tales, y tan penetrante ha sido el efecto de esta sugestión en muchos de ellos, que se escandalizan y enojan cuando alguno intenta demostrarles que valen tanto como los señores. Hablo así, refiriéndome especialmente a los obreros salvadoreños, en quienes está muy arraigado ese sentimiento de impotencia.

Afirmo, pues, que los trabajadores manuales (obreros o campesinos) tienen el mismo derecho que los llamados intelectuales a adquirir una instrucción extensa y sólida, y que su capacidad mental es sobradamente intensa para adquirirla, siempre que la ejerciten en condiciones adecuadas. Que el obrero manual se encuentre bien alimentado, habitando una casa cómoda y sana, bien abrigado y con cuatro o cinco horas libres cada día para entregarse al estudio, y le veremos elevarse a la altura de los más vigorosos intelectuales.

Este fenómeno, de que no conozco en este país ningún caso, presenta ya numerosos ejemplos en Europa y no pocos en Sudamérica. Yo mismo traté en Chile a varios obreros que, sin abandonar su oficio, han adquirido un caudal de conocimientos mayor que el de varios de nuestros literatos y profesores.

Uno de esos trabajadores, un joven impresor de Santiago, me inició en el estudio de las obras de Elíseo Reclús. Un carpintero, Ignacio Mora, a quien usted conoció aquí hace algunos meses, me puso en las manos las primeras obras de Spencer. Otro carpintero, Clodomiro Maturana, muy versado en Higiene, me hizo conocer a Eduard Cárpenter, original y profundo pensador inglés. Luis Olea, pintor decorador, escribe sentidos versos, prosa clara y juiciosa, y piensa con raro acierto en sociología, moral y estética. José María Pizarro, zapatero de Valparaíso, es hombre de extensas y meditadas lecturas.

Puedo asegurar que si usted oye hablar a cualquiera de estos señores, o a otros cuyos nombres no recuerdo, y no le han dicho antes quiénes son, usted les tomará por literatos o profesores. No son más que obreros manuales, que esforzadamente roban tiempo a sus quehaceres para dedicarse al estudio, y que gastan en libros cuanto pueden ahorrar.

Todos ellos, si lo quisieran, entrarían en otra clase de vida, dejando enteramente su oficio; pero aman el trabajo manual, y opinan que un hombre completo debe trabajar con el cerebro y con las manos.

Tome usted nota de que se trata de obreros colocados en condiciones ordinarias: ninguno de ellos es jefe de taller, ninguno de ellos es rico; son, simplemente, obreros que saben bien su oficio, que ganan regulares salarios, y que se esfuerzan por instruirse.

Si en condiciones tan desventajosas pueden los obreros cultivar su inteligencia con tal éxito, ya puede suponerse lo que harían encontrándose con las ventajas de una buena alimentación, casa higiénica, vestido adecuado, y tiempo libre suficiente para dedicar al estudio.

Había olvidado que Juan Grave, pensador francés de excepcionales dotes y autor de obras ya célebres, es zapatero e impresor, y –para hacer una ligera excursión al pasado– que San Pablo, uno de los hombres más grandes que han existido, al decir de Renán, no quiso jamás dejar su oficio de tapicero, con el cual ganaba su vida durante sus largas peregrinaciones.

Aceptado que la condición de obrero no es esencial ni principal en el hombre, sino accidental y subordinada (pues consiste simplemente en una de tantas maneras de ganarse la vida), la pregunta ¿qué debe saber un obrero para ser insfruído? ya no tiene razón de ser, y debe sustituirse por esta otra:

¿Qué debe saber un hombre para ser instruido?

He aquí la cuestión en su verdadero terreno.

Alberto Masferrer


(Tomado de ¿Qué debemos saber? Cartas a un obrero, segunda edición, 1947).

Estudios y Figuraciones Sobre la Vida de Jesús

Alberto Masferrer

NOTA EDITORIAL

El alto valor humano de Jesús ha sido siempre un tema inspirador de grandes escritores. Fuera del interés religioso que para el cristianismo representan los Evangelios, se les puede considerar como el primer monumento literario, de alto sentido creador, fuente, en todos los siglos posteriores, de una rica vena literaria dentro del mundo de Occidente.


Raro es el escritor que no se ha ocupado de Jesús presentándole a través de sus profundas enseñanzas, ungido de poesía, de gracia, de belleza… Para no citar sino a algunos autores contemporáneos, debemos referimos a Giovanni Papini, quien en el año de 1921 publicó su Historia de Cristo, ahora traducida a casi todos los idiomas, la cual está escrita con fervor y sentido lírico, afirmando su fe y su sed de salvación. Francois Mauriac es también autor de una Vida de Jesús que interesó igualmente a quienes se ocupan de la exégesis y de las letras. Gabriel Miró, con intención poética talló las admirables páginas de sus Figuras de la Pasión del Señor.

El escritor salvadoreño Alberto Masferrer) tuvo siempre el proyecto de escribir una extensa vida de Cristo, a la cual habría de consagrar sus mejores esfuerzos; sin embargo su propósito no logró realizarlo plenamente, habiendo escrito tan sólo algunos capítulos que aparecieron el año de 1927, bajo el título Estudios y Figuraciones Sobre la Vida de Jesús y que ahora incluimos en la Biblioteca Popular, con la seguridad de que serán bien recibidos y comentados por los lectores.

Masferrer, en estas páginas, abandona el tono didáctico que caracteriza a otras obras suyas y eleva su estilo a una altura lírica acorde con el tema tratado.

Refiriéndose a la obra de Masferrer que ahora editamos, dice el escritor salvadoreño Francisco Morán: «Ni en Renán, ni en Papini, ni en ninguno de los que conocemos por estudiosos de la vida de Jesús, podrá encontrarse una manera más hábil y más convincente de humanizar lo divino de Cristo, para edificación y consuelo de los hombres. Nunca se logra explicación tan lógica y sencilla, al porque respetuosa, de misterios como el de la Anunciación, la Encarnación y el Bautismo.»

La obra de Masferrer se caracteriza por su sencillez, por lo fluido del pensamiento, por un fondo de verdad. Es siempre la voz de un hombre que se emociona, la palabra de un Maestro que cala hondo en la conciencia de su pueblo.

Extensa es la bibliografía de Alberto Masferrer. En futuras ediciones aparecerán otros títulos del mismo autor.

Fuente:

Masferrer, A. (1972). Estudios y Figuraciones Sobre la Vida de Jesús. (4a. Ed.). San Salvador: Dirección de Publicaciones.

Hazte un Cristal

Por Alberto Masferrer

Alberto Masferrer.

   A TI, QUE NACISTE PARA SER UNA VOZ.

   Tu misión es hacerte un cristal.
  
No un sol — porque los soles vienen de muy alto — sino un cristal que concentre los rayos del Sol; les abra camino a través de su transparencia, y ya juntos en haz resplandeciente, lleve su luz aún a los ojos más nublados; aún a las mentes más oscuras; aún a los corazones más dolientes.

   Otros, pensaron; otros, descubrieron; otros penetraron en el corazón del Arcano. Tú, gozoso y humilde, hallarás tu gloria en decir.

   Tú no eres la luz; tampoco la luciérnaga es la luz, pero en su cabecita lleva una antorcha. Que tu palabra sea la llama que enciende la antorcha.

   Conténtate y gloríate de ser un cristal. Un cristal que a la vez ha de ser un prisma de tres faces, una lente de gran concentración, y una simple lámina, diáfana como el agua en que se desvanece el ventisquero. Prisma de tres faces: para Bondad, para Verdad, para Belleza. Lente que recoja y concentre para dar tono, penetración y fuerza a los mil imperceptibles gemidos de las criaturas tristes, que padecen porque no tienen voz. Lámina igual y diáfana, para no deformar las palabras hondas que ya fueron escritas, y que vienen a tí para que las hagas entender a los sencillos y a los ignorantes.

   Hazte un cristal: sé medianero de la luz; sirve de puente a la Aurora, que ansía descender hasta el alma tenebrosa del hombre, y al enfermo corazón del hombre, que anhela subir a purificarse y a diafanizarse en la Aurora.

   Tu misión es hacerte un cristal. Mas al cristal sólo se llega por la senda de la Humildad, de la Pureza, de la Sencillez, de la Alegría y del Silencio. De la perfecta humildad; de la perfecta pureza; del perfecto silencio; de la perfecta sencillez, de la perfecta alegría.

   ¿Puedes tú devenir un cristal?….

   Perfecta es la pureza de aquel que destierra de sí, todo anhelo que no sea el anhelo de recibir y esparcir la luz.

   Perfecta es la humildad de aquel que nunca olvida que la luz viene de lo Alto y no de él,
y que no viene sólo para él, sino para toda sombra y toda pena.

   Perfecto es el silencio de aquel que no disemina sus pensamientos ni sus ansias en comprender y realizar otros aspectos de la vida, sino que los concentra y totaliza en la perenne y única ansiedad de atraer y difundir la luz.

   Perfecta sencillez, es la de aquel que se mantiene simple, sin engastes ni adornos, confiado
en la sola belleza de la diafanidad, en la virtud suprema de ser verdadero y transparente.

   Perfecta es la alegría de aquel que no se deja empañar por nieblas ni tinieblas; que sabe irizar sus propias lágrimas; que olvida su propio dolor, porque sabe que la luz es serenidad y alborozo, y el dolor ajeno transforma en oración — en demanda de luz— porque sabe que toda oscuridad y toda pena se curan con la luz.

   Tu misión es hacerte un cristal……

   ¿Quieres tú devenir un cristal?……

(Tomado de la obra Las Siete Cuerdas de la Lira, de Alberto Masferrer),


Leer y Escribir

Por
Alberto Masferrer




Enseñar a
leer y escribir es, a mi juicio, una de las necesidades más urgentes de las
nuestras, y un trabajo que daría ocupación noble y grata a los muchos que entre
nosotros no saben qué empleo dar a sus fuerzas. En efecto, es sabido que en
nuestro país gente de generosas intenciones, rica o instruida, no sabe qué
hacer con su dinero ni con sus luces; vive una vida llena de tedio, roída por
el ocio, esterilizada por el pesimismo, ¿Qué pueden hacer? La política y las discusiones
religiosas no tienen incentivo por mucho tiempo. ¿Las ciencias? Ni su estudio
ni su difusión están organizados de manera que puedan ocupar sino a unos pocos,
y sólo de aquellos que tienen vocación muy marcada. ¿El arte? Fuera de hacer
versos llorones o eróticos, todavía no se nos ha revelado en ninguna de las
manifestaciones que alcanza en las sociedades adelantadas. Queda la beneficencia,
de la cual apenas conocemos las formas más rudimentarias: dar limosna y visitar
a los enfermos; formas que son insuficientes, por supuesto, porque las
necesidades son mucho más amplias; porque el dolor y la miseria humanos no se
vencen con solo pan y medicinas, sino que hay que curarlos en infinitas formas.

Si
venimos a ver lo que pasa, por ejemplo, en una ciudad de Bélgica en materia de beneficencia,
hallaremos cosas que nunca hemos soñado. A más del Asilo de Huérfanos, del
Instituto de Sordomudos, del Hospital, del Asilo de Ancianos, de la Sala Cuna,
del Asilo de Noche, del Bocado de Pan, de la Gota de Leche, del Sanatorio de
Tuberculosos, encontraremos, por ejemplo en Amberes, cantinas maternales que
alimentan a las mujeres encinta, gratuitamente, dos meses antes y uno después
del alumbramiento, a fin de que el niño nazca y crezca robusto y sano; la Sopa
Escolar, que mantiene llenas las escuelas, pues los niños de la gente más pobre
son los más interesados en llegar a ellas; el Kindergarten, donde millares de
niños de sirvientes y obreros pasan el día y toman un excelente almuerzo,
mientras las madres van a su trabajo; colonias escolares, donde cada año van
centenares de muchachos débiles y enfermizos, a reponerse con aire puro y buena
comida; el Monte de Piedad, que da dinero al 8% anual, y que guarda las prendas
veintiséis meses para que los dueños las recojan; y cuando las vende, guarda el
sobrante íntegro de la venta seis meses, para que lo reclamen aquéllos; la Obra
de Vestuario Escolar, que viste año por año a millares de niños pobrecitos, a
fin de que no dejen de asistir a la escuela; la colecta de Le Matín que sube de
diez mil francos anuales, y que se emplea en comprar vestidos y zapatos a los
niños que salen convalecientes de los hospitales, a fin de que no recaigan
enfermos a causa de la desnudez. La Sociedad Protectora de los Niños Mártires,
que los defiende, los recoge y los educa. La Liga Social de Compradores,
formada de las personas más ricas y encumbradas, que trabajan porque a los
obreros y empleados de cada oficio se les pague un buen salario y se les dé el
necesario descanso; la Sociedad para la Protección de Niños Anormales, que los
educa en escuelas especiales y les enseña un oficio; la Casa del Trabajo, que
proporciona inmediatamente ocupación al que la solicita, a fin de que no se vea
obligado a pedir limosna; los puestos de socorro en diversos puntos de la
ciudad, para auxiliar a los heridos, golpeados, etc., etc., mientras llega el
médico o se les lleva a un hospital; la Escuela Desmontable, que se arma como
un circo y se lleva a los lugares más apartados de los centros educativos,
durante algunos meses, a fin de que los niños de tales barrios puedan recibir instrucción;
la Sociedad Protectora de las Jóvenes, que vigila a las muchachas que van del
campo a la ciudad en busca de trabajo, las recibe en la estación, las instala,
les busca empleo y las guarda de la seducción, y especialmente de los que
ejercen la trata de blancas; los calentadores públicos, donde en el invierno
los pobres encuentran calor, un vaso de vino y un trozo de pan; las sociedades
protectoras de los marineros, de inmigrantes sin trabajo, de extranjeros
desvalidos; los cursos gratuitos en la Universidad Popular; en fin cuanto pueda
imaginarse para llenar las necesidades más variadas; y todo eso, con dinero de
los particulares más bien que del gobierno o del municipio. Estos ayudan con
algo a las asociaciones que más lo necesiten; pero la gran parte del trabajo y
del dinero que se gasta en esas obras, viene de la colaboración voluntaria,
constante, gustosa, de millares de ciudadanos. Estos se entusiasman, se
enamoran de sus sociedades, y la obra realizada en común viene a ser un ideal,
un vínculo que les une. un motivo para vivir y amar la vida.

Entretanto,
ya se hizo entre nosotros refrán aquello de que en Centroamérica, el único
ideal por qué se puede luchar y morir es la causa unionista. Si es así, ¡ay de
nosotros porque nación tan desdichada, donde los múltiples y grandes intereses
humanos conmueven a nadie; donde el trabajo, la educación, la salud, la fuerza,
todas las manifestaciones y necesidades de la vida son vistas como
insignificantes; naciones tan infelices, digo, no tienen más porvenir que un próximo
desaparecimiento!

Porque ahí
donde el egoísmo es la regla, el aislamiento el método y el pesimismo el alma,
la muerte ha de venir, inexorable, y no se alcanzaría a evitar con todos los
gritos, protestas y discursos del universo.

Pero no
estamos tan enfermos como parece, ni el egoísmo es allá orgánico. Hay un error
de orientación y nada más. Las generaciones actuales, creadas en la antigua
superstición de que el gobierno es Dios, y la política el trabajo útil y noble
por excelencia; mal informadas sobre cómo se lucha y se progresa en los pueblos
cultos; ignorantes de lo que puede la asociación, porque todavía no conocen los
verdaderos
métodos para el trabajo en común, y porque las tiranías no han
dejado desarrollarse el espíritu y la costumbre de la sociabilidad; y para
decirlo de una vez, engañadas casi siempre, o mal conducidas por mentores que
no perseguían fines desinteresados o no tenían la preparación suficiente para
conducirlas, se están ahí, inertes, descorazonadas, viendo llegar un peligro
que juzgan inminente, en vez de ponerse a la obra de hacer un pueblo que
responda a las exigencias de la vida contemporánea. No es corazón e
inteligencia lo que nos falta, no es capacidad de trabajo o de sacrificio, sino
método, orientación, sistema. Nosotros podemos, debemos hacer lo que han
hecho los pueblos del norte de Europa, lo que hace Chile, lo que ha hecho
Estados Unidos, lo que han comenzado Italia y España: formar un pueblo de
cultura homogénea, con aspiraciones comunes; forjar una nación en que los
vínculos únicos no sean los recuerdos, la raza y el clima, sino la vida
espiritual, el designio sistematizado de elevarse por el esfuerzo de todos
para todos.

Y en este
camino, entiendo que lo primero que hemos de hacer es extirpar el
analfabetismo; no fundar perezosamente hoy aquí, mañana por allá, una pobre
escuela que da míseros frutos, sino enseñar a leer y escribir a todos, hasta
los ciegos y sordomudos, a fin de ponerles en actitud de recibir la luz, de
adquirir ideas, de comprender y de actuar.