El Bayunco

Por Esteban Balmore Cruz

En aquel pueblecito los domingos eran días verdaderamente especiales. Mucha gente venía de los caseríos y cantones aledaños a participar en actividades religiosas; a visitar familiares; a presenciar algún evento deportivo, o simplemente a hacer las compras de la semana. Su presencia creaba un ambiente festivo y de algarabía.

La mayoría de las personas venían a pie y solamente unos cuantos a caballo. En aquel tiempo, década de 1960-70, todavía no había carretera para el tránsito de vehículos automotores que conectara a las diferentes comunidades rurales con la cabecera del municipio. Los caminos eran estrechos y estaban en mal estado. Era una de esas poblaciones olvidadas por los gobiernos de turno, de aquellas que solamente son visitadas por los candidatos a la presidencia en tiempo de elecciones.

Pero en la comarca, los domingos, cada quien se vestía con su mejor mudada de ropa y su calzado predilecto para visitar el pueblo, donde sus habitantes también tenían esa costumbre dominical, tal vez porque durante el resto de la semana se mantenían muy ocupados en sus labores cotidianas relacionadas con la agricultura: la milpa, el frijolar, la tomatera.

En ese tiempo todavía era posible ver algunos que calzaban zapatos de hule o un tipo de sandalias llamadas caites, cuya suela era hecha del hule de las llantas de vehículos desechadas a las que se les ponía correas de cuero. Los más pobres entre los pobres, los que no podían comprarse ningún tipo de calzado, iban descalzos, y a estos les llamaban «chuñas». Realmente estos últimos eran muy pocos; pero aún ellos se ponían su mejor camisa, pantalón y sombrero en día domingo. Alguno que otro llevaba un pantalón remendado con un trozo de tela de color distinto al resto de la prenda de vestir, pero se sentía satisfecho (y los demás se lo reconocían) por andar limpio. Había cierto orgullo digno en aquello que «aunque pobre, pero limpio y honrado».

De los pocos que venían descalzos al pueblo había uno que destacaba por su modo de caminar. Su nombre era Chungo. Caminaba con su cabeza erguida, su rostro muy serio y su mirada fija al frente, pero al dar el paso levantaba un tanto el pie como si fuera a pasar por encima de una piedra sin hacer contacto con ella, moviendo los brazos como lo hacen los soldados en marcha militar. Y así lo mismo a cada paso. Levantaba la rodilla como se hace en el ejercicio de caminata estacionaria. Por su manera de caminar algunos le llamaban «piquetero» y otros «malicioso» (ambos términos allí se usaban para referirse a alguien que tenía donaire y gracia). Pero Don Pedro Páiz, el peluquero del pueblo, que ya estaba entrado en años y conocía a su estilo de historia, decía que el modo de caminar del joven cantoneño se debía probablemente a que tenía niguas en los pies. Y contaba el barbero que en tiempo pasado la mayoría de la gente en el país padecía de las niguas, por lo que les llamaban «chapines», por la forma de andar, aunque obviamente no procedían de Guatemala.

En los poblados pequeños de la época, por falta de mejores diversiones, la gente se divertía observando a otra gente y comentando entre risitas la forma de vestir, los peinados, el modo de bailar, etc. Y aunque Chungo era harto conocido en la villa, siempre era divertido verle pasar por la calle principal empedrada, y alguno le decía:

   —¡Salú, Chungo!

Y él contestaba:

   —¡Salú vos!.

Pero hubo un domingo en que todos se quedaron boquiabiertos al ver venir a Chungo. Y la razón de ello era que el muchacho traía puesto un destellante reloj en su muñeca. «¿Alguien ha visto alguna vez, en alguna parte del mundo, a un individuo que yendo descalzo use reloj?» Parecía ser lo que se preguntaban todos.

Era tanta la admiración que le detuvieron cuando iba pasando enfrente del grupo, y ante la mirada inquisitiva del joven, hubo uno que le dijo:

   —¡Sí que sos bayunco Chungo!
   —¡Bayunco yo! ¿Por qué?
   —Porque usás reloj andando descalzo—, le espetó otro del conglomerado.
   —Y eso, ¿qué?— preguntó desafiante Chungo.
   —¡Pues que el sentido común indica que antes de comprar reloj debiste comprarte un par de zapatos!
   —¡Sí, bayunco, eso debiste haber hecho!

Y después de un brevísimo silencio, Chungo respondió indignado, mientras levantaba el pie para dar el primer paso, disponiéndose a marcharse:

   —Bayuncos son ustedes, porque este reloj no lo he comprado; me lo gané en una rifa que hicieron en mi cantón. Y lo traigo puesto para que lo vean y tal vez alguno se anima y me lo compra… ¡Bayuncos!

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(La ilustración que acompaña esta publicación es del artista guatemalteco Moisés Barrios. Ha sido tomada de la versión digital de la colección de cuentos de Salarrué de PerioLibros, 1996).