Mahoma (biografía del profeta islámico, Parte 2)

(Traducido por Baneste)



Mahoma y el arcángel Gabriel



Mahoma ahora se había vuelto demasiado poderoso para ser resistido por la fuerza, pero no demasiado exaltado para no ser molestado por la competencia. Su propio ejemplo en asumir el carácter sagrado de apóstol y profeta, y el éxito brillante que le había asistido, dio una pista a otros de los medios probables para avanzar a un grado similar de dignidad y dominio. El espíritu de emulación, por lo tanto, hizo surgir a un colega profeta en la persona de Moseilama, llamado hasta el día de hoy por los seguidores del islamismo  «el mentiroso Moseilama», descendiente de la tribu de Honeifa, y una persona importante en la provincia de Yemén. Este hombre encabezó una embajada enviada por su tribu a Mahoma, en el noveno año de la Hégira, y luego se declaró a sí mismo musulmán; pero a su regreso a casa, meditando sobre la naturaleza de la nueva religión y el carácter y la fortuna de su fundador, se le ocurrió la sacrílega sugerencia, que mediante habilidosa gestión podría compartir con su paisano en la gloria de una misión divina; y, en consecuencia, en el año siguiente empezó a poner su proyecto en ejecución. Declaró que él, también, era un profeta enviado del cielo, que tenía una comisión conjunta con Mahoma  de redirigir a la humanidad de la idolatría al culto del verdadero Dios. Él, además, imitó su modelo tan de cerca como para publicar revelaciones escritas imitando el Corán, pretendiendo haber sido derivadas de la misma fuente. Habiendo tenido éxito en la obtención de un bando considerable de la tribu de Honeifa, él por último comenzó a ponerse a sí mismo aún más próximo a un nivel con el profeta de Medina, e incluso fue tan lejos como para proponer a Mahoma una asociación en su supremacía espiritual. Su carta empezaba así: «De Moseilama, el apóstol de Dios, a Mahoma, el apóstol de Dios. Ahora que la tierra sea mitad mía y mitad tuya». Pero este último, sintiéndose demasiado firmemente establecido como para estar en necesidad de un asociado, se dignó solamente retornar la siguiente respuesta: «De Mahoma, el apóstol de Dios, a Moseilama, el mentiroso. La tierra es de Dios: él es quien da la misma por herencia a aquellos de sus siervos como le place, y el feliz resultado deberá asistir a los que le temen «.

Durante los pocos meses que Mahoma vivió después de esto, Moseilama continuó, en general, ganando terreno, y a la larga se volvió tan formidable como para ocasionar una ansiedad extrema al profeta, ahora rápidamente sucumbiendo bajo los efectos de la enfermedad. Una expedición, bajo el mando de Caled, la «Espada de Dios», fue enviada a suprimir la secta rival encabezada por el falso apóstol, y la imaginación agitada de Mahoma, en los momentos de delirio, que ahora le aquejaban, se retrataba a sí misma con frecuencia los resultados del combate entre sus fieles musulmanes y estos osados apóstatas. El ejército de Caled regresó victorioso. El mismo Moseilama y diez mil de sus seguidores quedaron muertos en el campo; mientras que el resto, convencidos por la refulgente evidencia de la verdad que radiaba de las espadas de los conquistadores, renunciaron de sus errores, y retornaron silenciosamente de nuevo al seno de la iglesia mahometana. Varios otros insurgentes con pretensiones similares, pero de menor consecuencia, fueron aplastados de la misma manera en las primeras etapas de su defección.

Ahora hemos alcanzado la época en que la religión de Mahoma se puede considerar quedó establecida de forma permanente. La conquista de La Meca y de los qurayshíes había sido, de hecho, la señal para el sometimiento del resto de Arabia; y aunque varias de las pequeñas tribus ofrecieron, por un tiempo, el espectáculo de la resistencia a las armas del profeta, todas fueron finalmente sometidas. Entre la toma de la Meca y el período de la muerte de Mahoma, un poco más de tres años transcurrieron. En ese corto periodo él había destruido los ídolos de Arabia; había extendido sus conquistas a las fronteras de los imperios griego y persa; había tornado su nombre formidable ante aquellos otrora poderosos reinos; había probado sus armas contra las tropas disciplinadas de dichos reinados, y los había derrotado en un encuentro desesperado en Muta.

Su trono se encontraba ahora firmemente establecido; y había dado un impulso  a la nación árabe, lo que les indujo a invadir y les permitió conquistar una gran parte del globo. India, Persia, el imperio griego, toda Asia Menor, Egipto, Berbería y España, eventualmente fueron sometidos por sus armas victoriosas. Es cierto que Mahoma no vivió para ver la consecución  de este tipo de conquistas poderosas, pero él comenzó el tren que dio lugar a este dominio tan extendido, y, antes de su muerte, había establecido sobre la totalidad de Arabia y algunas partes de Asia, la religión que él había inventado.

Y ahora, después de haber llegado a los sesenta y tres años de edad, y al décimo de la Hégira, 632 d.C., los efectos fatales del veneno, que había estado tanto tiempo agitándose en sus venas, comenzaron a manifestarse más y más sensibles , y a operar con virulencia alarmante. Día a día, él declinaba visiblemente, y era evidente que su vida se aproximaba a su final. Desde hacía algún tiempo anterior al evento, estaba consciente de su cercanía, y se dice que la contempló y esperó con firmeza característica. El tercer día antes de su disolución, ordenó ser llevado a la mezquita, donde podría, por última vez, dirigirse a sus seguidores, y otorgarles sus oraciones y bendiciones de despedida. Siendo asistido para subir al púlpito, edificó a sus hermanos con el tenor de sus moribundos consejos piadosos, y en su propio ejemplo enseñó una lección de humildad y penitencia, como apenas hallaremos inculcado en los preceptos del Corán.

«Si hay alguno,» dijo el profeta, «a quien haya atormentado injustamente, cedo a ustedes mi propia espalda al látigo de la revancha. ¿He difamado la reputación de algún musulmán? Que proclame mi culpa frente a la congregación . ¿Ha sido alguien despojado de sus bienes? Lo poco que poseo deberá compensar el capital y los intereses de la deuda «. «Sí», respondió una voz desde la multitud: «¡Tú me debes tres dracmas de plata!» Mahoma escuchó la queja, satisfizo la demanda, y dio las gracias a su acreedor que lo había acusado en este mundo, en vez de haberlo hecho en el día del juicio. Luego procedió a liberar a sus esclavos, diecisiete hombres y once mujeres; instruyó la ordenanza de su entierro; se esforzó por disipar los lamentos de sus apesadumbrados amigos, y esperó la llegada de la muerte. Él no designó expresamente a un sucesor, un paso que habría impedido los altercados que después estuvieron tan cerca de destruir en su infancia la religión y el imperio de los sarracenos; pero su nombramiento de Abubeker para suplir su lugar en la función de la oración pública y los demás servicios de la mezquita, parecían dar a entender indirectamente la elección del profeta. Este amigo antiguo y fiel, en consecuencia, después de mucha contención, se convirtió en el primer califa de los sarracenos, aunque su reinado terminó con su muerte al final de dos años.

La muerte de Mahoma fue acelerada por la fuerza de una fiebre ardiente, que le privó a veces del uso de la razón. En uno de estos paroxismos de delirio exigió pluma y papel, para componer o dictar un libro divino. Omar, que estaba observando a su lado, rechazó su petición, no sea que el moribundo profeta podría dictar algo que excediera al Corán. Otros, sin embargo, expresaron un gran deseo de que el libro pudiera ser escrito; y así una acalorada disputa se produjo en el aposento del apóstol, quien se vio obligado a reprender su vehemencia inapropiada. No se realizó la escritura, y muchos de sus seguidores han lamentado la pérdida de las revelaciones sublimes, que sus moribundas visiones podrían haberles legado.

La esposa favorita del profeta, Ayesha, estuvo a su lado en sus últimos momentos, sosteniendo su desfallecida cabeza sobre la rodilla, mientras yacía tendido en la alfombra; observando con ansiedad temblorosa el cambio de su apariencia y escuchando los últimos sonidos quebrantados de su voz. Su enfermedad, ya que se aproximaba hacia su terminación, se manifestó a intervalos con los dolores más insoportables, que él constantemente atribuía a  la fatal pócima ingerida en Chaibar; y como la madre de Bashar, su compañero que había muerto en el lugar por la misma causa, se situó a su lado, exclamó: «Oh madre de Bashar, las cuerdas de mi corazón ahora están rompiéndose por los alimentos que comí con tu hijo en Chaibar «. En su conversación con los que le rodeaban, mencionó como una prerrogativa especial concedida a él, que no le estaba permitido al ángel de la muerte tomar su alma hasta que no le hubiera pedido respetuosamente su permiso, y este permiso lo concedió con condescendencia. Recuperándose de un desmayo que la violencia de sus dolores le provocaron, alzó los ojos hacia el techo de la casa, y con acentos vacilantes exclamó: «Oh Dios! Perdona mis pecados. ¡Sí, vengo entre mis camaradas trabajadores en alto!» Seguidamente su rostro fue rociado con agua, por su propia mano débil, y poco después expiró.

La ciudad, y más especialmente la casa del profeta, se convirtió al momento en una escena de llanto doloroso y confundida lamentación. Algunos de sus seguidores no podían creer que estaba muerto. «¿Cómo puede estar muerto, nuestro testigo, nuestro intercesor, nuestro mediador con Dios? Él no está muerto. Al igual que Moisés y Jesús, está envuelto en un trance sagrado, y rápidamente volverá a su pueblo fiel.» La evidencia de los sentidos era descartada, y Omar, blandiendo su cimitarra, amenazó con golpear las cabezas de los infieles que afirmaban que el profeta no era más. A la larga, el tumulto fue apaciguado por la moderación de Abubeker. «¿Es Mahoma,» dijo él, «o el Dios de Mahoma, a quien servís? El Dios de Mahoma vive para siempre, pero el apóstol era un mortal como nosotros, y, de acuerdo con su propia predicción, él ha experimentado el destino común de la mortalidad «.

Los restos del profeta fueron depositados en Medina, en la misma sala en la que expiró, habiéndose removido el piso para hacer su sepulcro, y un monumento sencillo y sin adornos fue erigido sobre éste algún tiempo después. La casa en sí ha sido desde entonces moldeada, o ha sido demolida, pero el lugar de enterramiento del profeta todavía se hace manifiesto a la veneración supersticiosa de sus discípulos. La historia de sus reliquias que se suspenden en el aire, por la fuerza de la piedra imán en un ataúd de hierro, al igual que la de La Meca, en lugar de Medina, es una mera invención ociosa. Su tumba en este último lugar ha sido visitada por millones de peregrinos, y a partir de los relatos auténticos de viajeros encubiertos que han visitado estas dos ciudades santas, sabemos que está construida con labor corriente de albañil, fijada sin elevación sobre la superficie de el terreno. La urna que encierra su cuerpo está protegida por un enrejado de hierro que no le permite pasar a nadie.

El Corán o alkorán, que significa “el libro”, es una colección de todos los diferentes fragmentos que el profeta pronunció durante el periodo en el que profesaba ejercer el ministerio apostólico. Fueron escritos originalmente en hojas dispersas, pero fueron recogidos por Abubeker dos años después de la muerte de Mahoma. Están en el dialecto más puro y refinado de Arabia, y se distinguen por adornos extraordinarios de estilo. El Corán se refiere no sólo la divinidad, sino también el derecho civil de los musulmanes. Profesa contener la revelación de la voluntad de Dios por medio de Gabriel a Mahoma, y a través de él a la humanidad. Uno de los libros da cuenta de la transportación del profeta por la noche hasta el tercer cielo, en un animal alado, llamado Alborak, semejante a un asno, donde vio cosas indecibles. Las grandes doctrinas del Corán, como se ha mencionado antes, son la existencia de un Dios supremo, a quien solo le son debidos la adoración y la obediencia. Declara que la ley divina fue entregada fielmente por Adán, Noé, Abrahám, Moisés y Cristo. Declara la inmortalidad del alma del hombre, y el juicio final, y establece que los buenos morarán en dicha eterna, entre plácidas arboledas de sombra, y atendidos por vírgenes celestiales. La esperanza de la salvación no se limita a los musulmanes, sino que se extiende a todos los que creen en Dios y hacen buenas obras. Los pecadores, en particular los no creyentes, deambularán en un oscuro infierno ardiente, para siempre. Los deberes prácticos impuesto por el Corán, son la propagación del islamismo y oraciones dirigidas al templo de La Meca, en cinco períodos diferentes del día, junto con el ayuno, la limosna, abluciones religiosas, peregrinaciones a La Meca, etc. Le permite a un hombre no más de cuatro esposas, aunque el profeta tenía diecisiete, y es curioso añadir que todas eran viudas, excepto una. Se prohíbe firmemente la usura, juegos de azar, el vino y la carne de cerdo.

No podemos negar a Mahoma la posesión de un genio extraordinario. Era un hombre de gran elocuencia, y poseedor de un hermoso estilo de composición; y tenía esa majestad de persona, todo lo cual, unido a sus cualidades mentales, le daban un gran realce entre aquellos que venían ante su presencia. Vivió en una época oscura, en medio de un pueblo iletrado; sin embargo, sin la ayuda de la educación, dominó los sistemas religiosos de la época, y tuvo una visión amplia y sagaz de la condición moral y política de los pueblos de Asia. Él concibió la idea sublime de unificación, por una verdad poderosa, de los fragmentos rotos de su propia nación, y la destrucción de la idolatría por la sustitución de la adoración de un solo Dios. Es cierto que él trató de lograr estos fines por medios ilegales, por la impostura, y el uso sangriento de la espada; hay que reconocer, también, que era licencioso y aunque no podemos dejar de condenar su carácter, debemos reconocer el esplendor de sus capacidades y conceder que mientras que la impuso a sus seguidores, él estableció una fe infinitamente por encima del paganismo, y se rocía con muchos rayos de luz de la fuente de la verdad divina.

(Traducido del libro Famous Men of Ancient Times, del autor S. G. Goodrich).