Suzy Vive en el Recuerdo (y "Mario" También)

Por Walter Rivera

Era el mes de marzo de 1982, y como tal era caluroso. Ese verano estaba dando sus últimos días y daba la impresión de decirnos con su ardiente calor que volvería. La ciudad despertó como siempre con su leve ruido hasta convertirse en un verdadero laberinto cual si fuera un hormiguero.

En aquella casa de clase media, sus cuatro habitantes se movían con rapidez. “Hoy es un día especial”, pensaban. La vivienda estaba habitada por Cristina, Manuel (ambos esposos), su pequeño hijo Ernesto, y Suzy, jovencita de unos veinte años, de estatura pequeña, cabello negro liso recortado a la altura de la nuca; sus ojos eran negros, pequeños y achinados, de complexión delgada; por esas características la llamaban cariñosamente “la Vietnamita”, mujer de extracción humilde y de formación cristiana, lo cual la hacía poseedora de una sencillez natural como el viento. Anteriormente había sido miembro de un grupo religioso. Ese contacto con la cruda realidad de su pueblo, más las enseñanzas y principios cristianos, la llevaron a tomar la decisión de que en El Salvador no había más alternativa que pelear por los cambios, con las armas en la mano.

Cristabel era responsable de un equipo y segunda a cargo de lo que harían ese día. Profesora de profesión de unos veintiséis años; mujer enérgica e imponente, quien todo lo medía desde una óptica militar, pero eso sí, eficiente.

Eran aproximadamente las 8:15 AM; la operación militar estaba programada para las 2:00 PM. Ésta consistía en toma y control de una parte del norte de la ciudad. Cristina revisaba los explosivos, los fulminantes, el traslado, el lugar de entrega. Suzy por su parte revisaba el plan, la recuperación del vehículo, la escojitación del motorista, el tipo de armas, el personal. Manuel revisaba la munición, limpieza de armas, granadas. Cristabel supervisaba el plan general; todo era movimiento allí.

Suzy salió para coordinar con su equipo y el resto continuó con los preparativos, con la emoción que aquello conllevaba. El pequeño Ernesto, entre juegos y travesuras, observaba el ajetreo… No les quedó ni tiempo de almorzar.

El ruido producido por los motores de los vehículos era interminable, ya que vivían cerca de una de las arterias principales de la ciudad. El taller que tenían al lado no dejaba descansar las herramientas eléctricas; los esmeriles devoraban el metal; las bromas de los trabajadores se dejaban escuchar por ratos, y todo el ambiente que rodeaba la casa de seguridad de los revolucionarios, se notaba normal ante el resto de los vecinos.

El reloj devoraba el tiempo. A las 12 meridiano regresó Suzy informando que tenía todo listo, vehículo, motorista, etc. Almorzó algo que se preparó y se sentó a revisar el plan. Cristabel interrumpió diciendo: “Mirá, Manuel, yo ya me voy. Vendré después de la operación. Vos vas a ir a la misión; cada quien lleva su parte; así que vos llevarás el vehículo con el mortero 60 milímetros con doce granadas, y recogerás a Richard diez minutos antes de las 2:00 PM., cerca de la iglesia Don Rúa. No lleves arma personal, ya que Richard las llevará”. “¡Vergón!”, contestó Manuel, y acto seguido se dirigió al embutido donde reposaba el arma de apoyo. Cristabel se despidió, diciendo “nos vemos allá”.

La situación política en el país era tensa. Los efectos de la primer gran ofensiva del frente guerrillero se sentían en el ambiente; ofensiva que enfrentó a un pequeño ejército del pueblo con escasez de medios, recursos y personal, contra uno de los ejércitos más fuertes del área, armado, asesorado y entrenado por la primer potencia del mundo; ejército con más de medio siglo de existencia y que arrastraba tras de sí muchos actos genocidas en contra del pueblo. Las respuestas a toda oposición no se hacían esperar; las capturas contra miembros de los sindicatos, campesinos, estudiantes y sectores progresistas de la iglesia eran terroríficas; reinaba el imperio de los escuadrones de la muerte, grupos paramilitares surgidos del seno de la Fuerza Armada y financiados por los millonarios para combatir a toda oposición política en el país. Eran las noches más negras de la historia.

A la 1:00 PM, Manuel arregló el arma de apoyo en el vehículo, ayudado por Cristina, y repasó la dotación del mismo, bípodes, placa, tubo, mira, granadas, impulsores; todo estaba listo; por momentos el ambiente se saturaba de cierto nerviosismo. Suzy se despidió y le dijo a Cristina “tené listo el material que voy a regresar”, y salió par ir a traer el vehículo. En ese momento regresó Suzy un poco agitada y le dijo a Manuel “se me olvidaba decirte que yo llegaré con Richard, y te lo llevas vos. Yo me iré en el otro vehículo; así que allí me esperas según la hora acordada”. “Está bien”, contestó Manuel, y Suzy salió perdiéndose entre la gente por la avenida. Manuel y Cristina se dieron un beso de despedida; besó al pequeño Ernesto y se encaminó al vehículo, alcanzando a escuchar cuando Cristina le dijo “¡Cuídate!”. Ocupó el lugar frente al timón, introdujo la llave y se dejó escuchar el ruido del motor; se dieron otro adiós con la mano y enfiló sobre la calle. “¡Puta!”, pensó Manuel, “ojalá no me pare algún retén”, y tomó rumbo al centro de la ciudad. Era la 1:15 PM; tenía que cruzar el centro. Continuó pensando “espero que Richard y Suzy lleguen a la hora exacta”.

Atravesó la ciudad sin problemas, sumido en sus pensamientos y con los sentidos alertas. Faltando 15 minutos para las 2:00 PM, se estacionó en una pequeña calle al costado norte de la iglesia. Se sentía un poco nervioso; la situación no era para menos; con los patrullajes de la Fuerza Armada; los cuerpos de seguridad del régimen… Observaba por el espejo retrovisor; puso la radio para tratar de relajarse y se arrellanó en el asiento; prendió un cigarrillo; estaba listo para esperar. Faltando 5 minutos para la hora indicada, doblaron por la esquina hacia él, Suzy y Richard. Éste se notaba que traía entre sus manos un bulto. “¡Hola, Manuel!”, dijo Suzy con su característica jovial, “¿hace ratos veniste?”. “No”, contestó Manuel, “hace poco”. “¡Hola, Richard! ¿Qué ondas?”. “Tranquilo”, contestó aquel, “¿y vos?”, preguntó. “¡Vergón y listo!”, respondió Manuel. Richard se sonrió y mostró su dentadura blanca… Richard, joven de unos 24 años, moreno, pelo negro liso, aproximadamente de 1.75 de estatura, complexión regular, ojos negros y alegres, de carácter sereno, pero de alta convicción y contextura ideológica.

“Mira”, dijo Suzy, “ya es tarde y la Cristabel parece que ocupó el carro que yo tenía. Así que me tengo que ir. Por aquí veré a Mario que quedó de traer otro vehículo. Así que ustedes dénle ya”. “Okay”, contestó Manuel, y Suzy se encaminó al lugar del contacto. Richard entró al vehículo y se acomodó en el asiento delantero, y le dijo a Manuel “¿traés el volado?”. “¡Sí, hombre, está en el baúl!”. “¡Puta!”, dijo Richard, “¿allí lo traés?”. “¡Simón, man, así no nos cuesta sacarlo, ya viene listo!” “¡Vergón!”, dijo Richard, y acto seguido, extrajo de un saco de manta una sub ametralladora UZI y se la puso sobre las piernas, y le entregó a Manuel una pistola calibre 45 milímetros, así como la dotación de munición. “Bueno”, dijo Manuel, “de estas me gustan”. En eso estaban cuando vieron que Suzy regresaba y se dirigió a Manuel, diciéndole “mira, a las 5:00 PM me recoges aquí”. “De acuerdo”, contestó aquel, y Suzy desapareció del lugar. “Mira”, dijo Richard con tono dudoso, “¿trajiste todo?”. “¡Sí! Revisemos, pero rápido, porque ya son las 2:00 PM”, contestó Manuel. Ambos se bajaron del auto. Manuel introdujo a llave en la cerradura del baúl y éste se abrió. Richard -experto artillero- hizo una rápida revisión con la vista y comentó “¡está bien! ¡vámonos!”. Los dos abordaron el vehículo, y Manuel lo enfiló hacia el objetivo. En la esquina vieron a Suzy hablando con Mario que había llegado en el microbus. Se dieron un último adiós con la mano. Manuel orientó el auto hacia la calle rumbo a Mejicanos. El tráfico era normal; el semáforo del área se puso en rojo; en la esquina una pareja de policías del régimen observaba el tráfico. Richard aprisionó la Uzi; Manuel hizo lo mismo con su arma y detuvo el vehículo. Ambos establecieron una plática sobre trivialidades para disimular un poco la presión. El aparato dio la luz verde y continuaron la marcha hacia el lugar indicado. Ya era tarde; se habían pasado 10 minutos de la hora señalada. Llegaron a la colonia Universitaria Norte y Manuel estacionó donde indicó Richard. Ambos bajaron; el personal de seguridad ya estaba en la zona, así como el resto del equipo artillero. Rápidamente Manuel abrió el baúl y Richard tomó la placa e impartió algunas órdenes al resto. Los habitantes del lugar se quedaron asombrados de lo que miraban… En sus labios bailoteaba una sonrisa cómplice de lo que allí se estaba desarrollando. Inmediatamente Richard se tendió con la placa del arma, y el otro compañero procedió a colocar el tubo; otro, el bípode; mientras otro y Manuel, descargaban las granadas. Richard clocó el seguro del tubo e instaló la mira; revisó y posicionó las cargas impulsoras. Estaba listo. La operación de montaje duró menos de un minuto; la gente observaba la habilidad de aquellos jóvenes y su audacia.

Procedieron a establecer la barricada con vehículos y tomaron posiciones. El resto de participantes de la acción, estaban todos listos para combatir al enemigo. Richard dio a Manuel una rápida orden, “andate para el lugar indicado; allí te llevamos este volado”. “¡Vergón!”, respondió aquel y procedió a cumplir la orden.

El primer impacto dio en el blanco. Seguidamente procedió a continuar colocando las granadas, una por una, en la boca del tubo de forma rápida. Al interior del cuartel la confusión era notoria, así como las bajas entre sus ocupantes. Se notaba la emoción de Richard al enterarse que estaba dando en el objetivo asignado. La reacción de los soldados comenzó. Éstos iban apoyados por un tanque y tanquetas. El despliegue era impresionante; el régimen desbordaba su arsenal de guerra contra un puñado de jóvenes mal armados, pero dispuestos a morir por la causa revolucionaria.
A los pocos minutos los combates se generalizaron; las armas ocupaban todo el espacio. Los gritos de “¡Revolución o Muerte!” llenaban el ambiente; el olor a pólvora se impregnaba en las fosas nasales; en los labios; en la sangre rebelde de aquellos hombres y mujeres surgidos del seno más humilde del pueblo, enfrentados a la maquinaria de luto y muerte del régimen.

Mientras tanto, Suzy llegó a la casa de Cristina, agitada, y le dijo “mirá, Cristabel ocupó mi vehículo y me atrasó el plan, y ya es tarde. Quizás ya comenzó la acción. Ayudame a llevar las cosas rápido”. Ambas procedieron a trasladar las cargas. Suzy tomó su subametralladora Uzi, un “short”, un suéter negro y un gorro navarone. Estaba lista, pero era tarde. Antes de partir, Suzy comentó a Cristina, “presiento que no voy a regresar donde vos; que ya no nos volveremos a ver”. “¡No!”, dijo Cristina. “No pensés eso; aquí te esperamos”. Suzy abordó el microbus con Mario al timón y emprendieron su viaje al sector del combate. Cristina se quedó pensativa ante aquella premonición.

Manuel estaba nervioso en la calle lateral. El tiempo volaba. Sumido en una serie de pensamientos, vio venir el vehículo con el equipo artillero. Se estacionaron; establecieron la seguridad, y procedieron al transbordo del arma. El personal se retiró; solamente quedaron Richard y Manuel. “¿Cómo salió?”, preguntó Manuel. “Salió bien”, contestó el otro. “¡Vergón, vámonos!”. “OK”, respondió Richard, y ambos subieron al carro y salieron.

Mario cruzó la ciudad; al acercarse al área se escuchaban algunos disparos esporádicos, pero continuaban los combates; los soldados tenían controlada la ruta de acercamiento. Suzy pensaba “¡Tengo que llegar donde los compas!” y le dijo a Mario, “dale; no te detengas”, y éste enfiló el vehículo; al final se veía una barricada; en ese momento un soldado hizo una señal de alto. Mario pisó el acelerador. Se escucharon los rafagazos de fusilería que impactaron en el vehículo y en la humanidad de Mario. El carro, sin control, se subió a la acera y se detuvo. Mario tenía dos impactos de bala en el costado izquierdo; su cuerpo se dobló sobre el timón. Suzy saltó con su arma y estableció combate. Sus ráfagas se escucharon claras, diáfanas; pero aquello era desigual; la pequeña vietnamita enfrentada al poder criminal. El disparo fue certero; era imposible salir de allí; ella lo sabía; lo había dicho al despedirse de Cristina. El impacto penetró en el costado derecho. Suzy cayó al suelo agonizando. En el torbellino de sus pensamientos, uno: “¡Revolución o Muerte!”. Un esbirro se acercó, y con saña dio un violento puntapié en el rostro de la joven guerrillera.

Manuel llegó a la casa donde estaban Cristina y Cristabel. “¿Y Suzy?”, preguntaron. “La voy a recoger a las 5:00 PM por la iglesia. Así que yo sólo dejo esto y salgo”. “Está bien”, contestó Cristabel. Manuel, entonces, abrió el baúl, sacó el mortero y le dijo a Cristina “arreglalo; yo ya me voy”. “Está bien”, respondió ésta.

Manuel cruzó de nuevo la ciudad como un bólido. Algo le presionaba el pecho. Llegó al lugar faltando 10 minutos para la hora, pensando “ojalá que no le haya pasado nada; ya hubiera venido”. No soportó y abordó el vehículo. La zona ya estaba bajo control de la Fuerza Armada; así que se dirigió al lugar y penetró al área. El tanque, las tanquetas, cientos de soldados y policías vestidos de civil se movilizaban. De pronto, cerca de la barricada, un grupo de curiosos rodeaban algo. Manuel vio el microbus; sintió una sequedad y furia, furia de impotencia. “¡Mario!”, pensó, y prosiguió despacio; quería grabarse todo. En medio de los curiosos vio tirado, como descansando, el pequeño cuerpo de Suzy. Los esbirros miraban quiénes eran sus enemigos: mujeres del pueblo. Manuel regresó con el alma partida; llegó y dio la noticia. Incrédulas, Cristina y Cristabel, decían: “Pero, ¿los viste?”. “¿Estás seguro?”. “¡Suzy!”. “¡Sí!”, contestaba Manuel con voz ahogada y pausada.

El cuerpo de Suzy fue reclamado por su familia para darle cristiana sepultura. A los dos días Manuel y Cristina vieron un cortejo fúnebre. Para su sorpresa, era el de Suzy. Lo observaron, se miraron, y en esa mirada hicieron un juramento en silencio: “¡No fallaremos! ¡Hasta siempre comandante Suzy!”. El cortejo se perdió de vista rumbo a La Bermeja. Manuel y Cristina regresaron. Tenían que preparar material explosivo, munición y armas para estar listos para la operación que se avecinaba.

DEDICATORIA

La compañera Suzy tenía el grado de Comandante, dado póstumamente, por su disposición y heroísmo demostrado en la actividad revolucionaria. Es de destacar que la compañera nunca estableció esto (de los grados) como un parámetro entre la relación con el resto de compañeros(as). Por lo tanto, la considero ayer, hoy y siempre, como la compañera Suzy.


Del compañero Mario nunca se supo su nombre legal, ni origen; así que es parte de los que quedarán en el anonimato, pero su consecuencia vive. Para ellos, esto como un reconocimiento a su valor, audacia y amor a su pueblo.


Compas. Fuente de moral política e ideológica para seguir adelante…


Revolución Democrática
Perquín, Morazán, 17 de abril de 1992.