Resumen de Los Diálogos de Platón

Por Esteban Balmore Cruz


Tipo de obra: Diálogos Filosóficos
Autor: Platón (427-347 a.C.)
Tiempo: alrededor de 400 a.C.
Ubicación: Grecia, principalmente
Atenas
Primera transcripción:  387-347 a.C.
Personajes principales:
     Sócrates, filósofo ateniense
     Gorgias, sofista
     Protágoras, sofista
     Critón, contemporáneo de
Sócrates, su viejo amigo
     Fedro, un defensor de la
retórica
     Aristófanes, poeta y dramaturgo
     Teeteto, héroe de la batalla de corinto
     Parménides, filósofo de Elea
     Filebo, un hedonista
     Timeo, un filósofo y estadista
     Platón, alumno de Sócrates

Los Diálogos platónicos se consideran junto con las obras
existentes de Aristóteles como la colección más importante de trabajos
filosóficos producidos hasta ahora en el mundo occidental. Aunque la influencia
de Platón se debe en parte al hecho de que sus obras han sobrevivido, a
diferencia de muchos escritos de filósofos griegos anteriores, y también al
hecho de que en varias ocasiones en la historia de la iglesia sus ideas han
sido utilizadas de una forma u otra en el proceso de construcción de una
teología cristiana, aunque la influencia de Aristóteles a este respecto ha sido
mayor, la principal causa de su efecto pasado y presente sobre el pensamiento
humano es la calidad de su trabajo. El carácter distintivo del pensamiento
platónico encuentra expresión adecuada en la forma de diálogo.

Aunque Platón, como todos los filósofos, tuvo sus perspectivas favoritas
desde las que interpretó y, consecuentemente, vio el mundo, comprendió mejor
que la mayoría de los filósofos que la filosofía es más una actividad de la
mente que el producto de una investigación. Esto no quiere decir que la
filosofía no ilumine, en un sentido legítimo, el mundo; significa que, en el
proceso de dar sentido a la experiencia, el filósofo es inquieto: ninguna forma
de aclarar una idea o un punto de vista es completamente satisfactoria, y
siempre hay mucho que decir acerca de algún modo alternativo de explicación.
Cuando las concepciones platónicas distintivas finalmente se aclaran, lo hacen
en un contexto de discusión penetrante mediante el cual las ideas alternativas
son exploradas por sus propios valores y complementan la concepción que Platón
finalmente respalda. Como un instrumento para presentar el punto crítico del
contrapunto de ideas, el diálogo es ideal; y como un personaje que controla el
curso general y la calidad de la discusión, Sócrates no tiene rival.

Sócrates era el maestro de Platón, y probablemente por respeto a él,
como hombre y filósofo, primero consideró usarlo como el contendiente principal
en sus diálogos. La reflexión debe haberle impuesto su decisión, ya que
Sócrates era más importante por su método que por sus ideas fijas, más por su
valor como irritante filosófico que como fuente de sabiduría duradera. El
método socrático a menudo se describe como un método de preguntas y respuestas
diseñado para poner de manifiesto las contradicciones y omisiones en los puntos
de vista filosóficos de los demás; pero se entiende mejor como una técnica
inteligente para jugar con las ambigüedades de las aseveraciones para conducir
a otros a que cambien su uso de los términos y, por lo tanto, a aparente inconsistencia.

La pregunta acerca de hasta qué punto Platón usa los diálogos para
registrar las ideas de Sócrates y la medida en que le utiliza como proponente
de sus propias ideas, probablemente nunca sea respondida de manera concluyente.
La pregunta es, por supuesto, histórica; filosóficamente hablando, no hace
ninguna diferencia de qué ideas encuentran su camino en los diálogos. Una
suposición bastante segura es que Sócrates enfatizó la importancia de los
problemas filosóficos de valor, conocimiento y filosofía en sí. Probablemente
argumentó que es importante conocerse a sí mismo, que la admisión de la propia
ignorancia es una clase de sabiduría que poseen pocos hombres, y que la virtud
es el conocimiento.

Ciertamente, Sócrates debe haber tenido una devoción a su llamado como
filósofo y crítico: ningún hombre que considerara la filosofía como un juego se
hubiera quedado en Atenas para enfrentar la acusación de que por filosofía
había corrompido a la juventud de dicha ciudad, ni habría negado una
oportunidad de escape después de haber sido condenado a muerte. El valor y la
integridad de Sócrates se registran con un poder punzante en Apología,
el diálogo en el que se defiende a sí mismo y a la filosofía de los cargos
presentados en su contra; el Critón, en el que Sócrates se niega
a escapar de la prisión; y el Fedón, en el que discute la
inmortalidad del alma antes de beber el veneno de cicuta por el que muere.

De las ideas presentadas en los diálogos, tal vez ninguna es más
importante que la teoría de Platón de Ideas o Formas. Esta idea se expresa más
claramente en La República, el diálogo en el cual el problema de descubrir la
naturaleza de la justicia en el ser humano se resuelve al considerar la
naturaleza de la justicia en el estado. Platón distinguió entre cosas
particulares, los objetos que experimentamos en nuestra vida cotidiana y el
carácter que las cosas tienen o podrían tener. La bondad, la verdad, la belleza
y otras propiedades características universales que pueden afectar a una
cantidad de objetos individuales son eternas, inmutables, hermosas y la fuente
de todo conocimiento. Aunque algunos críticos han afirmado que Platón hablaba
metafóricamente cuando expresaba, a través de Sócrates, acerca de la realidad
de las Formas, hablando como si disfrutaran de una existencia separada, los
diálogos dejan la impresión de que Platón consideraba que las Formas (Ideas)
realmente existían, en algún sentido peculiar a ellas mismas, como universales
o prototipos que las cosas pueden o no pueden ejemplificar. Si se hace una
revisión, aunque somera, de la gama de preguntas y respuestas tentativas que se
encuentran en los diálogos, entonces se obtiene un indicio del poder de Platón
como filósofo. Pero los diálogos deben leerse antes de que se pueda apreciar la
profundidad de la mente especulativa de Platón y la habilidad de su dialéctica.
Además, solo una lectura de los diálogos puede transmitir el encanto, el
ingenio y la gama de simpatía de Platón. Si el resultado final puede atribuirse
en buena parte a Sócrates como el maestro inspirador de Platón, no es
importante. Sócrates como el sujeto y Platón como el escritor (y filósofo con
toda probabilidad más creativo que Sócrates) se combinan para dejarnos una
imagen inolvidable de la mentalidad helenística.

Aunque muchos de los diálogos se refieren a más de una pregunta, y
aunque las respuestas definitivas son infrecuentes, por lo que las discusiones
centradas en un tema determinado pueden derivar en una serie de disertaciones
diferentes, puede ser útil indicar los problemas centrales y las conclusiones
de los diálogos:

Cármides se centra en la pregunta: «¿Qué es la templanza?» Después de
criticar varias respuestas y sin responder finalmente a la pregunta, Sócrates
enfatiza el punto de que la templanza involucra el conocimiento. Lisis
y Laques
consideran, respectivamente, las preguntas, «¿Qué es la amistad?» y
«¿Qué es el coraje?» La discusión anterior saca a relucir la
dificultad de la cuestión y la resolución de conflictos de valores: la última
distingue el coraje del mero enfrentamiento del peligro y señala que el coraje,
como una de las virtudes, es un tipo de conocimiento que involucra voluntad de
actuar por el bien. El Ion exhibe la ironía socrática en
acción sobre un rapsodo que está orgulloso de su habilidad en la recitación
poética. Sócrates argumenta que la poesía es el resultado de la inspiración,
una especie de locura divina. En el Protágoras, Sócrates identifica la
virtud y el conocimiento, insistiendo en que nadie elige el mal sino por
ignorancia. Uno de los numerosos ataques del arte sofístico de la lucha con
palabras está contenido en Eutidemo.

En Meno, el filósofo Sócrates y sus compañeros se preguntan si la
virtud se puede enseñar. La doctrina de que las ideas se implantan en el alma
antes del nacimiento se demuestra al llevar a un niño esclavo a dar las
respuestas correctas a algunos problemas de la geometría. Al principio parece
que como la virtud es un bien y la bondad es el conocimiento, la virtud se
puede enseñar. Pero como no hay maestros de la virtud, no se puede enseñar; y,
en cualquier caso, dado que la virtud implica una opinión correcta, no es
enseñable.

«¿Qué es la piedad?» es la pregunta del Eutifrón. La idea de
Eutifrón de que la piedad es lo que agrada a los dioses es inadecuada.

La Apología es el retrato más efectivo de Sócrates en una
situación práctica. Ningún momento en su vida tuvo consecuencias más graves que
el juicio resultante de la acusación de haber corrompido a la juventud de
Atenas con sus enseñanzas, pero Sócrates continuó siendo él mismo, discutiendo
dialécticamente y reafirmando su amor por la sabiduría y la virtud. Se
imaginaba a sí mismo como un tábano, que sacaba a los atenienses de su
arrogancia intelectual. Argumentó que no corrompería a nadie voluntariamente,
ya que corromper a los que lo rodean sería crear maldad que podría dañarle.

Sócrates se muestra como respetador de la ley en el Critón; él se niega a
escapar después de haber sido declarado culpable. En el Fedón argumenta que el
filósofo busca la muerte porque su objetivo en la vida es separar el alma del
cuerpo. Aboga por la inmortalidad del alma al decir que los opuestos se generan
a partir de los opuestos; por lo tanto, la vida se genera a partir de la
muerte. También, el alma es, por su propia naturaleza, el principio de la vida;
consecuentemente, no puede morir.

El diálogo Hipia Mayor no resuelve la pregunta: «¿Qué es la
belleza?», pero sí muestra, como lo señala Sócrates, que «todo lo
bello es difícil».

El tema del amor se considera desde varias perspectivas filosóficas en
el Simposio,
que culmina en la concepción del amor más elevado como el amor del bien, lo
bello y lo verdadero.

Gorgias comienza con una discusión sobre el arte de la retórica, y procede al
desarrollo de las ideas socráticas familiares de que es mejor sufrir el mal que
hacerlo, y que es mejor ser castigado por una maldad cometida que escapar del
castigo.

El Parménides es un argumento técnico fascinante sobre varios
acertijos lógicos sobre el uno y los muchos. Contiene algunas críticas a la teoría
de las ideas de Platón. El creciente interés de Platón en los problemas del
método filosófico se muestra en Crátilo, que contiene una discusión
del lenguaje que comienza con la pregunta de si hay nombres verdaderos y
falsos. Sócrates no es dogmático sobre las implicaciones del uso de nombres,
pero sí insiste en que cualquier teoría del lenguaje permite que los hombres
continúen hablando de su conocimiento de las realidades.

El Fedro es otro discurso sobre el amor. Contiene el famoso mito
del alma concebido como auriga y corceles alados. En el Teeteto, Sócrates examina
la propuesta de Teeteto de que el conocimiento es percepción sensorial. Él
rechaza esta idea, así como la noción de que el conocimiento es opinión
verdadera.

El Sofista es un estudio cuidadoso del método sofístico con
énfasis en el problema del ser y el no ser. En el Estadista, Platón
continúa el estudio del estado que inició en La República,
presentando la idea que Aristóteles recalcó más tarde: la virtud es un medio.

Sócrates argumenta en el Filebo que ni el placer ni la
sabiduría son en sí mismos el bien supremo, ya que el placer que no se conoce
es inútil y la sabiduría que no es agradable no vale la pena tenerla; solo una
combinación es completamente satisfactoria.

Una rara excursión a la física y una consideración filosófica de la
naturaleza del universo se encuentran en el Timeo. Aquí Platón
escribe acerca de Dios, la creación, los elementos, el alma, la gravitación y
muchos otros asuntos.

En Critias, un diálogo inacabado, presenta la historia de una
guerra antigua y mítica entre Atenas y la Atlántida; y con  Leyes, el más largo de los diálogos,
Platón abarca la mayoría de las áreas abordadas en sus otros diálogos, pero con
un contenido religioso añadido: el alma es la fuente de la vida, el movimiento
y la acción moral; y hay un alma malvada en el universo con la cual Dios debe
lidiar.

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Breve Reseña Biográfica de Sócrates

Por Esteban Balmore Cruz

Sócrates


Sócrates nació en Alopeke en el año 468 A.E.C. Su padre, Sofronisco, era un escultor no muy reconocido y en una condición socio-económica modesta, en tanto su madre, de nombre Fainarate, era partera. Pertenecía a la tribu Antióquida, y más adelante en su vida se casó con Xantipe, con la que procreó tres hijos.

Sócrates fue instruido en la profesión de su progenitor, para la que al parecer tenía una aptitud considerable, pues según la tradición no corroborada por investigaciones actuales, él manufacturó las estatuas de las Tres Gracias que estaban ubicadas en las proximidades de la Acrópolis; sin embargo, no se dedicó a este oficio por completo, sino que pasó una gran parte de su tiempo estudiando las obras de los filósofos. Su amigo íntimo, Critón, le suministró los fondos para pagar a los maestros que le enseñaron varias líneas de estudio, y se convirtió durante su juventud en auditor de la mayoría de los importantes pensadores de su época que visitaban Atenas. De este modo recibió la mejor educación que un joven ateniense podía obtener en su tiempo.

Durante la primera parte de su vida se desempeñó en su oficio de tal manera que pudo ganarse una subsistencia decente, y habiendo recibido una pequeña herencia a la muerte de su padre, cuando tenía alrededor de treinta años de edad, se dedicó enteramente a la persecución del conocimiento filosófico. Sus hábitos eran simples y modestos; su vestimenta era ordinaria y raras veces usó calzado; siendo capaz con este estilo frugal de vida, de poder vivir sin trabajar, y al mismo tiempo, sin depender de otros.

En relación a la vida pública, Sócrates sirvió en el ejército de su nación de manera fiel como soldado hoplita, en concordancia con el deber de cada ciudadano ateniense. Se sabe que participó en tres campañas militares durante la guerra del Peloponeso (431-404 A.E.C.), mostrando mucha intrepidez y gran valor, habiendo tenido que padecer, sin lamentaciones, al igual que sus camaradas, el hambre y la sed, el calor y el frío. En una escaramuza con el enemigo, Alcibíades, su discípulo, cayó herido en campo contrario, y Sócrates lo rescató y lo condujo fuera de las acciones, por lo que fue galardonado con la corona cívica como premio al valor. Sin embargo, él transfirió este galardón a Alcibíades. Está registrado que en otra campaña salvó la vida a Jenofonte, otro de sus discípulos, a quien llevó en sus hombros abriéndose paso en la batalla con su arma a medida que avanzaba.

Cuando tenía sesenta y cinco años se convirtió en miembro del Consejo de los Quinientos en la ciudad de Atenas, del cual llegó a ser presidente; y en virtud de dicho cargo, le correspondía dirigir por un día las asambleas populares y guardar la llave de la ciudad y el tesoro. En ese periodo, diez oficiales navales habían sido acusados de mala conducta por haber ignorado el deber sagrado de enterrar a los muertos después de la batalla de Arginusas, imposibilitados de hacerlo por una tormenta muy violenta. Al darse cuenta que la gente estaba dispuesta a absolverlos, sus acusadores lograron, por medio de intrigas, la prórroga del proceso durante varias sesiones. Una de éstas se llevó a cabo en el día en que Sócrates era presidente, y los ciudadanos, instigados por los malos elementos, exigieron furiosos la pena de muerte contra todos los acusados, contraviniendo la ley. Pero las amenazas de violencia no pudieron doblegar la inflexible justicia de Sócrates, habiendo sido más adelante capaz de atestiguar, durante su propio juicio, que diez hombres inocentes habían sido salvados por su influencia.

Durante el tiempo de vida de Sócrates existía un grupo de filósofos conocidos como los sofistas, quienes habían implantado la práctica de cobrar a cambio de enseñar, limitando de esta manera el acceso al conocimiento solamente a quienes podían pagar (los miembros de la aristocracia); y él estaba en oposición a dicha tendencia considerando que pervertía a la juventud griega; por lo que se dedicó a procurar la instrucción de todos en una filosofía más prudente y mejor que la que prevalecía, convirtiéndose, de hecho, en un instructor del pueblo, ocupándose desde el amanecer en la búsqueda de personas para enseñarles en el conocimiento que había adquirido. Asistía a las reuniones públicas y calles más concurridas; entraba a los talleres de artesanos y artistas; y conversaba con las personas sobre muchos temas, incluyendo, los deberes religiosos, las relaciones sociales y políticas, la moral, la agricultura, la guerra y las artes. Su esfuerzo estaba enfocado a eliminar los prejuicios y errores prevalecientes y sustituirlos con principios correctos; en estimular la creatividad de sus oyentes; en animarles y consolarles para iluminar y mejorar la humanidad.

Aunque la población griega en general en ese periodo se dedicaba celosamente a su mitología pagana que veneraba muchos dioses, Sócrates creía en la existencia de un solo ser supremo; sin embargo, cuidándose de no ofender a sus hermanos más débiles, observó con cuidadosa exactitud y puntualidad las prácticas religiosas que la costumbre había consagrado desde la antigüedad. Él se encontraba constantemente en la presencia de un círculo de discípulos que obtuvieron de él el espíritu investigativo, y fueron inspirados con el afán por lo más sublime, la religión, la verdad y la virtud. Por ello, las subsiguientes tendencias filosóficas de Grecia se remontan a él, y por esto debe ser considerado como el maestro que dio a la investigación filosófica entre los griegos su más alta dirección. Entre sus discípulos más distinguidos estuvieron Alcibíades, Critón, Jenofonte, Antístenes, Aristipo, Fedón, Esquines, Cebes, Euclides y Platón. Pero sin duda, fue este último su más renombrado discípulo, de quien se dice que habiéndose dedicado en su juventud a la poesía y la pintura, renunció a ambas actividades para convertirse en su alumno y seguidor, tornándose en su amigo fiel, y acompañándolo durante el encarcelamiento, atendiéndole constantemente, y asumiendo el compromiso de escribir sus últimos discursos sobre lo que él consideraba la inmortalidad del alma. Y basándose en los relatos separados que han proporcionado Jenofonte y Platón, se deduce que les instruyó en la política, la retórica, la lógica, la ética, la aritmética y la geometría, aunque no de manera sistemática. Leyó con ellos las obras de los principales poetas, y señaló sus bellezas; trabajó para iluminar y corregir sus opiniones sobre todos los temas prácticos, y para excitarlos al estudio de lo que es más importante para las personas. Con el objeto de hacer sus instrucciones atractivas, éstas fueron transmitidas, no en disertaciones prolongadas, sino en pláticas amenas a través del empleo de preguntas y respuestas, habiéndose constituido en un método de enseñanza que pasó a ser conocido como «método socrático». Los fragmentos de sus conversaciones preservados por Jenofonte a menudo dejan insatisfecho al lector; pero Platón ha transmitido el espíritu genuino de este método.

Sócrates fue víctima del espíritu de intolerancia que ha sacrificado a tantas personas que han estado adelante de sus épocas. El documento que contiene la acusación contra él fue depositado en el templo de Cibeles, en el siglo II A.E.C. En él se lee: «Mileto, hijo de Mileto, acusa a Sócrates, hijo de Sofronisco, de ser culpable de negar la existencia de los dioses de la república, haciendo innovaciones en la religión de los griegos, y de corromper a la juventud ateniense. Pena: la muerte».

Mileto, quien era un escritor trágico de un nivel inferior, fue contratado como acusador en este asunto por los enemigos ricos y poderosos de Sócrates; entre ellos, Anito y Licón; el primero, un artesano rico y demócrata celoso, que había prestado servicios importantes a la república, al haber asistido a Trasíbulo en la expulsión de los treinta tiranos y en el establecimiento de la libertad de su país; y el segundo, era un orador, y por lo tanto un magistrado político, a cuya posición tenían derecho los oradores atenienses de acuerdo con las leyes de Solón. Sócrates tenía setenta años de edad cuando se le citó a aparecer en el Areópago, y la noticia de este evento no causó mucha sorpresa, ya que la gente lo había esperado por un tiempo. Aristófanes (el escritor célebre de comedias de Atenas), a la instigación de Mileto, había ridiculizado el carácter venerable del filósofo; y una vez calumniado y difamado, el inconstante público dejó de venerar al hombre al que antes había considerado como un ser de un orden superior.

Los enemigos de Sócrates eran de dos clases. La una, consistía de ciudadanos que no podían dejar de admirar su genio y conducta, pero que lo consideraba un innovador peligroso y subversor del orden público. Éstos estaban prestos, con él, a reconocer que algunas reformas podrían hacerse en los dogmas del paganismo; que los dioses y diosas no eran modelos de virtud; y que la conducta del soberano de los cielos (Zeus), estaba lejos de ser ejemplar; pero, decían ellos, «los truenos de Júpiter ejercen una influencia saludable sobre las mentes de algunos, y las penurias del Tártaro todavía operan como un freno a las pasiones de los otros». Cuestionar la antigua fe, era a la vez atacar los fundamentos de las instituciones de la República y excitar la revolución. La filosofía de Sócrates, aunque verdadera, debía ser suprimida; porque la vida de un hombre no debe ser puesta en la balanza con el reposo de todo un pueblo y la seguridad del país. Era preferible que Sócrates muriera, a que Atenas pereciera. Tal era el razonamiento de una porción de los enemigos del gran pensador.

La otra clase se componía de los supersticiosos e intolerantes que habían sido expuestos diariamente a las censuras y sarcasmos del filósofo; en línea con aquellos individuos de estrechez mental que miraban el bienestar y la fama de sus conciudadanos con envidia y malicia. El sector que había exiliado a Arístides por su grandeza, estaba dispuesto a condenar a Sócrates por su sabiduría. Los amigos y discípulos del gran pensador miraron el peligro que le amenazaba, y con ansiedad y temor concurrieron en derredor de su maestro, suplicándole que huyera o que adoptara algún medio de defensa; pero él no adoptaría ninguno. Lisias, uno de los oradores más famosos de la época, compuso una oración conmovedora, sugiriendo que su amigo la pronunciara como defensa en presencia de los jueces. Sócrates la leyó elogiando su estilo animado y elocuente, pero la rechazó. La ansiedad y dificultad de evitar la condena le parecían a él de poca importancia, comparadas con el desempeño de su deber de mantener, hasta el último momento, la verdad de sus principios y la dignidad de su persona. Aunque Sócrates era elocuente y persuasivo en la conversación, no poseía la cualidad de dirigirse a una gran congregación de personas; por lo que en el día de su juicio, pidió permiso de los jueces para utilizar los medios de defensa a la que estaba acostumbrado; es decir, hablar familiarmente con sus adversarios y hacerles preguntas.

—Atenienses —dijo comenzando—, espero tener éxito en mi defensa, si al tenerlo, algo bueno pueda resultar; pero miro mi éxito muy dudoso, y, por lo tanto, no me engaño a este respecto. Pero que la voluntad de los dioses sea obedecida.

Las dos acusaciones principales contra Sócrates fueron en primer lugar, que no creía en la religión del estado; y en segundo lugar, que era culpable de corromper las mentes de los jóvenes, y de la difusión de la incredulidad en la religión establecida.

Sócrates no respondió de manera directa a ninguno de estos cargos. En lugar de declarar que él creía en la religión del país, demostró que no era ateo; en lugar de refutar el cargo de instruir a la juventud para dudar de los principios sagrados de la ley, declaró y demostró que era moralidad lo que enseñaba; y en vez de apelar a la compasión de los jueces, no ocultó su desdén en utilizar los medios practicados por otros acusados, quienes con el fin de excitar la simpatía y la compasión, llevaban a sus hijos y parientes para suplicar, con lágrimas en los ojos, la misericordia de los impartidores de justicia.

—¡Yo también tengo amigos y parientes! —expresó—. Y en cuanto a niños; tengo tres; uno, adolescente; los otros dos en la infancia; pero no les voy a permitir que vengan aquí para excitar su simpatía. ¿Por qué no lo voy a hacer? No es a causa de terquedad, ni por ningún desdén que tenga para ustedes. Por mi honor, por vuestro honor, por el de la república, no concuerda que con la reputación, ya sea verdadera o falsa que he adquirido, deba hacer uso de dichos medios para procurar su absolución.

Cuando terminó de hablar, los jueces del Areópago lo declararon culpable por mayoría de tres. Al ser exigido, de acuerdo con el espíritu de las leyes atenienses, que dictara sentencia de sí mismo y expresara la muerte que preferiría, Sócrates, consciente de su propia inocencia, respondió:

—Lejos de considerarme culpable, creo que he rendido a mi país servicios importantes, y por tanto, pienso que se me debe mantener en el Pritáneo a expensas del público, durante el resto de mi vida, en honor, oh atenienses, a que merezco más que los vencedores de los juegos olímpicos. Ellos te hacen feliz en apariencia; yo lo he hecho en la realidad.

Esta respuesta exasperó mucho a los jueces, quienes lo condenaron a morir por veneno. Cuando se dictó la sentencia, Sócrates se mantuvo durante un breve lapso tranquilo y sin molestias, y luego pidió permiso para hablar unas pocas palabras.

—Atenienses —dijo— , vuestra falta de paciencia será utilizada como pretexto por los que quieren difamar a la República. Ellos dirán que ustedes han muerto al sabio Sócrates; sí, me llamarán «sabio», para aumentar vuestra vergüenza, aunque no lo soy. Si hubieran esperado un corto tiempo, la muerte habría llegado por sí misma, y por lo tanto se habrían ahorrado esa deshonra. Ven que ya estoy de edad avanzada y que he de morir en breve. Todos saben que en tiempos de guerra, no hay nada más fácil que salvar nuestras vidas deponiendo las armas y exigir clemencia del enemigo. Es lo mismo en todos los peligros; mil pretextos pueden ser encontrados por aquellos que no son escrupulosos en cuanto a lo que dicen y hacen. Es difícil, oh atenienses, evitar la muerte; pero lo es mucho más evadir el crimen, que es más presto que la muerte. Es por esta razón que, viejo y débil como soy, espero la última, mientras que mis acusadores, que son más vigorosos e inconstantes, abrazan el anterior. Estoy ahora a punto de sufrir el castigo al que me habéis condenado; mis acusadores, el odio y la infamia a la que los condena la virtud.

Al finalizar fue llevado a prisión encadenado, habiéndose fijado su ejecución en veinticuatro horas, pero fue pospuesta durante treinta días, por motivo de la celebración de las fiestas Delias. Sócrates, con su alegría y serenidad habituales, pasó ese tiempo conversando con sus amigos sobre algunos de los temas más importantes que podrían ocupar su mente. Platón refiere, en el diálogo titulado El Fedón, la conversación que tuvo lugar el día anterior a su muerte. Entre otras cosas, dice: «Después de la condena de Sócrates, dice Fedón, no permitimos que escapara un día sin verlo, y el día anterior a su muerte nos reunimos antes de lo habitual. Cuando llegamos a la puerta de la prisión, el carcelero nos dijo que esperáramos un poco, puesto que los Once estaban entonces dando órdenes para la muerte de Sócrates.» El esclavo que iba a dar a Sócrates el veneno, le advirtió que hablara lo menos posible, porque a veces era necesario administrar el fármaco tres o cuatro veces a los que se agitaban por la conversación.

—Que el veneno esté preparado —dijo Sócrates— como si fuera necesario suministrarlo dos o tres veces—. Luego continuó con el discurso sobre la inmortalidad del alma, mezclando en sus argumentos la inspiración del sentimiento y la poesía.

—Dejemos aquel hombre —dijo él— tener confianza en su destino, aquel que, durante el curso de la vida, ha renunciado a los placeres del cuerpo como productores del mal. El que ha buscado los placeres de la ciencia, que ha embellecido su alma, no con adornos inútiles, pero con lo que es adecuado a su naturaleza, tales como la templanza, la justicia, la fortaleza, la libertad y la verdad, debe esperar tranquilamente la hora de su partida, y estar siempre listo para el viaje, cuando quiera que el destino le llame.

—!Ay, mi querido amigo! —exclamó Critón—, ¿tienes alguna orden para mí, o para los presentes, con respecto a tus hijos o asuntos?

—Lo que siempre te he recomendado, Critón —replicó Sócrates—; cuiden de sí mismos; nada más. Al hacerlo, me van a prestar un servicio, a mi familia, y a todos los que les conocen.

Después que Sócrates se hubo bañado, sus hijos y sus parientes femeninos fueron conducidos a su presencia. Les habló durante algún tiempo, les dio instrucciones, e hizo que se retiraran. Al regresar se sentó en su cama, y habiendo apenas hablado, el oficial de los Once entró y dijo:

—Sócrates, espero no tener la misma ocasión de reprocharte como la he tenido con respecto a los demás. Tan pronto como vengo a comunicarles que tienen que beber el veneno, se enojan conmigo; pero tú, desde que llegaste, has sido paciente, calmado y ecuánime, y estoy seguro de que no estás enojado conmigo. Ahora ya sabes lo que te he dicho. ¡Adiós! Trata de aguantar con resignación lo que no se puede evitar—. Al decir estas palabras, se dio la vuelta, mientras las lágrimas brotaban de sus ojos.

En este momento sus amigos comenzaron a llorar y Sócrates los reprendió por su debilidad. Se bebió el veneno con calma y sin vacilación, y luego comenzó a caminar de un lado a otro, todavía conversando con sus amigos. Sus extremidades pronto se tornaron rígidas y pesadas y él se acomodó en la cama sobre su espalda. Sus últimas palabras fueron: «Critón, le debemos un gallo a Esculapio; págalo, por lo tanto, y no lo descuides». Era el año 399 A.E.C.

(Reseña biográfica basada en «SOCRATES», del libro Famous Men of Ancient Times del autor Samuel G. Goodrich, con referencias de la obra Apology, Crito, and Phaedo of Socrates, de Platón, en su versión en idioma inglés, traducción de Henry Cary).