Alfredo Espino en Pocas Líneas



Al igual que con Rubén Darío, a Alfredo Espino se le conoció como el poeta niño de El Salvador; aunque, a diferencia del nicaragüense, sus poemas no lograron traspasar las barreras nacionales.

Nació en Ahuachapán, El Salvador, en 1900. Para su graduación de abogado escribió una tesis sobre sociología estética. Con todo, su corta vida fue malograda. Murió por razones desconocidas en 1928, y algunos investigadores señalan que fue suicidio.

Es un poeta vernáculo y bucólico; le escribe a las cosas sencillas admirando el paisaje desde la distancia que puede dar el encierro contemplativo. Lo hace con pleno dominio de las formas poéticas. Pero lo que no puede desconocerse por nadie es la forma sencilla y dominio perfecto del verso que interpreta realidad y naturaleza local. Luis Gallegos Valdés afirma que en la poesía de Espino hay “una dosis de idealización, sí, por la carga de amor, y porque esos eran los modos de la época.” Son imágenes como pinceladas que captan el color y frescura de la naturaleza, lo cual lo hacen un poeta asequible a los niños y sectores populares. “Lo comparamos con algunos líricos españoles; diríamos que Gabriel y Galán es más hondo; Bécquer más triste; Espino más delicado.” (Alfonso María Landerech, S.J.). Pero sin dejar de ser un poeta sentimental y romántico.

Sus poemas están elaborados en endecasílabos o en octosílabos, casi siempre en estrofas de cuatro versos y rima consonantada, versos pares e intercalados. Raras veces rompe la norma, como cuando escribe:

             “Yo me he quitado el alma y la he tendido
             sobre un muro de olvido
             como un manto de hiedra.”


Su único libro es Jícaras Tristes, que fue una recopilación póstuma de sus poemas (1930) publicados en periódicos y revistas, y luego editados por iniciativa familiar.