Mahoma (biografía del profeta islámico, Parte 1)

Mahoma Recibe Revelación del ángel Gabriel.


(Traducido Por Baneste)

Este individuo, quien ha ejercido una mayor influencia sobre las opiniones de la humanidad que cualquier otro ser humano, exceptuando, tal vez, el filósofo chino Confucio, nació en La Meca, en Arabia, en el año 570 d. C.  Fue el único hijo de Abdalá, de la noble línea de Hashim y la tribu de quraysh, descendientes de Ismael, el reputado progenitor de la raza árabe.

Los qurayshíes no sólo eran un pueblo comercial y rico, en virtud de sus operaciones en el comercio, sino que también eran los guardianes hereditarios de la Kaaba, un templo pagano en La Meca. La custodia de ese lugar sagrado, junto con todos los cargos sacerdotales, pertenecía a los ancestros de Mahoma. Los autores mahometanos han embellecido el nacimiento del profeta con una gran variedad de eventos maravillosos, que se dice asistieron su venida al mundo. Una de ellas es que el fuego sagrado pérsico, mantenido en sus templos, fue simultáneamente  extinguido en toda Arabia, acompañado por la difusión de una luz insólita y hermosa. Pero esta y otras maravillas, las dejamos a la credulidad de los seguidores del profeta.

El padre de Mahoma murió pronto, y su hijo quedó bajo la tutela de su tío, Abu Taleb. Éste era un rico comerciante, que estaba acostumbrado a visitar las ferias de Damasco, Bagdad y Basora, tres grandes y espléndidas ciudades, y Mahoma a menudo lo acompañó a estos lugares. A los doce años, Mahoma tomó parte en una expedición armada contra las tribus errantes que asediaban a las caravanas comerciales. De esta manera, viajando de un lugar a otro, adquirió un amplio conocimiento, y por su participación en la empresa bélica, su imaginación se inflamó con un amor por la aventura y los logros militares. Si a esto se añade que tenía naturalmente un amor a la soledad, con una tendencia constitucional a la abstracción religiosa; y si, además, se considera que en su infancia había estado acostumbrado a contemplar los ejercicios salvajes, las ceremonias siniestras y horribles ritos del templo de la Kaaba, descubrimos de una vez los elementos del carácter y las circunstancias educativas que le dieron forma a la extraordinaria carrera del fundador del islamismo.

Parece que Mahoma era notable por sus dotes mentales, aún en su juventud, puesto que en una conversación religiosa con un monje nestoriano, en Basora, demostró tal conocimiento y talento, que el monje dijo a su tío que se podría esperar grandes cosas de él. Él estaba, sin embargo, atento a los negocios, y tan completamente obtuvo la confianza de su tío como comerciante, que fue recomendado como un joven prudente y fiel a Jadiya, una rica viuda, que estaba en necesidad de un agente para realizar transacciones de su negocio y gestionar sus asuntos. En esta capacidad fue recibido, y ejerció tan bien sus funciones, que no sólo ganó la confianza de la viuda, sino que finalmente obtuvo su mano en matrimonio. Este suceso ocurrió cuando él tenía unos veinticinco años, siendo Jadiya de casi cuarenta años.  Mahoma era ahora rico, y aunque continuó ejerciendo su actividad mercantil, con frecuencia se retiraba a una cueva, llamada Hira, cerca de La Meca, donde residía. También realizó varios viajes a diferentes partes de Arabia y Siria, haciendo esfuerzos particulares para recoger información religiosa, particularmente de Judíos y cristianos instruidos.

Por algún tiempo, Mahoma, que vivía feliz con su esposa, le confió a ella sus visitas a la cueva Hira, profesando disfrutar de entrevistas con el cielo allí, por medio de sueños y trances, en las que se reunía y conversaba con el ángel Gabriel. Hay poca duda de que sus hábitos de  retiro religioso y la reflexión sombría habían perturbado su juicio, y que ahora se entregaba a la guía de una imaginación sobreexcitada. Es probable, por tanto, que él creía que estas visiones eran de inspiración divina; de otro modo, ¿por qué debía comunicarlas primero, como realidades, a su mujer?

Poco después de esto, informó de sus visiones a otros miembros de su familia, y siendo ahora de unos cuarenta años de edad, asumió con éstas, el carácter y la profesión de un profeta. Varios de sus amigos, en particular su esposa y su primo Alí, un joven de gran fuerza de carácter, cedieron a la evidencia que proporcionó de su misión divina. Después de haberse  ocupado de manera silenciosa por cerca de tres años en la conversión de sus amigos más cercanos, invitó a algunos de los hombres más ilustres de la familia de Hashim a su casa, y, después de exhortarles a abandonar la idolatría, por la adoración de un Dios único, abiertamente proclamó su llamado, y estableció que por los comandos del cielo, revelados por medio del ángel Gabriel, estaba preparado para impartir a sus compatriotas el más precioso don, la única vía de la salvación futura. Lejos de ser convencido, el grupo reaccionó en impactante silencio, con una mezcla de sorpresa y desdén. El joven y entusiasta Alí, únicamente, cedió a sus pretensiones, y postrándose a sus pies, se ofreció a asistirle, en el bien o en el mal, para la vida o la muerte. Varios de la parte más moderada del grupo trataron de disuadir a Mahoma de su empresa; pero él respondió con un fervor altivo que si el sol fuera puesto en su mano derecha, y la luna en su izquierda, con poder sobre los reinos que ambos iluminan, él no, no debería, no podría dudar o vacilar en su curso.

Inflamado por la oposición que se encontró en esa reunión, Mahoma ahora continuó adelante, y dondequiera que pudiera encontrar grupos de personas, allí anunciaba su misión. En los templos, en las plazas públicas, calles y mercados, se dirigió a la gente, reivindicando el carácter profético, y estableciendo el deber de rechazar la idolatría, por la adoración de un solo Dios. Las personas eran impactadas con su elocuencia, la majestad de su persona, la hermosa colección de imágines que presentaba a sus mentes y los sentimientos sublimes que promulgaba. Incluso se dice que el poeta Lebid  fue convertido por la maravillosa belleza y la elevación de los pensamientos derramados por el declarado profeta. La gente escuchaba, y a pesar de que sentían el fuego de su elocuencia, todavía estaban tan aferrados a sus idolatrías, que eran pocos los dispuestos a unírsele.

Para facilitar la comprensión de la revolución causada por Mahoma, puede ser esbozada la condición de los árabes en ese período. Los habitantes originales de Arabia, aunque todos de una sola estirpe, y ocupando una península de 1200 millas de largo por 700 de ancho, habían sido desde tiempo inmemorial divididos en una variedad de tribus distintas. Éstas constituían comunidades o pequeños estados, los cuales, cambiando a menudo, aún dejaban a la población esencialmente lo mismo. En las mesetas más elevadas, atravesadas por cordilleras, con el yermo lúgubre consistente de planicies arenosas, las personas continuaban practicando una vida itinerante, viviendo en parte de sus rebaños de camellos, caballos y ganado vacuno, y en parte del robo a caravanas mercantiles de otras tribus. Los habitantes de las llanuras, estando cerca del agua, se instalaban en ciudades, cultivaban la tierra, y se dedicaban al comercio. Las diversas tribus fueron cada una gobernada por el jeque o noble más veterano o más digno. Sus bardos se reunían una vez al año, en Okhad, celebrando una feria de treinta días, para la recitación de sus producciones. Aquello que era declarado como lo mejor, era escrito en oro y colgado en el gran templo de La Meca. Este era casi el único lazo común entre los diversos estados o tribus, ya que, a pesar de que nominalmente reconocían un emir o jefe nacional, nunca habían sido convocados para actuar en un solo cuerpo.

La adoración de los árabes consistía principalmente en el culto de las luminarias celestiales; pero tenían una gran variedad de deidades, siendo éstas personificaciones de ciertos poderes en la naturaleza, o pasiones de la humanidad. Eran representadas por ídolos de todas las variedades de forma, juntados alrededor del antiguo templo de Kaaba en La Meca, un gran edificio cuadrado, considerado como el punto central de la religión, y el asiento favorito de la divinidad. Su culto era asistido con los ritos y ceremonias más horribles e impactantes: incluso niños eran sacrificados a los ídolos, y una de las tribus acostumbraba a enterrar vivas a sus hijas. Exceptuando que imaginaban que las almas de los difuntos eran transformadas en búhos, flotando en la oscuridad alrededor de las tumbas, parece que no tenían la menor idea de un estado futuro de existencia. Tal era el estado de la religión entre los árabes nativos. Entre los colonos extranjeros en las ciudades había unos pocos seguidores de la filosofía griega y romana; los cristianos nunca fueron numerosos. Estos últimos se dividían en una variedad de sectas, y los que pertenecían a la iglesia griega, propugnaban por los monasterios y eran adictos a la adoración de imágenes, mártires y reliquias. Algunos de éstos, incluso consideraban a la virgen María una deidad, y se dirigían a ella como la tercera persona de la Trinidad.

Mahoma, mientras que sin duda observaba con horror este estado de cosas, habiendo estudiado la Biblia, y claramente comprendido su sublime revelación de un Dios único, concibió la idea de unir a la gente de su tierra natal bajo una religión en la cual este principio fundamental debía constituir la base. Su objetivo era aplastar la idolatría, y restaurar el culto perdido del verdadero Dios. Hasta qué punto era sincero y hasta qué grado era un impostor, no se puede aventurar a afirmar. Es probable que él era un entusiasta religioso, engañado por sus propias alucinaciones, y tal vez, realmente creía en sus propias visiones. Al comienzo de su carrera, es probable que haya actuado de buena fe,  mientras que él mismo estaba engañado. Cuando había avanzado tan lejos como para ver el poder y dominio ofrecido a su alcance, es probable que su integridad cedió, y que a partir de entonces hemos de considerarlo como bajo la guía alterna de la treta y el fanatismo.

Varios de los ciudadanos nobles de La Meca fueron finalmente convertidos por Mahoma. Jadiya había muerto, y el profeta se había casado con Aisha, la hija de Abubeker, un hombre de gran influencia, la cual ejercía a favor de su yerno. Sin embargo, la nueva fe había avanzado poco, y surgió una persecución de sus devotos, lo que les llevó a Abisinia, y provocó que el mismo Mahoma escapara por seguridad a Medina. Este huida se denomina la Hégira, y habiendo tenido lugar en el año 622, es la época de la que se calcula la cronología musulmana, como lo es la nuestra a partir del nacimiento de Cristo.

En Medina, a donde sus principios habían sido traídos por peregrinos, Mahoma fue recibido con brazos abiertos. Fue recibido por una imponente procesión, e investido a la vez con el ministerio real y sacerdotal. Las gente así mismo le ofrecieron ayuda para propagar su fe, incluso por la fuerza, de ser requerida. A partir de este momento, un vasto campo parece haber sido abierto en la mente de Mahoma. Hasta el momento, él pudo haber sido no más que un entusiasta auto engañado; pero ahora, la ambición parece haber tomado posesión por lo menos parcial de su pecho. Sus revelaciones al instante asumen un tono más alto. Hasta entonces había inculcado sobre todo la doctrina de un solo Dios, eterno, omnipotente, más poderoso y más misericordioso, junto con los deberes prácticos de la piedad, la oración, la caridad y las peregrinaciones. Él ahora revelaba, como parte de su nueva fe, el deber de hacer la guerra, incluso con la espada, para propagar el islamismo, y prometía un paraíso sensual a los que habrían de caer en la batalla hecha en su nombre. Al mismo tiempo anunciaba que un destino había sido fijado para cada individuo, el cual no podía por posibilidad alterar, eludir o evitar.

Él ahora levantó hombres y procedió, con la espada en la mano, a forzar el reconocimiento de sus pretensiones. Con victorias y derrotas alternas, continuó en la persecución de sus designios, y finalmente cayó sobre las ciudades y castillos de los judíos pacíficos y anti guerreristas. Estas ciudades pronto fueron tomadas y saqueadas. Pero el profeta pagó un alto precio por su triunfo. Una mujer judía, en el pueblo de Chaibar, le dio veneno en una bebida, y, a pesar de que sobrevivió, nunca se recuperó completamente de los efectos de la dosis.

Así avanzando con las tribus asentadas en su propio país, el poder del ambicioso apóstol  aumentó igual que la avalancha abrumadora en su descenso. La Meca fue conquistada, y cedió asimismo a su fe como a sus armas. Entonces hizo expediciones a Palestina y Siria, mientras que sus oficiales hacían conquistas en todas direcciones. Su poder fue de pronto tan grande, que envió mensajes a los reyes de Egipto, Persia, y Etiopía, y al emperador de Constantinopla, ordenándoles reconocer la ley divina revelada a través de él.

Por fin, en el décimo año de la Hégira, él procedió en una peregrinación de despedida a La Meca. La escena era imponente más allá de la descripción. Fue atendido por más de cien mil de sus seguidores, quienes le dieron mucha reverencia. Todo en el vestir, equipamiento e imponente ceremonia que podrían mejorar el esplendor del desfile y darle el carácter de santidad ante los ojos de las personas, fue adoptado. Este fue el último gran acontecimiento de su vida.

(Traducido del libro Famous Men of Ancient Times, del autor S. G. Goodrich).

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