El Timo de Joseph Weil

En el libro titulado Las 48 Leyes del Poder, del autor estadounidense Robert Greene, obra que es como una ampliación actualizada de El Príncipe de Maquiavelo, se utiliza hábilmente el recurso de ejemplos reales del pasado para ilustrar de qué manera una determinada Ley ha sido empleada con éxito indiscutible, o de qué modo la no práctica de la misma conduce al fracaso. La obra de Greene incluye ejemplos prácticos del ejercicio del poder de reconocidos personajes históricos, tales como Julio César, Haile Selassie, Napoleón Bonaparte, Carl von Clausewitz, Isabel I, Henry Kissinger, Pancho Villa, P. T. Barnum, Mao Zedong, entre otros. Algunos de los personajes tomados como ejemplo en el libro se han destacado en el ámbito de las estafas y delitos afines, pero su autenticidad histórica está documentada.

Al ilustrar uno de los componentes de la Ley Número 3 (Disimule sus intenciones  – Utilice una cortina de humo para ocultar sus actos) se cita un episodio bien particular, que podría ser aleccionador no solamente para quienes buscan el poder, sino también para quienes desean obtener ganancias fáciles de manera rápida.

Se narra que en el año de 1910, un hombre de negocios llamado Sam Geezil, de Chicago, vendió su comercio por el aproximado de un millón de dólares, luego de lo cual abandonó casi todas sus actividades mercantiles y se dedicó a la administración de sus numerosas propiedades, aunque, se señala, en el fondo añoraba sus tiempos de comerciante.

Un día, un joven llamado Joseph Weil le visitó en su oficina y le dijo que quería comprar un apartamento que Geezil había puesto en venta. Geezil le explicó los términos del negocio, recalcando que el precio era de 8,000 dólares, pero pedía un anticipo de solo 2,000. Weil respondió que lo pensaría, pero regresó al día siguiente y ofreció pagar al contado el precio total de 8,000 dólares, siempre y cuando Geezil pudiese esperar algunos días, hasta que Weil lograra concretar cierto negocio. Aunque estaba casi retirado de su actividad, Geezil, como hábil comerciante que siempre había sido, sintió curiosidad por saber cómo era posible que Weil dispusiera de tanto dinero en efectivo (el monto equivaldría hoy en día a unos 150,000 dólares) en tan poco tiempo. Weil se mostró reacio a dar explicaciones y se apresuró a cambiar de tema. Sin embargo, ante la insistencia de Geezil, y después de que este le aseguró absoluta reserva, Weil le contó la siguiente historia:

El tío de Weil era secretario de un círculo de financistas multimillonarios. Diez años antes, estos acaudalados caballeros habían comprado una cabaña de caza en Michigan, a muy bajo precio. La cabaña no se había usado durante años, por lo que decidieron venderla, y pidieron al tío de Weil que obtuviera por ella el dinero que pudiera. Por motivos personales —muy fundados—, hacía años que el tío guardaba cierto resentimiento contra los millonarios, y aquella sería la oportunidad de desquitarse. Vendería la propiedad por 35,000 dólares a un testaferro (la tarea de Weil consistía en encontrarlo). Los hombres de finanzas tenían tanto dinero que no les preocuparía el precio tan bajo. El testaferro, a su vez, revendería la propiedad por su precio real, alrededor de 155,000 dólares. El tío, Weil y el tercer hombre dividirían entre ellos las ganancias de esta segunda venta. Toda la transacción sería absolutamente legal, y además serviría a una causa justa: la venganza del tío.


Geezil había escuchado lo suficiente, quería ser el testaferro. Weil se mostró reacio a involucrarlo en el asunto, pero Geezil no cedía; la idea de ganar una suma importante y embarcarse en una pequeña aventura lo entusiasmaba. Weil le explicó que él tendría que poner los 35,000 dólares en efectivo para realizar la operación. Geezil, que era millonario, respondió que podría conseguir el dinero sin dificultades. Al fin Weil accedió a concertar una reunión entre el tío, Geezil y los financistas, en la ciudad de Galesburg, Illinois.

En el tren que los condujo a Galesburg, Geezil conoció al tío, un hombre imponente, con el que conversó con entusiasmo sobre temas de negocios. Weil llevó también a otro hombre, de nombre George Gross. Weil le explicó a Geezil que él era entrenador de boxeadores, que Gross era uno de los boxeadores más promisorios, que estaba entrenando y que lo había llevado para asegurarse de que se mantuviese en forma. Gross, de cabello entrecano y vientre prominente, no tenía demasiado aspecto de boxeador, pero Geezil estaba tan entusiasmado con el negocio que iba a realizar, que no prestó mayor atención a la apariencia poco atlética del hombre.

Cuando llegaron a Galesburg, Weil y su tío se fueron a buscar a los financistas, mientras Geezil esperaba en un cuarto de hotel con Gross, que de inmediato se vistió con su equipo de boxeador y comenzó a practicar golpes. Geezil, distraído, no reparó en que el boxeador comenzó a jadear mucho al cabo de pocos minutos de ejercicio, aunque su estilo parecía bastante creíble. Una hora después, Weil y su tío regresaron con los financistas, un grupo de hombres de aspecto impresionante e intimidador, vestidos todos con trajes caros. La reunión se desarrolló sin contratiempos y los financistas accedieron a vender la cabaña de caza a Geezil, que ya había transferido los 35,000 dólares a un Banco local.

Liquidado ese negocio menor, los financistas se reclinaron en sus sillones y comenzaron a discutir de altas finanzas, dejando caer el nombre «J. P. Morgan» como si conocieran muy bien a ese hombre. Por último, uno de ellos reparó en el boxeador, que se hallaba en un rincón del cuarto. Weil les explicó la razón de la presencia de Gross allí. Uno de los financistas comentó que él también tenía un boxeador amigo, y cuando dio su nombre Weil se echó a reír y afirmó que Gross podría derrotarlo con toda facilidad. La conversación fue subiendo de tono, hasta convertirse en una acalorada discusión. Weil desafió a los financistas a apostar al ganador, y ellos accedieron con avidez. La pelea se llevaría a cabo al día siguiente.

En cuanto los hombres de finanzas se retiraron, el tío, sin reparar en la presencia de Geezil, se enfureció con Weil. Le dijo que no tenían dinero suficiente para apostar y que, una vez que los financistas se dieran cuenta, él perdería su puesto. Weil se disculpó por haberlo metido en semejante apuro, pero de inmediato ideó un plan: como conocía muy bien al otro boxeador, calculaba que con un pequeño soborno podrían arreglar la pelea. ¿Pero de dónde sacarían el dinero para la apuesta?, planteó el tío. Sin esos fondos, quedaban fuera del juego. Al fin intervino Geezil. Dado que no quería comprometer su negocio y le importaba ganar la buena voluntad de Weil y de su tío, ofreció sus 35,000 dólares como parte de la apuesta. Aunque perdiera esa suma, haría transferir otro tanto y aún ganaría dinero con la venta de la cabaña. El tío y el sobrino le agradecieron. Con sus propios 15,000 dólares, más los 35,000 de Geezil, tendrían suficiente dinero para la apuesta. Aquella noche, mientras miraba a los dos boxeadores que ensayaban la pelea, en el cuarto del hotel, Geezil disfrutaba de antemano de las suculentas ganancias que obtendría tanto de la pelea como de la venta de la cabaña.

La pelea tuvo lugar al día siguiente, en un gimnasio. Weil se encargó del dinero, guardado, para mayor seguridad, en una caja cerrada. Todo se desarrolló tal como lo habían planeado en el hotel. Los financistas miraban con expresión sombría el mal desempeño de su boxeador, y Geezil soñaba con el dinero fácil que estaba por ganar. Pero, de pronto, un inesperado swing del boxeador de los financistas dio en pleno rostro de Gross, haciéndolo caer. Cuando golpeó contra la lona, la sangre le brotó a borbotones de la boca. Tras un acceso de tos, quedó tendido, inmóvil. Uno de los financistas, que había sido médico, le tomó el pulso, Gross estaba muerto. Los millonarios entraron en pánico, todos debían desaparecer de allí antes de que llegara la policía, ya que podrían ser acusados de asesinato.

Aterrado, Geezil huyó del gimnasio y regresó a Chicago, dejando atrás sus 35,000 dólares, que le parecieron un precio bajo por evitar verse implicado en un crimen. Nunca quiso volver a ver ni a Weil ni a ninguno de los otros protagonistas de aquel episodio. En cuanto Geezil se fue, Gross se levantó por sus propios medios. La sangre que le había brotado de la boca, había salido de un pequeño globo lleno con sangre de gallina y agua tibia, oculto en su boca. Todo el asunto había sido manipulado de manera magistral por Weil, conocido como «The Yellow Kid», uno de los estafadores más creativos de la historia. Weil repartió los 35,000 dólares con los financistas y los dos boxeadores (todos estafadores, como él), una bonita ganancia por un trabajo de pocos días.
_____________

Joseph «Yellow Kid» Weil (1875 – 1976) fue uno de los estafadores estadounidenses más reconocidos de su época. Su biógrafo, W. T. Brannon, escribió sobre el «asombroso conocimiento de la naturaleza humana» que poseía Weil. Durante el curso de su carrera, «The Yellow Kid» tiene fama de haber robado más de 8 millones de dólares, una cantidad muy significativa para su tiempo.


«El deseo de obtener algo a cambio de nada ha sido muy costoso para muchas personas que han tratado conmigo y con otros estafadores», escribió Weil. «Pero he descubierto que así es como funciona. La persona promedio, en mi estimación, es un noventa y nueve por ciento animal y uno por ciento humano. El noventa y nueve por ciento que es animal causa muy pocos problemas. Pero el uno por ciento que es humano causa todos nuestros males. Cuando la gente aprenda, lo cual dudo que lo haga, que no puede obtener algo a cambio de nada, el crimen disminuirá y viviremos en mayor armonía».

Algunos de los timos exitosos de Joseph Weil incluyen estafar al dictador italiano Benito Mussolini con 2 millones de dólares, organizar peleas de premios falsas, vender perros 
«parlantes» y vender tierras ricas en petróleo que no eran de su propiedad.
_______________

Fuentes consultadas:

– Greene, Robert (1998). The 48 laws of power

– Weil, Joseph (1948). «Yellow Kid» Weil: The Autobiography of America’s Master Swindler
– J. R. Weil; W. T. Brannon (2004). Con Man
_____________________
(La ilustración que encabeza esta nota no está relacionada con el contenido de la misma. Ha sido tomada del libro Pictures of People (1896) de Charles Dana Gibson).