@page { size: 8.5in 11in; margin: 0.79in }
p { margin-bottom: 0.1in; line-height: 115%; background: transparent }
Sube el nivel de indisciplina; mandos desertando.
Por Fidel A. Romero “Fidel Zarco”
Casi me quedaba dormido; estaba conciliando el sueño cuando llega el posta acompañado de uno de la seguridad de Jonás, quien preguntaba por el comandante Fidel, para entregar un correo urgente. Este es entregado; aún estando acostado sobre mi plástico, abro aquel papel doblado, pegado con tirro, que decía “Urgente”. Al abrirlo, veo las escuetas líneas de puño y letra de Jonás, decían:
“Envíame de inmediato las dos personas misileras, de ahora en adelante se moverán en mi estructura. Firma Jonás.”
Escucho a Licho, quien aún está despierto y había visto la presencia del enviado por Jonás, y dice:
—Por la gran puta, Fidel; eso tenía que haberlo arreglado yo al solo verte hoy, pero se me olvidó hacerlo; manda esa gente de inmediato.
—Órdenes son órdenes, Silvio; en este momento será cumplida.
Este hecho para mí era otro elemento, que juntado a lo expresado en relación a la dureza de las condiciones para acampar a la milicia, lo interpretaba como que ya no era posible tener misiles y combates en la ciudad, por lo menos en un periodo considerable hasta reorganizar la situación con la fuerza. Licho se acerca y comenta en voz baja:
—La situación se pondrá perrísima. Melo y Benjamín «El Cuto» se han desertado; Jonás se lleva una parte de la fuerza para el sur; dice que averiguará qué es lo que ha pasado con la falta de comunicación y por qué no se tomaron Usulután.
—Las deserciones empezaron en la dirección oriente hace unos días, Licho; una escuadra se fue de la gente del norte de La Unión. Nosotros empezamos con esos dos cuadros que tendrán repercusiones; los motivos del repliegue no han sido explicados políticamente.
—Ponele coco, Fidel; ahora no quiero pensar; hablamos mañana.
Quedé pensando sobre aquel correo; las palabras de Licho con la escueta información dicha con el agravante que no quería pensar. Era evidente que estaba cansado, agotado y posiblemente muy afectado por el cambio brusco de planteamiento a aquellas alturas de la ofensiva: esfuerzo, sacrificio, heridos, muertos, desinformados; periodistas dándonos datos que debimos haber sabido vía comunicaciones estratégicas; combatientes y mandos desertados; Jonás hacia el sur para averiguar algo sobre cosas, etc. Licho solía tener sus secretos que Jonás le confiaba. Habían cosas que no cuadraban, no se entendían. ¿Por qué Jonás tenía que viajar y arriesgar tanto solo para averiguar qué había pasado en Usulután…? Para eso no era necesario hacer aquella marcha en las condiciones deplorables en cansancio y la moral en general que se estaba apoderando de la fuerza desde que se les ordenó dejar las posiciones que les había costado tantas bajas mantener. Con aquella reflexión en mi cabeza ni cuenta me di cuando estuve dormido. El concierto de gallos en la madrugada me despertó; era el 22 de noviembre; veo a Licho sentado con su mochila, listo, esperando en el lugar donde había dormido. Su expresión no había cambiado…, quizás ni había dormido; solo él lo sabía ,porque lo único que dijo fue:
—Ayer se retomaron la zona, les llevó el día hacerlo, hoy pasarán de este lado del río a completar su trabajo. Será un día de combates, es mejor que ya no nos separemos—. Con aquellas escuetas palabras empezó a caminar, casi sin rumbo, por aquellas urbanizaciones semi desiertas. Los civiles habían aprovechado la aparente calma del día anterior, de cuando amanecimos en el sitio, para abandonar el lugar, previendo que nuevos y recios combates serían iniciados allí. No se equivocaban; Licho había movido la incompleta agrupación de Miguel Ángel a retardar el avance por la asfaltada, empezando desde el puente Urbina.
Con Licho nos movíamos alrededor de 15, entre radistas operativos, estratégicos, inteligencia y el personal de seguridad nuestro; en ese día no recuerdo que Javier nos acompañara; seguro que arreglaba la evacuación de su personal con la logística. Pequeños enfrentamientos eran escuchados en las márgenes del río; Miguel Ángel aún no combatía. Licho, encabezando la columna del puesto de mando, se movía como tigre evitando al o a los cazadores[1] de tigres, hacia movimientos con sus manos de cubrirnos en las paredes, doblaba para cambiar ruta, se agachaba para disminuir ser blanco, etc. Después de la media tarde, cansado de jugar al gato y al ratón con aquella estructura que estaba a punto de ser cazada por las unidades infiltradas durante la noche y encubiertas para emboscar al menor descuido, pienso que no debemos continuar así, debemos definir qué hacer con Licho, aprovechando que la patrulla enemiga no nos había visto o simulaba no vernos por conveniencia[2], digo a Licho procurando que solo él escuchara:
![]() |
Caído en la retirada de la ofensiva Al Tope y Punto, en un carbonal de Hato Nuevo. |
sido infiltrada de unidades pequeñas dotadas con comunicación para dirigir o
coordinar bombardeos. Estas unidades con
frecuencia nos encontrábamos pero no nos disparaban y tampoco pedían la
aviación por estar tan cerca de nosotros y no salir afectados por el fuego
amigo. “Había como un pacto de no
agresión entre nosotros y ellos”
dirigir ataques aéreos con desembarcos.
No podía avisar de ataque aéreo por estar tan cerca con nosotros y tampoco nos atacaban por ser numéricamente inferiores a nosotros por lo que
temían ser aniquilados.
dos mandos para coordinar rápido.