Salomón y la Alta Magia

 Interpretación de la imagen de Adda-Nari, la Isis india, hecha por el famoso mago Cipriano, según aparece en el libro titulado La magia suprema negra, roja e infernal, cuya autoría se adjudica al mismo autor del Libro de San Cipriano, un tal Jonás Sufurino, y que fue publicado en 1762. 

Adda-Nari

MAGIA SUPREMA ROJA

Salomón y la alta magia

 Salomón es la clave de la magia postdiluviana. Yo, Cipriano, que le he invocado en mis éxtasis, declaro que la magia que el sabio rey ejercía es la verdadera, y que la verdadera magia no es otra cosa que el prin­cipio de la sabiduría.

 Hay, sin embargo, dos clases de magia: la negra y la roja. La una, la que ejercen los taumaturgos, dota­dos por los espíritus del mal de particulares y excep­cionales facultades, y la otra, la que ejercen los verda­deros magos, revelada por Seth; por este transmitida a Noé; difundida más tarde por toda la Caldea por Abraham; enseñada al sacerdocio egipcio por Joseph; ordenada por Moisés y practicada por Salomón; oculta bajo símbolos en el Antiguo Testamento; revelada por Jesús a San Juan y contenida bajo figuras hieráticas en el Apocalipsis de este apóstol.

 La primera ha sido ejercida por los hijos de los hom­bres, es decir, por los descendientes de Caín, y proce­de, según la tradición de Henoch, de la rebelión de algunos ángeles, quienes, por un pecado análogo al de Adán, se vieron privados de la gracia. Los que ejercen la taumaturgia o esta clase de magia, son im­potentes para evocar a los espíritus de la luz. Esta, magia implica el dominio de la fuerza brutal; por eso Hermes Trismegisto, en su Tabla de esmeralda, la representa bajo el emblema de un tigre.

 La segunda ha sido ejercida por los hijos de Dios, por los descendientes de Seth, y representa la dulzura de la inteligencia. La ejercen quienes lo mismo tienen imperio sobre el macrocosmo que sobre el micro­cosmo, porque la voluntad es humanamente omni­potente cuando se arma con las fuerzas vivas de la na­turaleza y con las de la sabiduría. La verdadera magia procede de Seth, quien por sus virtudes mereció ser iniciado en ella en el propio Paraíso, de que sus padres fueron arrojados por el pecado original. Hermes la pinta bajo el emblema de un buey embozalado a los pies de Adda-Nari, la Isis del pueblo índico.

 La primera magia representa la rebeldía; la segunda la obediencia.

 ¿Queréis que os inicie en los misterios que Isis re­presenta?

 Pues ved su grabado, examinadlo con atención y leed luego con sumo cuidado la descripción de esos misterios:

 Sobre su frente está el signo de la liga o de la generación universal.

 A la derecha un tigre se acuesta sobre sus pies: es el hombre malvado e ignorante; a la izquierda está, asimismo acurrucado un buey embozalado: es el hom­bre bueno, el neófito.

 Isis permanece en pie entre el malvado y el bueno; entre la rebeldía y la obediencia.

 Tiene cuatro brazos que representan los cuatro elementos, cada uno de los cuales aparecen en sus manos.

 El fuego está representado por una espada; el aire por una argolla; la tierra por una rama en flor, que hace las veces de cetro, y el agua por un vaso.

 Un manantial de leche mana de la cabeza de Isis; pasa por delante del buey embozalado, cae a sus pies y circula en derredor por debajo de los del tigre, que no la ve.

 La leche de la ciencia no mana para el malvado. Si quiere beberla será menester que la vea, y para verla es preciso que doble la cerviz y la busque.

 Los dos brazos de Isis, por la parte del tigre, sostie­nen el uno la espada y el fuego, el otro el aire y la argolla. El aire es la tempestad.

 El malvado debe estar mantenido por el fuego y por el hierro; el malvado debe llevar la argolla: las tem­pestades están desencadenadas sobre su cabeza.

 La naturaleza está velada por la parte en que se halla el malvado.

 El malvado no debe saber nada; no debe haber pie­dad alguna para él.

 La naturaleza lleva un collar. Por el lado del buey embozalado, ese collar está compuesto de cabezas hu­manas; representan la inteligencia que se une a la inteligencia y forman una cadena divina; por el costado del perverso, del tigre, el collar se convierte en cade­nas de hierro.

 Las cadenas para el malvado, la prisión, la esclavi­tud, porque el malo es un tigre; está armado, es fuerte, ama la sangre y la matanza, y el buey dulce y útil, debe ser protegido contra él.

 El tigre mira de soslayo los instrumentos de rigor suspendidos sobre su cabeza, y permanece inmóvil, huraño e inquieto.

 Por la parte del buey embozalado la naturaleza per­manece sin velo; para él no existen misterios; para él los dos brazos de Isis sostienen: uno la rama en florescencia: es la abundancia, es la inteligencia que abre su capullo, es la palma, el cetro, la recompensa; el otro, la copa que Isis aproxima al manantial de donde surge la leche para calmar al buey, para nutrirle.

 Una serpiente, cuya cabeza está del lado del bueno, rodea el cuello de Isis; es el manantial de la vida, la electricidad, el magnetismo, la luz, el gran agente mágico.

 Penden de su cuello tres collares en forma de tri­ángulo: son los tres mundos de la Cábala.

 Por el lado del tigre tiene nueve brazaletes: es el número del misterio. Por el del buey no tiene más que cinco; es el número de la inteligencia.

 Dos serpientes que se miran entre sí rodean el brazo con que Isis sostiene la rama en flor: es el símbolo del equilibrio, de la luz astral, secreto de la vida.

 Isis todo se lo da al bueno; por darle, aun le ofrece la piel del malvado, que lleva en su cintura, por el costado del bueno.

 Y toda la moral de esta figura se encuentra resu­mida por un solo signo: la mano que sostiene la rama en flor hace el signo del esoterismo, que recomienda el silencio.

 Esoterismo es lo que debe ocultarse.

 Exoterismo es lo que está permitido decir.

 Tiene abiertos los tres primeros dedos, que significan en quiromancia la fuerza, el poder, la fatalidad.

 Oculta el anular y el auricular, que representan la ciencia y la luz.

 Todo ello implica decir a los buenos y a los adep­tos: «Reuníos y tendréis la fuerza, el poder, con la cual dirigiréis la fatalidad, cuyo rigor dominaréis a vuestro antojo; pero ocultad al común de los hombres, a los malvados y a los faltos de inteligencia, la luz y las ciencias.»

 Los ángeles rebeldes, iniciados en la alta magia y transmitiéndola a hombres vulgares por intermedio de mujeres indiscretas, fueron la causa de que la ­civilización primitiva se derrumbara y de que los repre­sentantes de Caín se disputaran la posesión del mun­do, la cual posesión solo supo escapársele cuando la tierra fue inundada por el diluvio. El diluvio, pues, representa la confusión universal en que caen los seres humanos cuando desconocen las leyes de la na­turaleza.

La alta magia, la verdadera clave de las cábalas, dice que la ciencia está reservada a los hombres que son dueños de sus pasiones. En efecto, la casta natu­raleza no entrega las llaves de la cámara nupcial a los adúlteros.

 Por eso existen y existirán por todos los siglos de los siglos dos clases de hombres: los libres y los es­clavos.

 El hombre nace esclavo de sus pasiones; pero se manumite por la inteligencia. 


 Entre los que saben alcanzar su libertad y los que no pueden conseguirla, la libertad es imposible.

 A la razón le toca reinar; a los instintos obedecer.