Los Nombres que Escogió mi Abuelo

Siendo muy joven, mi abuelo paterno llegó de España a Nicaragua, en donde vivió algunos años, para luego trasladarse y radicarse definitivamente en El Salvador, país en el que se casó, procreó una familia, se desempeñó como «idóneo de farmacia», juez de paz y curandero, para finalmente fallecer en 1986, mientras la guerra estaba en su apogeo y yo me encontraba ausente.

«Idóneo de farmacia» le llamaban antes a un técnico especializado en una rama auxiliar de la profesión farmacéutica, pero mi abuelo también era habilidoso para el dibujo, tenía inclinaciones poéticas y era propietario de una caligrafía hermosa, muy peculiar, que yo copié. Como dibujante, era muy requerido para elaborar unos cuadros que llamaban «retablos», los cuales eran representaciones gráficas de alguna aflicción de salud que la persona había pasado y se integraba en ellos también, de manera destacada, al santo o santa que había operado el milagro. La representación gráfica era dibujada en cartulina o lienzo, a colores, y se enmarcaba en un cuadro de madera, y así, la persona afectada presentaba el retablo a la iglesia donde se veneraba la virgen o santo milagroso que la había sanado.

En lo poético, «mi papa Luis» (como nietas y nietos le llamábamos) era particularmente talentoso para elaborar acrósticos, que es un tipo de composición que requiere de un buen conocimiento del vocabulario, puesto que debe ceñirse al nombre o frase que revela el poema. Mi abuelo fue quien me introdujo a literatos y poetas clásicos españoles reconocidos, tales como Calderón de la Barca, Fernando de Rojas, Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Pedro Antonio de Alarcón, etc. Por él tuve acceso en mi niñez a obras tales como La Celestina, el Lazarillo de Tormes, Don Quijote, La vida del Buscón, El Niño de la Bola, La vida es sueño, y otras a las que yo no habría accedido a tan temprana edad, de no haber sido por él, en aquel pueblo donde la mayoría de las personas se dedicaban a los trabajos del campo, a corretear las gallinas, arrear ganado, quebrar aceitunas secas, recoger nances o cuidar la milpa en un ambiente apacible y comunitario, cuando aún el individualismo exagerado del capitalismo voraz no había invadido la mente de las personas en las zonas rurales. Él fue quien me introdujo a las Rimas y leyendas de Gustavo Adolfo Bécker, poeta que me impactó de tal manera que me hizo sentir impulsos poéticos.

Como funcionario público (juez de paz), supongo que mi abuelo se había desempeñado bien, ya que gozaba del respeto de la gente del municipio y alrededores. Recuerdo que lo que más resaltaba al hablar de su tiempo desempeñándose en ese cargo, era que había tenido ocasión de procesar y enviar a prisión a unos astutos maleantes falsificadores de dinero, de quienes guardaba como trofeo parte del equipo que utilizaban en sus fechorías, y el cual era muy similar a un mimeógrafo de madera con su respectivo rodillo, cosas que yo pude ver, porque él me las mostró.

Referente a España, «mi papa Luis» era muy parco, aunque me habló en más de una ocasión de Juan Martín Diez, el Empecinado, y Eugenio Aviraneta, a quienes consideraba grandes héroes libertarios y revolucionarios. Gracias a él, más tarde leí las historias fascinantes de ambos personajes y todas las novelas escritas sobre ellos por Benito Pérez Galdós y Pío Baroja. ¡Qué belleza de relatos!

Pero por lo que más llegó a ser reconocido «papa Luis», fue por su labor de curandero, ya que muchas personas le consultaban sobre sus dolencias y él las recetaba medicinas al alcance de sus recursos económicos. Aparte de su conocimiento de boticario, poseía un voluminoso libro que era como una enciclopedia médica, que consultaba cada vez que debía recetar algo. Algunas veces, él mismo preparaba los medicamentos para los enfermos. Es decir, que mi abuelo era un hombre dotado de una personalidad multifacética, sensitiva y benevolente, y aunque no recuerdo que me haya hablado alguna vez de Mitología, Filosofía o Religión, no dudo que sabía de ellas por la forma de su proceder y por los nombres que puso a su progenie.

Mi abuelo engendró cinco varones y dos hembras. Al primero de sus hijos le nombró Miguel Ángel, sin duda en honor al gran artista italiano del Renacimiento Michelangelo. Al segundo le llamó Héctor, en clara referencia al héroe protagonista de la guerra de Troya. Al tercero de sus hijos, mi abuelo bautizó como él, Luis, nombre que nadie ignora hace referencia a aquel rey francés que también fue declarado santo de la Iglesia Católica por haber participado en la séptima Cruzada. Al cuarto de sus engendros masculinos, le llamó Remo, indudablemente en alusión del personaje mitológico que junto con su hermano Rómulo, fundó Roma. Al último de sus varones, mi abuelo nombró Roger, y aquí me asalta la duda si lo hizo en referencia a Roger de Flor el caballero templario y caudillo mercenario italiano al servicio de la Corona de Aragón; o Roger de Flor, nacido en Ciudad Real en 1912, cuyo nombre verdadero era Jesús Menchén Manzanares, poeta de la Guerra Civil española. También puede ser que mi abuelo haya querido homenajear a ambos personajes históricos, puesto que ambos destacan por su valor en la persecución de sus principios de lucha. En todo caso, el poeta y luchador Manzanares, adoptó su seudónimo para reivindicar al primer Roger de Flor que también fue conocido como Roger von Blume y Rutger Blume.

En cuanto a las hembras, la mayor, que nació entre Héctor y Luis, fue bautizada como Nohemí, en clarísima alusión a aquella maravillosa mujer que ocupa un lugar destacado en el libro bíblico de Rut, al haber sido un ejemplo de la mayor sensatez, sabiduría y apego a sus creencias religiosas. La otra fémina que engendró mi abuelo, nació entre Luis y Remo, y a ella la llamó Elsa, y es muy probable que la haya nombrado así en honor de Elsa Einstein (1876-1936), la segunda esposa de Albert Einstein. Por lo menos, eso es lo que yo supongo; porque nunca le pregunté a mi querido abuelo qué fue lo que le inspiró en la escogitación tan peculiar de los nombres de sus hijas e hijos, que murieron ya todos, sin que ninguno lograra llegar a la edad que él alcanzó a vivir.
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Nota: El último de los hijos de mi abuelo era conocido por su segundo nombre, Danoy, a diferencia de todos los demás que eran llamados por su primer nombre.

(En memoria de mi abuelo José Luis Cruz. San Francisco, EEUU, 5 de diciembre de 2021).