(Alerta y emergencia en el camino, Embutidos cerca de Marcarla, Regreso al Quebracho Pando)
Por Fidel A. Romero, “Fidel Zarco”
A pocas cuadras del lugar de la media tortilla con el chicharroncito de cuche para recordarle al duodeno que no había sido olvidado en sus funciones de asimilar algún alimento, estaban los nicaragüenses con tres más en reunión haciendo el plan de marcha. Formando un semicírculo, aquel grupo de verde olivo con sus respectivas armas largas, impresionaba. Esa era la razón del por qué no habían buscado contacto directo, evitar confusiones y algún eventual enfrentamiento entre los mismos. El grupo estaba conformado por Emiliano, Isaac, Iván, Orlando o “Aspirinita”, Licho, Walter, Mabel (que la había atendido un par de semanas antes de sus heridas); agregándonos Alberto, los guías del paso (Tacho y Chano), además de quien escribe esta historia. Éramos 11 en total. La misión, según explicaba Emiliano, consistía en desplazarnos a un lugar que nos permitiera contactar al responsable del trabajo en Tegucigalpa para sacar a los nicaragüenses, incluyendo a Licho y Walter, e ir a Managua a conseguir armas lo antes posible para evitar que abortara la revolución salvadoreña. Después del recibimiento de rigor, se dirigió a Alberto, diciéndole que necesitaba una nueva muda y que se la conseguiría de inmediato. Luego continuó:
No había espacio para más preguntas. Emiliano inspiraba autoridad y conocimiento. Alto de estatura, moreno, musculoso; joven pero experimentado internacionalista; ex director de la escuela militar del Ejército Popular Sandinista, EPS, en Managua, de donde fue reclutado por el trabajo internacional, debido a los contactos que tenía al interior de la institución armada y del gobierno de los hermanos Ortega en Nicaragua; era él quien lideraba el grupo. Le recordaba de unos meses antes en que me enseñó el manejo del G3 y el significado de la posta en el Punto Rojo de La Laguna.
Iniciamos aquella mi primera marcha militar, que tenía pintas de ser experimentada, aunque la planificación no tenía mucho que envidar a la que Paco había ejecutado para tener con seguridad la columna más numerosa nunca vista antes en maniobra y con la mayoría desarmados. Las explicaciones de Emiliano eran claras y aleccionadoras, hasta enseñó cómo indicar movimientos con solo mover los brazos sin necesidad de hablar. Parecido a las señales que me hizo Paco cuando vigilaba la aparición de la tropa hondureña y ordenaba el retiro de su gente. Después de caminar unas 5 horas sin descansar, la luna alumbraba y podíamos ver a corta distancia; cada vez aumentaba más la niebla y no era permitido sacar las linternas de mano. De pronto Emiliano hace la señal de tendernos, y al unísono quedamos tendidos en el camino, bajo la mirada del jefe que pasaba la consigna de alistarse para el combate por haber escuchado pasos que podrían ser de militares. “Los pasos ni se acercan ni se retiran”, es la siguiente consigna que pasaron. En ese instante me río de la seriedad de todos. Indignado, Emiliano se dirige a rastras hasta mi posición y me dice:
Continuamos el resto de la noche sin otro percance hasta llegar a un lugar donde había un monte espeso y una poza de agua que corría sin mayor caudal. Emiliano, dando muestra de su experiencia y como conocedor del bosque, ordena a Isaac explorar condiciones para acampar, dándole media hora para valorar el farallón y origen del nacimiento del agua con sus aproximaciones posibles.
Después de una hora, que fue aprovechada para que Iván con Orlando hicieran una exploración enmascarada más al detalle, regresaron los emisarios enviados a la casa del propietario de aquellos inmensos terrenos boscosos. Venían con un cumbo humeante de café y una paila llena de guineos sancochados, un queso, además de otro cumbo con frijoles incluyendo su sopa. La mitad de aquellas provisiones fueron devoradas rápidamente, dejando la otra mitad como reserva para la cena.
Todos estábamos animados; el ambiente empezaba a favorecernos; se sentía una calma estar pegado a aquella fuente de agua teniendo de retaguardia una gran pared natural con bastante similitud a la cueva que forma la Gruta de Corinto[4] en Morazán, con la diferencia que aquella carece de nacimiento de agua; es seco, tipo potrero de animales con algunos arbustos y matorrales. Aquel ambiente boscoso y tranquilo, teniendo casi asegurados la seguridad y abastecimiento, así como también el contacto con la capital hondureña, daba para todo: conocernos mejor como grupo y como personas, escuchar noticias, intercambiar experiencias vividas. La primera noticia escuchada a través de una emisora salvadoreña, fue el atentado sufrido por el ingeniero Félix Ulloa[5], rector de la UES, en las inmediaciones de una sucursal bancaria ubicada al frente del Hospital Benjamín Bloom. El rector murió horas después en la policlínica salvadoreña.
Había una niebla blanca espesa que aún con el avance del día no cesaba. Apenas desde un punto del lugar podía divisarse la casa que nos serviría en adelante no solo para abastecernos, sino que para contactarnos con el trabajo de Tegucigalpa. Fue puesta una observación continua hacia la casa y después de recibido el informe, Emiliano preguntó opinión sobre la conveniencia de hablar con el jefe de la casa para que asumiera compromisos por seguridad de todos. Se generó una pequeña discusión sobre los pro y los contra, y al final se decidió hablar en colectivo y antes de anochecer, con un plan ya claro por todos, estábamos conversando amigablemente con nuestro protector. El planteamiento consensuado lo expondría el jefe.
Fueron tensos los siguientes 3 días; la base de apoyo en prueba de tareas especiales se ausentó. El frío hacía estragos y no teníamos ropa para protegernos, solamente los plásticos de tendido. Se improvisó una champa uniendo plásticos que permitía acostarnos bajo cubierta 6 personas aprovechando el calor que producíamos. Walter y Mabel, como eran pareja sentimental, tenían la propia, y ella se acercaba temprano para ser revisadas sus heridas de piernas y mano izquierda. Su mano aún conservaba el cabestrío; había perdido dos dedos, pero cicatrizaba bien sin necesidad de injertos. El tercer día era crucial, había tensión por la tardanza, la casa siempre tenía observación continua y nada hacía sospechar hubiese algo anormal. Hasta que llegó la base cargando un saco a la mitad de comprados que mandaba el contacto de Honduras para nosotros, los periódicos y el aviso que prepararía condiciones para albergar al que necesitara, empezando a partir de una semana.
Había incomodidad por la tardanza; se acordó enviar a un correo a buscar información a Morazán de cómo seguía el operativo; no recuerdo si fue Licho o Walter que se ofrecieron para acompañar al guía y que no fuera solo. Acordamos que si había condiciones se regresarían uno por uno e igual la ida para Tegucigalpa. En todo eso, ya había pasado casi 4 semanas de ese campamento eventual enmascarado.
… En aquel invernadero convertido en embutido de la unidad militar de Emiliano, hubo tiempo suficiente para asimilar las emociones de los últimos 3 meses. Había sido muy intenso todo lo vivido. Por mi mente pasaban como película los riesgos a que había sido expuesto y la satisfacción de haber dado respuesta a mi compromiso en la B.M. Me preocupaba el estado de los heridos quemados de La Guacamaya. ¿Qué habría sido de ellos? Pero, sobre todo, la mayor preocupación era la escases de personal cualificado para responder a las necesidades a presentarse en adelante. Solo necesitaba regresar a San salvador y ver contactos en el área de salud, despedirme de la familia, mis hijos, mi esposa y mis padres para regresarme al Frente rural hasta que terminara la guerra. ¡Los vería si quedaba con vida de esa jornada, sentía que mi lugar estaba en el Frente, definitivamente! Esto era ya una determinación y compromiso conmigo mismo, porque cada quien debe responder de acuerdo a lo que siente adentro…. y dar todo cuando se necesite y el Frente rural clamaba por personal cualificado en salud.
Regresó el guía sin Walter, solo, con noticias que la zona estaba limpia de enemigo pero que habían quemado casas y asesinado civiles en La Guacamaya. Licho se rascaba la cabeza sin expresar palabras, hasta que después de un rato dijo: “nosotros de holgazanes aquí y la gente desorganizada necesitándonos, en la madrugada nos vamos, yo seré el siguiente”. Tres días después regresa el guía. Éste se queda descansando y sale Tacho con migo. Antes de salir Emiliano le hizo recomendaciones de jamás dejar que me perdiera en el camino, con misión de dejarme en El Quebracho Pando, en el campamento de Los Cocos con Quincho. Mi experiencia había terminado con los nicaragüenses; había sido rico el aprendizaje de sobrevivencia en el extranjero y había sido testigo de la disciplina de la unidad para salir avante en la misión de conjunto.
El camino fue cansado; solo nos deteníamos para tomar agua y seguíamos. Tacho decía que había que llegar hasta La Cuquinca al medio día, pero que podíamos tener un descanso antes de pasar la frontera. En los encuentros del río, había una gran roca con una especie de grada como para sentarse. “Aquí podés descansar», me dijo. “Yo haré posta. Estaré a 25 metros. Si hay emergencia, vengo rápido”.
Después de una hora ya casi amanecía. Tacho movía uno de mis hombros. “¡Es hora!”, decía. Me despierto asustado. Soñaba que estaba en una cama bien arropado y no podía explicarme cómo era que había llegado a esa cama después de tanto tiempo… estaba empapado de agua, mi mochila de cabecera recostado y sentado en la roca; había llovido y Tacho pensaba que estaba despierto, y que al venir el agua, sacaría el naylon como lo había hecho él… estaba tan dormido, disfrutando mi abrigada cama, que no había sentido la lluvia. El frío calaba hasta los huesos, la ropa estaba helada y mojada. “Es mejor que torsás la ropa antes de continuar; te ayudo”.
Pasamos el río; seguimos paralelo entre el río y cerro La Cruz. Encontramos a un señor, Isidro Romero, el segundo civil visto después de un mes; el primero había sido la base que nos ocultaba en Honduras. Tacho le pregunta sobre alguna novedad obteniendo una escueta respuesta: