El Día que el Ejército Destruyó el Pueblo de Torola

(19/01/1985, día en que fui herido de bala).

Por Fidel A. Romero


El Enigmático, no estuvo en esa situación

Estaba terminando el operativo Torola 5 y fue el batallón Cuzcatlán. Habían pasado varios días en operativo junto a otros batallones en el norte de Morazán. Ellos iban de salida del frente y habíamos estado preparando un plan para hacerles una cantidad de bajas sin mayores riesgos para nosotros en la zona de Torola. El plan consistía en simular un campamento de puesto de mando en el área de San Diego, jurisdicción de San Antonio del Mosco; que nos sorprendían y dejábamos abandonada una cantidad de recursos logísticos, pertrechos y radios; estos eran cazabobos, o sea trampas que los soldados intentarían apropiarse y usarlas. Yo estaba siendo coordinado por el jefe de la defensa del frente, “Albertón”, y me habían asignado una sección de la Brigada Rafael Arce Zablah, BRAZ, al mando de Serapio. Estos eran los que garantizarían la seguridad de los del puesto de mando para que ejecutaran su campamento simulado y no fueran realmente sorprendidos.

El punto de salida era el sitio Los Amates del cantón Ojos de Agua, por el cerro El Cacalote. El enemigo estaba pernoctando en El Moscarrón y en el cerro Torola. Mi estructura del puesto de mando y del campamento simulado la componíamos unas 20 personas, entre los cuales estaban: mi seguridad personal (Alvarito, Carlos y Walter); el radista Edwin, Yasser, Marcela, el “Flaco” Gustavo y Marina “la Periquita” (de Prensa y Propaganda); Libertad, Julito médico, más brigadistas ( clínica y equipo médico); Guillermo, Pedrito y María (taller de explosivos); además Mercedes, la compa del Arnoldo “el Cristo Negro” y su sobrina Clarissa; y Bejuquita, hermano de “Dino Traca” o “How are you”, (equipo de cocina).

El desplazamiento del puesto de mando (el campamento simulado) iniciaría a las 03:00 horas para completarlo a las 06:00 en el lugar indicado: San Diego. Una hora antes, a las 02:00 horas, debía salir la mejor escuadra de la sección al mando del mejor jefe con la tarea de explorar el camino de mi desplazamiento y principalmente confirmar la ausencia del enemigo en el mismo, con prioridad en los puntos considerados críticos como elevaciones, poblado de Torola y cruces de calles. De antemano sabíamos la ubicación de una compañía enemiga del batallón Cuzcatlán en el volcán Torola y en la elevacioncita de El Amate. Esta estaba a la orilla de la calle hacia Torola, y a unos 300 metros de la vereda donde nosotros pasaríamos, por supuesto en un avance silencioso… Después que pasara el puesto de mando, pasaría el grueso de la sección como retaguardia y se distribuiría en puntos dominantes para proteger el puesto de mando, o entrar en acción si se necesitaba.

Serapio, ante mi presencia, llamó a formar la escuadra exploradora y les dio las indicaciones. Preguntó si estaban entendidos, a lo cual respondió el jefe en secreto: “¡Entendido!”…Y luego les dijo: “¡Media vuelta, en rumbo a cumplir la misión!”. Y aquel grupo de 10 experimentados combatientes, guardando la prudente distancia de marcha, en las circunstancias operativas y en cumplimiento de su misión, salieron.

Ellos y su jefe estaban sabedores y entendidos de que avisaría y esperarían indicaciones si encontraban enemigo en el trayecto; que revisaría el poblado y alrededores, así como también toma y control del mismo hasta que pasara el puesto de mando; que tendría dos contactos visuales con mi gente en dos puntos: entrada al pueblo por el lado de El Pedrero, y en su salida, en el desvío de San Diego. De este punto en adelante, yo enviaría mi equipo de vanguardia por dos razones: ya no se consideraba crítico el desplazamiento, y había que garantizar el control del lugar hasta que pasara el grueso de la fuerza de Serapio.

Iniciamos la marcha bajo abundante luz de la luna después de una hora que salió la escuadra exploradora, y después de ser confirmados que estaban en lugar indicado, lo que significaba que el camino había sido explorado y que se tenía control del poblado. Aún así marchábamos con las precauciones del caso por la cercanía de las posiciones enemigas en las elevaciones de El Amate y volcán Torola. La luna alumbraba bastante claro el camino. Bajo la sombra que producía el abundante follaje de los árboles a la entrada de Torola, por el lado de El Pedrero, nosotros divisamos el punto de una enorme trinchera de piedra tras la cual se veían tres formas de cabezas con gorras, que era parte del equipo explorador, parapetados y en posición segura para sorprender y controlar esa entrada… Mi columna, de 20 personas, se veía mucho mayor por la distancia que guardábamos entre uno y otro, más la vista del camino semi tortuoso y lleno de sombras proyectadas por el follaje… A unos 30- 40 metros, pasé la consigna en secreto de pararnos para identificarnos con los 3 compas de la trinchera… Se veían las cabezas inmóviles y en posición de alerta… Me adelanto un poco acompañado de mi seguridad personal, me paro y les grito la consigna acordada…Espero respuesta y como no la recibo, repito la consigna… Y la respuesta fue:… “¿Qué consigna?”, y una andanada de metralla; uno o dos fusiles en ráfaga hacia el grueso de mi columna que por reflejo todos al unísono nos tendimos en la calle alfombrada de pequeñas piedras, mientras les gritaba: “¡No disparen, son compas!”…. Yasser y Alvarito me contestaron diciéndome: “¡Si fueran compas no nos estarían rafagueando, tenemos que responder!”.

Me resistía a pensar que los exploradores y garantes del paso nuestro por ese punto nos estuvieran disparando, pero Yasser y Alvarito tenían razón… Y ellos no paraban de dispararnos y yo sentía lo caliente de la sangre que manaba abundante de mi costado izquierdo y apretaba junto con los arneses de mi equipo y mochila para retardar el sangrado y el colapso del pulmón; además dos de mis escoltas se quejaban de heridas de bala también.

La situación era apremiante. Yo no decía sobre mis heridas pero sabía de los otros dos. Y Yasser los vio y dijo algo así: “sean o no compas, ellos nos están atacando y vamos a responder”, y enfiló el fusil hacia la trinchera y les dijo a dos más: “tiremos un par de rafagazos”, lo cual hicieron, y la respuesta fue que los de la trinchera dejaron de disparar y desaparecieron…

Di la orden de regresarnos al lugar de salida y le dije a Alvarito que coordinara la marcha de regreso lo más rápido posible, antes de la reacción del enemigo cercano que teníamos, y antes que perdiera fuerza, porque estaba sangrando del pecho y los otros dos compañeros improvisaron vendajes para parar el sangramiento del antebrazo. Así regresamos a El Amate amaneciendo, aún no salía el sol. Encontré a Serapio con sus ojos grandes casi saliéndosele de las órbitas, sin decir nada, y le dije: “Nos atacaron, tomá mi radista -que si mal no recuerdo era Edwin- y hazte cargo de la coordinación de todo”. Edwin se quedó allí y yo continué caminando hacia adentro de la casa de bahareque y le pedí a Julito médico que chequeara la herida y parara el sangramiento.

Tendido al ras del suelo en una puerta de madera que improvisaba la cama de operaciones, Julito me dijo: “Qué suerte tienes, no está perforado el pulmón ni entró al corazón porque topó en una costilla y se desvió un poco superficial y está alojado el plomo debajo de la tetilla izquierda”… No terminaba de digerir el significado de las palabras de Julito cuando un rafagón de ametralladora 60 pasó paralelo a lo largo de mi cuerpo tendido, a escasos 60 cms., cayendo sobre nosotros la tierra que desprendía de la pared de tierra. Julito se tendió y cogió su fusil en posición defensiva, y Libertad (jefa del puesto médico y la clínica) gritó a Julito: “¡Llevate a Fidel por la quebrada hasta un puesto seguro!… ¡Luego les buscaremos!”.

Mientras Libertad coordinaba la dilación del avance de los soldados, con una línea de fuego improvisada formada por el personal de servicio que simularía el campamento en la misión ya frustrada (prensa y propaganda más las brigadistas y un par de compas más), Julito médico casi me arrastra sacándome por la otra puerta de la casa hacia una vaguada charraloza y caminando rápido en medio del nutrido combate, desaparecimos.

Cada vez más lejanos se escuchaban los disparos de los compas y las ráfagas de los soldados… Tenía la confianza que Serapio con su sección intervendría para salvar la situación, ya que las estructuras de servicio no tenían la experiencia aunque sí mucha disposición de combatir para proteger a quien lo necesitara. La sorpresa fue grande cuando al mediodía nos encontró Libertad con un par de brigadistas más y nos daba en detalle lo ocurrido: “Los soldados iban de salida, no tuvimos ni una baja y Serapio con la fuerza se fue rumbo a la Villa El Rosario, mientras nosotros combatíamos y desviábamos los soldados”.

Ese día fue incendiado por el batallón Cuzcatlán el pueblo de Torola. Llegó Albertón a sustituirme e iniciar una investigación de lo ocurrido que, según él, fue algo intencionado. El jefe de escuadra fue apresado en vías de investigación. En la clínica como herido tuve la oportunidad de investigar por mí mismo lo ocurrido a través de la información que Serapio y Goyo Negro tenían… Que el jefe de escuadra uno de los más aguerridos de la BRAZ, tenía un problema que no había sido comentado antes: Este muchacho era capaz de obedecer indicaciones y cumplirlas aún estando dormido, y lo más seguro que pasó, fue que recibió las indicaciones de Serapio estando dormido, y cuando estaba en posición avisó que todo estaba listo pero no recordaba la consigna que yo le gritaba con insistencia, confundiéndonos con una columna de soldados en avance de madrugada. Después de algunos días en prisión, el compa escapó de las rejas de Torola y se fue hacia el sur. En lo personal me alegró que escapara porque no teníamos suficientes recursos técnicos para demostrar su inocencia.