Un Tributo a las Víctimas de El Mozote

Esta breve narración del arqueólogo estadounidense Leigh Binford describe los acontecimientos acaecidos durante el acto de reenterramiento de los restos de víctimas de la masacre de El Mozote, ocasión en que les fue dedicado el monumento que fue erigido en el sitio de sus tumbas. El relato forma parte del libro The El Mozote Massacre – A compeling story for everyone concerned with the lives of third world people, siendo la presente una traducción libre. 

Memorial


    Después de muchas solicitudes, los defensores de los derechos humanos obtuvieron de la administración de Armando Calderón Sol la liberación de los restos exhumados de la sacristía por parte del equipo forense argentino en 1992, y CEBES planeó una tarde y noche completas de actividades para un memorial a las víctimas, culminando en el reenterramiento al amanecer del 11 de diciembre de 1994. En la tarde del 10 de diciembre, me encontré en El Mozote con Jacinto Márquez, amigo, asistente de campo, agricultor campesino, historiador oral, catequista y excombatiente del FMLN. Jacinto era originario de Paturla, Joateca, y había sido un civil en esa localidad en el momento en que Domingo Monterrosa se elevó en el aire, en lo que se convirtió en su último viaje en helicóptero. El breve relato registrado aquí se basa en nuestras observaciones combinadas.

    De setecientos a mil personas, entre residentes y visitantes, llegaron a la Plaza para actividades que durarían desde las 3 p.m. del 10 de diciembre a 6 a.m. de la mañana siguiente. María Julia Hernández, directora de Tutela Legal, dio un breve discurso en el que observó cómo la Ley de Amnistía de Alfredo Cristiani había hecho imposible entregar a los responsables de la masacre de El Mozote ante las autoridades judiciales; y enfatizó: «Tenemos que recuperar la memoria histórica de nuestro país», y dijo que la gente misma tenía un rol enorme que desempeñar en esto.

    Durante una misa vespertina, llevada a cabo por los sacerdotes Miguel Ventura, Rogelio Ponceele, y un cura irlandés visitante, siete personas, entre ellos catequistas, la alcaldesa de Perquin, representantes de las organizaciones de base, y Rufina Amaya, subieron el escenario erigido cerca de las ruinas de la Iglesia para colocar ofrendas simbólicas en la mesa del sencillo altar. Los objetos representaban sufrimientos pasados, realidades actuales y esperanzas futuras. Un catequista de CEBES trajo una figura de cartón de un niño para representar a los infantes masacrados en El Mozote; el presidente del Consejo Local contribuyó algunos puñados de tierra recogidos de los terrenos que habían estado abandonados durante doce años; Miriam Ramos, alcaldesa de Perquin, colocó un ladrillo como una manifestación de «la fuerza que los alcaldes están haciendo para reconstruir a las comunidades destruidas». Finalmente, Rufina Amaya colocó en el altar un montón de flores rojas para simbolizar a los menores de edad masacrados y la sangre que «proporciona la fuerza para caminar, comer y vivir».

    La tarde y la larga noche fría fueron ocupadas con actividades culturales: canto, actuaciones musicales y videos canadienses y salvadoreños sobre la masacre proyectados en una sábana grande y blanca. Mientras tanto, las velas iluminaban una enramada de varas y hojas que cubrían el piso de la antigua iglesia, en donde las mujeres y unos pocos hombres oraban delante de siete abiertos ataúdes de madera que contenían, todos revueltos como diferentes variedades de cereales secos, los huesos marrones y blancos de al menos 143 víctimas recuperadas por el equipo forense argentino de la sacristía adyacente. Rogelio Ponceele entonó en el micrófono, «estamos en una vigilia … estamos por primera vez en una velación con los restos mortales delante de nosotros. Esta noche es un tipo de velatorio que vamos a compartir juntos».

    Finalmente, a las cuatro de la mañana del 11 de diciembre de 1994, los siete ataúdes fueron cerrados, bendecidos y llevados en hombros, en medio de una procesión con luz de las velas rodeando la Plaza hasta sus lugares de reposo final en dos tumbas profundas que flanqueaban un nuevo monumento de piedra, argamasa y metal conmemorando la masacre de El Mozote que había tenido lugar trece años antes. Previamente al inicio de la procesión, Miguel Ventura recitó un poderoso discurso en el que tocó las causas del conflicto y el papel protagonista de las personas, que «en el conflicto armado … eran fuertes no solo por los armamentos que construyeron y acumularon, pero fundamentalmente debido a la convicción y creencia en las capacidades entre sí. Descubrieron que los humanos analfabetos, pobres y desnutridos albergaban dentro de ellos la fuerza oculta de un amor capaz de dar la vida por otro y esto los hizo aún más fuertes que la muerte». Criticó el proyecto neoliberal en curso diseñado para «excluir a la mayoría y cultivar condiciones para nuevas confrontaciones», y observó cómo un proceso revolucionario que comenzó con tal entusiasmo se había debilitado en el período de posguerra debido a una tendencia de las masas que dan prioridad a lo personal por sobre las necesidades sobre las colectivas.

«El riesgo hoy, estimados hermanos y hermanas, es caer en la trampa diseñada por los poderosos y desarrollada por todos los medios de comunicación para hacernos olvidar la existencia de esa nueva fuerza de los pobres y, sobre todo, la memoria de los mártires. Este decimotercero aniversario de El Mozote tiene que ser la ocasión adecuada para evaluar los grandes logros que el sacrificio y el martirio han brindado durante los últimos veinte años de historia salvadoreña, y como María la Virgen, proclamar que Dios ha llevado a cabo maravillas entre este pueblo, ha arrojado a los poderosos de sus tronos y puso a los humildes en su lugar».


    Siguió señalando que las generaciones futuras harían peregrinaciones a El Mozote «para alimentar sus espíritus (e) inspirar sus ideales para el cambio y la construcción de una nueva sociedad».

    Los sacerdotes bendijeron las tumbas, y aquellos que llevaban los ataúdes los bajaron con cuerdas y los cubrieron con tierra. Muchas personas, yo incluido, nos aglomeramos cerca para contemplar y tirar puñados de tierra en una despedida final. Durante los últimos momentos, el cielo oriental se tornó a un azul grisáceo, luego azul, y finalmente dio paso a un amanecer brillante y colorido. La ceremonia terminó con un Padre Nuestro colectivo (Lord’s Prayer), y la multitud cansada se dispersó y se dirigió a casa.