como ParEcon por su acrónimo inglés— es un sistema económico
propuesto que usa una toma de decisiones participativa como mecanismo
económico en una sociedad determinada. Propuesto como alternativa
liberal a las economías de mercado capitalistas vigentes, y también
al socialismo de planificación central, y ante la necesidad de
aplicación presente de los principios y aspectos constructivos del
anarquismo: autogestión y federalismo en las empresas. Surgió del
trabajo del activista y teórico político Michael Albert, y del
economista radical Robin Hahnel, en las décadas de 1980 y 1990.
La economía participativa es el nombre
de un tipo de economía propuesta como alternativa deseable al
capitalismo. Los valores que este sistema intenta conseguir son:
equidad, solidaridad, diversidad y autogestión participativa. Las
formas institucionales para conseguir esto incluyen la democracia
directa, los complejos de trabajo equilibrados, la remuneración
acorde al esfuerzo y sacrificio, y la planificación participativa.
Este modelo fue construido mezclando parte de los conceptos
anarquistas colectivistas, del cooperativismo, parte de los conceptos
de otras corrientes socialistas de cuño libertario, como es el caso
de los comunistas consejistas, y desarrolla características propias,
profundizando o modificando algunas de las tradiciones clásicas.
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Aquí se reproducen unos apuntes de una
entrevista realizada por C.J. Polychroniou a Michael Albert, fundador
de Z Magazine, en la que se abordan interrogantes claves sobre
el capitalismo, el socialismo y la economía participativa, publicada
en Truthout.
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El modelo de economía participativa ha
sido propuesto desde hace algún tiempo como una alternativa viable
al capitalismo y al sistema de planificación centralizada; no
obstante, resulta ser un concepto mal entendido y continúa
enfrentando oposición tanto de capitalistas como de
anticapitalistas. La pregunta surge entonces de ¿qué es exactamente
«economía participativa» y cómo cabe dentro de la
visión socialista de una sociedad sin clases?
Cualquier discusión de sistemas
económicos esencialmente gira en torno a dos polos aparentemente
opuestos: capitalismo y socialismo. No obstante, en la realidad, la
mayoría de las economías existentes en la actualidad en el mundo
moderno han sido “economías mixtas”.
El capitalismo es un sistema económico
en el cual personas propietarias de los sitios de trabajo y de los
recursos emplean trabajadores asalariados para generar producción, y
abrumadoramente utilizan la distribución de mercado para mediar en
cómo dicha producción es dispersada. También de manera típica e
inevitablemente (si tiene las primeras dos características), tendrá
asimismo una división corporativa del trabajo, en la cual el 80% de
la fuerza laboral abrumadoramente desempeña tareas rutinarias,
subyugadas y de no empoderamiento; mientras que el otro 20%
monopoliza las actividades que dan poder. El rédito será una
función de propiedad y poder de negociación.
Hay, por lo tanto, tres clases
principales en el capitalismo: una clase trabajadora realizando
labores de no empoderamiento, con bajos ingresos y casi nula
influencia; una clase capitalista que emplea trabajadores, vende lo
que éstos producen e intenta cosechar ganancias, y la cual, debido a
dichas ganancias, disfruta de tremenda riqueza y poder dominante; y
una clase coordinadora situada entre las otras dos, desarrollando el
trabajo de empoderamiento, y, debido a ello, poseyendo el poder de
acumular elevado ingreso e influencia sustancial.
El socialismo es más difícil de
identificar. Para algunos es una economía en la que aquellos que
producen deciden el producto, de modo que es sin clases, o si se
prefiere, tiene solo una clase, la clase trabajadora, en la que todos
y todas tienen el mismo estatus económico. Para otros, el socialismo
es una sociedad con un estado que significativamente influencia los
resultados económicos a favor del público, aún y cuando los
propietarios todavía cosechan ganancias. Todavía para otros, el
socialismo es una economía de propiedad pública o estatal, además
de planeación centralizada o mercados para la distribución.
Esto último es lo que el socialismo ha
sido en la práctica, además de haber tenido una división
corporativa del trabajo que asciende inexorablemente debido a sus
formas de distribución, añadido a ello un estado autoritario. Sin
embargo, este tipo de economía podría llamarse “coordinacionismo”,
por la clara y obvia razón de que sus instituciones eliminan la
propiedad capitalista, pero eleva al 20% de la clase coordinadora a
un estatus de autoridad. Afuera con los antiguos jefes: el
propietario, la clase capitalista; adentro con los nuevos jefes:
administradores, doctores, abogados, y así, la clase coordinadora.
El “socialismo existente en realidad”
falló porque a la larga era un sistema político autoritario, la
economía era dirigida desde arriba, y la libertad social y cultural
era dictada desde el aparataje partidario. ¿Sería este sistema
salvable o su caída era inevitable y necesaria?
El “socialismo existente en realidad”
no tenía una buena economía que fue hecha inaceptable por un estado
represivo o autoritario. El “socialismo existente en realidad”, o
“el socialismo del siglo XX”, o el socialismo como es delineado
en casi toda erudita y seria presentación, que va más allá de
solamente adjetivos positivos, incluye, ya sea mercados o
planificación centralizada, una división corporativa del trabajo,
remuneración por lo producido o poder negociador, y algunas otras
características económicas menos críticas. Así, en un país real,
debe, por supuesto, tener un sistema político asociado,
ordenamientos afines, instituciones culturales, etc. Estos últimos
tienen que ser al menos compatibles con las características
económicas o la sociedad estará en agitación, y un ordenamiento
político vigorosamente consistente con el modelo de planificación
centralizada, es un gobierno autoritario.
Por otro lado, la economía
participativa propone solamente unas pocas instituciones claves para
una nueva forma de conducir la economía. Comienza con concilios de
trabajadores-consumidores como los entes de toma de decisiones, y
realza la idea de que cada participante en la vida económica debería
tener voz sobre productos en proporción de cómo le afectan, lo que
se llama auto gestión. Propone luego una forma nueva de definir los
empleos para generar una nueva división del trabajo, denominada
“complejos de empleo balanceados”. Esta combina tareas en los
empleos de modo que cada persona trabajando en la economía realiza
una mezcla de tareas en sus ocupaciones diarias, de manera que la
situación del “efecto de empoderamiento” de cada trabajador o
trabajadora es igual a la situación de cualquier otro, lo cual
elimina la base de la división clase coordinadora-clase trabajadora.
Seguidamente, el modelo de economía
participativa propone una nueva base equitativa para ganar el
ingreso. En vez de que los ingresos sean determinados por la posesión
de propiedad, poder de negociación o aún por el valor del producto,
debería derivarse únicamente de cuán tan duro trabajamos, por
cuánto tiempo laboramos y la onerosidad de las condiciones en que
trabajamos en producción socialmente útil. Y, finalmente, la
economía participativa utiliza una planificación participativa en
vez de planificación de mercados o planificación centralizada. La
planificación de mercados y la planificación centralizada son
horrendamente destructivas de la equidad, la sostenibilidad
ecológica, sociabilidad y la capacidad e incluso la inclinación de
las personas de ejercer control sobre sus propias vidas. En
contraste, el modelo de planificación participativa es un proceso de
negociación colectivo de ingresos y resultados a la luz de sus
costos y beneficios personales, sociales y ecológicos. El proceso no
tiene centro, ni cúpula, ni fondo, y comunica auto conducción a
todos y todas las participantes. Literalmente aumenta en vez de
destruir la solidaridad, la diversidad, la equidad y el auto control
colectivo.
NOTA: Estos apuntes solamente abarcan un fragmento de la entrevista.
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