Las Luchas del Pueblo Siguen

Por
Baneste

Durante las
décadas que siguieron al término de la Segunda Guerra Mundial, todo movimiento
revolucionario surgido en cualquier parte del mundo, era invariablemente
enfocado desde la óptica de la confrontación Este-Oeste,
“Capitalismo-Socialismo”, más generalmente conocida como Guerra Fría. Pero en
1989 el famoso Muro de Berlín se derrumbó, y en unos cuantos meses de revueltas
sociales por toda la Europa del Este, uno a uno se fueron cayendo los regímenes comunistas de corte estalinista. En Occidente, los fanáticos
defensores del voraz capitalismo saltaron de alegría y con júbilo nos
convidaron a celebrar con ellos lo que denominaron con grandes titulares “La
Muerte del Comunismo”.

Ahora
tenemos que el mapa del mundo se transformó dramáticamente en poco más de dos
años. La inconmensurable Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, U.R.S.S.,
solo es hoy un nostálgico recuerdo para los acérrimos militantes comunistas; ya
no hay dos Alemanias, y lo que antes era Yugoslavia, fue convertido por las
potencias occidentales en un campo de batalla donde se confundieron serbios,
bosnios y croatas al fragor de los combates que los condujo a la desintegración
y a la afiliación con la dominación capitalista.

Cualquier
persona enterada del acontecer actual se habrá formulado esta pregunta: Si la
“Guerra Fría” se terminó, ¿qué es lo que alienta los movimientos
revolucionarios? ¿Por qué siguen activando grupos armados en Perú, Colombia y otros países? ¿Por qué las convulsiones sociales en África y el Medio Oriente?

Aquellos
que enfilaban estos conflictos en lo que llamaban la expansión comunista, tienen varias respuestas. Dicen que Cuba, a
pesar del embargo a que ha sido sometida, continúa alimentando guerrillas.
También dicen que el Frente Sandinista de Liberación Nacional, de Nicaragua, y
el Estado venezolano de la revolución bolivariana, ayudan con asesoría y
dotación de armas a los grupos que persisten en la lucha insurgente. Muchos han
acuñado el término narcoguerrilla, que explica los movimientos rebeldes como
instrumento del narcotráfico, o como categoría derivada de una alianza entre
narcotraficantes y guerrilleros.

Todas son
respuestas bastante limitadas para explicar un problema tan complejo, aunque se
les tome en cuenta a la hora del análisis como elementos posibles. Sin embargo,
es un error muy grave achacar el surgimiento de los movimientos revolucionarios
a cualquier causa, obviando la pobreza. En definitiva, la miseria en que vive
la mayoría de la población en el Tercer Mundo, y más particularmente en América
Latina, es la causa fundamental, aunque no la única, de los
continuos terremotos sociales que sacuden al continente. Es peligroso negarse a ver esa
realidad, porque todo diagnóstico equivocado conduce a recetas equivocadas, y
ahora los conflictos armados ya no sólo están “allá” por Ayacucho o las selvas
de Colombia; las grandes movilizaciones de masas enfurecidas ya no sólo es
“allá” por Centroamérica. Ya está aquí, en el seno mismo del imperio,
manifestado en el movimiento denominado como el 99%, o como le llaman en español
Los
Indignados.