Pedro El Ermitaño, La Primera Cruzada

Pedro El Ermitaño (1050-1115).

Pedro El Ermitaño predicando

Durante la Edad Media la gente cristiana de Europa acostumbraba a viajar a la llamada Tierra Santa con el propósito de visitar la tumba de Jesucristo y otros sitios considerados sagrados por el cristianismo. Las personas que hacían esos viajes eran llamadas peregrinas, y cada año, miles de éstas, reyes, nobles, y gente de rango más humilde, viajaban a la Tierra Santa. 

Mientras Jerusalén estuvo en las manos de los califas árabes que gobernaban en Bagdad, los peregrinos cristianos fueron generalmente tratados con consideración.  Después de alrededor de 1070, cuando los turcos tomaron posesión de la ciudad, los abusos se volvieron tan frecuentes que parecía como si no sería del todo seguro para los cristianos visitar la tumba del Redentor. 
Alrededor del año 1095 vivía en Amiens, Francia, un monje llamado Pedro El Ermitaño. Éste estuvo presente en un concilio de clérigos y gente corriente celebrado en Clermont, Francia, cuando su Santidad el Papa Urbano II pronunció un discurso incendiario, rogando a la gente por el rescate del Santo Sepulcro y otros lugares considerados sagrados que estaban bajo el poder de los mahometanos. El concilio estaba tan exaltado por sus palabras que sus integrantes estallaron gritando:
 
—¡Dios lo quiere! ¡Dios lo quiere!
—Es, en verdad, Su voluntad —dijo el Papa—, y que estas palabras sean vuestro grito de guerra cuando encontréis al enemigo. 
Pedro escuchó con profunda atención. Inmediatamente después del concilio, él comenzó a predicar en favor de una guerra contra los turcos. Con la cabeza y los pies descubiertos, y vestido con una rústica y larga bata, ceñida a la cintura con una soga, viajó por Italia, de ciudad en ciudad, montado en un asno. Predicaba en las iglesias, o en las calles, dondequiera que podía asegurarse una audiencia.  Cuando Pedro había viajado por Italia, cruzó los Alpes y dirigió su predicación a la gente de Francia, Alemania y países aledaños.  En todas partes, él encendía el ánimo de las personas y las multitudes se enlistaban como campeones de la cruz. 
Así fue como comenzó la primera de siete guerras conocidas como «Las Cruzadas», o «Guerras de la Cruz», desatadas para rescatar la llamada Tierra Santa que estaba en manos de los mahometanos. Se dice que más de 100,000 personas, entre hombres mujeres y menores de edad, participaron en la primer Cruzada. Cada una de estas personas portaba en el hombro izquierdo el emblema de la cruz. Pedro estaba al mando de una parte de esta enorme multitud. Sus seguidores empezaron el viaje con gritos de alegría y alabanzas. 
Pero esta masa carecía de una apropiada dotación de provisiones; de modo que –mientras pasaban a través de Hungría– saquearon los poblados y obligaron a los habitantes a que les abastecieran.  Esto provocó la ira de los húngaros, quienes atacaron a los cruzados matando a muchos de ellos.
Después de retrasos prolongados, cerca de siete mil del total que había comenzado la Cruzada, arribaron a Constantinopla. Todavía estaban entusiasmados y entonaban su grito de guerra: —¡Dios lo quiere!—, con tanto fervor como cuando se unieron al estandarte de Pedro el Ermitaño por primera vez.
Abandonando esa histórica ciudad, se dirigieron hacia el este, a la tierra de los turcos. Un poderoso ejército conducido por el sultán les salió al encuentro. Los cruzados pelearon heroicamente durante todo el día, pero a la larga fueron derrotados. Solamente unos pocos escaparon y encontraron la ruta de regreso a Constantinopla. Pedro El Ermitaño les había abandonado antes de la batalla y había retornado a la ciudad antes que ellos. Después de esto, él se unió al ejército de Godofredo de Bouillón. 
El ejército de Godofredo estaba compuesto de seis divisiones, cada una comandada por un elemento de alto rango y distinción. Era una fuerza bien organizada y disciplinada, totalizando cerca de medio millón de efectivos. Esta tropa se movilizó solamente unas pocas semanas después de la multitud de irregulares que condujo Pedro El Ermitaño, y fue en efecto el primer ejército cruzado, ya que la masa indisciplinada que siguió al monje difícilmente podría llamársele ejército.  Después de una larga marcha, Godofredo arribó a Antioquia y la sitió.  Se creía que esta fortaleza musulmana podía ser ocupada en poco tiempo; pero la ciudad resistió los ataques de los cristianos por siete meses.  Luego, se capituló. 
Y entonces ocurrió algo que ninguno de los cruzados había soñado. Un ejército de doscientos mil persas llegó en auxilio de los musulmanes y sitiaron la ciudad con los cristianos atrapados entre sus muros por semanas. Sin embargo, después de varios enfrentamientos en los que hubo gran pérdida de vidas, los turcos y persas fueron repelidos. 
El camino a Jerusalén estaba ahora despejado; pero del total de medio millón de cruzados que había salido de Europa, menos de cincuenta mil quedaban. Habían ganado su ruta a un precio aterrador. Aun así continuaron avanzando con corazones bravíos, hasta que en una mañana brillante de verano, obtuvieron una primera vista de la Ciudad Santa en la distancia. Por dos años completos se habían afanado y sufrido con la esperanza de llegar a Jerusalén. Y ahora estaba frente a ellos; pero primero tenía que ser tomada. Por más de cinco semanas los cruzados sostuvieron el asedio, y finalmente, el 15 de julio de 1099, los turcos se rindieron. La bandera musulmana fue bajada y el estandarte de la cruz ondeó sobre la Ciudad Santa. 
Pocos días después que los cristianos habían ocupado Jerusalén, Godofredo de Buillón fue electo rey de la Tierra Santa. 
—Aceptaré el cargo —dijo—, pero ninguna corona debe ser puesta sobre mi cabeza y nunca debo ser llamado rey. No puedo portar una corona de oro donde Cristo portó una de espinas; ni tampoco seré llamado rey en la tierra donde una vez vivió el Rey de Reyes. 
Se dice que Pedro El Ermitaño pronunció un elocuente sermón en el Monte de Los Olivos. Sin embargo, él no se quedó por mucho tiempo en Jerusalén, retornando después de la captura de esa ciudad a Europa. Fundó un monasterio en Francia, y dentro de sus paredes pasó el resto de su vida.