Resumen de la Obra «La Horda»

Por Esteban Balmore Cruz

Tipo de obra: Novela
Autor: Vicente Blasco Ibánez
Género: Realismo social
Ubicación: Madrid y poblaciones periféricas, finales del siglo XIX
Primera publicación: 1905
Personajes:

Isidro Maltrana, estudiante empobrecido y sin conexiones.
Feliciana, la bonita joven hija del Mosco.
Isidra, madre de Maltrana y Pepín.
«La Señora», mujer rica que auspicia la educación de Maltrana.
José, albañil, exsoldado y exguardia que se junta con Isidra; padre de Pepín.
Gaspar Jiménez, marqués, terrateniente rico, sobrino de «la señora».
Vicente, católico fanático, amigo de Maltrana.
El Mosco, reconocido cazador furtivo de Tetuán.
Manolo, llamado el Federal, hermano del Mosco.
Teodora, vieja gitana de mayor prestigio de Las Cambroneras.
Eusebia, conocida como Mariposa, anciana trapera, abuela materna de Maltrana.
Polo, apodado Zaratustra, anciano trapero que se junta con Eusebia.
Pepín, apodado Barrabás, hijo de Isidra y José, hermanastro de Maltrana.
Nogueras, joven doctor amigo de Maltrana.
Salguero, gitano esquilador de Las Cambroneras.
Coletas, famoso trapero borracho de Las Carolinas.

Comentario breve

La horda es una novela que Vicente Blasco Ibáñez escribió durante el tiempo en que fungió como diputado y en la cual expresó más abiertamente sus percepciones sociales. Preparada con atención al detalle, modelando cada personaje a partir de tipos reales, y ambientada en la ciudad de Madrid y sus comunidades periféricas, la historia se centra en los infructuosos esfuerzos de Isidro Maltrana por escapar de una existencia de explotación, marginación e ignorancia; existencia determinada por una sociedad que únicamente ofrece a sus oprimidos la posibilidad de redimirse poniéndose al servicio de los opresores. Aparte de su alto contenido de realismo social, La horda ofrece estampas inigualables del paisaje urbano y rural de la época, así como también presenta información precisa de las terribles condiciones de salubridad e higiene a que estaban expuestos los más pobres. Contiene, además, un registro valioso de las costumbres y tradiciones de una de las etnias gitanas que habitaban la periferia de la capital española en ese tiempo.

El mensaje de esta novela continúa latente a más de cien años de haber sido publicada por primera vez, pues no son pocas las personas que —después de haber luchado con agallas contra la adversidad establecida por las élites dominantes— terminan cediendo, no porque el sistema las haya derrotado, o porque la corrupción moral las haya carcomido, sino porque deben asumir, igual que Maltrana, responsabilidades ineludibles, al convertirse en progenitores en un medio sin cabida para la honestidad y la honradez.

Resumen

Isidro Maltrana, apodado Homero, era un joven más bien feo, vestido miserablemente, pero talentoso y de sentimientos nobles, que se había visto en la necesidad de abandonar sus estudios universitarios cuando estaba cerca de graduarse. Sobrevivía con dificultades, pasando las noches en el local de la redacción de un periódico progresista, cuyo generoso director le permitía el uso de las oficinas para que desarrollara su labor de traducción de algunos materiales que le proporcionaban sus amigos a cambio de una modesta remuneración, o para que escribiera artículos que esporádicamente le encargaban por un módico pago, funcionando al modo de un escritor fantasma o negro literario. El director había tratado de integrar a Isidro al cuerpo de redactores, e incluso una vez le dieron a escribir el artículo de opinión principal, pero las piezas que el joven presentó no gustaron a nadie, y todos se preguntaban cómo un individuo de gran capacidad para articular sus argumentos en las conversaciones, era incapaz de hacerlo por escrito, atribuyéndolo a algún tipo de chifladura, aunque Maltrana estaba convencido de que era producto de su escasa alimentación y el constante ajetreo mental que le generaba la falta de seguridad económica en su vida diaria.

Al quedar huérfano de padre siendo niño, Maltrana obtuvo la protección de una señora rica (sin hijos) para quien trabajaba su madre. Con la ayuda de la dama, fue internado en un hospicio donde recibió educación que no habría podido obtener en su medio social, que era el de los llamados traperos, de donde había salido su madre Isidra; familias completas que debido a su pobreza se dedicaban a la recolección de desechos de todo tipo en los vecindarios más acomodados de la emergente ciudad de Madrid, la cual estaba experimentando un crecimiento acelerado que generaba, entre otras cosas, el desplazamiento hacia la periferia de sus habitantes menos favorecidos. La gente trapera habitaba en tugurios, en viviendas miserables hechas con materiales misceláneos recogidos durante sus jornadas de recolección, y se alimentaban en gran medida con los desperdicios de comida que las personas mejor acomodadas tiraban a la basura.

El punto de convergencia de la horda de los miserables era el fielato, por donde todos debían pasar. El primer contingente que se presentaba, todavía de madrugada, era el de los pequeños vendedores de víveres, animales de crianza (vivos y degollados) y productos lácteos para los mercados. Estos abastecedores procedían de Fuencarral, Alcobendas o Colmenar. Después de estos se presentaba la enorme fila de traperos, que continuaba aún ya avanzado el día. Ellos venían de Bellasvistas y de Tetuán, de los barrios Almenara, Frajana y Las Carolinas. Casi todos tenían carros destartalados tirados por bestias; pero los más pobres marchaban montando un borriquillo. Después pasaban los grupos de trabajadores con blusas blancas y el saquillo del almuerzo pendiente de un botón. Maltrana también pasaba allí, pero en dirección contraria, hacia la calle de los Artistas, donde estaba el cuartucho donde habitaba su padrastro José junto a Pepín, en cuyo camastro colectivo le era permitido dormir durante el día, mientras padre e hijo estaban trabajando en albañilería.

Cuando nadie se lo esperaba, la protectora de Maltrana murió sin dejar testamento y el joven fue echado de la casa por los herederos, aunque uno de ellos, que era un marqués con un cargo político de importancia, le proporcionó 3,000 ducados para que continuara sus estudios universitarios. Maltrana aceptó la dádiva sin remilgos y se alojó junto con otros estudiantes en las cercanías de la universidad. Él lamentaba mucho la muerte de la bondadosa dama que le había ayudado tan desinteresadamente, y era el único que visitaba su tumba.

Poco tiempo después, el joven se había visto forzado a abandonar sus estudios cuando murió su madre, a quien amaba mucho, y cuya enfermedad se había prolongado por varios meses, habiendo solicitado que la trasladaran a una sección del hospital con mejor atención, lo que le había costado gran parte del fondo destinado a cubrir la culminación de su carrera. También se había visto obligado a abandonar el lugar donde vivía, a pasar las noches en «la redacción», y a hacer un arreglo con José para descansar durante el día en su cuarto. José era el bondadoso albañil de pensamiento reaccionario con quien su madre se había acompañado y con quien había procreado a Pepín, quien a la postre se convirtió en delincuente.

En este periodo, Maltrana llevaba una vida bohemia, comiendo a veces y bebiendo siempre por la generosidad de los individuos con que se juntaba, a quienes les impresionaba su plática. Intentó integrarse en varios grupos; pero por último, se relacionó con un círculo de intelectuales ricos, uno de cuyos miembros terminó por hacerle avances sexuales, lo que impulsó al joven a alejarse de ellos y a renunciar a cualquier tipo de asociación intelectual, puesto que vio en todas alguna forma de falsedad y manipulación.

Los fines de semana, Maltrana visitaba a su buen amigo apodado el Mosco, hermano de su otro camarada Manolo (el Federal), y padre de la hermosa Feliciana. El Mosco era un cazador furtivo muy afamado en el área por su intrepidez, efectividad y constancia en la caza. Su fama se derivaba del hecho de que por mucho tiempo había logrado burlar a los temibles guardabosques de El Escorial, territorio de caza exclusivo del rey. Maltrana realizaba estas visitas cada vez que podía juntar suficiente dinero para comprar el pan y el vino que constituían su aporte a los deliciosos y abundantes banquetes que preparaba el Mosco, que era cuando el joven aprovecha para atracarse a sus anchas.

Durante una fiesta de disfraces, usando una máscara y habiendo ingerido un poco de vino, pretendiendo ser otra, Feliciana declaró su amor a Maltrana. Después de algunas dudas iniciales (él no se consideraba económicamente preparado para asumir una responsabilidad) iniciaron una relación a escondidas, aunque se produjeron rumores. Por esos días el marqués Gaspar Jiménez le encargó a Maltrana que escribiera un libro voluminoso por el cual recibiría la cantidad de 5,000 duros, proveyéndole de inmediato de un cuantioso adelanto. El marqués deseaba ampliar su influencia política promoviéndose como autor de la obra. La obtención de este dinero estimuló a Maltrana a sonsacar a Feliciana para que se juntara con él.

Se fueron a vivir a la casa de Vicente, el católico fanático amigo de Maltrana que les alojó con mucho gusto y donde pasaron sus días más felices. Pero el joven no obtuvo ningún otro trabajo de importancia y cuando se acabó el dinero empezaron las dificultades, a tal punto que Feliciana tuvo que agarrar encargos de coser adornos de corsés para apenas subsistir cuando ya estaba embarazada.

Por su parte, el Mosco, que había declarado traidora a la pareja y había asegurado que mataría a Maltrana si le encontraba, murió asesinado por los guardias de El Escorial, pues desde la fuga de su hija había abandonado sus precauciones y se había vuelto demasiado imprudente. Manolo les trajo la noticia y el poco dinero de la venta de los pertrechos del muerto que era la herencia de Feliciana. Poco después, Vicente, influenciado por un converso y un cura amigos, le comunicó a Maltrana que abandonaba la casa implicando que no podía convivir con un ateo. Esto significaba que la pareja debía también marcharse. Mientras vivieron allí también se había producido el encarcelamiento de Pepín, a quien Maltrana no pudo ayudar; y la muerte de José, a cuyo sepelio asistió para verse en medio de una protesta del gremio de albañiles que fue reprimida violentamente.

El inminente desalojo obligó a Maltrana a rebuscarse, pero no encontró nada. Incluso fue a suplicar a su abuela, quien vivía en una covacha maloliente y sin ventilación. La buena anciana proveyó a Maltrana con lo poco de más valor que poseía, lo cual, al venderlo totalizaría unos treinta duros.

Fueron a vivir a una casa que estaba a la entrada de las Cambroneras, donde residían los gitanos. Allí Feliciana enfermó gravemente, teniendo convulsiones que parecía había muerto. Teodora, la anciana líder de la comunidad gitana, que se había encariñado con la joven, la atendió con gran esmero durante estas crisis sin cobrar un céntimo, y fue ella quien recomendó el hospital. En esos días, Maltrana renegaba de su suerte. «Todo le resultaba preferible a la existencia actual, a su situación ambigua, sin el mendrugo de los de abajo ni el bienestar que gozan los de arriba. Ni era de los siervos alimentados, ni de los señores que dominan. Había estudiado para ser infeliz, para conocer y paladear todas las fealdades de la existencia. No podía creer en las mentiras aceptadas por la buena fe de los humildes. La instrucción le había servido para rozarse con los privilegiados, conociendo las abundancias que les rodean. Carecía de vigor físico para trabajar como un hombre; era un enclenque debilitado por el estudio, y el desarrollo de su pensamiento no le servía para abrirse paso».

El momento en que Maltrana ingresó a Feliciana en el hospital fue muy triste y penoso para ambos. Ella tuvo el presentimiento de que nunca volverían a estar juntos. Él sintió que la perdía para siempre. Y así fue. Maltrana solamente la visitó una vez durante el tiempo que estuvo hospitalizada, días después de que naciera el niño que su abuela Eusebia se encargó de encontrarle una nodriza. El día que la visitó le llevó violetas y ella estaba contenta aunque muy desmejorada. Al joven le incomodaba el persistente escrutinio del personal, que incluía una monja resabida, que le miraban con una mezcla de curiosidad y desdén, de modo que ni siquiera pudo besar a su amada.

Días después se enteró que Feliciana había muerto. Desde un principio los médicos habían diagnosticado que ella tenía una condición conocida como eclampsia puerperal. Un doctor amigo le comunicó que la difunta había sido enterrada en una fosa común, después de haber pasado por disección, ya que nadie se había presentado a reclamar el cadáver. Fue muy doloroso para Maltrana que deambuló apesadumbrado durante varios días en los que todo le parecía fantasmagórico. Terminó pasando varios días en la cabaña donde vivía su abuela con Zaratustra, complaciéndose en la suciedad, haciendo de ello una mortificación.

Al terminar el invierno, la situación de Maltrana había mejorado considerablemente. Ganaba lo suficiente para vivir en una casa de huéspedes y pagar a la nodriza que cuidaba a su hijo. Fue a verlo por primera vez, y al tener al bebé entre sus brazos pudo «contemplar una prolongación de su vida, un desdoble de su personalidad, un testimonio de la propia existencia, que, años después de morir él, afirmaría el paso por el mundo de un hombre llamado Maltrana».

Sentía que aquella criatura de carnecita suave era suya, que tenía algo de su ser y de aquella otra carne despedazada, la que había desaparecido para siempre en el misterio de la tierra. Ya no le importaba la suerte de los infelices ni el destino de la horda miserable, o los conflictos que se desarrollasen en lo futuro. Ahora su determinación era vivir. Toda su vida la tenía en sus brazos. El calor de ese cuerpecillo le infundía una resolución egoísta y brutal. Al coger a su hijo se sentía fuerte. Era como un arma que le daba confianza y valor para continuar su marcha. Quería que su hijo fuese de los felices, de los dichosos, de los fuertes. Ya que el mundo estaba organizado sobre la desigualdad, que figurase entre los privilegiados, aunque para ello tuviese que aplastar a muchos.