Resumen de la Obra «La Vida del Lazarillo de Tormes»

Resumen completo de la obra literaria La Vida del Lazarillo de Tormes, de autor español anónimo. 

Por Esteban Balmore Cruz

Tipo de obra: Novela
Autor: Anónimo
Género: Novela picaresca
Ubicación: España, mediados del siglo XVI
Primera publicación: 1554
Título original: La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades
Personajes:

Lázaro, nacido en la pobreza, es dado como guía y sirviente a un ciego suspicaz y cruel.
Tomé González, molinero, padre de Lázaro. Es descubierto robando y es desterrado por esto. Muere más adelante en una campaña contra los moros.
Antona Pérez, la madre de Lázaro y viuda de Tomé González. Ella lucha para proveer para sus hijos, pero por último da Lázaro a un ciego.
Zaide, un sirviente negro que trabaja en las caballerizas del Comendador de La Magdalena. Se hace amante de la madre de Lázaro cuando el esposo de ella es desterrado.
Ciego, un tipo astuto y tacaño que se ganaba la vida dando rezos y bendiciones de pueblo en pueblo.
Clérigo de Marqueda, un tipo más egoísta y avaro que el ciego.
Hidalgo, un empobrecido propietario que se vale de la simpatía de Lázaro para quitarle lo que este obtiene pidiendo limosna.
Fraile mercedario, cuarto amo de Lázaro.
Bulero, un estafador que se dedica a la venta de indulgencias papales falsas.
Pintor de panderos, sexto amo de Lázaro. Le ayuda a mesclar las pinturas.
Capellán, emplea a Lázaro vendiendo agua que lleva en tinajas montadas en un burro.
Alguacil, funcionario corrupto que acusa al bulero de estafa, pero luego le asiste en engañar a los pobladores para que compren las indulgencias.
Otro alguacil. Lázaro le sirve por muy poco tiempo, porque el trabajo era peligroso.
Arcipreste de San Salvador, casa a Lázaro con una de sus sirvientas, que es también su amante.
Esposa de Lázaro, sirvienta del arcipreste, y también su amante, que fue dada en matrimonio a Lázaro.

Comentario breve

Se considera que La vida del Lazarillo de Tormes es una obra precursora del género picaresco, ubicada en un tiempo anterior a la obra de Miguel de Cervantes, y puede afirmarse que en Gil Blas de Santillana, Alain-René Lesage se basó en ella para crear el divertido relato de un pícaro.

La historia fue escrita desde la perspectiva de Lázaro, cuando era ya pregonero de Toledo, en el formato de una extensa carta dividida en siete tratados, dirigida a un superior no identificado en respuesta a la petición hecha por este en relación a cierto caso cuyos aspectos específicos no se clarifican. El narrador, en una serie de breves esbozos, ofrece una vívida imagen de las estratagemas utilizadas por los pobres de la época para mantenerse con vida. Sin un rastro de autocompasión, muestra el lado humorístico de la penuria y la necesidad continuas en la lucha por obtener el sustento diario y una posición estable en la sociedad. Los relatos apenas se desarrollan en un todo unificado, pero ciertamente logran retratar la sociedad española de su tiempo caracterizada por el falso sentido del honor y la hipocresía.

Resumen

Lázaro debe su apodo a la circunstancia muy particular de su nacimiento. Su madre, Antona Pérez, pasó la noche en la aceña donde trabajaba su padre, Tomé González, de molinero, y ella dio a luz allí, justo sobre el río Tormes, que le dio su apelativo.

No había cumplido nueve años todavía cuando su progenitor fue sorprendido extrayendo harina de los sacos de los clientes del molino, por lo que fue castigado con rigurosidad siendo desterrado, después de lo cual se alistó en un ejército que se preparaba para pelear contra los moros. Se convirtió en arriero de un caballero soldado y murió en combate.

La madre de Lázaro abrió un comedor cerca de la finca de un noble. La viuda pronto conoció a Zayde, un sirviente de color que les visitaba con frecuencia. Al principio, Lázaro tenía miedo del negro, pero pronto aprendió que las visitas de Zayde significaban comida, leña y otros abastecimientos necesarios. Otra consecuencia de esto fue que adquirió un hermano bebé morenito al que ayudaba a cuidar.

El capataz del noble dueño de la finca y empleador de Zayde, empezó a echar de menos herraduras y cepillos, así como otros suministros. Cuando le preguntaron directamente por los robos, Lázaro contó todo lo que sabía de los deslices de su padrastro. Zayde fue azotado fuertemente y se le echó grasa hirviendo en las costillas, y la mamá de Lázaro, para evitar más escándalos, se fue a servir a los inquilinos de un mesón en otro vecindario.

Cuando Lázaro creció un poco más, su madre lo dio como asistente de un ciego que quería un muchacho que lo guiara. Aunque viejo, el ciego era astuto, cínico y riguroso. Saliendo de la ciudad pasaron junto a un toro de piedra. Cuando el ciego le dijo al muchacho que pusiera la oreja en la estatua y escuchara un ruido peculiar, Lázaro obedeció, y en ese momento, el anciano golpeó fuertemente la cabeza del mozuelo contra el monumento, con tanta fuerza que los oídos le zumbaron durante tres días. Por esta razón, Lázaro se vio obligado a aprender algunos trucos para sobrevivir.

El ciego, cuando se acuclillaban al lado del fuego para cocinar una comida, mantenía la mano sobre la boca de su jarra de vino. Para poder beber algo, Lázaro hizo un pequeño agujero en la base de la jarra y, tumbado, dejó que el líquido fluyera por su boca haciéndole cosquillas. Luego tapó el agujero con cera de abeja. Pero cuando el viejo desconfiado palpó la jarra, la cera se había derretido y encontró el orificio. Sin dar señales, a la noche siguiente volvió a poner la jarra delante de él y Lázaro volvió a tumbarse esperando engullir vino otra vez. Mas, sin embargo, el ciego levantó la jarra y la hizo caer con gran fuerza en la cara de su asistente, aflojándole todos los dientes.

En otra ocasión, Lázaro cogió un chorizo asado del espetón y lo sustituyó por un nabo podrido. Cuando el ciego mordió la supuesta salchicha, rugió de rabia y arañó severamente al muchacho con sus largas uñas. Resuelto a dejar a su amo, Lázaro le guió hasta la orilla de un arroyo, y diciéndole que debía correr y saltar, le posicionó detrás de un pilar de piedra. El viejo dio un gran salto, se golpeó la cabeza contra la piedra y cayó noqueado, tras lo cual Lázaro abandonó la ciudad rápidamente.

Su siguiente amo fue un clérigo de mala muerte que le empleó para asistir en las misas. Desgraciadamente, el cura nunca quitaba la vista de la caja de la colecta, y Lázaro no tuvo oportunidad de robar ni una sola moneda. Para comer, su empleador le permitía una cebolla cada cuatro días y, de no haber sido por algún banquete fúnebre ocasional, el muchacho habría muerto de hambre.

El clérigo guardaba su buen pan en un cofre bajo llave. Por suerte, Lázaro conoció a un calderero ambulante que le hizo una copia de la llave. Luego, para evitar sospechas, royó cada pan para que pareciera que habían entrado ratas en el cofre. El sacerdote, alarmado, tapó los agujeros de forma segura, pero Lázaro hizo otros orificios. Entonces el cura puso trampas de las que Lázaro se comía el queso. El desconcertado religioso se vio obligado a concluir que una serpiente le estaba robando el pan. Por temor a que le registraran mientras dormía, Lázaro decidió esconder la llave en su boca cuando se acostaba. Una noche, al movérsele la llave en la boca, produjo un silbido cuando el aire de su respiración pasó por el orificio de la misma. El silbido despertó al cura, quien cogió un garrote, quebrándolo en la cabeza del desdichado Lázaro. Después de que su cabeza fuera vendada por una vecina compadecida, Lázaro fue despedido. Pensando en encontrar trabajo en una ciudad más grande, se fue en busca de mejor fortuna a Toledo.

Una noche, mientras sus bolsillos rebosaban de monedas que había pedido en las calles de la ciudad, Lázaro encontró a un hidalgo decentemente vestido, un verdadero escudero, que le cogió como sirviente. Creyéndose afortunado por haber conseguido un amo rico, le fue siguiendo hasta una casa desamueblada y penumbrosa, sin atisbo de hoguera, utensilios o alimentos. Pensando que su nuevo amo ordenaba que le trajeran las comidas preparadas de alguna parte, Lázaro se sentó a esperar por la cena. Pero al darse cuenta que nadie traería nada, comenzó a comer un trozo de pan que traía oculto bajo su camisa. Para su sorpresa, su amo aceptó gustoso el pedazo de pan que le ofreció y comieron juntos. A partir de entonces, ambos se alimentaban de lo que Lázaro conseguía mendigando, puesto que el hidalgo estaba en la ruina.

Por fin, el hidalgo adquirió un poco de dinero y envió a Lázaro a comprar comida y vino. En el camino, el muchacho encontró una procesión funeraria. La viuda lloraba lamentando escandalosamente la muerte de su marido y gritaba que llevaban el cadáver a una casa inhóspita donde no había comida ni muebles. Creyendo que iban a llevar al muerto a la vivienda donde habitaba con su amo, Lázaro se volvió corriendo, lleno de pavor. Riéndose a carcajadas, el hidalgo desactivó su miedo y lo envió de nuevo en su mandado.

Por último, vinieron a cobrar el alquiler de la casa y de la cama, dejando el hidalgo a los cobradores esperando mientras iba por cambio para pagarles los meses atrasados. Cuando se dieron cuenta que el amo no volvería, apresaron a Lázaro para que les dijera donde estaban sus pertenencias. Después de alguna dificultad, persuadió a los alguaciles de su inocencia y se le permitió ir libre.

Luego de haber servido a un fraile mercedario (tragaleguas y austero) por poco tiempo, Lázaro pasó a servir a un bulero. Este era un distribuidor de supuestas indulgencias papales, pero que en realidad era un pícaro consumado. Jugando una noche tuvo una riña con el alguacil, quien le acusó delante de los presentes de que sus indulgencias eran falsificadas. Al día siguiente, el astuto bulero oró a Dios desde el púlpito pidiendo enviase un castigo a quien fuese el farsante. Su acusador, que allí estaba entre los asistentes, de inmediato empezó a convulsionarse, torciendo la boca, tirando puñetazos y echando saliva. Por súplicas de los acongojados creyentes, el bulero rezó para que Dios perdonara al alguacil, luego de lo cual, este fue recuperándose poco a poco. A partir de ese momento, se vendieron muchas indulgencias papales, y no fue sino más adelante que Lázaro llegó a la conclusión de que todo había sido un truco preparado entre el bulero y el alguacil, cuando les observó riéndose al hablar sobre el suceso.

Luego de esto, Lázaro sirvió de ayudante de un pintor de panderos, después de lo cual trabajó cuatro años al servicio con un capellán, vendiendo agua, lo que le permitió ahorrar un poco de dinero y comprar ropa respetable por primera vez. Por fin, él estaba en camino a hacerse de un sitio digno en la comunidad. Dejando ese trabajo, pasó a servir de ayudante de un alguacil, por muy poco tiempo, porque le pareció oficio muy peligroso, siendo a veces atacados por bandidos.

Con la ayuda de amigos y señores, valiéndose de su adquirida indumentaria, Lázaro consiguió el empleo oficial de Pregonero, anunciando eventos, avisos y noticias a los habitantes de la ciudad, de modo que todos los asuntos importantes pasaban por él.

El arcipreste de San Salvador, viendo cuán afluente se había vuelto Lázaro, le dio por esposa una de sus sirvientas, y alquiló una casa para ellos al lado de la suya. La mujer resultó ser esposa muy útil, porque el arcipreste frecuentemente les hacía regalos sustanciales. La esposa de Lázaro pagaba al santo hombre cuidando su guardarropa y preparándole la comida. Pero las lenguas malvadas se movieron, y conversando sobre los rumores con su benefactor, Lázaro le reveló que le habían contado que su esposa había tenido tres hijos suyos antes de casarse, ante lo que la mujer se echó a llorar. El arcipreste le aconsejó al pregonero que pensara más en lo que le era provechoso y en su honor menos. Así que Lázaro estaba contento, porque seguramente el arcipreste era un hombre honorable.

Lázaro ahora era tan influyente que se decía que podía cometer cualquier delito con impunidad, y su felicidad aumentó cuando su esposa le presentó una bebé, jurándole que era verdaderamente de él.