El Cid Campeador

La historia literaria nos señala, como objeto de incomparable nombradía, a los héroes que ocupan el primer lugar en las grandes y poco numerosas epopeyas, hijas legítimas del genio de un pueblo. Al retratar el poeta venusino, y por cierto con colores nada halagüeños, el carácter de Aquiles, no encuentra epíteto que mejor le cuadre que el de celebrado (honoratum). Igual calificativo pudiera aplicarse a los dos héroes predilectos de las tradiciones heroicas de Francia y España. «El Cid, dice el docto Puymaigre, es tan popular allende los Pirineos, como aquende lo fue Roldán.» Y, en verdad, si el nombre del paladín francés traspasó inmediatamente los linderos de su tierra natal, y se extendió por dilatadísimas comarcas, los españoles han recordado el del héroe de Vivar con sin igual perseverancia, y ni un solo día ha dejado de ser proverbial y propuesto como dechado de guerreros y patricios.

Rodrigo o Ruy Díaz el de Vivar, llamado también el Castellano y el Campeador y más comúnmente el Cid (nombre de origen arábigo que significa Señor), hijo de Diego Laynez, descendiente del juez de Castilla Laín Calvo, nació en Burgos o en la próxima aldea de Vivar a mediados del siglo XI. Hubo de figurar ya en los últimos tiempos del primer Fernando. Le armó caballero y le nombró su alférez Sancho II, a quien, después de la batalla de Golpejares, aconsejó el Cid que atacase al victorioso y ya descuidado ejército de su hermano Alfonso VI de León. Consta que venció en singular batalla a un sarraceno y a un pamplonés. Acaso ya por entonces casó con doña Jimena, hija del conde de Oviedo.

Muerto Sancho por Bellido Dolfos en el cerco de Zamora, doce caballeros, entre los cuales se contaba Rodrigo, exigieron del nuevo rey de Castilla Alfonso VI que jurase no haber tenido parte en la muerte de su hermano. Asistió el Cid algún tiempo en la corte, pero por el recuerdo de la jura o por otro motivo de desazón o por hablillas de los envidiosos, fue desterrado al finalizar el año 1081 o poco más tarde.

Fuese Rodrigo a Barcelona y luego a Zaragoza, donde entró a reinar Al-Mutamin. Sirvió a éste victoriosamente contra su hermano el rey de Denia, favorecido por los soberanos de Aragón y Barcelona. Siguió el Cid unido al hijo y sucesor de Al-Mutamin, con cuyo auxilio rechazó a los Almorávides, llamados por Al-Kaadir, rey de Valencia, sitiando después esta ciudad. Tres veces se allegó a Alfonso, pero no tardaban en separarse, saliendo la tercera nuevamente desterrado.

Muerto Al-Kaadir y entronizado el traidor Ben-D’yajaf, después de varios incidentes y de haber rechazado la invasión del Almorávide Abou-Becr, se apoderó el Cid de Valencia (1094). Mostróse al principio clemente, pero luego condenó al fuego a Ben-D’yajaf y otros musulmanes. Alcanzó nuevas victorias, mas derrotado por los almorávides su pariente y amigo Álvar Fáñez y parte de su propio ejército, murió de pesadumbre (1099). Su viuda tuvo que dejar a Valencia después de haberse mantenido en ella dos años. Salieron los cristianos en procesión con el cadáver de Rodrigo, el cual, como también después el de Jimena, fue sepultado en San Pedro de Cardeña. Le sobrevivieron sus dos hijas, Cristina, casada con Ramiro infante de Navarra, y María que lo fue con Berenguer Ramón III de Barcelona.

La historia no nos presenta al Cid como héroe sin mancha: no siempre se mostró vasallo reverente, y su energía se convirtió a veces en crueldad, su prudencia en astucia; pero atesoró grandes cualidades que le valieron la admiración de amigos y enemigos musulmanes, uno de los cuales le proclamó prodigio del Señor. Sus victorias, de que se aprovechó toda la cristiandad, su vida aventurera y hazañosa y sus prendas personales y domésticas le convirtieron, a no tardar, en héroe de épicas tradiciones.

Pocos años después de su muerte, si no ya en vida, según opina Baist, fue el Cid celebrado en un poema latino, y consta que a mediados del siglo XII era ya cantado con el nombre de Mío Cid.

Dos son los poemas o cantares de gesta relativos a este célebre personaje histórico que se han conservado. El que versa sobre hechos más antiguos, publicado en el siglo XIX por Mr. Francisque Michel, ha sido llamado la Crónica Rimada o el Poema de las mocedades del Cid y pudiera llamarse simplemente El Rodrigo, pues tal es el nombre que da constantemente al héroe. Este poema cuenta la historia fabulosa de la juventud de Rodrigo, la cual comprende la muerte dada a un supuesto conde de Gormaz, injuriador de su padre, su casamiento con Jimena, hija del mismo conde, sus primeras victorias ganadas a caudillos árabes y la imaginaria expedición a Francia, a donde, según se supone, acompañó al rey D. Fernando, para oponerse al tributo que a Castilla exigían los monarcas extranjeros.

El otro cantar, llamado comúnmente el Poema del Cid, fue publicado en el siglo XVIII por el Pbro. Don Tomás Sánchez, y pudiera distinguirse de El Rodrigo, apellidándole El mío Cid, pues así denomina al de Vivar. Menos apartado que aquél de la realidad histórica, es, a nuestro ver más antiguo, y nos presenta un héroe, nada muelle ni apocado, pero grave y comedido, sin los impetuosos arranques atribuidos a sus mocedades. Refiere las hazañas del Cid después de su último destierro, la toma de Valencia, el casamiento, sin duda alguna fabuloso, de sus hijas con los infantes de Carrión, la cobardía de éstos y el mal tratamiento que dan a sus esposas, las cortes convocadas por Alfonso, la sentencia pronunciada contra los infantes y los nuevos casamientos de las hijas del Cid con el infante de Aragón (así dice) y el de Navarra.

Fueron narrados también en cantares perdidos, el testamento y la muerte de don Fernando, el cerco de Zamora, la muerte de don Sancho y la jura de Alfonso.

La Estoria de Espanna o Crónica general compuesta o más bien dirigida por Alfonso X, que contiene un gran depósito de relatos históricos y poéticos de la vida del Cid, ha conservado otras tradiciones, que sin duda no fueron cantadas, tales como la de haber el Cid libertado a don Sancho en Santarém, y amonestado y corregido al cobarde Martín Peláez en el cerco de Valencia y las del converso Gil Díaz y demás que dan cima a la biografía del héroe.

Leves rastros de alguna otra tradición se perciben en la Crónica particular del Cid, que por el intermedio de la de Castilla redactada en tiempo de Alfonso XI, proviene, según observó un ilustre crítico, de la obra histórica del Rey Sabio.

Fuente:

Romancero Selecto del Cid, 1884.
(Reproducción textual).