Las Épicas Hebreas y del Cristianismo Primitivo: El Libro de Job

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, hay varias narraciones con características épicas, pero se ha consensuado que el Libro de Job se ubica entre «uno de ese grupo de cinco o seis poemas mundiales que se erigen como expresiones universales del espíritu humano». Por eso se le considera la epopeya hebrea representativa y, dado que describe los conflictos del alma humana, también se la ha denominado la «epopeya de la vida interior».


En el desarrollo histórico hebreo, este libro fue escrito después del exilio, probablemente en la última parte del siglo IV a. C., incorporando varios poemas más antiguos, porque se cree que el tema es anterior al Éxodo. En el prólogo se presenta una descripción de Job, un jeque modelo de la tierra de Uz, cuya conducta ha ganado la aprobación de Dios tan completa que el Todopoderoso le destaca con orgullo ante su consejo reunido como un hombre perfecto. El eterno adversario, Satanás, se presenta dramáticamente como en una escena faustina y –cuando Dios le agravia al exaltar las virtudes de Job– responde con sarcasmo que es fácil ser bueno cuando se es favorecido con prosperidad continua.

Habiendo sido desafiado de este modo, y sintiéndose seguro de su siervo, Dios permite que Satanás haga lo peor y así probar el verdadero valor de Job. En una rápida sucesión de eventos adversos, vemos ahora un hombre que alguna vez fue feliz y próspero, privado de hijos, riquezas y salud, desgracias tan súbitas y espantosas que sus amigos insisten en largos discursos en que ha ofendido a Dios, porque pruebas como las suyas solo pueden enviarse como castigo, por pecados graves. Las exhortaciones de los tres amigos argumentativos de Job, así como de un recién llegado, y hasta de su misma esposa, se extienden por un período de siete días y cubren tres ciclos completos; pero, a pesar de todo lo que dicen, Job se niega firmemente a maldecir a Dios como le aconsejan.

Ignorante del concilio celestial o del hecho de que está siendo probado, Job, a pesar de las pruebas y los amigos, reitera pacientemente que «El Señor dio y el Señor ha quitado», y cuando su esposa le pide que maldiga a Dios y muera, patéticamente expresa: «¡Qué! ¿Recibiremos el bien de la mano de Dios, y no recibiremos el mal?» Hay, además, pasajes completos en este libro donde Job da paso a su abrumador dolor, siendo estos lamentos evidentemente fragmentos de otra versión más antigua de la historia, o señales de que incluso una fortaleza como la suya cedió bajo la presión de la enfermedad y de los imprudentes intentos de consolación de sus amigos. Estos lamentos exceden en patetismo a cualquier otro poema hebreo, mientras que las descripciones de Job del poder y la sabiduría de Dios alcanzan una tensión muy exaltada.

Habiendo silenciado a Zofer, Elifaz y Bildad, asegurándoles que será vindicado en el cielo, si no antes en la tierra, Job les observa a ellos y a su último amigo partir, y finalmente se queda solo. Solamente entonces, y en el epílogo, se informa que, habiendo sido así puesto a prueba en el horno de la aflicción y habiendo probado ser oro verdadero, Job recibe de Dios, como recompensa, una doble medida de salud, riqueza y descendencia, para que todos sepan que no ha pecado y que su fe inquebrantable halló gracia ante los ojos del Creador.

Algunos escritores judíos citan a Eclesiastés como la mejor muestra de epopeya didáctica, y otros preferirían clasificar como epopeyas las historias de Noemí y Ruth, de Ester y Asuero, e incluso el idílico Cantar de los Cantares de Salomón. Los primeros escritores del cristianismo también ven en Revelación o Apocalipsis, de Juan el Vidente de Patmos, un brillante ejemplo de la epopeya mística o profética.

En cuanto al libro de Job, se ha expresado que, «purgado de todas las interpolaciones posteriores y restaurado en la medida de lo posible a la forma que recibió de la mano de su autor, el poema es la presentación más sorprendente del problema más oscuro y fascinante que jamás haya desconcertado y torturado el intelecto humano: cómo reconciliar la existencia del mal, no solo con los dogmas fundamentales de la antigua fe judía, sino con cualquier forma de teísmo. Expresado en los términos en que el poeta, a quien por conveniencia identificaremos con su héroe, lo concibió manifiestamente, es éste: ¿Puede Dios ser el creador de todas las cosas y no ser responsable del mal?».[1]

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[1] Dillon, Emile Joseph, The Sceptics of the Old Testament: Job – Kohelet – Agur.