El Tacuazín

Por Baneste

El tacuazín común. (Imagen tomada de Cawildlife911.org)

El tacuazín es
un animal bastante común en El Salvador y en otros países del Itsmo de Tehuantepec, en donde también es conocido como “tacuache”,
el cual es omnívoro (es decir, come de todo); desarrolla sus actividades
principalmente durante la noche; pero ocasionalmente también es activo durante
el día. Normalmente se desplaza por el suelo; pero asimismo puede movilizarse
entre los árboles, en los cuales, incluso, establece su guarida. Estas características, tan
particulares, le han merecido la comparación con los maleantes, quienes son
genéricamente conocidos como tacuacines o tacuaches.

El tacuazín se alimenta de
raíces, hierbas, hojas, frutas y animales. Su animal favorito, y más fácil
presa, es la gallina, en busca de la cual entra en conflicto con el humano. A
pesar de su tamaño, relativamente pequeño, es terco y valiente, y persiste en
su empresa hasta lograrla, únicamente fracasando si es muerto. Yo vi morir uno
a machetazos y todavía se convulsionaba después de muerto. La verdad –como yo
era un niño– me produjo pavor.

Ese tacuazín que aparentemente fue muerto en el patio de la casa de mi padre, por un vecino que estaba
presente al momento de su aparición, era blancuzco (porque también hay negros).
Sus pelos aparecían gruesos y desarreglados 
en la longitud de su cuerpo; sus ojos brillantes, obsesivos y fijos en
un rostro casi lampiño güizutudo; es decir, alargado. Tenía bastante parecido a
la rata; pero definitivamente era menos desagradable. Su fijación era continuar
comiéndose los aguacates, papayas y anonas que teníamos en el tabanco de la
casa. Porque hay que decir que lo había estado haciendo durante muchas noches con
una persistencia de gota intermitente sobre una piedra.

Cuando lo
descubrimos, al amanecer, no aparecía asustado, ni confundido o atemorizado.
Tampoco aparecía desafiante, ni altanero o vanaglorioso. Pero a mí me
impresionaba cierto temor o indecisión que manifestaban los adultos al momento
de atacarlo. Hasta que Calín lo aniquiló con un solo machetazo. El pobre quedó
tendido allí con sus ojos abiertos. El cielo se reflejaba en la pupila de sus
ojos muertos.


Tacuazín Peinado.


Como todo un
inocente yo quería sepultarlo, teniendo el presentimiento de que sepultura es
recuerdo. Pero Calín dijo “¡Lo vamos a
comer! ¡Descuarticémoslo!””Se ha comido las gallinas y los pollitos. ¡Tiene que
pagar!”  
Yo no podía olvidar los ojos tristes de aquel animalejo que se
asemejaban a los de mi querido perro. Me di la vuelta y me puse a llorar.

Entonces vino mi
padre y me preguntó: “¿Sabías cuál es el
secreto del tacuazín
?” “No”, le
respondí yo. Y luego dijo, “¡Aunque
aparenta estar muerto, todavía está vivo
!”  Y con enorme asombro vi cómo aquel
animalito comenzó a desplazarse de regreso a la arboleda que estaba junto a nuestra
casa. Y Calín dijo “¡Dejémoslo que se
vaya
!” “¡Pobrecito!”

Me sentí reivindicado
durante el prolongado silencio que permitió que el marsupial escapara aun
estando herido. Mi corazón de niño se regocijó con un júbilo primigenio de
justicia. Porque en mi pequeño cerebro retumbaba la pregunta “¿Por qué lo tienen que matar por buscar la
comida como la buscamos nosotros
?”

La persona que
yo siempre creí era mi padre se me acercó despaciosamente. Con su gran
serenidad e inigualable ternura me dio unas palmaditas en el hombro, y
reflexivamente me dijo: “Recordá esto:
los políticos son como los tacuacines
… ¡Siempre
te roban y siempre te dan lástima
!”  Y Calín añadió: “¡Por eso les llamamos Tacuaches!”