Una Lección de Justicia

Alejandro, el rey de Macedonia, deseaba convertirse en el amo del mundo entero. Dirigió sus ejércitos a través de muchos países. Saqueó ciudades, quemó pueblos, destruyó miles de vidas. 

Por fin, en el lejano Oriente, llegó a una tierra de la que nunca había oído hablar. La gente de allí no sabía nada sobre la guerra y la conquista. Aunque eran ricos, vivían con sencillez y estaban en paz con todo el mundo.

El sha, o gobernante de este pueblo, salió a encontrarse con Alejandro y darle la bienvenida a su país. Condujo al gran rey a su palacio y le suplicó que cenara con él. Cuando estuvieron sentados a la mesa, los sirvientes del sha se quedaron para servir la comida. Trajeron lo que parecían ser frutas, nueces, pasteles y otras delicias; pero cuando Alejandro iba a comer, pudo darse cuenta de que todo estaba hecho de oro.

—¡Qué! —exclamó—, ¿se come oro en este país?

—Nosotros mismos solo comemos alimentos comunes —respondió el sha—. Pero hemos escuchado que fue el deseo de oro lo que hizo que abandonara tu propio país; por eso, deseamos satisfacer tu apetito.

—No fue por el oro que vine aquí —explicó Alejandro—. Vine a conocer las costumbres de tu pueblo.

—Muy bien, entonces —dijo el sha—, quédate conmigo un rato y observa lo que puedas.

Mientras el sha y el rey hablaban, entraron dos campesinos.

—Mi señor —dijo uno—, hemos tenido un desacuerdo y deseamos que usted lo resuelva.

—Cuéntamelo —exijió el sha.

—Bueno, es así —respondió el hombre—: Le compré un terreno a este vecino y le pagué un precio justo. Ayer, cuando estaba cavando, encontré una caja llena de oro y joyas. Este tesoro no me pertenece, porque compré solamente la tierra, pero cuando se lo ofrecí a mi vecino, él lo rechazó.

El segundo hombre luego habló diciendo:

—Es cierto que le vendí el terreno, pero no reservé nada que pudiera encontrar en él. El tesoro no es mío y, por lo tanto, no estoy dispuesto a tomarlo.

El sha se quedó en silencio durante un rato, como si pensara. Luego le preguntó al primer hombre:

—¿Tienes un hijo?

—Sí, un joven prometedor —fue la respuesta.

El sha se volvió hacia el segundo hombre:

—¿Tienes una hija?

—Tengo —respondió el aludido—, una chica hermosa.

—Bueno, entonces, este es mi juicio. Que el hijo se case con la hija, si ambos están de acuerdo, y entrégueles el tesoro como dote de la boda.

Alejandro escuchó con gran interés.

—Has juzgado sabia y correctamente —le dijo al sha—, pero en mi propio país deberíamos haber hecho de otra manera.

—¿Qué habrías hecho?

—Bueno, deberíamos haber metido a ambos hombres en la cárcel, y el tesoro le habría sido entregado al rey.

—¿Y es eso lo que llamas justicia? —preguntó el sha.

—Lo llamamos política —contestó Alejandro.

—Entonces déjame hacerte una pregunta —prosiguió el sha.

—¿El sol brilla en tu país?

—Seguramente.

—¿La lluvia cae allí?

—¡Oh si!

—¡Es posible! Pero, ¿hay animales mansos e inofensivos en sus campos?

—Una gran cantidad.

—Entonces —concluyó el sha—, debe ser que el sol brille y la lluvia caiga por causa de estas pobres bestias; porque hombres tan injustos no merecen tales bendiciones.

Fuente:

Fifty Famous People
A Book of Short Stories
James Baldwin, 1912.